La conquista de la isla de Mallorca es la primera gran gesta de Jaime I el
Conquistador, rey de la Corona de Aragón, y sin duda uno de los actores principales
de este libro. Después de su nacimiento «milagroso», cuya leyenda hemos visto en un
capítulo anterior, fue educado en el castillo de Monzón por los templarios tras la
muerte de su padre Pedro I el Católico. Los nobles catalanes y aragoneses
aprovecharon su minoría de edad para ganar privilegios creando un clima de tensión
en el país que culminó con la coronación del infante Jaime como rey a los 17 años de
edad, el 8 de septiembre de 1218.
El nuevo rey decidió canalizar la belicosidad de sus nobles hacia el exterior
buscando un motivo por el que luchar y un enemigo común que batir. La expedición a
Mallorca era una buena oportunidad para plantear a sus vasallos un objetivo común
aprovechando el momento de debilidad que vivía Al-Andalus, pues todavía se
recordaba la aplastante victoria de las Navas de Tolosa contra los almohades.
También existía el antecedente de una campaña de castigo contra la piratería
mallorquina organizada por el conde de Barcelona Ramón Berenguer III en 1114.
El rey Jaime I el Conquistador reunido con los representantes de la Iglesia y la burguesía catalana. En las Cortes,
el monarca conseguía la colaboración de amplios sectores de las clases sociales más poderosas para financiar
sus campañas a cambio de la concesión de privilegios. Miniatura del Libro Verde de Barcelona (siglo XIV) que es
el libro de privilegios más importante del Consell de Cent, la institución medieval para el gobierno de la ciudad
condal.
Las crónicas de Bernat Desclot y el Llibre dels feits, dictado por el propio rey
Jaime I, son las mejores fuentes cristianas para conocer la expedición de Mallorca:
ambas las conocemos desde que vimos la leyenda del nacimiento de Jaime I. Entre
las fuentes musulmanas destaca la crónica del siglo XIII Kitab Tarih Mayurca, obra
del historiador y poeta Ibn Amira Al-Mahzumi. A través de ellas veremos cómo la
conquista de Mallorca esconde varias leyendas asociadas a los hechos que empañan
la prestigiosa actuación de los soldados cristianos y que contamos a continuación.
El 5 de septiembre de 1229 una flota de 150 naves partió de los puertos catalanes
de Salou, Cambrils y Tarragona con el objetivo de arrebatar Mallorca a los
musulmanes. Las primeras dificultades de navegación surgieron con el viento de
levante y las olas que atemorizaron a una tripulación inexperta. El rey, que no era un
buen patrón, rezó para salir de aquel aprieto, como él mismo cuenta en el Llibre dels
feits. Al llegar a la costa de Santa Ponça, cerca de la bahía de Medina Mayurca, actual
Palma de Mallorca, un joven musulmán llamado Alí se acercó nadando para
entrevistarse con el Jaime I. Alí se mostró amable con el monarca y le informó sobre
los puntos débiles del gobernador almohade Abû Yahya, que administraba la isla
atemorizando a sus vasallos con la fuerza de la armas. Según el cronista Bernat
Desclot, la madre de Alí había visto en los astros que aquel rey venido del mar sería
el nuevo amo de Mallorca.
Unos días más tarde, el 11 de septiembre, el ejército andalusí se desplegó en la
sierra de Porto Pi, tomando una situación ventajosa en un lugar por el que habían de
pasar forzosamente las tropas cristianas si querían ir hacia Medina Mayurca. La
batalla de Porto Pi tuvo lugar al día siguiente, y pocas horas antes los nobles
Guillermo de Montcada y Nuño Sánchez discutieron para decidir quién de los dos
lideraba la vanguardia de las tropas, ya que ninguno quería asumir un honor tan
peligroso. La batalla se desarrolló en un gran desorden, la caballería de la vanguardia,
liderada por Guillermo de Montcada, se internó excesivamente entre las fuerzas
musulmanas y quedó rodeada, encontrando la muerte sus integrantes. De las crónicas
de Bernat Desclot y el Llibre dels feits se deduce que el valor de los soldados
cristianos dejó mucho que desear, el rey tuvo que insistir varias veces a sus hombres
que avanzaran y ante la pasividad de sus tropas por entrar en combate dijo varias
veces: «¡Vergüenza, caballeros, vergüenza!». El Llibre dels feits describe cómo el
mismo Jaime I recriminó a uno de sus mejores caballeros, Guillermo de Mediona,
que «por tan poca cosa un caballero no abandona», después de que se retirara de la
batalla porque una pedrada le había hecho sangre en el labio.
La superioridad militar de los catalano-aragoneses les proporcionó la victoria,
pero era evidente el desorden y la falta de disciplina en las tropas de Jaime I. Cuando
el ejército musulmán se batió en retirada el rey quiso perseguirlo, pero sus caballeros
le pidieron que se detuviera para rendir un homenaje a los nobles muertos en
combate, un dudoso alarde de respeto por los difuntos.
El asedio de Medina Mayurca se convirtió en un auténtico duelo de ingeniería con la utilización de armas de
artillería que lanzaban piedras con gran precisión y la construcción de minas subterráneas para hundir las
murallas de la ciudad. Fresco del siglo XIII conservado en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
El asedio de la capital Medina Mayurca se preveía largo debido a las fuertes
murallas que protegían la ciudad. La guerra psicológica tuvo un peso específico en
ambos bandos y el honor de las leyes de caballería quedó para mejores tiempos: los
musulmanes colocaron prisioneros sobre la muralla para evitar su bombardeo y los
soldados del rey Jaime arrojaron 400 cabezas de cautivos decapitados para aterrorizar
a los asediados. El gobernador Abû Yahya vio que la rendición era cuestión de días y
negoció una salida pacífica al conflicto, pero los nobles catalano-aragoneses no
estaban dispuestos a renunciar al suculento botín que prometía el saqueo y
presionaron al rey para que no aceptara las condiciones propuestas por los
musulmanes.
Pasaron las semanas, y a finales de diciembre los cristianos preparaban el último
asalto. Jaime I reunió a sus soldados y les hizo jurar que no retrocederían si no
estaban heridos de muerte. En la misa antes del combate, los soldados se abrazaron y
lloraron seguros de que morirían al día siguiente. El 31 de diciembre empezó la lucha
final y los actos de cobardía se repitieron de nuevo. Al pasar por la puerta de la
ciudad los peones no sacaban el brazo por encima de su escudo por miedo a que los
asediados les cortasen la mano, pero finalmente Medina Mayurca fue tomada por los
cristianos.
El Llibre del feits cuenta cómo los defensores musulmanes de la ciudad que
sobrevivieron al asedio aseguraban haber visto a san Jorge a caballo con una
armadura blanca resplandeciente liderando el ataque de los caballeros cristianos. La
aparición provocó el desconcierto y la retirada en masa de los musulmanes de sus
puestos de combate, facilitando la toma de la ciudad al ejército de Jaime I.
Seguramente, lo que sucedió fue que el pánico se desató por la visión de la caballería
pesada, con sus enormes lanzas, dirigida por un caballero con una armadura blanca,
pues entonces era un color que distinguía a quien lo llevaba como miembro de la alta
sociedad. De ser así, la leyenda de la aparición de san Jorge podría atribuirse al
caballero aragonés Juan Martínez de Eslava, que fue el primero en cruzar la puerta de
entrada de la ciudad. Otras apariciones similares habían sucedido por entonces, como
la visión del apóstol san Jaime por la caballería cristiana en la batalla de las Navas de
Tolosa, cuyas leyendas asociadas acabamos de ver en este capítulo.
La furia y la venganza de los soldados catalano-aragoneses cayeron sobre Medina
Mayurca. La ciudad fue saqueada por espacio de siete días sin respetar a nada ni a
nadie, la masacre fue horrorosa y unas 20.000 personas fueron pasadas a cuchillo.
Los episodios de codicia entre la nobleza se sucedían, y el rey tuvo que comprar al
gobernador Abû Yahya, como si fuera un esclavo, a unos caballeros regateando el
precio hasta las mil libras. Según la crónica musulmana de Ibn Amira Al-Mahzumi,
Jaime I no respetó la promesa de conservar la vida al gobernador Abû Yahya ni la de
su hijo, que fueron torturados y ajusticiados.
Los peones y los caballeros más modestos se rebelaron al ver cómo las clases más
poderosas subastaban los tesoros del botín sin que ellos pudieran llegar a pujar por
ellos. Por si este caos fuera poco, como no todos los muertos pudieron ser enterrados,
una epidemia de peste asoló la hueste catalano-aragonesa causando muchas muertes
entre los soldados. Pero entre tanto, el conde Nuño Sánchez prefirió armar unas
galeras y dedicarse al corso antes que ayudar al monarca a asegurar la conquista de la
isla, desmontando la diplomática justificación de que la expedición se hacía para
castigar a la piratería musulmana.
Jaime I es uno de los reyes más mitificados de la Corona de Aragón, sus hazañas
en la conquista de la isla de Mallorca han recibido un amplio reconocimiento por
parte de la tradición popular y los historiadores han elevado al rey a la categoría de
héroe nacional hasta incluso presentarlo como un modelo de los valores de la
caballería medieval. Pero sus acciones le definieron como un monarca violento y
cruel, no muy diferente de la mayoría de los reyes feudales europeos, que exterminó a
los musulmanes de Mallorca aceptando que su nobleza, ávida de riqueza, se lanzara
al expolio de la isla. Sobre la supuesta heroicidad y valentía de Jaime I, las crónicas
que hemos visto lo presentan siempre mirando los combates a lo lejos y sin participar
de forma directa en ellos.
Actualmente todavía se celebra en Palma de Mallorca cada 31 de diciembre la
fiesta del Estandarte, recordando la victoria de Jaime I sobre el valí de la ciudad de
Medina Mayurca en 1229. La localidad mallorquina de Santa Ponça también
conmemora el desembarco de las huestes del rey Jaime I con una fiesta de moros y
cristianos. Pero estas festividades contrastan con la actitud poco decorosa que
acabamos de ver de las tropas del rey Jaime I durante toda la campaña. Por último no
está de más reseñar que las leyendas sobre las visiones astrológicas de la madre de
Alí o los sucesos sobrenaturales como la aparición de san Jorge, vinculados todos
ellos a la conquista de Mallorca, carecen de toda verosimilitud.
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