domingo, 24 de marzo de 2019

La isla de san Borondón

En el siglo V, y a la vista del poco éxito que entre las gentes de Irlan da encontraban
sus predicaciones, san Brandán o Brendano, que en las islas Canarias es recordado
con el nombre de san Borondón, por consejo de san Barinto y en compañía de siete
compañeros ermitaños —hay quien dice que fueron catorce—, se embarcó para
abandonar aquella isla y viajar en busca de otras donde sus prédicas fuesen bien
aceptadas. En especial buscaba la famosa isla Deleitosa, la isla paradisíaca que se ha
conocido también con el nombre de Encubierta, Non Troubada, Encantada o Perdida,
donde se asegura que viven los «niños de agua», niños maltratados a quienes las
hadas adoptaron, vigilados por la señora Seteharalomismoquetuhiciste y premiados
los días de fiesta por su hermana, la señora Hazloquetegustariaquetehicieran.
Hay narradores que dicen que san Borondón llegó a encontrar aquella isla, pero
muchos otros aseguran que no fue así, sino que el santo y sus compañeros de
tripulación, tras un viaje lleno de tribulaciones y accidentes, y de arribar a diferentes
islas y abandonarlas, avistaron una isla hermosísima, cubierta de vegetación espesa y
refulgente entre la que brillaban miles de flores, sobrevolada de pájaros con plumas
de todos los colores. Imaginando que se trataba de la isla que con tanto ahínco habían
ido buscando, los santos viajeros atracaron junto a ella su embarcación, buscaron leña
para preparar un buen fuego con el que secar sus ropas empapadas y se dispusieron a
celebrar la misa de la Pascua de Resurrección, que aquel mismo día se conmemoraba.
Cuando estaban en medio de la misa, el suelo empezó a moverse bajo sus pies y
los santos navegantes descubrieron, horrorizados, que la aparente isla no era sino un
gigantesco animal marino, el pez que llaman Jasconio, el primero de los que nadaron
en el mar, que debía de llevar dormido muchísimo tiempo, tanto como para hacer
posible la fructificación de aquella espléndida vegetación sobre su piel, pero al que
sin duda había despertado la gran hoguera encendida por los recién llegados. Sin
perder la esperanza, san Borondón pidió a Dios que paralizase de nuevo al monstruo
que empezaba a despertar y Dios se avino a sus ruegos.
Fuese isla fija o monstruoso animal, el hecho es que la isla descubierta por san
Borondón acabó incorporándose al archipiélago de las Canarias, ya desde tiempos
muy antiguos conocidas como islas Afortunadas, como la octava de ellas, aunque con
la milagrosa particularidad de que solamente se hace visible en algunas
circunstancias.
XV y se Están documentadas sus apariciones al menos desde el siglo han
preparado expediciones en su busca que, tras avistarla, no han podido arribar a ella
por el mal tiempo. La última expedición infructuosa en busca de la isla de san
Borondón fue ordenada por el capitán general de las Canarias, don Juan de Mur, en
1721. El 10 de agosto de 1958 el periódico madrileño ABC reprodujo una fotografía
de esa isla mágica.

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