Un día el sultán fue a la mezquita. Sus guardas le abrían paso golpeando a la
multitud con bastones. Golpeaban a la gente en la cabeza y desgarraban sus camisas.
Un hombre no pudo escapar a tiempo y recibió así una decena de bastonazos. Se
dirigió entonces al sultán:
«¡No te ocupes de las torturas ocultas! Mira mejor las torturas aparentes. Mira lo
que haces para ir a la mezquita, es decir para llevar a cabo una buena acción. ¿Quién
puede decir de qué serías capaz el día en que decidieses cometer una mala acción?».
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