Había un sufí que acompañaba a un ejército en guerra. Cuando llegó el momento
del combate, los jinetes partieron como flechas, pero el sufí permaneció en su tienda.
Pues las almas densas permanecen en tierra mientras que las almas ardientes se
elevan hasta el cielo.
Los soldados volvieron victoriosos, en posesión de un inmenso botín. En el
momento del reparto, quisieron que participara el sufí, pero él se negó alegando su
tristeza por no haber asistido al combate. Como nada lograba calmar su pesar, los
soldados le dijeron:
«Hemos traído una gran cantidad de prisioneros. ¡No tienes más que matar a uno
de ellos y, de este modo, habrás participado en el combate!».
Esta solución devolvió la alegría al sufí y, apoderándose de uno de los
prisioneros, lo condujo detrás de su tienda, para haber suprimido al menos a un
enemigo.
Transcurrió un largo rato y los soldados acabaron por preguntarse la razón de este
insólito retraso. Uno de ellos, por curiosidad, fue a buscar noticias. Pues bien, detrás
de la tienda, descubrió al prisionero con las manos atadas. Había mordido al sufí en el
cuello y éste, con la cara ensangrentada, yacía en tierra vencido.
Lo mismo sucede contigo. Ante tu ego, que tiene, sin embargo, las manos atadas,
te desvaneces como el sufí. Sientes vértigo desde lo alto de una pequeña colina, pero
miles de montañas te esperan.
Los soldados mataron inmediatamente al prisionero y lavaron el rostro del sufí
con agua de rosas para calmar su dolor. Cuando recobró el conocimiento, le
preguntaron:
«¿Es posible ser tan débil? ¿Cómo has podido dejarte vencer por un hombre que
tenía las manos atadas?».
El sufí respondió:
«En el momento en que me disponía a cortarle la cabeza, me lanzó una extraña
mirada y perdí el conocimiento. De su mirada surgió un ejército para atacarme. ¡Eso
es lo único que recuerdo!».
Los soldados replicaron:
«Es inútil participar en la guerra cuando se tiene semejante valor. ¡Un prisionero
maniatado ha podido más que tu paciencia! ¡El ruido de una espada que corta una
cabeza no es el ruido de una paleta para lavar la ropa! Tú no estás familiarizado con
el combate de los hombres. ¿Cómo podrías pretender nadar en un océano de sangre?
Muchas cabezas sin cuerpo ruedan por tierra, porque no se trata de una invitación a
sentarse a la mesa. No te remangues como si se tratase de tomar una escudilla de
sopa. ¡Esto es un asunto de hombres y no de timoratos!».
¿Cómo podría la razón que se asusta de un ratón desenvainar la espada ante el
enemigo? Un combate semejante no está hecho para los que van buscando refugio de
ilusión en ilusión.
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