Un hombre había subido a un árbol frutal y sacudía sus ramas para hacer caer la
fruta. Llegó de pronto el propietario y lo apostrofó:
«¿No te da vergüenza ante Dios?
—¿Qué hay de vergonzoso?, replicó el hombre. Si un servidor de Dios come el
fruto de los favores de Dios en el huerto de Dios, ¿en qué es reprensible?».
El propietario dijo entonces a sus servidores:
«¡Traed una cuerda para que reciba la respuesta que merece!».
Lo hizo atar a un árbol y después lo azotó en los muslos y la espalda. El hombre
se puso a gritar:
«¡Deberías avergonzarte ante Dios de maltratar a un inocente como yo!».
Pero el propietario respondió:
«Si un servidor de Dios golpea con el bastón de Dios a otro servidor de Dios,
¿qué mal ves en ello? El bastón le pertenece, tus muslos y tu espalda le pertenecen.
En cuanto a mí, ¡yo no soy más que una herramienta en sus manos!».
Entonces dijo el ladrón:
«¡Me arrepiento! ¡Me arrepiento! Dices verdad: ¡La voluntad existe en mí!».
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