Cuando un Turcomano posee un perro pastor, éste se instala en el umbral de su
tienda. Los hijos de la familia le tiran de la cola y lo hacen rabiar, pero a él le trae sin
cuidado. Pero si, por casualidad, viene a pasar un extraño, se transforma de repente
en un temible león. Es como la rosa para sus amigos y como la espina para sus
enemigos. El Turcomano es quien le da su comida y por esta razón el perro le es fiel
y lo guarda.
También este perro de Satanás ha sido creado por Dios y hay una sabiduría oculta
en esto. La comida que recibe es el sudor del pueblo que corre tras los bienes de este
mundo. Satanás, igual que un perro, sacrificaría su vida en el umbral de la casa de su
dueño. ¡Oh, perro de Satanás! ¡Cada vez que el pueblo da un paso, somételo a
prueba! Pues todos, buenos o malos, se dirigen hacia ese umbral. ¿Por qué se dice:
«¡Me refugio en Dios!», sino porque el perro viene a atacarnos? ¡Oh, Turcomano!
¡Llama a tu perro para despejarme el camino! ¡Sé generoso conmigo!
Si el propietario no puede hacerse obedecer por su perro, no hay esperanza alguna
en recurrir a su generosidad. Si es incapaz de dominar a su perro en su propia tienda
de campaña, desgraciado él y sus visitantes, porque el perro los asustará a ambos.
Pero, gracias a Dios, cuando el Turcomano lanza un grito, incluso los leones sudan
sangre, ¡tanto es el miedo que sienten! ¡Oh, tú que pretendes ser el león de Dios!
¿Cómo te atreves a decir que cazas cuando, desde hace años, eres impotente ante un
perro? Demasiado evidente es que, en este asunto, tú eres la pieza de caza.
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