Era este un ciego quien, a pesar de estar ebrio todos los
días, no se olvidaba de ir a la iglesia los domingos.
Un muchacho, de esos que no faltan, admirado al verlo
arrodillado ante un altar, caminando de puntillas, colocose
detrás del Señor de la Sentencia, que era a quien rezaba
el borracho.
Muñoz, que así se apellidaba el hombre, empezó a hablar
con la imagen, haciéndole esta pregunta: «¿Señor,
quién soy yo, y quién sois vos?».
El muchacho, siempre por detrás de la estatua, respondió:
«Yo soy tu Dios y Señor y tú eres el ciego Muñoz».
Este, asombrado con tal prodigio, huyó de la iglesia para
no volver más.
Otro día se fue a tomar sus copas, como siempre, apartándose
un poco de la ciudad; pero para regresar a su casa
caminó tanto y tanto, sin lograr llegar a su destino. Cansado,
sentóse en una piedra, y se quedó dormido al poco
rato. Luego sintió que lo transportaban por los aires.
Al despertar vio con gran sorpresa que se encontraba
en un bosque llamado Perico Huaicco y que danzaban demonios
a su derredor. Su familia, preocupada por la tardanza
del ciego, fue a buscarlo; y al llegar a una acequia
encontraron solamente su ropa, tendida de tal manera que
parecía que su cuerpo estuviese dentro.
Parece que esta leyenda hubiese influido sobre la población,
porque ya cuando declina el día nadie pasa por
ese sitio.
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