lunes, 25 de marzo de 2019

EL ALTAR DE ORO DE LA IGLESIA DE SAN JOSÉ

En la iglesia de San José, en la ciudad de Panamá, hay un altar de oro que tiene más de tres siglos. Es más antiguo que la iglesia en donde se levanta, habiendo sobrevivido al bandolerismo del pirata Henry Morgan y al incendio que destruyó la primera ciudad de Panamá. 
Hace trescientos años el altar estaba en otra iglesia de San José. Llegó un día a la ciudad la noticia de que el barco de Henry Morgan estaba por saquear la ciudad para apoderarse de todos sus tesoros. Los sacerdotes y hermanos de las iglesias recibieron la orden de esconder todo objeto de valor. Pero en la iglesia de San José se les presentó un problema: el hermoso altar de oro era demasiado grande para esconder. Por último, uno de los clérigos tuvo una idea. Sugirió que se pintara el altar para que pareciera un objeto sin valor. Con ayuda de algunos vecinos de Panamá, los sacerdotes juntaron arcilla y hierbas y con ellas hicieron una rústica pintura. Aun cuando Henry Morgan estaba entrando a puerto, los sacerdotes seguían pintando el altar con la mezcla de barro y hierbas. Toda la noche pintaron y terminaron solo cuando despuntó el sol. Con las primeras luces del alba, los bucaneros de Henry Morcan desembarcaron y a los pocos minutos estaban golpeando las puertas de la iglesia de  San José. 
Cuando entraron registraron cuarto tras cuarto, pero no pudieron encontrar nada de valor, ni dinero, ni objeto de plata u oro. Henry Morgan en persona se acercó al altar y vio a un viejo sacerdote que, sin prestar atención a la invasión, daba unos toques de pintura al altar. 
–Qué pintura más extraña y fea usas –le dijo Henry Morgan–. ¿Por qué no usas pintura al óleo? 
El sacerdote dejó de trabajar para responder al pirata: 
–Somos muy pobres –contestó–. No nos alcanza el dinero para lujos semejantes. La pintura que usamos la hacemos con nuestras propias manos con la tierra de Panamá. 
Entonces, según cuentan, Morgan hizo algo asombroso. Metió la mano en el bolsillo y sacó un puñado de monedas de plata que entregó al sacerdote. 
Toma –le dijo– y compra pintura al óleo para la iglesia. . 
Cuando Henry Morgan y sus hombres abandonaron la-iglesia, los sacerdotes, los hermanos y los vecinos de la ciudad cayeron de rodillas para agradecer a Dios por haber salvado el altar. 
Pero los piratas continuaron buscando botín en todas partes. Y esa noche, cuando se retiraron al navío, pusieron fuego a la ciudad. El incendio corrió en todas direcciones y se convirtió en un verdadero infierno. La gente huyó despavorida para refugiarse en donde pudiera. Desde el campanario de la iglesia de San José los sacerdotes veían llegar las llamas. Como no sabían qué hacer, se quedaron sencillamente esperando y orando para que el fuego se apagara antes de llegar a la iglesia. Cuando por fin ya no quedaba la menor esperanza de que la iglesia se salvara, colocaron una estatua de San José en el altar de oro y, llevándose todo lo que pudieron, abandonaron el templo. 
El incendio que había prendido Henry Morgan quemó la mayor parte de la ciudad de Panamá. Cuando comenzó a apagarse, la gente volvió a inspeccionar las humeantes ruinas. Los sacerdotes encontraron que la iglesia de San José se había quemado en parte. Pero el altar de oro, cubierto con la fea pintura hecha con barro y hierbas, estaba intacto. Entonces, cuando se volvió a construir la nueva iglesia de San José, el viejo altar presidió su nave, en donde permanece hasta el día de hoy. 

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