sábado, 16 de marzo de 2019

La piedra de Callea (mito inca)

En la región del Cuzco y en la ciudad que llamaban Callea, vivía un
hombre noble, engreído y soberbio. Su fama de guerrero era conocida
por todo el Imperio de los Incas. Se llamaba Orcco Huaranca y nunca
descansaba de sus correrías por países extraños.
Pero una de estas aventuras fue más larga que las otras. Pasaron años
sin que Orcco Huaranca regresara al Cuzco; todos extrañaban su ausencia
y empezaron a creer que no regresaría jamás, cuando un buen día el
orgulloso y altivo guerrero se presentó en su ciudad de Callea. Mas no
venía sólo con sus soldados y servidores. En una pequeña litera, ricamente
ornada de oro y plata, traía guardado un precioso tesoro: era una niñita
bellísima, única prenda conservada de un amor lejano y desgraciado.
La niña fue encomendada a una muchedumbre de doncellas, que se
desvivían por festejarla y atenderla. Así fue creciendo la encantadora Pilusiray,
que así era el nombre de la niña, hasta convertirse en una hermosa
doncella. Entonces, su padre, para quien Pitusiray era todo en su vida,
agregó a las doncellas una guardia especial de quinientos guerreros, que
debían custodiarla noche y día, para preservarla de todo peligro.
Pitusiray, con su imponente séquito, paseaba a menudo por los campos,
donde fue contemplada, desde lejos, por los jóvenes de aquella comarca.
Dos de ellos, Sahuasiray y Ritisiray, quedaron hondamente conmovidos
ante su belleza y fueron a ver a Orcco Huaranca para solicitar
la mano de Pitusiray. Los dos rivales ofrecieron dones y presentes de
valor incalculable.
Orcco Huaranca no se decidía por ninguno de los dos pretendientes.
Los dos eran igualmente nobles y poderosos. Pero la hermosa doncella
había escogido en secreto a Ritisiray, siguiendo las preferencias de su
corazón. Por su parte, Orcco Huaranca, sin consultar el parecer de su
hija, imaginó un problema cuya feliz solución daría como resultado la
boda de Pitusiray con el mejor acertante.
Reunió en su palacio a los dos rivales y les habló de este modo:
-Ya que los dos sois dignos de ser esposos de Pitusiray y no queriendo
ser injusto en la elección, he pensado dejar en vuestras manos la
posibilidad de conquistar la mano de mi hija. Será su esposo aquel que
pueda hacer llegar hasta mis tierras y propiedades el agua de los altos
manantiales de la sierra.
Cada uno de los jóvenes enamorados puso a prueba su ingenio y
sagacidad para buscar la solución del problema.
Sahuasiray marchó a las lagunas situadas en las altas montañas,
en donde se ocultan las fuentes de aguas cristalinas, y allí, valiéndose
de enormes piedras colocadas magistralmente, construyó un poderoso
dique que embalsaba enormes cantidades de agua, las cuales eran lie*
vadas por cauces artificiales a las tierras que en valles y llanuras poseía
Orcco Huaranca.
Ritisiray, profundamente enamorado, con el pensamiento puesto en
la belleza inolvidable de Pitusiray, no pudo concebir sino una sola solución
ineficaz. Desvió el cauce de un riachuelo y dejó bajar las aguas
por las faldas de una montaña llamada El Corazón, pero no siempre
llegaban esas aguas a las llanuras de Orcco Huaranca.
La maravillosa obra de Sahuasiray fue premiada con la mano de Pitusiray,
conforme a la promesa hecha a los pretendientes. La boda se
celebró con gran pompa y largos festejos. Ritisiray, obligado por cortesía
a asistir a los desposorios, contemplaba con honda tristeza cuanto
le rodeaba, pues tenía el corazón deshecho y la cabeza llena de tristes
pensamientos.
Pitusiray era muy desdichada con el esposo que su padre le había
destinado. Una noche, en medio de horrible tempestad, cuando el viento
y la lluvia azotaban implacables la ciudad de Callea y los truenos
y relámpagos conmovían el espacio, Pitusiray decidió abandonar su
hogar y buscar, en donde fuera, el refugio de su corazón en el amor de
Ritisiray.
Huyó de su casa, corrió por calles y pasadizos estrechos, bajo la torrencial
lluvia y los embates del viento, y salió al campo. Su figura, con
las ropas mojadas y destrozadas, se veía, al claror de los relámpagos,
subiendo la montaña.
Allá arriba, entregado a la desesperación, estaba Ritisiray, insensible
a las furias de la tormenta.
Al encontrarse, en medio de la tempestad, los amantes se unieron en
un abrazo y en aquel instante, un rayo cayó sobre ellos dejándolos convertidos
en piedra, como castigo de los dioses a su amor impuro. Desde
entonces, esta piedra, este monolito, está siempre nevado.

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