Había un bey que poseía un caballo de rara belleza. Ni siquiera el sultán tenía uno
tan hermoso en su cuadra. Un día, entre los jinetes del sultán, el bey montó en su
caballo, y el sultán, Harezmsha observó el caballo. Viendo aquella gran belleza y
aquella extraordinaria agilidad, el sultán se dijo:
«¿Cómo es posible? Yo, que estoy colmado de bienes y de riquezas, que tengo
millares de caballos en mis cuadras, estoy atónito. ¿Habrá en esto algo de magia?».
Recitó unas plegarias, pero la atracción que su corazón sentía por el caballo no
hacía sino aumentar. Comprendió entonces que aquello le sucedía por voluntad
divina. Tras el paseo, desveló su secreto a sus visires y ordenó que le trajeran el
animal lo más pronto posible.
Nuestro bey quedó muy apenado por la situación. Pensó enseguida en recurrir a
Imadulmulk, pues era un sabio respetado por el sultán. Aquel hombre tenía la
naturaleza de un derviche y la apariencia de un emir. El bey, pues lo visitó y le dijo:
«¡Poco me importa si pierdo todas mis riquezas! ¡Pero, si me quitan mi caballo,
me moriré!».
Imadulmulk se apiadó de él y se trasladó a la corte del sultán. Ocupó su lugar en
la sala de audiencias sin decir nada. Después rezó a Dios desde el fondo de su
corazón. Aparentemente escuchaba lo que decía el sultán, pero, en realidad, decía a
Dios:
«¡Oh, Dios mío! Compadécete de ese joven porque eres su único refugio».
El sultán admiraba su nuevo caballo. Dirigiéndose a Imadulmulk, dijo:
«¡Oh, amigo mío! ¿No se diría que este animal viene directamente del paraíso?».
Imadulmulk respondió:
«¡Oh sultán! ¡Vuestro entusiasmo os hace tomar a Satanás por un ángel!
Encontráis admirable ese animal, pero, si prestáis atención, pronto advertiréis sus
defectos. ¡Por ejemplo, su cabeza, que se parece a la de un buey!».
Estas palabras influyeron en el corazón del sultán. Es cierto que la palabrería del
vendedor es útil para la buena marcha del comercio. Pero por cosas así fue por lo que
vendieron a José por un precio vil.
El entusiasmo es como la luna. Pasa por fases de plenitud y de vacío. Quien
conoce los dos estados de la cosa, se inclina a la desconfianza. El sultán veía su
caballo desde su lugar, pero el sabio se había situado a más distancia.
Así, gracias a estas palabras, el entusiasmo del sultán se desvaneció. Las palabras
son el chirriar de la puerta del secreto, pero es difícil saber si los chirridos proceden
del abrir o del cerrar la puerta. Pues esta puerta es invisible, aunque se oigan sus
chirridos.
Resguarda tus ojos del espectáculo de los hombres viles. Pues los buitres te
conducirán hacia los cadáveres.
Pero la vista del sabio fue benéfica para el sultán y éste ordenó:
«¡Devolved este caballo a su propietario para que yo no le cause daño!».
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