Tume Arandu es uno de los pocos hombres que saben acerca del la llegada de los karaiete.
Tume Arundu teme la llegada de esos seres extraños y despiadados que pretenderán dar
nuevos rumbos a su pueblo. Teme por esos rumbos desconocidos. Teme a esa gente
desconocida. Teme porque Tupã lo ha anunciado en la hora primera y ya está escrito en el
destino guarani.
En la invisible balanza en la que Tume Arandu sopesa la idea de irse de este mundo, la
próxima llegada de los karaiete es un tema que inclina el plato hasta hacerlo tocar el piso.
Tume Arandu no quiere presenciar esa llegada extraordinaria, el rompimiento de las
tradiciones. No quiere ser parte de de los indígenas masacrados por la civilización. Pero eso
también es parte de un designio divino y debe ser respetado. Estaba escrita la súplica de
Tume Arandu.
Entonces, antes de entregarse a las transformaciones de la muerte, Tume Arandu suplica a
Tupã. Le habla con sencillez y le pide que cuando llegue ese momento aciago haga
desaparecer para siempre de la tierra la bella y sagrada ciudad resplandeciente. Haga
desaparecer el Mbaeveraguasu y a toda la gente que allí vive y disfruta de la luz
inextinguible.
Tupã escucha los ruegos de su hijo dilecto.
Escucha las palabras de Tume Arandu y se dispone a cumplir sus deseos.
Tupã se traslada en la historia.
Avanza hacia el futuro con la velocidad del rayo. Alcanza el momento en que están
desembarcando los Karaiete en las playas americanas. Llega hasta Mbaeveraguasu, donde
los descendientes de Paragua realizan sus ritos sagrados. Alcanza a escuchar los tres
cañonazos de los conquistadores y desencadena el fin para la gente del Mbaeveraguasu.
Los pobladores de Mbaeveraguasu ven con asombro como crece la fuerza del Tupã Ykua. El
agua salta cada vez con mayor rapidez y en mayor cantidad. Llama la atención el fenómeno
pero no preocupa en primera instancia. Cada hora que pasa la surgente multiplica sus
fuerzas.
El agua ahora adquiere fuerza. Saca bravura de sus propias caídas y renovada rebota y repica
contra cada obstáculo. Las zonas más bajas de la ciudad comienzan a inundarse.
Crece la superficie de agua y con su crecimiento adquiere olas que van y vienen entre los
edificios. Las aguas provocan la caída de algunas piedras. Arrastran los utensilios de la
gente, sus pertenencias. El agua va ganando terreno y se vuelve implacable. Ahora comienza
a arrastrar a los pobladores más débiles. Engulle a los niños. Voltea a las mujeres. Ahoga a
los ancianos. Los hombres tratan de salvar a sus familias. Mbaeveraguasu está quedando
bajo el agua. Buscan una salida las impetuosas corrientes recorriendo todas las habitaciones
que hasta hace pocas horas eran lugares de felicidad y alegría. ¿Quién nos maldijo? piensan
algunos sin saber que todo lo que acontece es por la súplica de uno de los suyos, uno de los
fundadores. No entienden el exterminio dispuesto por su dios. No entienden la violencia de
las aguas. Pero Tupã sabe que no se podía hacer de otra manera. Y ahora también lo sabemos
nosotros. No pasan dos días cuando ya la ciudad resplandeciente está completamente bajo
las aguas y gran parte de sus habitantes también. Muy pocos se salvaron de la furia de
aquellas aguas.
Tupã vuela nuevamente hacia el futuro, se anticipa a los hechos.
Las aguas están a punto de superar la resistencia impasible de los cerros.
Ahora un frayle recién llegado a la región para la evangelización se acerca a las todavía
rugientes aguas. El Tupã Ykua no se ha detenido ni tan sólo un minuto. No ha dado respiro.
Yacen el fondo ya cenagoso del pequeño mar los miles de hombres, mujeres y niños de la
perdida Mbaeveraguasu.
El frayle se aproxima a las aguas. Las olas golpean las laderas de los cerros. Entonces el
fraile bendice aquella gran masa líquida y las aguas se calman. El frayle bautiza el sitio con
el nombre de Ypakarai y las aguas duermen un sueño plácido y tranquilo.
Tupã regresa hacia otros tiempos donde se lo necesita de inmediato.
El lago de Ypakarai comienza a ser una leyenda.
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