Un idiota encontró un día una cola de carnero. Todas las mañanas la utilizaba para
engrasarse el bigote. Después iba a casa de sus amigos y les decía que volvía de una
recepción en la que habían festejado y habían comido platos muy suculentos. Su
vientre vacío maldecía su bigote, reluciente de grasa.
¡Oh, pobre! ¡Si no fueses tan embustero, quizá te invitaría a comer un hombre
generoso!
Un día, mientras el estómago de nuestro idiota se quejaba ante Dios, un gato le
robó la cola de carnero. El hijo del idiota intentó capturar al animal, pero en vano. Por
temor a que su padre le regañara, se puso a llorar. Después, fue corriendo al lugar en
el que su padre se reunía con sus amigos. Llegó en el mismo instante en que su padre
contaba a los demás su imaginaria comida de la víspera. Le dijo:
«¡papá! El gato se ha llevado la cola de carnero con la que te engrasas el bigote
todas las mañanas. He intentado perseguirlo, ¡pero no he logrado atraparlo!».
Ante estas palabras, todos sus amigos se echaron a reír y lo invitaron a una
comida, muy real esta vez. Y así, nuestro hombre, abandonando sus pretensiones,
conoció el placer de ser sincero.
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