Entró alguien un día en una casa, con la cara descompuesta y los ojos huraños,
para pedir asilo. El dueño de la casa le dijo:
«¿Qué sucede? ¿Qué pretendes huyendo? Tu cara está pálida y todo tu cuerpo
tiembla».
El hombre respondió:
«Para divertir al sultán, capturan a todos los asnos que vagan por las afueras.
—Si son asnos lo que se captura, ¿en qué te afecta eso? ¡Tú no eres un asno que
yo sepa!
—¡Practican esta caza con tal celo y falta de discriminación, que no me extrañaría
que me tomasen por un asno! ¡Su ardor es tal que no distinguirán!».
Si los subalternos no saben distinguir, atrapan al caballero en lugar de la montura.
Afortunadamente, el sultán de nuestro país, no tiene tan inútiles preocupaciones. Y
sabe distinguir lo derecho de lo torcido.
¡Sé un hombre para no caer bajo los golpes de los cazadores de asnos! ¡Tú no eres
un asno! No temas nada. ¡Tú eres el Jesús de este tiempo! El cuarto cielo está lleno
de tu luz. ¿Cómo podría ser tu destino ir a parar a una cuadra?
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