LA relación entre varias partes del viejo mundo y del nuevo era posiblemente mucho más íntima, incluso hace tres o cuatro mil años de lo que creíamos o creían nuestros antepasados. Las tablillas del Diluvio, citadas en otro capítulo, contienen ejemplos de donde colegimos que los barcos de mar, bien equipados y con navegantes expertos, estaban de moda en la época de Noé, y hay una prueba, aunque defectuosa, de su navegabilidad en el hecho de que su particular destreza era capaz de doblar una larga tempestad que con toda probabilidad habría hundido la mayor parte de las que surcan el mar en la actualidad. Los antiguos clásicos chinos hacen constantes alusiones a aventuras marítimas y los descubrimientos de Schliemann en la antigua Troya 113 de jarrones con inscripciones chinas confirman la idea de que, al menos en esa fecha, se efectuaban intercambios comerciales entre estos dos distantes países, tanto directamente como por transferencia entre los distintos centros de comercio.
Un ejemplo más chocante, y que nos traslada en el tiempo a una época aún más temprana, lo tendremos si se confirma en posteriores investigaciones el descubrimiento relatado sobre vestigios chinos en las tumbas egipcias.
La flota del rey Salomón llegó por lo menos a la India, y probablemente escuadrones independientes 114 fueran por la costa isla tras isla a lo largo del archipiélago de Malaya; pero a medida que descendemos gradualemente hacia los
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tiempos modernos, podemos citar el periplo por África que llevó a cabo Hannón el cartaginés 115, el descubrimiento de América antes que Colón por los chinos en el siglo V, desde la costa asiática, y por los noruegos bajo las órdenes de Leif Ericsson en el año 1001, desde Europa, y la anticipación de los así llamados descubrimientos de Van Deimen y Tasman por los viajes de árabes y otros navegantes, por cuyos documentos El Edrisi 116, allá en el siglo XII, fue incapaz de indicar la existencia de Nueva Guinea y, creo yo, de la costa septentrional de Australia. Aunque la identidad con Méjico del país llamado Fu-sang, visitado con anterioridad al 499 d.C. por el monje budista Hoei-shiu, ha sido discutida, parece que prevalecen los argumentos a su favor. Éstos fueron aducidos en un principio por Deguignes, posteriormente por C. F. Neumann, Leland y otros, y se basan en los hechos afirmados en la breve narración con distancia de por medio, que describen la planta de maguey, o gran áloe 117, la ausencia de hierro y la abundancia de cobre, oro y plata.
Aunque hay pocas cuestiones acerca de que la isla y la tierra de Wák Wák sean respectivamente alguna de las islas Sunda, Nueva Guinea y la parte colindante de Australia, parece que ningún comentador ha tocado el asunto de que el nombre de "islas de Wák Wák" pueda significar simplemente "islas del Pájaro del Paraíso". Wallace, en su obra Malay Archipelago, remarca enfáticamente que en el interior de los bosques de Nueva Guinea el sonido más sobresaliente es el grito "Wok Wok" del gran Pájaro del Paraíso y, por tanto, podemos especular, no sin razón, sobre el pájaro conocido como el Wok Wok y las islas conocidas como islas Wok Wok, del mismo modo que nosotros usamos nombres onomatopéyicos, como cuco o abubilla, para pájaros, o isla de las Serpientes, o colina de los Monos, etc., para lugares.
Esta opinión se ha visto fortalecida hasta tal punto que Wák Wák fue el hogar de la adorable doncella capturada por Hasan (en la encantadora historia de Hasán de El Bas-rah en las Noches Árabes), después de que ella se despojara de su piel de pájaro y él tuviera que peregrinar fatigosamente de isla en isla, de mar en mar, para buscarla después de que ella lo abandonara. Es evidente que entre las maravillas narradas por los navegantes de islas tan remotas y raras, no superaran la hermosura de los pájaros del Paraíso, y de las narraciones exageradas de viajeros se puede extraer la bella fábula incorporada a las Noches Árabes, así como la otra de Eesa o Moosa, el hijo de El Mubarak Es Serafee 118. "Aquí está, también, el árbol que da frutos como mujeres con cuerpos, ojos, miembros, etc. como los de las mujeres; tienen hermosos rostros y están suspendidas del pelo; vienen así, de tegumentos como grandes bolsas de cuero, y cuando sienten el aire y el sol gritan "Wák Wák" hasta que se les corta el pelo, y cuando se lo han cortado, mueren; la gente de esas islas comprenden su grito y auguran enfermedades de él." Esto, después de todo, no es más absurdo que la historia del origen del pato percebe, existente y tenido por cierto en Europa hasta entrado el siglo pasado.
El Edrisi, que, igual que los geógrafos de su época, creía que había un gran continente antártico, tras la descripción de Sofala con sus minas de oro, abundancia de hierro, etc., saltó en una ocasión a la isla principal de Wák Wák, que la describe diciendo que tenía dos ciudades situadas en un gran golfo (¿Carpentaria?) y una población salvaje 119.
Las dos ciudades pequeñas bien podían ser campamentos de los aborígenes o estaciones comerciales de mercaderes malayos.
Hay que señalar que esta identificación de Wák Wák está en oposición al punto de vista que mantienen algunos comentadores; por ejemplo, el profesor Goeje de Leyden ha identificado recientemente las islas de Silâ (que previamente fueron consideradas como Japón) con Corea, y Wák Wák con Japón; pero esto no concuerda con la narración de El Edrisi: que la gente era negra, desnuda y vivía de pescado, conchas y tortugas, sin oro, comercio, barcos ni bestias de carga. En más sitios El Edrisi dice que las mujeres están totalmente desnudas y sólo se ponen peines de marfil adornados con nácar.
Lane piensa que los árabes aplicaron el nombre de Wák Wák a todas las islas que conocieron en el este y sudeste de Borneo. Es Serafee, junto con los detalles ofrecidos en una nota previa, dice también: "De una de esas islas de Wák Wák fluye un gran torrente como brea, que corre hasta el mar y los peces se queman allí y flotan sobre el agua." Y Hasán, en la historia citada antes, para encontrar la última de las siete islas de Wák Wák, ha de pasar por la tercera isla, la tierra de Jinn, "donde la vehemencia de los gritos de Jánn y el surgir de las llamas, de las chispas y del humo de sus bocas y los sonidos estruendosos de sus gargantas y su insolencia, nos obstruirán el camino", etc., etc. Creo que en cada uno de estos últimos ejemplos se está refiriendo a las islas volcánicas de Java y otras de las islas de Sunda.
La información que poseemos es aún demasiado exigua como para permitirnos cualquier consideración provechosa en cuanto a los orígenes de las naciones que poblaron América durante la época propiamente primitiva, de la que hay abundancia de evidencias geológicas. De hecho, las teorías sobre este punto han avanzado poco más allá de los límites de la especulación, y creo que es necesario hacer más de lo que citó uno de ellos, resumido en el siguiente extracto: "El profesor Flowers, haciendo hincapié en las recientes investigaciones paleontológicas, que prueban que una inmensa cantidad de formas de animales terrestres, que consideraban propios del Viejo Mundo, abundaban en el Nuevo, y que muchos, como el caballo, el rinoceronte y el camello, son más numerosos en especies y variedades en el Nuevo; deduce que los medios de comunicación por tierra debieron ser muy diferentes a los actuales, y que es tan probable que el hombre asiático derive de América como lo contrario, o que ambos provengan de un centro común, en alguna región de la tierra hoy cubierta por el mar" 120.
La teoría más comúnmente aceptada con respecto al origen de los pobladores del continente americano, dentro de los límites de la tradición, es la que establece que eran descendientes de los asiáticos y que la emigración tuvo lugar en una fecha relativamente reciente por el estrecho de Bering, complementada por el paso ocasional desde el sur de Asia a través de las islas de la Polinesia, o desde el norte de África cruzando el Atlántico. Sin embargo, la idea del profesor Flowers, que sostiene en oposición a la opinión más generalizada, dice que la población actual de los actuales países del Viejo Mundo tuvo, en realidad, su origen en el Nuevo.
Por ejemplo, un competente erudito azteca, Altamirano de Méjico 121, argumenta que los aztecas eran una raza que se originó en las partes no sumergidas de América, tan antigua como la asiática, y que Asia pudo haber sido poblada desde Méjico; mientras, E. J. Elliott, citando a Altamirano, dice: "Desde las ruinas recientemente encontradas, las más septentrionales de las ya descubiertas, las indicaciones de arquitectura perfeccionada, las obras de las diferentes etapas, se puede trazar una cadena continua hasta Méjico, pues ellos culminan en estructuras sólidas e impresionantes, dando así alguna prueba, por evidencias circunstanciales, al razonamiento de Altamirano."
Sigue: "El doctor Rudolf Falb122 descubre que la lengua que hablaban los indios de Perú y Bolivia, especialmente el quechua y el aimara, presenta las afinidades más sorprendentes es la lengua semítica, y particularmente con el árabe —idioma en el que el propio Falb ha sido diestro desde su juventud—. Siguiendo con los vínculos de este descubrimiento, encontró primero una línea de unión con las raíces arias y luego llegó a la sorprendente revelación de que las raíces semíticas son universalmente arias. Los troncos comunes de todas las variantes se encuentran en su estado más puro en el quechua y en el aimara, por lo cual Falb llega a la conclusión de que los altiplanos de Perú y Bolivia deben ser considerados como el punto de partida de la presente raza humana."
Por otro lado, E. B. Tylor, en el desarrollo de un artículo sobre chaquete entre los aztecas 123, que él argumenta que les llegó de Asia, y muy probablemente a través de Méjico, indica que los mitos y la religión de las tribus norteamericanas contienen muchas fantasías bien conocidas en Asia, consideradas posiblemente independientes y que no aprendieron de los blancos: "Tal es la curiosa creencia de que el mundo es una monstruosa tortuga flotando en las aguas, y una idea que los siux tienen en común con los tártaros, que es pecado cortar o remover con un instrumento afilado un tronco que arde en el fuego." Él cita a Alexander von Humboldt cuando dice: "Mantenido desde hace años que los mejicanos hacían y creían cosas que habían sido tan fantásticas como las asiáticas, argumenta que debió haber comunicación." Y se pregunta: "¿Habrían empezado dos naciones independientemente a formar calendarios de días y años por medio de la repetición y combinación de ciclos de animales, tales como el tigre, el perro, el mono, la liebre, etc.? ¿Habrían desarrollado de forma separada quimeras astrológicas similares acerca de los signos existentes durante los períodos que ellos comenzaron e influyéndose mutuamente sobre un miembro particular o sobre un órgano del cuerpo del hombre? ¿Habrían desarrollado, asimismo, de forma independiente una conciencia mitológica del mundo y de sus habitantes, después de que varias catástrofes los hubieran destruido al final de unos cuantos períodos sucesivos?"
Y añade: "Pudo muy bien haber sido el mismo agente el que llevara a Méjico el arte de trabajar el bronce, el cálculo del tiempo por períodos de perros y monos, la relación de los nacimientos y el juego del chaquete."
Tenemos, pues, la teoría de aquellos, en la actualidad un escaso número, que mantienen que los actuales habitantes indios de América eran una raza diferente. Lord Kaimes, en su obra Sketches of the History of Man, dice: "Yo voy aún más allá: deduzco que América no se pobló con ninguna parte del Viejo Mundo." Voltaire le precedió en esta misma línea argumental contando con el ridículo antes que con la razón: "Las mismas personas que admitieron rápidamente que los castores de Canadá tenían origen canadiense, defienden que los hombres debieron llegar allí en barcos y que Méjico hubo de poblarse con alguno de los descendientes de Magog" 124.
Misioneros de varias sectas se han esforzado en identificar al hombre rojo con las diez tribus perdidas. Adair concibió el lenguaje de los indios meridionales como una corrupción del hebreo, y el jesuita Lafitan, en su historia sobre los salvajes de América, mantiene que la lengua del Caribe era radicalmente hebreo.
John Josselyn 125, en un relato sobre los mohawks, afirma que su lenguaje es un dialecto de los tártaros, y Williamson, en su historia sobre Carolina del Norte, considera que difícilmente se puede cuestionar que los indios de Sudamérica desciendan de una clase de hindúes de la parte sur de Asia.
Entre otros, el capitán don Antonio del Río, que describe las ruinas de una antigua ciudad guatemalteca, creía que eran las reliquias de una civilización fundada por colonos fenicios que habían cruzado el océano Atlántico, y otra teoría más es la que propone Knox 126, que considera que los extinguidos guanches, antiguos habitantes de las islas Canarias y las islas de Cabo Verde, tenían semejanzas cercanas a los egipcios en ciertas características. Él sigue y observa: "Ahora cruzamos el Atlántico y en una zona paralela de la tierra, o por lo menos no muy alejada, nos tropezamos con las ruinas de las ciudades de Copan y Centroamérica. Para nuestra sorpresa, no obstante la anchura del Atlántico, vestigios, de una naturaleza indudable, reaparece de un carácter completamente egipcio —jeroglíficos, templos monolíticos, pirámides—. ¿Quién erigió esos monumentos en el continente americano? Quizá en algún período remoto los continentes no estaban tan apartados, pudieron haber estado unidos, formando de esta manera una zona o círculo de tierra ocupada por un pueblo constructor de pirámides."
No es imposible que todas estas teorías sean correctas, y que las numerosas migraciones puedan haberlas llevado a cabo en varios períodos de las distintas naciones, más fácil sería, por supuesto, que desde el nordeste de Asia a través de las islas Aleutianas, como bien resalta el autor de Fusang, un marinero en un barco descubierto podría cruzar desde Asia hasta América por esa ruta en época estival, casi sin dejar de ver tierra firme, y esto en una parte del mar generalmente generosa en pesca, como demostraron los pescadores que habitaban muchas de esas islas, donde siempre se puede encontrar agua fresca. Pero es más que probable que la ruta directa desde las islas de Japón hasta California o Méjico fuera también la que tomaron ocasionalmente, de forma voluntaria o involuntaria, algunos marineros por motivos emprendedores, religiosos, o por la fuerza del clima.
El coronel B. Kennon, ante la presencia de juncos a lo largo de los viajes oceánicos, aduce el ejemplo de un junco japonés rescatado por un ballenero americano a cuatro mil kilómetros del sudeste de Japón, y otros impulsados por la corriente entre las islas Aleutianas aproximadamente a mitad de camino hacia San Francisco, y al darse cuenta de la semejanza y probable origen común de los habitantes de las islas Sandwich con los japoneses, se dio cuenta de la "antigua costumbre que se daba, tanto japoneses como chinos, de llevarse con ellos a las mujeres al mar, o comerciantes con sus familias a bordo, que aumentarían la población de esas islas" o de lugares del continente americano. Se podría introducir el elemento judío fácilmente a través de esta vía, pues la mezcla ocasional de sangre judía tanto entre chinos como entre japoneses tiene tanta fuerza que ha llevado a muchos autores a sostener que, al menos los últimos pobladores, descendían de parientes judíos.
Hay que recordar también que las aguas del Pacífico, tanto en el Norte como en el Sur, son particularmente favorables para la navegación de embarcaciones pequeñas, y el capitán Bligh, tras un motín a bordo del Bounty, pudo salvarse realizando un viaje de tres mil kilómetros en un barco descubierto, mientras que todas las islas de la Polinesia, bien del Norte, bien del Sur, fueron poblándose gradualmente con canoas que iban a la deriva por el océano.
De nuevo, había una tradición sobre la existencia de un gran continente al oeste de la costa africana, que se daba entre los sacerdotes egipcios muy anteriores a la época de Solón; como demostraré a partir de ahora, entre los cartagineses y los tirrenos es, creo yo, más que probable que tanto los marineros fenicios como los egipcios actuaran bajo mandato real o bajo influencias de consideraciones mercantiles, y se hubieran esforzado en descubrirlo y, como en el caso de Colón, no habrían tenido dificultad para atravesar el Atlántico con viento favorable, aunque ellos fueron menos afortunados que él en su viaje de vuelta.
La posibilidad de la existencia de una isla enorme o un continente a mitad de camino entre el Viejo y el Nuevo Mundo, dentro del período tradicional, se incluye en la importante pregunta, que aún está sub judice entre los geólogos, de si la disposición general de la tierra y el agua ha variado o no durante las épocas pasadas. Sir Charles Lyell apoyó la primera opción127, y opinaba que se han repetido alternancias completas de las posiciones de los continentes a lo largo de los tiempos geológicos.
La idea opuesta la sugirieron eminentes autoridades un tiempo después, sugerida más que sostenida con argumentos elaborados, hasta hace poco, cuando Wallace y Carpenter reexaminaron el asunto.
El primero de éstos, en el capítulo de la vida de la isla dedicado a la permanencia de los continentes, se explaya necesariamente en la inferencia de Darwin sobre la escasez de islas oceánicas como fragmentos de formaciones paleozoicas o secundarias "que quizá durante los períodos Paleozoico y Secundario ni existían continentes ni islas continentales donde se extienden ahora nuestros océanos, pues, de haber existido, las formaciones paleozoicas y secundarias serían acumulaciones de sedimentos derivados de su desgaste y su ruptura, y éstos habrían sido, al menos parcialmente, sacudidos durante esos períodos tan enormemente largos. Si podemos deducir algo de estos hechos, deduciremos que donde se extienden ahora nuestros océanos se han extendido océanos desde el período más remoto que seamos capaces de recordar; por otro lado, donde existen ahora los continentes, han existido grandes rastros de tierra sujetos, sin duda, a las grandes oscilaciones de nivel desde el período Cámbrico".
No estoy enterado de si Darwin se pronunció sobre este asunto con más datos en obras posteriores, o si la cuestión en su conjunto ha sido discutida detalladamente de otra forma por parte de Wallace en el capítulo correspondiente, en el que cita lo único que hay que tener en cuenta a la hora de hacer sugerencias auxiliares a los poderosos argumentos que él mismo pronunció en favor de tal conclusión. No hay duda de que la escasez de islas, aparte de las volcánicas o coralinas a lo largo de la mayor parte de los océanos existentes, tiene un significado cierto pero no absoluto, en cuanto a épocas geológicas recientes se refiere.
Hay otra línea de razonamiento, debatida por Wallace, basada en la formación de estratos paleozoicos y secundarios procedentes de los desechos de los continentes quebrados e islas que ocupaban el lugar de los actuales continentes, y separados por insignificantes distancias de mar o extensiones de los océanos colindantes. Está sólidamente basado en su estructura litológica, como indicador de unas aguas de origen litoral y poco profundo, pero me parece que es positivo sólo en cuanto muestra que, a lo largo de tiempos geológicos, ha habido tierra en algún lugar dentro de los límites del presente cataclismo, y simplemente negativo sobre cuál pudo ser o no la condición de lo que ahora son los grandes espacios oceánicos del mundo. Parecería razonable a primera vista deducir que las mismas depresiones que causaron las inundaciones de Europa y Asia implicaran una correspondiente elevación de otros lugares, con el fin de que se mantuviesen las mismas áreas relativas de tierra y agua.
Carpenter, sin embargo, ha reducido las proporciones de esta opinión y ha derribado los resultados de los recientes alcances de la expedición del Challenger contra los defensores de los intercambios de tierra y océano, y siguiendo otra línea de razonamiento de Wallace, ha estimado los sólidos contenidos de océano y tierra sobre el nivel del mar respectivamente, como de una proporción de treinta y seis a uno. De esta forma, suponiendo que toda la tierra existente en el globo se hubiese hundido bajo el nivel del mar, este hundimiento sería contrarrestado únicamente con la elevación de una treinta y seisava parte del suelo oceánico existente desde su profundidad actual hasta el mismo nivel.
Hay que admitir que el balance del argumento fue hasta hace poco contra la antigua existencia del continente de Atlántida 128, cuyos fantasmagóricos perfiles, sin embargo, casi podríamos imaginar a través de los débiles contornos en el mapa ilustrativo de la porción del Atlántico Norte en las investigaciones del Challenger. Pero no era tan contundente como para autorizarnos a ignorar la historia totalmente como si fuese una fábula. No creo que sea imposible que alguna isla —tal vez volcánica— céntricamente situada pudiera haber existido, y que fuese suficientemente importante como para servir de base de simples leyendas, que bajo el encantamiento de la distancia y el tiempo llegó a metamorfosearse y enriquecerse.
A. R. Grote sugiere que es simplemente un mito fundado en la observación de las nubes bajas en un cielo con arreboles, que parecían islas en un mar de oro.
Donelly, por su parte, en un libro muy exhaustivo y competente, sostiene en un principio que Atlántida existió realmente y, en segundo lugar, que fue el origen de nuestra actual civilización; que sus reyes estaban representados por dioses de la mitología griega y que su destrucción originó la historia de nuestro Diluvio.
La bien conocida historia está contenida en una épica de Platón, de la que sólo quedan dos fragmentos, fundamentados en dos diálogos (el Timeo y el Critias). Critias representa la historia de un viejo mundo, que su familia heredó de su bisabuelo Dropidas, que se lo oyó a Solón, quien lo tomó de los sacerdotes egipcios de Sais129.
Eliano contiene un extracto de Teofrasto, que escribió en tiempos de Alejandro Magno, que podría hacer suponer algo más que un conocimiento de América. Está en forma de diálogo entre Midas de Frigia y Sueno.
Este último informó a Midas de que Europa, Asia y África no eran más que islas rodeadas de agua por todas partes, pero que había un continente situado más allá de éstos que era de enormes dimensiones, incluso ilimitado, y era tan exuberante que producía animales de prodigiosas magnitudes. Que allí los hombres crecían el doble que ellos, que vivieron en una época muy remota, que tenían muchas ciudades y que sus costumbres y leyes eran diferentes de las suyas, que en una ciudad había más de un millón de habitantes y que el oro y la plata se encontraban en grandes cantidades.
Diodoro de Sicilia da cuenta de lo que sólo podría ser el continente americano o una de las islas de las Indias Occidentales, y lo hace así:
"Tras mencionar de forma superficial las islas dentro las Columnas de Hércules, tratemos de aquéllas más alejadas en el mar abierto, pues hacia África hay una isla muy grande en el gran mar océano, situada a muchos días en barco, desde Libia hacia el Oeste.
Su suelo es fructífero, una gran parte elevada en montañas, pero no escasa de grandes llanuras, que sobresalen por su amenidad, pues sus ríos navegables fluyen por él y lo riegan. Abundan los jardines, adornados con varios árboles y numerosos huertos, cruzados por placenteros arroyos.
Las ciudades están adornadas con suntuosos edificios y fuentes para beber, hermosamente situadas en jardines, están por doquier; como su situación es la adecuada e invita al descanso, son muy frecuentadas durante la época estival.
La región montañosa posee numerosos bosques y diversas clases de árboles frutales. Presenta, así mismo, profundos valles y manantiales aptos para el solaz en la montaña.
Además toda esta isla está bañada por fuentecillas de agua dulce que, no sólo dan placer a sus habitantes, sino también vigor para la salud y fuerza.
La caza proporciona toda clase de piezas, cuya abundancia, presente en los banquetes, no priva de cualquier deseo.
Es más, el mar que baña esta isla es generoso en pesca, siendo el océano, por su ubicua naturaleza, el que ofrece una gran variedad de peces.
Por último, la temperatura es óptima, de ahí que los árboles den fruto a lo largo de la mayor parte del año.
Para terminar, resalta tanto su felicidad que recuerda más a una morada de dioses que de hombres.
Anteriormente fue desconocida debido a la lejanía de su situación con respecto al resto del mundo, pues un accidente provocó su posición. Los fenicios solían hacer bastantes viajes con fines comerciales, desde las épocas más remotas, de lo cual resultó que fueron los fundadores de muchas de las colonias africanas y de no pocas de los europeos del Oeste, y cuando se habían rendido a la idea que tenían en mente, de enriquecerse enormemente, pasaron allende las Columnas de Hércules hacia el mar llamado Océano, donde primero fundaron una ciudad llamada Gades, en la península Europea, y cerca del estrecho de las Columnas (de Hércules), en donde aquellos que habían llegado en tropel erigieron un suntuoso templo a Hércules. Este templo se ha mantenido con la mayor veneración tanto en tiempos antiguos, como en los más recientes hasta la actualidad; de hecho, muchos romanos de nobleza ilustre y de reputación se juran sus promesas a ese dios, y felizmente descargan sus obligaciones.
Por esta razón, los fenicios continuaron sus exploraciones más allá de las Columnas, y cuando ya estaban navegando a lo largo de la costa africana fueron sacudidos por una tempestad que los llevó, tras muchos días, a la isla de la que he hablado, y al saber que se encontraban con esta plácida naturaleza, se lo comunicaron a los demás. Con este relato, los tirrenos también se hicieron dueños del mar y decidieron colonizarlo; pero los cartagineses, alertados de esto, tanto porque temían que muchos de sus ciudadanos, atraídos por los encantos de la isla, fueran a emigrar allí, cuanto porque deseaban tener un refugio, en caso de un repentino cambio de fortuna, si por casualidad la República de Cartago recibía un golpe mortal, pues pensaban que serían capaces, mientras fueran poderosos en el mar, de irse con su familia a la isla desconocida" 130.
Entre las muchas pruebas que pueden citarse, en cuanto al origen común de los asiáticos y una proporción realmente cuantiosa de la población americana, está la práctica de escalpar al enemigo, citada por Herodoto como usada entre los escitas, y universalmente extendida entre todas las tribus de los indios norteamericanos; el descubrimiento de ornamentos de jade en los restos mejicanos y la estima general que los chinos tienen por este material; el uso del quipu entre los peruanos y la afirmación del I-king, o Libro de Cambio, uno de los más antiguos de los clásicos chinos, que dice: "Los antiguos cordeles tejidos para expresar su significado, pero en la etapa siguiente los sabios renunciaron a esta costumbre y adoptaron un sistema basado en caracteres escritos" 131; el descubrimiento de figuras serpenteantes entre las reliquias peruanas y el uso común de esta ornamentación en jarrones y trípodes chinos, en fechas muy anteriores a la era de Troya, en la que se supone que fueron originados; la similitud de dibujos chinos y otros mongoles, con las de varias tribus indias; la semejanza de máscaras y varios restos de modelos chinos más, descubiertos recientemente por Desirée de Charnay en América Central, y el porte imperturbable y reservado de ambas razas. Una buena ilustración de esto es la que aporta la historia que se cuenta del célebre estadista Sieh Ngan (320-385 d.C.) en Chinese Reader's Manual, de Mayer; se puede imaginar aplicado a alguna característica india.
Se cuenta de Sieh Ngan que, en el tiempo en el que la capital estaba amenazada por las fuerzas de Fukien, se sentó un día frente a un tablero de ajedrez con un amigo, cuando le llegó un mensaje, lo leyó con calma y siguió jugando. Cuando le preguntaron por la noticia, replicó: "Es simplemente un anuncio de que mis jóvenes han batido al enemigo." La noticia estaba, en realidad, en la total derrota de los invasores por el ejército a las órdenes de su hermano Sieh She y su sobrino Sieh Hüan. Únicamente cuando se retiró a sus aposentos privados se arrancó en una explosión de alegría. La misma expresión "mis jóvenes" equivale a "mis hombres jóvenes", a los que el jefe indio había empleado.
Entre los petivaces, una tribu india de Brasil, tenían una singular costumbre 132. "Cuando iba a dar a luz un niño y por tanto debería preparar toda la ceremonia y la atención adecuadas a la parturienta, en ese momento el marido se tendía en la hamaca (como si se fuera a la cama) y todas sus esposas y vecinos venían a visitarlo. Es una suposición agradable, por supuesto, el hecho de que la mujer debe soportar los dolores de traer el niño al mundo, y entonces el hombre se acuesta y gime."
Comparemos con éste el relato ofrecido por Marco Polo sobre la misma costumbre establecida entre los Miau-tze, o aborígenes de China, como forma característica de los actuales ocupantes. Su degradación a la sumisión se recuerda en las primeras obras acerca del país.
"Después de un viaje de cinco días, con dirección al Oeste desde Karazan, entras en la provincia de Kardan-dan, que pertenece a los dominios del gran khan, y cuya ciudad principal se llama Vochang (probablemente, Yung-chang, en la parte occidental de Yunnan). Esta gente tenía la siguiente costumbre: Tan pronto como una mujer ha dado a luz un niño, se ha levantado de la cama, ha lavado y envuelto al niño, su marido ocupa inmediatamente el lugar que ella ha dejado, coloca al niño a su lado y lo cría durante cuarenta días. Entre tanto, los amigos y parientes van a visitarlo y le dan la enhorabuena; mientras, la mujer atiende las labores de la casa, le lleva de comer y de beber al marido a la cama y amamanta al niño junto a él" 133.
Encontramos una referencia en Hudibras a esta práctica grotesca, donde se atribuye, erróneamente, a los propios chinos, y reaparece en la zona occidental de Europa, entre los vascos, que tienen su propia tradición acerca del Diluvio y usan una lengua que, según Humboldt, se acerca más a algún dialecto primitivo de los indios de Norteamérica que a cualquier otro. Afirman seguir la costumbre anterior a Altor o Noé, cuya esposa parió un hijo para él cuando estaban en el exilio y, temerosa de que fuera descubierto y asesinado, ordenó a su marido que cuidase al niño, mientras ella salía en busca de comida y leña.
El cambio de nombre que prevalece entre los chinos y los japoneses de ambos sexos, en diferentes períodos de la vida, también se da en el otro continente134, donde varones y hembras, cuando llegan a la edad del discernimiento, no mantienen el nombre que tuvieron de jóvenes y, si llevan a cabo algún hecho notable, asumen un nuevo nombre.
Se presta menor atención a la coincidencia de la adoración al Sol, a la tradición del Diluvio y a la conservación de cenizas ancestrales135. Éstas, aunque tal vez no, podrían haber sido indígenas; pero apenas podemos concebir la de la adoración de la serpiente, que Fergusson sugiere que se daba entre un pueblo de origen turanio, de donde se extendió a todos los países o tierras del Viejo Mundo donde los turanios se establecieron. Es de destacar la coincidencia entre los túmulos de serpientes de Norteamérica tal como la describió Phené en Argyllshire136, y lo es más la que se da entre el mito mejicano de la cuádruple destrucción del mundo por agua y fuego, y las que ocurrieron entre los egipcios y la de las cuatro épocas de la mitología hindú.
Otra coincidencia, aunque tal vez de menos valor, estaría presente en los vestidos de los soldados de China y Méjico, como se ve en el pasaje anexo: "De esta forma, en nuestra propia época, los soldados chinos llevan un traje que recuerda la piel del tigre, y el gorro, que casi cubre el rostro, está hecho de forma que recuerda a un tigre"137, mientras los guerreros mejicanos, de acuerdo con los historiadores españoles, "vestían enormes cascos de madera con forma de cabeza de tigre, cuyas mandíbulas tenían los dientes del animal"138.
C. Wolcott-Brooks, en un discurso dado en la Academia de Ciencias de California, apuntó que, según los anales chinos, Tai Ko Fo Kee, el gran rey extranjero, gobernó el reino de China, y que está siempre representado en los cuadros con dos cuernecillos como los que se asocian con la representación de Moisés. Se dice que él y sus sucesores introdujeron en China la "escritura pictórica", como la que se usaba en Centroamérica en la época de la conquista española. Ahora se ha encontrado en Copan, en América Central, una figura sorprendentemente parecida al símbolo chino Fo Kee, con sus dos cuernos. Dice Brooks: "Si un pueblo aprendió del otro, ambos adquirieron sus formas desde un origen común."
Revisando todos estos casos, no podemos dejar de percibir que tuvo lugar entre los dos mundos una comunicación temprana y frecuente, y que los mitos de uno probablemente se los llevaron consigo al emigrar al otro.
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