El Guardián de las Siete Puertas se lamentaba: “Yo he visitado pueblos con una sucesión interminable de milagros. Mas ellos no los perciben. Yo proveo nuevas estrellas. Mas su luz no altera el pensamiento humano. Yo sumerjo países enteros en las profundidades de los océanos. Mas las humanas conciencias siguen inamovibles. Erijo montañas y las Enseñanzas de la Verdad. Mas la gente ni siquiera regresa a ver de donde sale el llamado. Yo envío guerras y pestes. Mas ni siquiera el terror obliga a la gente a pensar. Yo ofrezco el júbilo del conocimiento. Mas la gente convierte en un revoltijo el sagrado festín. Ya no tengo más señales para prevenir a la humanidad de la destrucción.”
Hacia el Guardián se acercó el Más Elevado:
“Cuando el constructor coloca las bases del edificio, ¿Lo pregona él a todos aquellos que trabajan en la estructura? El menor de los trabajadores conoce de las medidas determinadas más únicamente a pocos les es revelado el propósito del edificio. Aquellos que excavaron las rocas de anteriores cimientos no comprenderán ni uno solo de los nuevos cimientos.
“Mas el constructor no deberá lamentarse si no existe una realización entre los trabajadores de la verdadera importancia del proyecto. Él sólo podrá distribuir el trabajo proporcionalmente.”
Así, en la conciencia de la gente nosotros sabremos que aquellos que no puedan ni entender ni escuchar deberán ejercer el más bajo de los trabajos. Que aquel que entendió permanezca firme como cien mil sabios. Y que las señales, como inscripciones, se le revelen ante él.
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