domingo, 24 de marzo de 2019

Doña Urraca y don Alfonso el Batallador

Doña Urraca era casi una niña cuando Alfonso VI se la dio como esposa a Raimundo
de Borgoña, con el reino de Galicia, mientras el legítimo rey, don García, languidecía
recluido en el lóbrego castillo de Luna.
Frente a la malquerencia general de los gallegos, don Raimundo encontraría
apoyo en el obispo de Santiago, Diego Gelmírez. Sin embargo, Raimundo murió y su
viuda se hizo cargo del señorío de Galicia, primero, y luego, a la muerte de Alfonso
VI, del reino de León. La reina consolaba su viudez en brazos del apuesto conde
Gómez González, pero las exigencias del buen gobierno le obligaron a casarse con el
aragonés Alfonso I.
El matrimonio disgustó profundamente al obispo Gelmírez y a los nobles
gallegos, a los partidarios de los hijos de Urraca y Raimundo, y a muchos nobles
aragoneses, lo que llenó el enlace de malos augurios. La boda se celebró en época de
vendimia, y la misma noche de la ceremonia cayó una helada tan rigurosa que las
esperanzas de vino menguaron mucho, y el que al fin se consiguió resultó muy malo,
lo que se consideró una señal aciaga.
El caso es que hubo rebelión en Galicia y que el rey aragonés la reprimió con el
mismo empuje con que se enfrentaba a los adversarios árabes. Los enfrentamientos
políticos se empezaron a reflejar en la vida matrimonial. La leonesa Urraca daba a su
real esposo el apelativo de Celtíbero, por considerarlo muy tosco y bárbaro. Con
ocasión de la toma de la fortaleza gallega de Monterroso por los aragoneses, el rey
Alfonso apuñaló al noble Prado, uno de los rebeldes, a pesar de que la reina lo había
cubierto con su manto para mostrar su protección.
La desavenencia llegó a tal punto que el rey Alfonso confinó a su esposa en un
castillo de Soria, recién reconquistada. La reina, para entretener su soledad, hacía que
todos los días le cantase romances y canciones un joven y apuesto trovador llamado
Pedro, hijo del alférez mayor don Ato Garcés. Éste, con ocasión de visitar el castillo,
encontró a la reina y al joven Pedro en muy amoroso coloquio.
El doncel trovador fue alejado de la reina, pero ella era al parecer mujer muy
seductora, y envió mensajes secretos a dos ricohombres que estaban enamorados de
ella, don Pedro González de Lara y don Gómez, conde de Candespina, solicitando su
ayuda para escapar de la fortaleza. Los dos nobles decidieron aunar sus esfuerzos y
dejar a la elección de la reina quién de ellos sería el galardonado con el dulce premio
que sin duda merecería su empresa, y una noche sin luna llegaron a la fortaleza,
escalaron los muros sin ser advertidos y consiguieron liberar a doña Urraca, que en su
huida prefirió montar en la grupa del caballo de don Pedro González de Lara.
Cuando don Alfonso conoció la evasión de su esposa, persiguió a los fugitivos,
dándoles alcance en tierras de Sepúlveda. Don Pedro, con su real rescatada, consiguió
huir camino de León mientras el conde de Candespina protegía su huida
enfrentándose a don Alfonso, que al fin logró derrotarlo, atravesándole el corazón
con su lanza.
Doña Urraca solicitó el divorcio de Alfonso, que fue concedido por un Concilio
en León y luego por el papa, y se hizo nombrar totius Hispaniae Imperatrix. Luego
declaró a su hijo Alfonso sucesor del reino y se enfrentó al que había sido su marido
en violentos combates, con lo que logró contener los ambiciosos deseos de Alfonso
de conquistar los territorios que correspondían a la corona de Castilla y León. El rey
Alfonso buscó entonces por otras partes la expansión de su reino, y con tanto ardor
presentó batallas y buscó guerras que fue conocido con el sobrenombre de el
Batallador.

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