miércoles, 6 de marzo de 2019

LA CIUDAD

Un servidor del sultán de Bujara había sido desterrado por su amo a consecuencia
de una denuncia calumniosa. Durante diez años, el pobre hombre había vagado de
país en país, abrasado por el fuego de la nostalgia. Un día, habiendo perdido la
paciencia, decidió volver a Bujara. Se puso en camino diciendo:
«¡La ciudad de Bujara es la fuente de la ciencia!».
Después:
«Necesito ir allí pues, para mí, es el único medio de reunirme con mi amada.
Quiero volver a verla y decirle: “¡Ya estoy aquí! Hazme eterno pero no tengas piedad
alguna por mí, pues prefiero morir a tu lado a vivir al lado de los demás. Lo he
intentado cien veces, pero sin ti, nada tiene ya sabor”. ¡Oh, músicos! ¡Cantad y
despertad mi corazón! ¡Oh, camello mío! ¡Mi viaje ha terminado! ¡Oh, tierra, bebe
mis lágrimas! ¡Oh, amigos míos! ¡Me voy! Voy a reunirme con Aquél a quien se
obedece. Mi corazón añora Bujara. ¡He aquí lo que es el amor de la patria para un
enamorado!».
Sus amigos le dijeron:
«¡Oh, insensato! Reflexiona un poco sobre las consecuencias de todo esto. Sé
razonable. No te destruyas como la mariposa que se acerca al fuego. Si realmente vas
a Bujara, entonces eres un loco y mereces ser encarcelado. El sultán te espera allí,
lleno de cólera, con la espada afilada. Dios te dio la ocasión de escapar de la situación
aquella y tú buscas el camino de la cárcel. Aunque el sultán hubiera enviado decenas
de soldados para que te condujesen a Bujara, deberías haber intentado esquivarlos.
Pero nada semejante te amenaza. ¿Cómo es que te sientes ligado de este modo?».
Estaba bajo el dominio de un amor secreto, pero los que lo aconsejaban así no lo
sabían. Y el enamorado les respondió:
«¡Callad! De nada me sirven vuestros consejos, pues el lazo que me ata es
demasiado sólido. Todas vuestras palabras no hacen sino reforzarlo. Ningún sabio
puede comprender este amor. Cuando la pena de amor se instala en un lugar, ningún
imán nos puede ya enseñar cosa alguna. No intentéis asustarme con vuestros
presagios de muerte, pues el enamorado bordea miles de muertes en cada momento.
Lo sé por experiencia: mi vida está en mi muerte. ¡Oh, buenos amigos! ¡Matadme!
¡Matadme! ¡Matadme!».
Él no creía sin embargo ir a Bujara para seguir la enseñanza de un maestro. Pues
la verdadera enseñanza para un enamorado es la belleza del Amado. Las lecciones,
los cuadernos y los libros son Su rostro. Es un torbellino y un estremecimiento.
Así pues, el enamorado tomó el camino de Bujara y la arena del desierto se
transformó en seda bajo sus pies. El gran río se mudó en arroyo y el desierto en jardín
de rosas. Habría podido ser igualmente atraído por la ciudad de Samarkanda, pero lo
que lo atraía era Bujara. Y cuando vio a lo lejos dibujarse los contornos de las
murallas, perdió el conocimiento. Le aplicaron agua de rosas a la cara para
reanimarlo y, lleno de alegría, entró en Bujara. Todos los que encontró le dijeron:
«¡No te muestres así! ¡El sultán te busca! ¡Quiere vengarse de ti, después de diez
años! ¡En el nombre de Dios, no te arriesgues! Tú eras el amado del sultán, su visir,
su consejero. Fuiste reconocido culpable y desterrado. Puesto que has escapado de
esto, ¿por qué vuelves?».
El enamorado respondió:
«Estoy sediento. ¡Sé que el agua puede matarme pero, aunque mis manos y mis
pies se inflamen, nada saciará la sed de mi fogoso corazón! Y a quien me pida
explicaciones, responderé: “¡Lo que lamento es no poder beber el océano!”. Si el
sultán quiere derramar mi sangre, gozaré como la tierra goza con la lluvia».
Y el enamorado fue a prosternarse ante el sultán, con los ojos llenos de lágrimas.
El populacho se reunió, curioso por saber si el sultán iba a ahorcarlo o quemarlo.
El sultán mostró entonces a aquellos tontos lo que el tiempo revelará a los
desdichados. Como las mariposas, se han precipitado hacia el fuego tomándolo por
luz. Pero el fuego del amor no es como la llama de una vela: es una luz entre las
luces

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