En la biografía de Apolonio, el relato de su desaparición está mutilado. Pero quedan restos de evidencia de su pupilo, Callicratus, respecto del último viaje del Maestro.
Apolonio empezó a escuchar unas voces que le pedían retornar a aquellas mismas riberas de donde él una vez partió hacia el gran enriquecimiento de su espíritu. Hablando con su pupilo Callicratus, el Maestro, sin revelar el objetivo de su viaje, le pidió partir inmediatamente. A medida que se aproximaban a la Cueva donde al Gran Maestro se le concedió la iniciación por los Arhats, se les acercó un anciano alto. El anciano conversó por un largo tiempo con Apolonio. Callicratus escuchó sólo las últimas palabras del anciano, “Si tú has decidido aceptar el cáliz del Apostolado de la Enseñanza, no te tardes,”
Cuando el anciano desapareció por los recovecos de la cueva, Apolonio le pidió a Callicratus que recogiera rápido bastante madera, de la fragante y la amontonara como un lecho en la cueva. Él también le indicó a Callicratus que cuando escuchara una voz, emitida desde la bóveda de la cueva, le prenda fuego a la madera, sin mirar hacia adentro; luego partir de prisa hacia las costas de Grecia, olvidando lo que había ocurrido.
Acto seguido el Maestro se sumergió en algo que parecía un sueño. Callicratus se sentó sin moverse atendiendo el fuego, hasta tarde en la noche, cuando arriba, debajo de la bóveda se escuchó grandemente la reverberante voz del Maestro:
“Y así, de tal modo, Yo no he muerto, pero voy a aceptar el cáliz del Apostolado.”
Inmediatamente después, Callicratus cumplió todo lo que le habían pedido; y él intentó llevarse estos testimonios hasta la tumba.
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