Pues señor, había una vez y dos son tres, un viejito que vivía con su viejita en un bohío muy chiquito pero muy bonito. Y los dos viejitos se querían mucho y nunca hacían nada sin ayudarse mutuamente. Y sucedió que los viejitos habían sembrado delante del bohío muchas semillas y habían hecho una gran hortaliza. Y en esta hortaliza tenían lechugas, pimiento'1, tomates, nabos, rábanos, calabazas, maíz, yaulías y otras cuantas verduras buenas para comer y vender. Y también tenían una talita de maíz que ya estaba con mazorcas lo más bonitas y hermosas.
Pues señor, que los viejitos estaban muy contentos y satisfechos de la ayuda que Dios les había dado, y pensaban en lo bueno que iban a comer y los chavos que iban a ganar vendiendo lo que no pudieran comerse. Y el viejito estaba encantado con las lechugas y la viejita con los rábanos y con el maíz.
Y por la mañana cuando se levantaban, el viejito se asomaba a la ventana y le decía a su viejita:
–María, mi jija, ¡mira qué jermosa ejtán mi lechugas! No hay náa en ejte sembrao como mij lechugas.
Y el viejito se reía de gozo, y levantando su bastón le hacía cosquillas a la viejita. Pero ésta se asomaba entonces y llamando a su viejito le decía:
–¡Ay, Ramón, mi jijo! ¡Cuidao que tú ejtáj siego! Ponte ejpejueloj, mi jijo, pa que pueaj y el bien. ¡Lo máj jelmoso que hay en toa la tala ej mi máij y dimpuéj de mi máij mij rábanoj! ¡Qué coloraitoj ejtán loj rábanoj y qué veldesita ejtan laj mataj de máij i
Y le metía al viejito un pellizco que le hacía decir que sí, que él estaba equivocado.
Y así pasaban los días, y una mañana, cuando el viejito se levantó y fue a la ventana a saludar el día, vio entre sus lechugas un bulto raro que parecía un animal. Volvió a mirar y entonces vio que aquel bulto se parecía a un chivo. Llamó a su viejita y le preguntó si ella veía lo mismo que él. Ella miró y comprendió que era un chivo.
Entonces el viejito empezó a andar a donde estaba el chivo, y corno era tan viejo se apoyaba en su bastón. Cuando llegó cerca del chivo, le dijo:
–Buenos días, señor Chivo. Yo venía a suplicarle que no se coma mij rábanoj y mij lechugaj, puej noj han costao mucho trabajo. Ya usté se ha comió bastante y nojotroj semoj viejoj y no podemoj tragajal máj. Se lo pío pol su mae, báyase, siñol Chivo, y déjenoj gosal de nuestro trabajo.
Pero el chivo por toda contestación bajó la cabeza y se puso en posición de embestirle, y éste, al ver aquello, empezó a andar como si fuera un joven, y llamando a su viejita le decía:
–María, mi jija, ábreme, la puelta que el Chivo me faja, me faja si me alcansa. ¡Bendito sea Dioj! ¡Tanto como jemoj trabajao pa que agora benga ese diablo de Chivo a comelse too lo que díbamoj a cose-chal! ¿Qué va a sel de nojotroj, María?
–Ten calma, mi jijo, Ustéej loj jombrej no saben jasel laj cosaj. Déjame dil donde el siñol Chivo. Yo le desplicaré ejta cuestión mejol que tú, y ademáj como soy mujel me atenderá mejol que a ti. Nojotraj laj mujerej siempre sacamos mejol paltío en ejta vía. Aguáldate y tú veraj como a mí me ascucha lo que le voy a isil.
Y la viejita se fue donde el Chivo.
–Siñol Chivo, buenos días. Benía a isirle a usté que esa tala de máij m'ha costao mucho trabajo, y que soy una pobrecita vieja y que mi marío y yo semoj mu biejo y usté ej joben y...
El chivo bajó la cabeza, se preparó para embestir y dijo:
–Mire, con pantalones o con faldas, lo mismo da. Largúese de aquí antes de que yo la coja con mis cuernos y acabe con usté, porque si no.. .
¡Ay, Ramón! ¡Pol tu mae, abre la puelta ligero, que me coge el chivo! ¡Abre, mi jijo, abre, que me coge! ¡Ay, mi jijo qué animal más encibil!
Y la pobre viejita cayó en un sillón, y temblaba como si tuviera mucho frío.
Y los dos viejitos no sabían qué hacer para desprenderse de aquel animal que había venido a abusar de ellos y a comérseles toda la hortaliza que ellos habían cuidado con tanto trabajo. ¡Y lloraba la viejita, y lloraba el viejito! Y cuando más tristes estaban, el viejito sintió una picada en la oreja y fue a rascarse; y al rascarse le cayó en la mano una cosa y vio que era una hormiguita brava. Y oyó que la hormiguita le decía:
–Si ustedes quieren que yo les libre de ese chivo que se esta comiendo la hortaliza y la tala, prepárenme un saquito de azúcar y otro de harina para llevarles a mis hijitos y yo les respondo porque el chivo se vaya y no vuelva a venir.
Los viejitos dijeron que si, que como no, que ellos le preparaban los dos saquitos, uno de azúcar y otro con harina para que se los llevara a sus hijitos: pero que les librara del chivo.
Y antes de que lo supieran, la hormiguita se tiró al suelo y anda y anda y anda y anda hasta que llegó donde el chivo, y sin decirle nada, empezó a subírsele por una de las patas de alante hasta que llegó a la frente, y le picó duro. El chivo levantó la pata para rascarse, pero ya la hormiguita estaba picándole la barriga, y el chivo levantó una de las patas de atrás para rascarse, pero la hormiguita se había pasado al otro lado y le estaba picando en el costado y le esta picando, y el chivo no tenía bastantes patas para rascarse, y la hormiguita seguía picándole por todo el cuerpo y el chivo sufriendo sin poder rascarse, y creyendo que la tala y la hortaliza estaban llenas de hormigas, el chivo se echó en la tierra, se acostó y empezó a dar vueltas sobre el terreno para librarse así de las hormigas, pero el terreno era cuesta abajo y el chivo empezó a rodar y a rodar y a rodar, mientras que la hormiguita volvió a su casa, a la de los viejitos, cogió sus saquitos, uno de azúcar y otro de harina para llevar a sus hijitos, y los viejitos se pusieron lo más contentos al verse libres del chivo, fueron muy felices, y el chivo, sigue dando vueltas y vueltas para librarse de las hormigas. Los dos viejitos gozando, el diablo del Chivo rodando, las hormiguitas riendo, y colorín colorao, ya mi cuento está acabao, y si no te ha gustao, échate pa'l otro lao.
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