Un día un espía de poca monta vino a decir al sha de Egipto:
«¡El sha de Mosul posee una esclava tan hermosa como las huríes! Su belleza es
tal que en vano se buscaría equivalente en la tierra. ¡Su belleza infinita es
indescriptible, pero aquí tienes un retrato suyo!».
Al ver el rostro pintado de la hermosa esclava, el sultán quedó tan sorprendido
que la copa de vino se le escapó de las manos. Lleno de admiración, se puso a
lamentarse. Después, designó a un valiente guerrero, le confió innumerables soldados
y lo envió hacia Mosul:
«Si alguien, le dijo, te impide apoderarte de ella, destrúyelo a él y sus bienes.
Pero, si te la dan, tráemela aprisa para que yo pueda unirme con esta luna».
Precedido de tambores y banderas, el ejército tomó el camino de Mosul con gran
estruendo. Los soldados cayeron sobre la ciudad como una nube de langosta. Lluvias
de flechas y de piedras se abatieron sobre la ciudad y las centelleantes espadas
hicieron correr mucha sangre durante semanas.
Un día el sha de Mosul envió al jefe del ejército un emisario, portador del
siguiente mensaje:
«¿Por qué haces correr la sangre de tantos fieles? Los cadáveres forman montañas
en nuestro lado. Si es Mosul lo que deseas conquistar eso puede hacerse sin derramar
sangre. Yo me iré y te dejaré entrar en nuestra ciudad. Pues sólo una cosa me importa
ya: que no se vierta más sangre. Si son piedras preciosas lo que codicias, eso es aún
más sencillo».
El jefe del ejército mostró al emisario el retrato de la hermosa esclava diciendo:
«¡Esto es lo que quiero! Y más vale que la obtenga enseguida porque no dudo en
alcanzar la victoria».
Cuando fue informado de ello, el sha de Mosul exclamó:
«¡No soy un idólatra! ¡Nada me importan las apariencias, pues lo que yo busco es
la verdad!».
Así, para evitar el derramamiento de la sangre de los fieles, el sha sacrificó a su
hermosa esclava. Pero, cuando el emisario condujo a esta última ante el jefe del
ejército, éste se enamoró de ella al instante.
El amor es un océano y los cielos no son sino su espuma. Sabe que los cielos
giran por efecto del amor. Sin él, el corazón del universo se convertiría en un bloque
de hielo. ¿Cómo, sin él, se transformaría en vegetal una cosa inanimada y cómo, sin
él, sería sacrificado ese vegetal por un ser animado? Sin él ¿cómo sería el espíritu, el
secreto de aquel aliento que fecundó a Myriam (María)?
Nuestro valiente guerrero tomó, pues, ese pozo por un camino. Esta tierra árida le
gustó y empezó la siembra. Pero cuando un hombre fornica en sueños con una mujer,
al despertar comprende y empieza a lamentarse diciendo: «¡Ay, he derramado mi
agua en la vanidad!».
Nuestro héroe según la carne no era, pues, un verdadero héroe y disipaba su
semilla en el desierto. El caballo del amor ha tomado el bocado entre los dientes y no
teme a la muerte. Va diciendo: «¡Ya no reconozco sultán, pues mi obra es el amor!».
Cuando un león ve su reflejo en un pozo, lo ataca y acaba por caer en el pozo. Es
preciso que el hombre no esté en intimidad con la mujer, pues el hombre y la mujer
son como el fuego y el algodón. Para que un fuego semejante siguiera siendo
inocente, sería preciso que, como el de José, fuese regado con el agua de la verdad.
En el camino de regreso, el valiente guerrero estableció su campamento en un
bosque. Estaba tan dominado por el fuego del amor que no distinguía ya la tierra del
cielo. Entrando de nuevo en su tienda, se precipitó al encuentro de la hermosa
esclava.
En un instante así ¿qué es de la razón? ¿Qué es del miedo al sultán? Cuando el
deseo carnal redobla el tambor, la razón se derrumba. Y nuestros ojos ofuscados
consideran al sultán como si fuese un mosquito.
Así pues, el valiente guerrero se aligeró la ropa y se tendió al lado de la bella
esclava. En el mismo instante en que su miembro alcanzaba su forma acabada, estalló
un gran ruido en el exterior. Nuestro héroe se levantó apresuradamente, se apoderó de
su espada y salió de su tienda. Allí vio un león que provocaba el pánico entre los
soldados. Los caballos huían derribando las tiendas a su paso. El guerrero se puso sin
temor ante el león y le cortó la cabeza de un solo tajo con su espada. Después, se
volvió a la tienda junto a la bella esclava, que estaba llena de admiración por su valor.
Pero el miembro del guerrero, que había permanecido en erección durante su combate
con el león, se ablandó de pronto cuando la tomaba en sus brazos.
Nuestro héroe ha perdido el camino recto a causa de una falsa aurora. Como un
mosquito, se ha ahogado en una olla de leche. Bastaron unos días para que
experimentara remordimientos: por temor al sultán, hizo jurar a la hermosa esclava
que no revelaría su secreto.
Cuando el sultán vio a la esclava, quedó enajenado.
«¿Se ha visto nunca algo semejante? exclamó. ¡No puedo creer lo que veo! ¡Esto
supera todo lo que me habían referido!».
¿De qué sirve poseer el Oriente y el Occidente si todo esto es tan efímero como el
relámpago? El sultán, lleno de deseo, condujo a la hermosa esclava a su habitación
con el fin de consumar el acto de amor. Pero, mientras que estaba sentado entre las
piernas de esta última, un incidente vino a cortarle el camino del placer. Se oyó el
ruido de un ratón y su miembro se ablandó de repente sin que pudiese remediarlo.
Temía, en efecto, que fuese alguna serpiente disimulada en la paja del lecho.
A la vista de esta repentina debilidad, la bella esclava se echó a reír, pues
recordaba al valiente guerrero cuyo miembro había permanecido firme durante el
combate con el león. Fue así presa de una risa irreprimible. Y su risa era como una
marejada que hizo entrar al sultán en una violenta cólera. Desenvainó la espada:
«Dime la verdad, exclamó. Tu risa ha puesto la duda en mi corazón. Si me ocultas
algo, te cortaré la cabeza. Si hablas, serás libre y feliz».
La esclava se vio, pues, obligada a contar su unión con el guerrero durante su
viaje y también la causa de su risa: ¡la comparación entre el miembro del guerrero
frente a un león y el del sultán frente a un ratón!
No siembres mala semilla pues, un día, germinará y aparecerá a plena luz. El
sultán comprendió de golpe todas las injusticias que había cometido con el único fin
de poseer a esta esclava y se arrepintió ante Dios diciendo:
«He deseado a la mujer del prójimo. ¡He forzado la puerta del prójimo y alguien
ha forzado mi puerta! Lo que he querido hacer a otros, eso me ha sucedido a mí como
castigo. He robado la esclava del sha de Mosul y me la han robado a mí. He
traicionado y he sido traicionado. Si me vengo, dominado por la cólera, eso recaerá
sobre mí, pues soy la fuente de todo lo que acaba de suceder. ¡Oh, Dios mío,
perdóname! ¡Perdóname!».
Después, dijo a la esclava:
«Que todo esto quede entre tú y yo. Te daré a ese valiente guerrero pues, con su
mala acción me ha hecho un bien inmenso».
Hizo venir al guerrero y le dijo:
«Esta esclava ha dejado de complacerme, pues su presencia entristece a la madre
de mi hijo. ¡Como has arriesgado tu vida por ella no puedo hacer otra cosa que
entregártela!».
La entregó, pues, al guerrero y decapitó así su ira y sus deseos.
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