domingo, 24 de marzo de 2019

Muley Hacén y la pérdida de Granada

En el año 1481, infringiendo algunos pactos y derrotando al ejército cristiano, el rey
de Granada, Muley Hacén, conquistó y asoló Zahara. Entre todo el botín eligió como
joya más valiosa a una hermosa dama llamada Isabel de Solís, y regresó con ella a
Granada llevándola sentada en la grupa de su propia cabalgadura.
Se dice que, al entrar su ejército victorioso en Granada, entre retumbar de atabales
y música de cornetas y chirimías, un viejo alfaquí con fama de adivino lanzó un
funesto vaticinio, anunciando que las ruinas de Zahara caerían sobre Granada y que
sus soberbias mezquitas y sus floridos cármenes acabarían siendo hollados por la
impura planta del infiel. Y se dice también que aquello contrarió mucho al rey, que
quiso castigar al alfaquí, pero que no pudo encontrarlo.
El rey Muley Hacén ya no era joven, y la cautiva se convirtió en el centro de
todos sus pensamientos y deseos amorosos. Sin duda encontró en ella respuesta
favorable y hasta apasionada, de modo que rey y cautiva vivieron con plenitud un
amor que fue la admiración de su tiempo y suscitó muchas controversias, y luego
sangrientas guerras, entre los granadinos. La entrega de la cautiva al rey era tan
sincera que pronto abjuró de su religión originaria para convertirse al islamismo, y
recibió el nombre de Zoraya.
Frente a los abencerrajes, notables que veían con disgusto e inquietud la presencia
de aquella mujer en la corte y su intimidad con el rey, los zegríes y gomeles, algunos
de los cuales provenían de ciertos linajes cristianos, la apoyaron sin titubeos. Y
resultó que Zoraya empezó a ser importante para el rey, no solo en su vida
sentimental, sino en ciertos asuntos de la gobernación.
El adversario más temible de la nueva enamorada real era la primera esposa de
Muley Hacén, doña Aixa, conocida como la Horra, «la honesta», dama muy orgullosa
de su estirpe y de carácter sólido y voluntarioso, que intentaba afianzar lo más posible
en el poder al futuro heredero de la corona, Boabdil, hijo también de Muley Hacén.
La desconfianza de doña Aixa hacia Zoraya, a quien consideraba culpable del
olvido en que el rey la había puesto a ella, se acrecentó con la noticia de que Zoraya
esperaba un hijo, pues le hizo comprender que ese hijo sería un rival en la sucesión de
la corona si además era apoyado por aquella importante facción de súbditos que
representaban zegríes y gomeles.
De aquellas desconfianzas nacieron conspiraciones. Los abencerrajes eran
partidarios de doña Aixa y de Boabdil, y pronto se produjeron lances violentos entre
las familias adversarias. Muley Hacén intentó detener el progresivo enfrentamiento y
ordenó que doña Aixa y Boabdil no saliesen de su residencia. Una grave insurrección
de los abencerrajes, que el rey logró sofocar, fue luego castigada por él con el
degüello de muchos, lo que enconó aún más la situación. Doña Aixa y Boabdil fueron
al fin liberados por sus partidarios y la guerra civil se generalizó.
Se dice que algunos consejeros muy cercanos al rey, conociendo la gravedad de
los sucesos, que tanto perjudicaban a los árabes en beneficio de los reyes cristianos,
intentaron sugerir con mucha prudencia a Muley Hacén que se apartase de Zoraya,
sobre todo a la hora de tomar las decisiones que tan graves efectos tenían en los
asuntos del reino. Sin embargo, el amor de Muley Hacén seguía siendo tan
apasionado como el primer día y no quiso escucharlos.
Se sucedieron muchos sucesos importantes, como la huida de Muley Hacén, la
captura de Boabdil por los cristianos y su costoso rescate, y la guerra sin cuartel entre
los seguidores del padre y los del hijo, en que Muley Hacén recibió la ayuda de su
hermano, Abdallah el Zagal, señor de extensas tierras y capitán de numerosos
soldados.
El rey, sintiéndose viejo y enfermo, abdicó en su hermano Abdallah, lo que dobló
la furia de Aixa la Horra y mantuvo, violenta, la guerra civil, una guerra fratricida en
que los contendientes llegaron a valerse de la ayuda de los cristianos para castigar a
sus adversarios, aunque pertenecían a su mismo pueblo y tenían su misma fe. Sin
embargo, los contendientes estaban cada vez más exhaustos y el cerco de los ejércitos
cristianos era implacable. Al fin, Abdallah el Zagal rindió sus hombres y sus estados
a los reyes Isabel y Fernando, y la resistencia de Boabdil acabó pronto y debió
rendirse también.
Se cumplió la profecía que el viejo alfaquí había pronunciado cuando Muley
Hacén tomó Zahara, y las plantas de los cristianos hollaron las mezquitas y los
jardines de los árabes, porque su reino en España había llegado a su fin. Para el
recuerdo de los siglos venideros, Boabdil recibiría el sobrenombre de Desventurado.
Isabel de Solís, con los hijos nacidos de su unión con Muley Hacén, recibió de
nuevo el bautismo, pues los sacerdotes cristianos entendieron que su anterior
abjuración había sido forzada.
En general, los narradores no dudan de la verdad y pasión de los amores entre
Isabel de Solís y Muley Hacén. No obstante, algunos cronistas árabes insinúan que la
dama, tan cercana al rey de Granada, señora de su intimidad en tiempos cruciales
para el destino del reino, fue el arma más demoledora con que contaron los cristianos
para confundir, debilitar y por fin abatir el poderío del último reino árabe en la
península.
La verdad solo puede saberla Dios, el Clemente, el Misericordioso.

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