domingo, 24 de marzo de 2019

Landarico

Los sefardíes de Marruecos y de Tánger, de la isla de Rodas, de Estambul y de otras
ciudades de Turquía, cuentan la historia de Landarico, que también llaman Andarlete,
Angelino y Andelito. Ya se ha perdido el recuerdo exacto del lugar y del tiempo, pero
no de los hechos.
El rey madrugó pronto aquel día, quizá para ir de caza, pero por alguna razón que
se desconoce no abandonó el castillo, sino que fue a las habitaciones de su esposa. A
la luz confusa del amanecer, la reina, en camisa, con los cabellos destrenzados, se
peinaba contemplándose en un espejo de oro, mientras canturreaba.
El rey, a quien complacía mucho admirar la belleza de su esposa, se acercó a ella
con mucho sigilo y, cuando estuvo a su lado, empezó a acariciarla. La reina, sin
volver la cabeza ni dejar la tarea en que estaba embebida, le dijo que se estuviese
quieto, llamándole no por su nombre, sino Landarico. Sus labios se habían abierto en
una sonrisa y, como en un homenaje al recién llegado, empezó a cantar en murmullos
una nueva canción que decía:
Dos hijos tengo del rey
y los tuyos, que son cuatro.
Los del rey van a la guerra
y los tuyos a mi lado.
Los del rey montan en mulas
y los tuyos en caballos.
El amanecer se había ido aclarando y, de repente, la reina vio reflejada en su
espejo de mano la cara del rey, su esposo. Cuentan que a la reina se le cuajó la sangre
y que, sin saber qué hacer, intentó por fin justificarse:
Que no sé si estaba loca
o es un sueño que he soñado.
Dicen que el rey se levantó y, acariciando un momento el cuello de la reina con su
mano, le anunció la terrible gargantilla colorada que aquel mismo día iba a lucir.

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