sábado, 16 de marzo de 2019

El ave chajá (mito guaraní)

Yací, la Luna, al bajar a la Tierra, suele tomar la forma de una mujer.
Lo hace para poder observar de cerca la actuación de los seres humanos,
y así saber cuál es el bueno y cuál es el malo. Luego le informa al
dios Tupá lo que ha visto, y lo que se merecen el uno y el otro.
En una calurosa tarde, Yací, acompañada por un gracioso niño, descendió
al mundo de los hombres. Largo rato caminaron por la selva;
pero la sed los torturaba, sobre todo al niño. Ya se sabe que cuando la
Luna o cualquier divinidad adquiere la forma humana, sienten las mismas
necesidades que los seres humanos.
Siguieron caminando, y Yací descubrió a dos muchachas lavando en
un arroyo. Se les acercó y les pidió agua, pero ellas se la negaron. La
Luna se alejó, aunque el niño lloraba por la sed.
No anduvo mucho Yací, porque las dos muchachas la llamaron
para darles el agua: se la brindaban en una calabaza. La Luna, Yací, se
aproximó, probó pero no la pudo beber, porque las jóvenes para burlarse
le daban agua enjabonada.
Yací, muda de espanto, levantó los ojos al cielo: pedía el castigo de
Tupá para las dos muchachas. De pronto, apareció un ayurú, que era el
mensajero celestial.
El ayurú habló a la Luna:
-Allí hay un manantial -y señaló una fuente que acababa de brotar
entre los árboles.
Bebió primero el niño; mientras el ayurú increpaba a las azoradas
jóvenes:
-Y para ustedes, malvadas, he aquí el castigo de Tupá -y diciendo
esto, las jóvenes fueron perdiendo la forma humana hasta convertirse
en aves. Una de ellas intentó hablar; pero sólo alcanzó a decir:
-¡Cha-já!
De esta manera se alejaron chillando.

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