Un hombre pretendió un día ser un profeta superior a todos los demás. Le
pusieron una cuerda al cuello y lo llevaron ante el sultán. Curioso por conocer el
origen de aquella aberración, la multitud se reunió como un hormiguero.
«Si la pobreza es un signo de profecía, decía la gente, entonces todos somos
profetas. Todos somos semejantes y todos hemos venido igualmente del otro mundo.
¿Qué hay de extraordinario en eso?
—Hay una cosa que vosotros ignoráis, respondió el hombre. Vosotros habéis
venido a la tierra por decisión del destino, pero habéis viajado en la ignorancia, como
un niño que duerme, inconsciente de las etapas. Habéis atravesado muchas comarcas
en la embriaguez o en el sueño. Nada habéis sabido del camino de lo alto y del
camino de lo bajo. Nosotros hemos recorrido el universo con nuestros cinco sentidos
y en las seis direcciones, despiertos y alegres. Hemos visto el origen y la finalidad,
porque nuestros guías conocían bien el camino».
El pueblo pidió al sultán que torturase a aquel hombre para dar ejemplo, pero el
sultán notó que el hombre era tan delgado que un simple papirotazo lo habría matado.
Su cuerpo era casi transparente.
El sultán se dijo entonces que más valía probar con la dulzura pues un lenguaje
tierno hace salir a la serpiente de su guarida.
Hicieron salir al pueblo y el sultán, lleno de paciencia y de dulzura, le preguntó de
dónde venía y se informó sobre sus condiciones de vida.
«¡Oh, sultán! respondió el hombre, mi casa es el país de la salvación y mi
dirección es el país de la reprobación. No tengo ni morada ni amigos. ¿Cómo podría
un pez vivir en tierra?».
Para provocarlo, el sultán le preguntó:
«¿Cuál es tu plato preferido?». Después: «¿Qué has bebido para estar así ebrio
por la mañana?
—¡Si tuviera pan, replicó el hombre, no pretendería ser un profeta!».
Profetizar ante tal sultán es como esperar que una montaña muestre corazón. Lo
único que puede hacer una montaña es devolver las palabras que se le dirigen. Al
hacer eso, se burla. De nada sirve hablar de vida a un cadáver. Pero habla de oro o de
mujeres y todos te seguirán sin preocuparse siquiera de su propia existencia. Diles:
«Una hermosa mujer está enamorada de ti. ¡Ve! te espera». Correrán enseguida en la
dirección que les indiques.
Pero, si hablas el lenguaje de la verdad y dices: «¡En este efímero universo
preparémonos para el universo de la verdad! ¿Qué importa lo efímero puesto que es
posible la eternidad?». Sabe entonces que querrán matarte ¡y no creas que hacen eso
para proteger su religión!
El sultán preguntó:
«¿Qué es la revelación? ¿Qué beneficio saca de sus actividades un profeta?
—Todo lo que dice un profeta termina por suceder, respondió el hombre. ¿Puede
existir un reino que no desee unirse a él? ¡La revelación de un profeta, sin hablar
siquiera de mí, es como la inspiración en el corazón de una abeja! La revelación que
Dios hizo a la abeja ha llenado su morada de miel. ¡Por su revelación, Dios ha
llenado de miel el universo! Y, como el hombre posee la luz del corazón, su
revelación no podría valer menos que la de una abeja».
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