Una mujer dijo un día a su marido:
«¡Oh, tú, que has abandonado el camino de la generosidad! ¡Mírame! ¿Cuánto
tiempo seguiré estando así, maltratada y andrajosa?».
El marido respondió:
«Yo trabajo para asegurar tu subsistencia. Soy pobre, sin duda, pero mis manos y
mis pies son sólidos. ¡Es deber mío vestirte y alimentarte y nunca he dejado de
hacerlo!».
La mujer mostró entonces el cuello de su camisa, que estaba sucio y hecho de una
tela basta.
«Este cuello me tortura la piel. ¿Por qué me obligas a llevar semejante vestido?
—¡Oh, mujer! respondió el hombre, responde a mi pregunta: ¿qué es preferible,
divorciarse o soportar uno la rudeza de su cuello? ¿Cuál es el peor de esos dos
males?».
¡Oh, tú, que te quejas! Las dificultades la pobreza, las pruebas y la adversidad son
así. Es amargo, sin duda, renunciar a un deseo, pero lo es aún más alejarse de la
verdad. Ayunar es difícil, ciertamente, pero menos que apartarse dé la verdad. Si Dios
te dice: «Oh, enfermo ¿Cómo estás?». ¿Crees que persistirá tu enfermedad? Aunque
no oigas su voz, su pregunta te complace. Hace mucho tiempo, ¡oh reseco! que
hierves en tu marmita. ¡Y ni siquiera has alcanzado la mitad de la cocción!
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