miércoles, 6 de marzo de 2019

LOS TRES HIJOS

Dios había concedido tres hijos a un sultán, dotado cada uno de corazón y ojos
alerta y que rivalizaban en más hermosura, valor y generosidad.
Un día los tres hijos se presentaron ante su padre para pedirle permiso a fin de
partir al descubrimiento del reino. Porque, para gobernar mejor el país, dijeron,
conviene conocer cada una de sus ciudades y cada uno de sus castillos.
Cuando besaban las manos del sultán para despedirse, este último les dirigió esta
advertencia:
«¡Id, hijos míos! Visitad cada lugar al que vuestro corazón os lleve. Confiad en
Dios para este viaje. Pero desconfiad de dos fortalezas: Hushruba (que aleja la razón)
es la primera de los dos. Toda persona que entra en ella ve encogerse sus vestidos
hasta que le quedan demasiado estrechos. La segunda, Zatusuver (iluminado), es aún
más peligrosa. ¡Pues sus torres, sus techumbres y sus muros están totalmente
cubiertos de representaciones humanas!».
Zuleija había adornado su habitación con pinturas para atraer la atención de José.
Porque José no sentía interés por ella fue por lo que aquella habitación se había
convertido en un lugar de fiesta.
Cuando bebe agua, el sediento ve la verdad. Por el contrario, un imbécil que
contempla el agua no ve más que su reflejo. ¡Un enamorado comprueba la belleza de
Dios en la faz del sol, pero un imbécil encuentra emoción artística en el reflejo de la
luna sobre el agua!
«¡Oh, hijos míos! concluyó el sultán, ¡desconfiad de esa fortaleza recubierta de
pinturas!».
Es probable que los tres hijos ni siquiera habrían pensado en visitar esos lugares
si su padre no les hubiese hecho aquella advertencia. Pues se trataba de una fortaleza
completamente abandonada. Pero esta prohibición no hizo sino aumentar en su
corazón el deseo que tenían de descubrir aquel lugar. Todo hombre desea hacer lo
prohibido. Y mucha gente se ha descarriado por culpa de prohibiciones.
Los tres príncipes tranquilizaron a su padre, pero omitieron decir: «Insh’Alá».
Después tomaron la dirección de aquella fortaleza.
La fortaleza de Zatusuver tenía cinco grandes poternas y encerraba millares de
pinturas. Su encanto cautivó a los tres hermanos.
La apariencia es como una copa que contiene vino. Pero no está en el origen del
vino. Entre estos miles de imágenes, estaba el retrato de una bellísima joven. Su vista
hizo caer a nuestros tres jóvenes en un océano. Los hoyuelos de esta joven belleza
traspasaron su corazón con sus flechas. Cada uno de ellos sintió el corazón como
desgarrado y las lágrimas inundaron su cara. Recordaron el consejo de su padre y se
dijeron:
«¿A quién puede representar esta pintura?».
Se pusieron a preguntar a todas las personas que encontraban en su camino.
Después de largas búsquedas, encontraron a un anciano que les dijo que aquella
pintura representaba a la hija del sultán de China.
«Es una joven que nunca ve a nadie, ni hombre ni mujer. Pues su padre la oculta
en su palacio tras unas cortinas. Es invisible como el alma. El sultán está tan celoso
que ni siquiera soporta que se pronuncie su nombre. Ni los pájaros se atreven a
acercarse al techo que protege a esta belleza. ¡Quien se enamore de ella será un
hombre muy desdichado!».
Los tres príncipes enamorados, perseguidos por el mismo sueño derramaron
muchas lágrimas. La queja de su corazón hizo subir un humo como de incienso
quemado. El mayor dijo entonces:
«¡Oh, hermanos míos! Hasta hoy hemos pasado el tiempo dando consejos a los
demás, diciéndoles: “No os rebeléis ante las dificultades. ¡Pues la paciencia es la
clave de la alegría!”. Y ahora, ¿dónde está esta paciencia? ¿Dónde está esta alegría?
¡Nos ha llegado el turno de ser probados!».
Su amor los arrastró pronto a decidir partir de viaje al país de su amada. La
posibilidad de verla estaba, desde luego, excluida, pero la sola idea de acercarse a ella
les bastaba. Así, habiendo elegido abandonar a su madre, a su padre y su país,
tomaron el camino de la amada desconocida.
El hermano mayor dijo:
«¡Oh hermanos míos! ¡La paciencia me abandona! Estoy cansado de la vida.
Estoy muerto de pena. ¡Cortadme la cabeza y que el amor me haga crecer otra! ¡Pues
la espada no hace más que sacudir el polvo del enamorado!»…

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