sábado, 16 de marzo de 2019

Cómo Rairu perdió su estrellita por un baile (mito de los indios brasileños)

Lo que más le gustaba a Rairu era pasarse la vida en el bosque.
Estaba largas horas tumbado bajo un árbol, curioseando las flores a su
alrededor o escuchando el canto de los pájaros.
El padre regañaba constantemente al muchacho, porque no le agradaba
este género de vida para su hijo. Sin embargo, Rairu seguía en sus
escapatorias al bosque.
Cuando fue ya un hombre, salía casi todas las noches de paseo. Vagando
bajo el cielo estrellado, se sentía completamente feliz. Noche
tras noche, solía sentarse junto a una pequeña catarata, y desde allí
oontcmplubii el cielo y lus primeras estrellas que iban apareciendo. Le
tfUNtuhu el ruido del agua, que se mezclaba a veces con el canto de pájuros
nocturnos.
Una noche, cuando Rairu estaba tumbado bajo un árbol, oyó un
maravilloso canto de un pájaro, que le conmovió profundamente. Nunca
había oído tan extraño gorjeo, y trató de buscar el ave; pero no la
pudo encontrar, aunque seguía cantando muy cerca de él. Le escuchó
ensimismado y pensó que aquel pájaro cantaría para alguna estrella,
como, a su vez, éstas, probablemente, también cantarían para él. Mientras
tanto, contemplaba el cielo, viendo cómo poco a poco iban apareciendo
las estrellas. Ya estaba totalmente cubierto y todas parecían,
con su tímido centelleo, como emocionadas por el canto del pájaro.
Una estrellita, la más brillante de todas, parecía moverse lentamente
hacia el este, y centelleaba casi imperceptiblemente, escuchando el
canto del pájaro nocturno. Rairu la miraba entusiasmado y toda la noche
estuvo espiándola. Al amanecer, cuando la estrellita desapareció,
el pájaro dejó de cantar, y Rairu se sintió tan solo y tan triste como en
un destierro.
Las noches siguientes, tormentosas y llenas de nubes, no le permitieron
ver a su estrellita. Estaba pensando en ella, cuando se encontró
con un viejo que lo llamó por su nombre y le preguntó qué era lo que
más deseaba en el mundo.
-La estrellita -contestó Rairu-; si pudiera poseerla, la adoraría de
noche y de día, y sería el hombre más feliz del mundo.
El viejo le aseguró que, si dormía aquella noche sobre lo más alto
del monte, la conseguiría.
Rairu, loco de alegría, echó a andar hacia el monte y subió y subió
hasta llegar a la cima.
Se echó bajo un árbol y trató de hacer un verso a su estrellita mientras
anochecía.
Las primeras estrellas comenzaron a aparecer en el cielo y Rairu esperaba
impaciente la aparición de la estrellita, la más brillante de todas;
pero el tiempo pasaba, el cielo se cubrió de estrellas y ésta no aparecía.
Pensó que quizá algún árbol la ocultaba, y cambió de sitio; subió a los
lugares más altos, pero desde ninguno de ellos logró verla. Cansado de
vagar de un lado para otro, se tumbó sobre la hierba y, sin darse cuenta,
se quedó dormido.
Mientras dormía, soñó que todo el mundo se había transformado
en una luz blanquecina y que no había más que luz y música, mucha
música. A través del inmenso espacio volaban las estrellas. Rairu buscaba
a su estrellita; pero no la podía encontrar.
Una fuerza invisible le subió hasta lo más alto del cielo, y allí trató
de buscar a su estrella. Pronto notó que él mismo se había convertido
en música.
Entonces Rairu se despertó y vio junto a él a una muchacha muy bella,
vestida de blanco, que le miraba con amor y le decía: «Soy la estrellita;
llévame contigo». Y se hacía cada vez más pequeña, tan pequeña
que podía caber en la mano de Rairu. Pero cada vez era más bella. Éste,
loco de alegría, buscó algo para acomodar a su estrellita; pero las cáscaras
de frutos eran muy duras e incómodas. Entonces se acordó de una
calabaza que él tenía. La limpió, la llenó de césped y la colocó en ella.
La estrellita se paseó por su nueva mansión y sonreía cariñosamente a
Rairu desde allí.
Todo el día vagó por el bosque con su estrellita. Cuando la miraba,
le parecía escuchar una música celestial.
Durante la noche y el día, la estrellita contaba a Rairu extrañas historias
y éste no se cansaba de adorarla. Pero a veces se entristecía cuando
le decía que el día llegaría en que habrían de separarse, pues él, sin
duda, apartaría de ella su atención para fijarse en otras cosas del mundo,
y entonces ella desaparecería y sólo podría conservar de él un triste
recuerdo. Pero Rairu se indignaba al oír estas cosas y aseguraba que
nada ni nadie les habría de separar.
Un día que estaban subidos en un árbol, la estrellita le propuso visitar
el cielo; ella deseaba pasar allí una temporada.
Rairu aceptó, y entonces ésta, tocando el árbol con una varita mágica,
lo hizo crecer tanto que enseguida se encontraron en el cielo. La
estrellita le pidió que la esperara allí y echó a volar.
No había pasado mucho rato, cuando apareció ante él una ciudad
maravillosa, resplandeciente. Por las calles, hombres y mujeres bailaban
y tocaban instrumentos. Le hacían guiños para que les siguiera,
y Rairu así lo hizo. Penetraron en un gran salón y comenzó un baile
animadísimo, cada vez más vivo y más violento, hasta que se convirtió
en algo salvaje.
De repente de todas partes comenzaron a salir cerdos, murciélagos,
serpientes y toda clase de sapos, que bailaban frenéticamente. Rairu,
atronado por la música y horrorizado de aquel extraño espectáculo, se
fue y trató de buscar a la estrellita.
La encontró en el mismo lugar donde la había dejado; pero en sus
ojos ahora no brillaba el amor, las lágrimas las inundaban. Amablemente
le reprendió por su desobediencia y se despidió de él, pues ya no
podían seguir más juntos.

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