El héroe en las fuentes medievales árabes no es un personaje modélico para el lector,
sus acciones están al servicio de Alá, pero no tienen por qué ser modélicas ni suponer
una doctrina como sucede con los héroes cristianos. Un ejemplo es la leyenda del
saqueo de la ciudad de Santiago de Compostela por Muhammad Ibn Abi Amir,
también llamando Al-Mansur o el Victorioso y conocido por Almanzor.
Las fronteras de los reinos cristianos de la península Ibérica hacía tres centurias
que estaban bajo la constante presión militar musulmana. Solo la resistencia de
héroes como el rey Pelayo en Asturias o el conde Wifredo el Velloso en Barcelona,
cuyas leyendas conoceremos más adelante, parecían inquietar alguna vez a los líderes
del Al-Andalus. A finales del siglo X, en época de Almanzor, contemporáneo de
hombres como el papa Silvestre II, los territorios cristianos eran castigados un año
tras otro por sus victoriosas expediciones militares que traían a Córdoba tesoros,
armas, objetos de lujo y esclavos. Los cautivos cristianos eran vendidos y destinados
a los trabajos más duros o, en función de su dignidad, secuestrados a la espera de
cobrar un buen rescate. La capital andalusí era una ciudad lujosa, comparable en
opulencia a Bagdad y embajadores de toda Europa acudían a pedir tratados de paz y
acuerdos comerciales.
Las riquezas y el reconocimiento no eran lo más importante para Almanzor que
estaba dispuesto a llevar la palabra de Mahoma a todos los rincones de la península
Ibérica aunque fuera por la fuerza de las armas. Sus continuas victorias sobre los
reinos cristianos habían extendido la idea de que era un brazo ejecutor de la voluntad
suprema de Alá. La yihad o «guerra santa», prevista por la ley islámica, era el medio
para conseguir sus objetivos.
Los cristianos describen con pánico sus acciones en la Crónica Silense, del siglo
XII:
Lleno de audacia, profanó hasta lo más sagrado, dominó todo el reino e
hizo que le rindiera tributo. Durante esta tempestad, el culto de Dios
desapareció de España, los cristianos perdieron sus glorias y las riquezas de
las iglesias fueron fundidas.
La mezquita de Córdoba fue ampliada por Almanzor en 987. Sus 23.400 metros cuadrados la convirtieron en la
segunda mezquita más grande del mundo durante la Edad Media, solo por detrás de la de La Meca.
La peor humillación para la cristiandad aún estaba por llegar. Almanzor
necesitaba un golpe de efecto dentro de Al-Andalus para superar sus discrepancias
con Subh, la madre del califa Hixam II. No había mejor escaparate que saquear uno
de los centros de culto del cristianismo, la ciudad del Apóstol, Santiago de
Compostela.
Fue en julio de 997 cuando Almanzor ultimó su cuadragésima octava expedición,
esta vez contra Santiago de Compostela. Partió de Córdoba el sábado 8 de ese mismo
mes y en unas jornadas llegó a las ciudades de Coria y Zamora, donde nobles
cristianos se le presentaron como aliados y vasallos. Antes de dirigirse a Santiago de
Compostela decidió someter algunas plazas cristianas del reino de León. Sin gran
resistencia quedaron bajo su control Viseo, Lamego y Braga. Un manto de terror se
extendió por Galicia, no había ningún noble cristiano que osara enfrentarse contra «el
que recibe la victoria de Dios». Las calamidades de los tiempos del rey visigodo
Rodrigo volvían a la mente de los cristianos.
Un miércoles, el 10 de agosto de 997, llegó a las murallas de Santiago. La ciudad
estaba desierta, sus moradores habían decidido abandonarla asustados por las noticias
de la crueldad de Almanzor. Las huestes entraron en la ciudad y se abandonaron al
saqueo. A Almanzor no le interesaban las riquezas, él buscaba algo más importante, y
se dirigió al templo del apóstol Santiago para profanarlo. Entró a caballo en la iglesia
y, al llegar a la capilla, cuenta la leyenda que un rayo cayó a sus pies como amenaza
del Todopoderoso para que no cumpliera su propósito. Almanzor reconoció el aviso,
imploró perdón a Alá y para evitar la profanación del sepulcro puso guardias con el
objeto de que lo protegieran de los saqueos.
El cronista musulmán del siglo XIV Ibn Idari introduce una nueva leyenda que
cuenta cómo se salvó del saqueo el sepulcro del apóstol Santiago. Según sus fuentes,
al llegar a la ciudad desierta Almanzor solo encontró un ermitaño sentado sobre el
sepulcro y le preguntó: «¿Por qué estás aquí?», a lo que el guardián respondió: «Yo
soy familiar de Santiago». Entonces, puede que por respeto o por superstición, el
héroe musulman mandó que nadie hiciera daño al ermitaño y que se protegiera la
tumba de su profanación.
El botín era de lo más apetecible y Almanzor quería llevarse un gran trofeo de tan
significativa victoria. En el siglo XIII la Crónica General del rey Alfonso X el Sabio
narra cómo Almanzor mandó descolgar las campanas del templo de Santiago de
Compostela, que fueron trasladadas a Córdoba a hombros de esclavos cristianos y
utilizadas como lámparas para iluminar la mezquita. También mandó llevar a
Córdoba las puertas del templo para clavarlas como trofeo en el artesonado del
mismo edificio. Aparte de proteger la capilla y el sepulcro del Apóstol, el resto de la
iglesia fue demolida al igual que toda la ciudad, como si esta nunca hubiera existido.
Las fuentes coinciden en afirmar como un hecho histórico que Almanzor llevó
consigo un gran tesoro a Córdoba, pero, al igual que en muchos otros casos, se hace
difícil saber dónde acaba lo verídico y empieza la leyenda con tintes de verosimilitud.
La crónica cristiana del obispo Sampiro, escrita alrededor de 1020, da una
dolorosa versión de los hechos:
Por los pecados del pueblo cristiano aumentó el número de sarracenos y
su rey, que adoptó el falso nombre de Almanzor, tomando consejo de los
musulmanes del otro lado del mar, y con todo el pueblo ismaelita, entró en los
confines de los cristianos y comenzó a devastar muchos de sus reinos y a
matar con la espada. […] y destruyó la ciudad de Galicia en la que está
sepultado el cuerpo del beato Santiago apóstol. Pues había dispuesto ir al
sepulcro del apóstol para destruirlo, pero aterrándose volvió. Destruyó
iglesias, monasterios y palacios y los quemó con fuego.
La Crónica Silense, ya citada, retrata la sumisión de los cristianos a la violencia
del hayib o primer ministro:
Después de estas cosas los moros sin encontrar fuerzas que les
obstaculizaran, sometieron a su dominio a toda España triturada por el hierro,
la llama y el hambre. […] De sus matanzas y de los estragos de los cristianos
dan fe abundantemente y de sobra las provincias despobladas, las murallas
derruidas de las ciudades, las iglesias destruidas en lugar de las cuales es
adorado el nombre de Mahoma.
En el camino de vuelta, Almanzor recompensó generosamente a los condes
cristianos que le habían ayudado, incluso con telas de seda y oro. Sin más dilación
tomó camino hacia Córdoba donde entró con gran pompa celebrando tan exitosa
expedición y acompañado de un generoso botín y unos 4.000 prisioneros. El cronista
Ibn Idari así lo cuenta: «El ejército entró en Córdoba sano y salvo y cargado de botín,
después de una campaña que había sido una bendición para los musulmanes». Y
sigue alabando la figura de Almanzor diciendo: «Igual que el Sol extiende el día, tu
conquista llena de luz la tierra. Ahora que has destruido la peregrinación de los
cristianos, vuelve a peregrinar con los musulmanes».
Las fuentes cristianas dan un final infeliz a la expedición de Santiago. Unas
fiebres azotarán a los musulmanes por haber profanado el santuario del Apóstol,
llevando a la muerte al mismo Almanzor. La Crónica Compostelana, del siglo XII,
habla de cómo la disentería mermó las huestes del hayib: «El santísimo Santiago, que
no quería que escaparan impunemente de su iglesia aquellos que con tanta soberbia la
habían pisoteado, los castigó con una enfermedad tan grande de disentería que,
muertos la mayoría, solo algunos pocos regresaron a sus casas».
El obispo Sampiro asocia el declive de los sucesores de Almanzor con los
saqueos y la crueldad de sus actos pasados diciendo: «El rey celeste, acordándose de
su misericordia, tomó venganza de sus enemigos, y la estirpe de los musulmanes
comenzó a perecer de muerte súbita o por la espada».
Almanzor era la espada del califato de Hixam II y sus continuas victorias le
convirtieron en un héroe militar, aunque sus expediciones no sean un ejemplo de
moralidad. Pero la genialidad no se hereda y, tras su muerte, en agosto de 1002, sus
hijos no estaban preparados para gestionar su enorme legado. La obsesión de los
grandes hombres por perpetuar su estirpe en el cargo raramente dará frutos y la
estirpe de Almanzor no será una excepción. Como dice el historiador español Emilio
Beladiez: «No vio que sus sucesores carecían de las cualidades que él amontonaba».
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