Seyid era el sultán de la ciudad de Tirmiz. Y Delkak era su bufón. Un día, el
sultán tuvo que tratar un asunto urgente en Samarkanda, que estaba muy lejos. Se
puso, pues, a buscar un mensajero y envió a sus pregoneros por las calles para
difundir este mensaje:
«¡Colmaré con mis favores al que consiga traerme noticias de Samarcanda de
aquí a cinco días!».
Cuando oyó a los pregoneros, Delkak montó enseguida a caballo para ir a Tirmiz.
Condujo su caballo a tal velocidad que éste estuvo a punto de perecer. Apenas llegado
a la ciudad, Delkak, sin arreglarse siquiera, pidió audiencia ante el sultán.
Toda la corte se sobresaltó, igual que los ciudadanos. Todos se decían:
«¿Qué catástrofe habrá sobrevenido?».
Algunos pensaban que el enemigo estaba a la vista. La multitud se reunió ante el
palacio y toda la ciudad se sobresaltó. Todos temblaban por temor a una calamidad.
El sultán permitió a Delkak presentarse ante él. Y Delkak besó el suelo ante el
sultán, que le preguntó:
«¿Qué pasa, Delkak?
—¡Oh, sultán! dijo Delkak. ¡Te pido perdón pero déjame un instante recobrar mi
aliento!».
La inquietud del sultán no hizo sino aumentar. Nunca había visto a Delkak en tal
estado. Era normalmente el más alegre de sus íntimos. Cuando hablaba, todos reían
tan fuerte que él sudaba. La gente se revolcaba por el suelo. Mientras que, ahora, su
rostro era grave y su dedo estaba puesto sobre su boca. El sultán de Tirmiz le dijo:
«Dime enseguida lo que sucede. ¿Quién te ha puesto en tan exagerada
inquietud?».
Delkak respondió:
«Estaba yo hace poco en la ciudad y he oído a tus pregoneros que difundían tus
órdenes relativas al viaje a Samarkanda. Decían que colmarías de favores al que lo
consiguiese. Por eso es por lo que he venido, para decirte que yo no tengo fuerza
suficiente para llevar a cabo un viaje semejante, de modo que no esperes que te haga
tal servicio.
—¡Maldito seas! dijo el sultán, ¡has revolucionado a toda la ciudad!».
En ese instante, intervino el visir:
«¡Oh sultán! Si lo permites diré esto: Está fuera de toda duda que Delkak ha
venido de su pueblo por una razón muy distinta. Acaba de cambiar de opinión hace
un instante. Pretende disfrazar sus palabras y ésa es la razón de sus bromas. Del
mismo modo que hay que romper las nueces para obtener su aceite, igual pienso yo
que hay que forzarlo a decir lo que tiene en su corazón. Mira cómo tiembla y ve el
color de su rostro».
Delkak imploró piedad al sultán, pero éste ordenó que lo encerrasen en prisión
diciendo a sus guardias:
«¡Golpead su vientre como si fuera un tambor! Pues sólo golpeando el tambor
puede saberse si la caja está llena o vacía».
Muchos hombres se llaman maestros, pero no tienen más discípulo que ellos
mismos. El recién casado está sobresaltado, pero la esposa nada sospecha.
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