Una señora, pobre y viuda, tenía un solo hijo, al cual
no matriculó en la escuela por no tener quien la ayudase
en sus trabajos. Todos los días iba el muchacho a cuidar la
chacra de maíz en la montaña, y allí permanecía durante
el día, espantando a los loros. Por las tardes regresaba a su
casa, con un poco de leña en la espalda.
Una tarde salió a buscar leña, como de costumbre. Ya
había cortado algunos palitos, cuando vio acercarse a su
mamá. Al mirarle los pies vio que tenía abundante vellosidad;
pero a) niño no le llamó la atención esto, pues había
creído que se había envuelto con cerdas de caballo para
curarse del reumatismo. «Hijito», le dijo ella, «ya tengo
lista la leña...; ven a cargarla». Obediente la siguió el muchacho,
pero al llegar junto a una chorrera, aquella mujer
lo desnudó y lo metió debajo del chorro para que se bañara.
Luego le regaló unos bizcochos, al parecer sabrosos,
que el muchacho comió con gusto.
Mientras tanto la verdadera mamá del niño estaba esperando
en casa. Como el chico acostumbraba ser puntual,
la pobre señora se puso muy afligida, y por si se hubiera
rodado lo fue a buscar. Casi a oscuras llegó cerca del
chorro, y vio con espanto que su hijo acababa de bañarse,
que estaba desnudo y comiendo estiércol de ganado.
Lo llamó por su nombre y él le contestó dando muestras
de locura. Entonces, ella lo tomó del brazo, y cubriéndolo
con su lliclla lo condujo al pueblo, donde lo hizo con-
jurar. Al día siguiente, ya vuelto en sí, el niño contó lo
ocurrido; y la mamá fue al bosque a buscar el vestido de
su hijo. Después de tanto buscar y rebuscar encontró el
pantalón sobre unos zarzales, la camisa en la parte más
elevada de un árbol y el poncho en la copa de una palmera.
Como Ja señora no podía recuperar esas prendas, regresó
muy triste, y al salir del bosque oyó una carcajada burlona.
Era la duende; la que se había burlado de su hijo y que
ahora estaba burlándose de ella.
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