Circulaba el rumor de que existía en la India un árbol cuyo fruto liberaba de la
vejez y de la muerte. Un sultán decidió entonces enviar a uno de sus hombres en
busca de esta maravilla.
Partió, pues, el hombre y, durante unos años visitó muchas ciudades, muchas
montañas y muchas planicies. Cuando preguntaba a los transeúntes dónde se
encontraba este árbol de la vida, la gente sonreía pensando que estaba loco. Los que
tenían corazón puro, le decían:
«¡Eso son cuentos! ¡Abandona esa búsqueda!».
Otros para burlarse de él, lo enviaban hacia selvas lejanas. El pobre hombre no
alcanzaba nunca su meta, pues lo que perseguía era imposible. Perdió entonces la
esperanza y tomó el camino de vuelta, con lágrimas en los ojos.
Durante el camino, encontró a un sheij y le dijo:
«¡Oh, sheij! ¡Ten piedad de mí, pues estoy desesperado!
—¿Por qué estás tan triste?
—Mi sultán me ha encargado que busque un árbol cuyo fruto es el capital de la
vida. Todos lo desean. He buscado durante mucho tiempo, pero en vano. Y todo el
mundo se ha burlado de mí».
El sheij se echó a reír:
«¡Oh corazón ingenuo y puro! Ese árbol es la sabiduría. Sólo el sabio la
comprende. Se la llama a veces árbol, a veces sol, u océano, o nube. Sus efectos son
infinitos, pero él es único. Un hombre es padre tuyo, pero él, por su parte, es también
hijo de otra persona».
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