La abolición del tributo de las cien doncellas se recuerda todavía en diversas
localidades de La Rioja, Soria y Teruel. En la ceremonia conmemorativa que
anualmente se sigue celebrando en León, denominada Las Cantaderas, las doncellas
van conducidas por una especie de encargada, denominada «sotadera».
La obligación era motivo de gran dolor entre la gente cristiana desde finales del
siglo VIII, el rey Mauregato se comprometió a entregar a los árabes, como tributo,
cien doncellas cada año, la mitad de alto linaje y las otras de origen popular.
Fue el rey Ramiro I, sucesor de Alfonso el Casto, quien decidió terminar con la
humillante carga, y así se lo comunicó al embajador del rey árabe Abderramán. Éste
preparó un ejército de más de doscientos mil hombres y lo envió al reino cristiano
dispuesto a castigar aquella insumisión. Ante el avance del ejército moro, el rey
Ramiro convocó en León a todos los príncipes, arzobispos, obispos, abades y otros
varones del reino, y a todos sus pueblos, para darle batalla.
El primer encuentro tuvo lugar en Albelda de Iregua, Logroño, y concluyó con
una fuerte derrota para las armas cristianas. Sin embargo, es bien conocido que
aquella misma noche el apóstol Santiago se le apareció al rey Ramiro y le prometió
que al día siguiente estaría con sus hombres en el campo de batalla.
El apóstol cumplió su palabra y en la siguiente jornada, en Clavijo, cerca del
lugar donde la jornada anterior los cristianos habían sido derrotados, se le vio surgir
resplandeciente entre sus huestes, montado en un caballo blanco, con una larga
espada en una mano y en la otra un estandarte con la cruz.
El apóstol acuchillaba con furia al enemigo y llenó sus corazones de pavor, como
de coraje el de la gente cristiana, que logró rechazar a los moros hasta el Ebro, y en la
batalla mató a más de setenta mil, asistida casi hasta el final por el apóstol, que
desapareció cuando perseguidores y perseguidos entraban en la comarca riojana de
Jubera.
Aquella victoria marcó la abolición del deshonroso tributo.
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