Una vez un huichol quiso roturar un pedazo de tierra para sembrar
en él; pero los árboles que cortaba cada día aparecían crecidos de nuevo
a la mañana siguiente.
Al quinto día quiso descubrir a qué se debía tan extraño suceso, y
después de haber cortado algunos cuantos árboles, esperó. Al poco rato
salió de la tierra una viejecita con un cordón en la mano que, apuntando
con su vara a los cuatro puntos cardinales, hizo que nacieran de nuevo
todos los árboles cortados. Era la anciana Nacahué la diosa de la Tierra,
que hace brotar la vegetación. Después se dirigió al huichol y le habló;
le dijo que su trabajo era inútil, pues antes de cinco días tendría lugar
un gran diluvio, cuya aproximación se adivinaría por un viento fuerte
que le haría toser. Le aconsejó que se fabricase una caja de madera,
que guardase en su interior cinco granos de maíz de cada color; cinco
semillas de frijol, también de distintos colores; cinco sarmientos de calabaza,
para alimentar el fuego y una perra prieta, y que se encerrase
después en ella con todo. Así lo hizo el indio y la propia vieja cerró la
tapa, sentándose después encima con una guacamaya en el hombro.
Todo sucedió como Nacahué había anunciado. Durante cinco años
la caja flotó sobre el agua en todas direcciones y al sexto comenzó a
descender, deteniéndose sobre una montaña, cerca de Santa Catalina,
donde puede verse todavía.
Cuando el huichol salió de la caja la tierra seguía cubierta de agua;
pero las guacamayas la separaron con sus picos en cinco mares. El suelo
pudo secarse y de nuevo se cubrió de vegetación.
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