miércoles, 6 de marzo de 2019

LOS BEYES

Un día, los beyes, dominados por los celos, dijeron al sultán:
«Eyaz no es más inteligente o más dotado que cualquiera de nosotros. ¿Cómo es
que tus favores hacia él son tan grandes?».
Algún tiempo después, el sultán salió de caza, acompañado de sus treinta beyes.
Llegados a una montaña desértica, vieron a lo lejos una caravana. El sultán dijo a uno
de sus beyes:
«Ve a ver a esas gentes y pregúntales de dónde vienen».
El bey partió a toda prisa y volvió poco después para decir al sultán:
«¡Vienen de la ciudad de Rey!
—¿Y adónde van?» preguntó el sultán.
El bey no supo qué responder. Así que el sultán despachó a otro de sus beyes para
que fuese a informarse. Cuando éste volvió, dijo:
«¡Van en dirección al Yemen!
—¿Cuál es la naturaleza de su carga?» preguntó el sultán.
El bey no pudo responder y el sultán envió a otro de sus beyes para que lo
preguntase. Cuando volvió, dijo al sultán:
«¡Transportan tazones de barro cocido, fabricados en Rey!
—¿Y cuándo salieron de la ciudad?» inquirió el sultán.
Así, por turno, cada uno de los treinta beyes volvió ante el sultán con
informaciones incompletas. Entonces el sultán les dijo:
«Un día, con el fin de probarlo, pedí a Eyaz que fuese al encuentro de una
caravana para saber su procedencia. Y él, sin que yo hubiese tenido que hacerle
treinta preguntas, ¡volvió con todas las respuestas que os han costado treinta idas y
venidas!».
Los beyes dijeron al sultán:
«Una cosa así es un don de Dios y no puede adquirirse por el trabajo. El color y el
perfume de la rosa son también dones de Dios».
El sultán replicó:
«El hombre es responsable de sus pérdidas y de sus ganancias. Si no, ¿por qué
habría pedido perdón Adán a Dios al reconocer su falta? Habría dicho simplemente:
“Esto es mi destino. ¡Si he cometido un pecado, es que tú me has impulsado a ello!”.
Quien tiene los pies y las manos atados ¿podría pensar en lanzarse al océano o en
salir volando? ¿Podría dudar entre un viaje a Mosul o a Babel? ¡No invoquéis al
destino para disculparos!».
No cargues a otro con tu propia falta. ¡Cuando comes demasiada miel, no es otro
el que sufre convulsiones y cuando trabajas toda la jornada, no es otro el que cobra la
paga por la noche!

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