En los mismos días en que el leonés Alfonso VI, viudo de su quinta mujer, conquistó
Toledo, recibió un mensaje de doña Zaida, hija del rey de Sevilla, Al Mutamid, que
era señora de Cuenca, Ocaña, Uclés y Consuegra.
Esta dama, de la que los narradores dicen que era doncella de gran hermosura y
de mucha sabiduría y virtud, se había enamorado del rey Alfonso solo por escuchar
los relatos de su apostura, caballerosidad y condiciones de invencible guerrero, y
quería conocerlo.
El rey, que también había oído hablar de las cualidades de la princesa mora, se
dispuso a vivir aquella aventura y, acompañado de un puñado de caballeros escogidos
para defenderse de cualquier traición, acudió al lugar de la cita, que unos dicen que
fue Consuegra, otros que Ocaña o Cuenca.
Parece que, en aquel encuentro, quedaron muy satisfechos el uno del otro, hasta el
punto de que concertaron nuevas citas. Su mutua complacencia amorosa fue tanta que
decidieron casarse para vivir juntos. Alfonso puso como condición que la princesa se
bautizase en la fe cristiana y ella la cumplió, tomando el nombre de María.
Aquella boda hizo que el rey don Alfonso entrase en muy buenas relaciones con
el rey de Sevilla, Al Mutamid, convertido en su suegro, y éste le aconsejó que, para
sujetar mejor a los demás árabes de la península y obligarlos a tributar, llamase en su
ayuda a los nobles guerreros almorávides, que tenían como jefe a Jusuf ben Tachufin,
el Miramamolín. Así lo hizo Alfonso, y el Miramamolín vino a España con un
ejército de sus guerreros. Sin embargo, cuando los almorávides llegaron a España, los
nobles árabes, que estaban descontentos de los amores y la boda de doña Zaida con
don Alfonso, y de la conversión de aquélla a la fe cristiana, intrigaron hasta conseguir
que los almorávides se uniesen al resto de los moros para enfrentarse a don Alfonso y
a Al Mutamid. Así, les dieron guerra, y en una de las batallas pereció Al Mutamid a
manos de un guerrero almorávide llamado Abd Allah, lo que dolió mucho al rey
cristiano.
Don Alfonso, deseoso de vengar la muerte de su suegro, que había apenado
mucho a doña Zaida, y de castigar a aquellos guerreros desleales, los atacó muy
ferozmente, logrando capturar a Abd Allah y a otros muchos nobles, a los que
descuartizó y quemó muy a la vista del resto del ejército árabe, que pidió la paz y
entregó a don Alfonso mucho oro y plata, piedras preciosas y otras riquezas.
Y el Miramamolín regresó a Marruecos con los suyos y no se atrevió a volver a
España en vida de don Alfonso VI, Imperator totius Hispaniae.
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