Un sacerdote paseaba en pleno día por el mercado llevando una linterna
encendida. Así provisto, paseaba en círculos por el bazar. Un importuno le dijo:
«¿Por qué entras así en todas las tiendas? ¿Qué buscas? ¿A qué viene que, cuando
es pleno día, busques algo a la luz de una linterna?».
El sacerdote respondió:
«¡Busco a un hombre vivo y que tenga el aliento de un santo!
—¡Pues bien, mira! dijo el hombre, ¡este bazar está lleno de una multitud de
gente!—
¡No! dijo el sacerdote, ¡busco a un hombre que pueda controlar su deseo y su
cólera! Uno que siga siendo hombre en lo más fuerte del deseo. Querría que un
hombre así me pisase como polvo, para que pudiese sacrificar mi alma por él.
—Buscas una cosa muy rara. Tus actos demuestran que tienes muy poco en
cuenta al destino. Tú no ves más que la apariencia, pero lo esencial es decidido por el
destino. Y, cuando el destino se realiza, incluso los cielos quedan asombrados.
Intentar negar eso es disminuir el universo. El destino puede transformar la piedra en
agua. Tú, que has visto girar la muela del molino, ven, pues, a ver el río que la
mueve. ¿Tú has visto volar el polvo? Mira más bien al viento que es la causa de ello.
Tú ves la marmita de las ideas que hierve. Sé razonable y mira mejor el fuego que
está debajo y que la hace hervir. No te preocupes de la paciencia y piensa en el que te
ha ofrecido la paciencia. ¡Pretendes haber visto algo, pero tus actos demuestran que
no has visto nada en absoluto! Admira el océano antes que la espuma, pues el que no
ve más que la espuma cae en la manía del secreto, mientras que el que ve el océano
cae en la admiración. Transforma su corazón en océano. Quien ve la espuma sufre de
vértigo y da vueltas en redondo, pero quien ha visto el océano no conoce la duda».
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