Espera el hombre dando rodeos sigilosos alrededor del poblado. El cacique de la aldea ha
faltado a su palabra y el joven indio está al acecho. No quiere enfrentarse al cacique,
simplemente llega hasta aquí para llevar a su amada lejos de las mentiras y el engaño.
Hace ya varias lunas el cacique prometió a Chihy la mano de su hija, pero faltando a su
palabra, ahora la entrega al mejor postor, un cacique poderoso de las costas del Paraná. Una
alianza que la tribu necesitaba y la princesa es entregada a otro hombre. Eso Chihy no lo
permitirá jamás.
Espera Chihy borrar del rostro de la princesa el amargo llanto.
Ella no sabe de la presencia de su amado tan cerca del lugar pero mantiene la secreta
esperanza de que aquel se haga presente y la rescate. Como un fantasma el joven enamorado
busca el mejor lugar para controlar los movimientos de la aldea y poder entrar sin ser visto.
Dos grandes perros y una vieja paje custodian la puerta de la choza donde reposa su angustia
la princesa.
Mira con atención Chihy.
Piensa en un plan para rescatar a la princesa.
Piensa en un plan para unirse con su amor.
La noche deja caer sus negros párpados sobre el monte.
Chihy, amparado en esas sombras baja de su escondite. Los perros están alertas. La vieja
paje se ha quedado dormida pero tiene el sueño liviano. Eso lo ha comprobado ya Chihy
durante el día. Ayudado tal vez por los duendes del amor, Chihy ve al fin libre su camino.
Logra entrar a la choza y despertando suavemente a la pequeña princesa se da a conocer.
“Te he esperado con gran esperanza”, le dice la muchacha. “Calla. Debemos irnos”, le
responde cauto el indio y salen a enfrentarse con las fauces del monstruo nocturno. Ni una
señal de vida. Ladran los perros a lo lejos, seguramente perseguirán a algún animal que los
distrajo. Vuelve a sentarse en el portal la vieja y se adormila nuevamente.
La pareja de jóvenes enamorados corre ahora tratando de alejarse lo más rápido posible de
aquel lugar. “Tu padre me ha engañado”, dice él. “A mi también, contesta la joven, nos ha
engañado a los dos. No le creía capaz de hacerme esto”. “Lo único que importa es que ahora
estamos juntos”, dice Chihy. “Para siempre”, responde la princesa.
Sus miradas rozan el infinito.
Sus cuerpos arden de deseo.
Sus corazones se agitan de pasión.
Toda la noche han escapado poniendo el corazón en la fuerza de sus piernas. Al amanecer
fatigados por la huida se detienen frente a un surgente de cristalinas aguas. Allí calman su
sed y se echan a descansar. No cuentan con una persecución inmediata, pero se quedan
dormidos. Despiertan cuando el sol está alto y los saluda con toda su vehemencia.
“Debemos irnos pronto”, dice Chihy.
Se levantan de la hierba y observan que del otro lado de la surgente los pájaros huyen en
bandada. Alguien viene hacia ellos. Intentan la fuga por el otro lado pero se dan cuenta de
que están rodeados. Ya se escuchan los gritos de los grupos que les persiguen. Se comunican
entre ellos. Llegan desde todos los puntos. Escapar es imposible. Se escuchan los pasos
rápidos que se acercan hacia ellos. Aún no los pueden ver pero ya huelen a aquellos sabuesos
expertos en la caza.
Chihy abraza a la princesa y la besa ardientemente.
Cuando los cazadores llegan, nada encuentran en el claro. Tan sólo un hermoso y fuerte
yvyrapytã abrazado por una frágil planta de muembe, prendida a su tallo como una tierna
princesa abrazada a su amante.
El amor de Chihy y la princesa, por gracia de Tupã, se ha tornado eterno.
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