Un pájaro sobrevolaba un prado. Allí, un cazador, oculto en la hojarasca, había
tendido una trampa con unas semillas como cebo. El pájaro se posó muy cerca y dijo
al cazador sin verlo:
«¿Quién eres? ¿Qué haces, cubierto de hojas, en este prado lleno de animales
salvajes?».
El cazador respondió:
«Soy un hombre piadoso que ha abandonado el mundo y se satisface con algunas
plantas que lo rodean. La muerte de mis vecinos ha sido una lección para mí. He
abandonado todos mis bienes. Puesto que en el último día estaré solo y estoy
destinado a la tumba, he pensado que valía más consagrarme a buscar la cercanía del
Dios único. Siempre han sido nuestros padres los cuatro elementos naturales, pero
nosotros sentimos inclinación por los padres efímeros.
—Es un error retirarse a la soledad, dijo el pájaro. Es preferible tomar con
paciencia los tormentos que os inflige la gente de mal carácter. ¡Hay que hacerse útil
al prójimo, como una nube!
—¡Tu discurso no tiene sentido! dijo el cazador, pues la soledad vale más que una
mala compañía. El que no piensa más que en su subsistencia no vale más que un
cadáver y su compañía es la verdadera soledad».
El pájaro:
«Sólo puede haber combate si te cierran el camino. Y el valor se manifiesta
cuando se cruza uno con sus enemigos».
El cazador respondió:
«Eso es verdad si se es bastante fuerte para evitar la maldad. ¡Si no, más vale
retirarse!
—¡Te falta la fidelidad del corazón! dijo el pájaro. Si eres amable, tus amigos son
numerosos. Si la oveja se aleja del rebaño, es una ocasión para el lobo. Aunque te
hayas resguardado del lobo, no te creas seguro si no estás rodeado de amigos. Si las
paredes no estuvieran unidas unas a otras, ninguna casa tendría techo. Si la pluma no
fuera amiga del papel, no se transmitiría palabra alguna».
Millares de secretos fueron intercambiados así entre el pájaro y el cazador.
Finalmente el ave preguntó:
«¿De quién son estos granos de trigo?
—Me los ha confiado un huérfano, dijo el cazador. Soy, en efecto, protector de
los huérfanos.
—Estoy en un trance difícil, dijo el pájaro. Tengo tanto apetito que me comería
un cadáver. ¡Oh, hombre virtuoso! ¡Permíteme comer algunas de esas semillas!
—¡Si las comieras sin necesidad, sería entonces un pecado! dijo el cazador. Si
realmente estás en un estado de necesidad suprema, entonces tienes que entregar una
prenda».
El pájaro, lleno de deseo, se lanzó sobre las semillas y fue capturado al instante
por la trampa. Ante su impotencia, se puso a llorar.
¡Oh, tú, que lloras! ¡Llora antes de tu muerte y no después!
El pájaro exclamó:
«¡Esta es la recompensa de los que se dejan seducir por los sortilegios de los
ascetas!».
El cazador le replicó:
«¡No! ¡Esto es más bien lo que sucede a los que se comen el pan de los
huérfanos!».
El pájaro se lamentó y sus lamentaciones hicieron temblar al cazador y su trampa.
«¡Oh, Amado! decía, mi corazón está roto por todas estas paradojas. Acaríciame
la cabeza. ¡Aunque sea indigno de ello, dígnate venir a preguntar por mi estado!».
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