domingo, 24 de marzo de 2019

La dama de Arintero

En la comarca leonesa conocida como Montaña de los Argüellos, en el pueblo de
Arintero, vivió un caballero a quien su esposa, muerta muy joven, había dejado una
hija como único descendiente. El señor hubiera preferido un hijo varón, y al fin educó
a la niña como si tal fuese. Desde su infancia hizo que montase a caballo y, conforme
la muchacha fue creciendo, le enseñó a cazar con azor, a disparar dardos ballesteros,
a alancear jabalíes, a ser hábil en el uso de la espada y de la daga, a pelear, en fin,
cuerpo a cuerpo con las armas y con las manos.
Llegaron los tiempos del enfrentamiento entre los partidarios de Isabel, hija del
rey Juan II y hermana de Enrique IV, y de Juana la Beltraneja, aparente sucesora de
Enrique IV, a quien se suponía hija de don Beltrán de la Cueva. El señor de Arintero
tomó partido por Isabel, y se dispuso a incorporarse a sus ejércitos para defender su
causa en los campos de batalla contra las tropas portuguesas, que ayudaban a doña
Juana, pero su salud no se lo permitía, pues con el paso de los años había venido a
sufrir tan intensos dolores de reumatismo y gota que en muchas ocasiones no era
capaz ni de levantarse del lecho.
La conciencia de su inutilidad para participar en los hechos de armas y la
imposibilidad de que un hijo varón lo hiciera en su nombre le hicieron caer en honda
melancolía, y pareciera que había perdido todo el gusto de vivir. Su hija comprendió
que había una manera de que los blasones de su linaje estuvieran presentes en aquella
guerra tan importante para su padre, y era que fuese ella misma quien los llevase,
aunque no como la mujer que era, lo que no sería comprendido ni tolerado, sino
disimulada bajo las ropas y el aspecto de un varón. La noticia hizo revivir al padre, y
al fin la hija, recortada la cabellera y disfrazada con ropas de hombre, se puso en
camino.
Durante los cinco años que duró la guerra, el fingido varón participó en muchas
escaramuzas y batallas en tierras salmantinas y zamoranas, llamando la atención por
su arrojo y destreza con las armas, pero también por su buen sentido para los
movimientos de tropas y momentos para el ataque o la retirada.
El supuesto soldado fue alcanzando así cada vez mayores responsabilidades en el
ejército de los reyes Isabel y Fernando, y la noticia de su valiente comportamiento en
la famosa y decisiva batalla que tuvo lugar en los campos de Peleagonzalo, con las
asombrosas circunstancias que lo rodeaban, llegó a conocimiento de los propios
reyes. Pues sucedió que, tras luchar heroicamente, el aparente soldado había quedado
herido en el combate, y al curar sus heridas, mientras permanecía inconsciente, se
descubrió que no era varón, sino una moza de cuerpo tan fornido como hermoso.
Los reyes quisieron premiar de forma singular la conducta valerosa y eficaz de
aquel insólito soldado, pero la joven no pidió nada para ella ni para su familia, sino
para su pueblo, Arintero, y se redactaron unas solemnes capitulaciones en que se
concedía a aquel lugar muchos privilegios y exenciones de cargas y tributos.
La guerra había terminado, los soldados fueron licenciados, y la joven se puso en
marcha camino de su pueblo, tan satisfecha de la honra que había dado a su linaje y
de los privilegios que había conseguido para sus vecinos, que el gozo le reventaba por
las cinchas del caballo. Pero algunos consejeros reales no estaban tan satisfechos
como ella, e hicieron ver a los monarcas que tales privilegios y exenciones
establecían un grave precedente, que podía crear agravios con otras comarcas y ser en
lo sucesivo fuente de discordias y hasta de rebeldías.
Los reyes consideraron la opinión de aquellos consejeros y resolvieron revocar las
capitulaciones que habían concedido a la joven. Para ello, enviaron tras ella tres
soldados que tenían la orden de pedirle que devolviese los importantes documentos y
quitárselos por la fuerza, si fuera preciso.
Los narradores más dignos de crédito cuentan que los soldados alcanzaron a la
joven algunas jornadas después, en La Cándana, en el momento en que ella estaba
jugando una partida de bolos con las gentes del pueblo. Parece que los soldados no
consiguieron que la joven les devolviese de buen grado aquellos documentos
legítimamente adquiridos, por lo que se entabló una pelea y fue necesario el empeño
de los tres para vencerla, tras arduos esfuerzos. Al fin le quitaron los documentos y
acabaron con su vida.
Las gentes de Arintero, cuando hablan de ella, la llaman la Dama, y aunque saben
que no pudo llegar a su pueblo natal con el obsequio que había conseguido, se sienten
orgullosos de su nombre y protegidos por su sacrificio.

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