domingo, 24 de marzo de 2019

El pájaro dziú

Cuentan por ahí, que una mañana, Chaac, el Señor
de la Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso recorrer los campos de El
Mayab. Chaac salió muy contento, seguro de que encontraría los
cultivos fuertes y crecidos, pero apenas llegó a verlos, su sorpresa fue
muy grande, pues se encontró con que las plantas estaban débiles y
la tierra seca y gastada. Al darse cuenta de que las cosechas serían
muy pobres, Chaac se preocupó mucho. Luego de pensar un rato,
encontró una solución: quemar todos los cultivos, así la tierra
recuperaría su riqueza y las nuevas siembras serían buenas.
Después de tomar esa decisión, Chaac le pidió a uno de sus
sirvientes que llamara a todos los pájaros de El Mayab. El primero en
llegar fue el dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos cafés.
Apenas se acomodaba en una rama cuando llegó a toda prisa el
toh, un pájaro negro cuyo mayor atractivo era su larga cola llena de
hermosas plumas. El toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo.
Poco a poco se reunieron las demás aves, entonces Chaac les
dijo:
—Las mandé llamar porque necesito hacerles un encargo tan
importante, que de él depende la existencia de la vida. Muy pronto
quemaré los campos y quiero que ustedes salven las semillas de todas
las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de nuevo
para que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes;
váyanse pronto, porque el fuego está por comenzar.
En cuanto Chaac terminó de hablar el pájaro dziú pensó:
—Voy a buscar la semilla del maíz; yo creo que es una de las
más importantes para que haya vida.
Y mientras, el pájaro toh se dijo:
—Tengo que salvar la semilla del maíz, todos me van a tener
envidia si la encuentro yo primero.
Así, los dos pájaros iban a salir casi al mismo tiempo, pero el
toh vio al dziú y quiso adelantarse; entonces se atravesó en su camino
y lo empujó para irse él primero. Al dziú no le importó y se fue con
calma, pero muy decidido a lograr su objetivo.
El toh voló tan rápido, que en poco tiempo ya les llevaba
mucha ventaja a sus compañeros. Ya casi llegaba a los campos, pero
se sintió muy cansado y se dijo:
—Voy a descansar un rato. Al fin que ya voy a llegar y los
demás todavía han de venir lejos.
Entonces, el toh se acostó en una vereda. Según él sólo iba a
descansar mas se durmió sin querer, así que ni cuenta se dio de que
ya empezaba a anochecer y menos de que su cola había quedado
atravesada en el camino. El toh ya estaba bien dormido, cuando
muchas aves que no podían volar pasaron por allí y como el pájaro
no se veía en la oscuridad, le pisaron la cola.
Al sentir los pisotones, el toh despertó, y cuál sería su sorpresa
al ver que en su cola sólo quedaba una pluma. Ni idea tenía de lo
que había pasado, pero pensó en ir por la semilla del maíz para que
las aves vieran su valor y no se fijaran en su cola pelona.
Mientras tanto, los demás pájaros ya habían llegado a los
cultivos. La mayoría tomó la semilla que le quedaba más cerca,
porque el incendio era muy intenso. Ya casi las habían salvado todas,
sólo faltaba la del maíz. El dziú volaba desesperado en busca de los
maizales, pero había tanto humo que no lograba verlos. En eso, llegó
el toh, mas cuando vio las enormes llamas, se olvidó del maíz y
decidió tomar una semilla que no ofreciera tanto peligro. Entonces,
voló hasta la planta del tomate verde, donde el fuego aún no era
muy intenso y salvó las semillas.
En cambio, al dziú no le importó que el fuego le quemara las
alas; por fin halló los maizales, y con gran valentía, fue hasta ellos y
tomó en su pico unos granos de maíz.
El toh no pudo menos que admirar la valentía del dziú y se
acercó a felicitarlo. Entonces, los dos pájaros se dieron cuenta que
habían cambiado: los ojos del toh ya no eran negros, sino verdes
como el tomate que salvó, y al dziú le quedaron las alas grises y los
ojos rojos, pues se acercó demasiado al fuego.
Chaac y las aves supieron reconocer la hazaña del dziú, por lo
que se reunieron para buscar la manera de premiarlo. Y fue
precisamente el toh, avergonzado por su conducta, quien propuso
que se le diera al dziú un derecho especial:
—Ya que el dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer
algo por él. Yo propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos
en el nido de cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si
fueran nuestros.
Las aves aceptaron y desde entonces, el dziú no se preocupa
de hacer su hogar ni de cuidar a sus crías. Sólo grita su nombre
cuando elige un nido y los pájaros miran si acaso fue el suyo el
escogido, dispuestos a cumplir su promesa.

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