sábado, 30 de marzo de 2019

Los puentes de las calles

I
La ciudad colonial conservó o reconstruyó con el tiempo los puentes que en la ciudad
indígena, como después en la española, servían para el tránsito interior y la
comunicación exterior con los pueblos de los alrededores.
Los puentes en la ciudad azteca fueron casi todos de madera y muchos de ellos
continuaron así en los primeros tiempos de la dominación hispánica, hasta que se
construyeron los de piedra sobre vigas o de bóvedas.
En la época de la conquista muchas fueron las luchas que en ellos sostuvieron
combatientes españoles e indígenas, principalmente en los que atravesaban las
cortaduras de la calzada de Tacuba, que recuerdan la memorable derrota de la Noche
Triste.
El buen Bernal Díaz del Castillo, cuando pasados muchos años recordaba en su
pintoresca Historia los nombres de cada una de las víctimas de aquella jornada
lamentable, siempre decía: «Murió en las puentes».
Y no sólo en la Noche Triste, sino en otras acciones, los puentes fueron teatro de
heroicas y reñidas bregas, como la que sostuvo Diego Valdés en uno de ellos para
defenderlo y contener así el paso de los innumerables indios guerreros que lo
acosaban tenazmente desde las canoas.
Memorable fue también la toma del puente que conducía a una de las puertas del
Palacio o Casa de Moctecuhzoma, como se le llamaba entonces a esa residencia real.
Recogidos muchos principales indios guerreros en dicha casa para hacerse fuertes
contra de los españoles que la sitiaron en su costado sur, «había una acequia, y en
ella, de un cabo a otro, una viga de anchor de palmo e medio, la cual estaba ardiendo
a grandes llamas, y de la otra parte estaba un patio grande, adonde había mucha gente
de guerra para defensa de la casa, y queriendo los españoles acombatilla, llegó allí
Juan González de León, con una dalla y una rodela, e con ánimo determinado se
arrojó por la dicha viga ardiendo, y pasó a la otra parte el primero de todos y se metió
entre los dichos indios que defendían la entrada, y los desvió de allí buen rato hasta
que tuvieron lugar los otros españoles que con él estaban, de entrar seguramente, y
les tomaron la dicha casa…».[29]
Tal hazaña y otras de Juan González de León, valieron a su hijo, Diego Ordaz de
León, que en 1558 le concedieran un escudo en que estaba representada «la viga
ardiendo» del primitivo puente incendiado aquel día, y que andados los años fue
reconstruido y subsistió hasta el último tercio del siglo XVIII dándole el nombre de
Puente de Palacio a esa calle.
Los puentes de la ciudad colonial dieron nombre a más de cincuenta calles, y a la
vez fueron origen de estos nombres los apellidos de vecinos notables, los colores
conque estaban pintados los puentes, los edificios civiles o religiosos, los gremios de
los artesanos y otras circunstancias de las calles contiguas en que estaban situados
aquellos puentes.
Así, por los apellidos se llamaron los puentes de Amaya, de Garavito, de
Leguízamo, de Manzanares, de Monzón, de Roldán y de Solano; por los edificios de
la Alhóndiga, de la Aduana Vieja, del Coliseo, del Correo Mayor, de los Gallos y de
Palacio; por un título de Castilla se ennobleció el Puente de la Mariscala; un prelado
incógnito mitró al Puente del Obispo; los colores blasonaron, como en los escudos
nobiliarios, a los puentes Blanco y Colorado; se hicieron famosos por la leyenda, la
tradición y la historia, el Puente de Alvarado, el Puente del Clérigo y el Puente de las
Guerras; no pasaron de humildes artesanos el Puente de Curtidores y el de Juan
Carbonero; descendieron a la categoría de animales los del Cuervo, de los Tecolotes
y el de las Vacas; y sirvieron de mercados los puentes del Blanquillo, de la Leña, del
Fierro, de Cantaritos, del Marquesote, y el del Zacate.
En cambio las instituciones benéficas, caritativamente, dieron su nombre a los
puentes de Jesús, de San Lázaro, de San Antonio Abad, del Espíritu Santo y de la
Misericordia.
Las parroquias bautizaron a los puentes de Santa María, de Santa Cruz, de San
Sebastián, de Santa Ana y de San Pablo; los conventos de monjas y de frailes
vivieron en comunidad con los puentes de Balvanera, del Carmen, de Jesús María,
de San Francisco, de Santo Domingo, y de la Merced. Un colegio hizo célebre al
Puente de San Pedro y San Pablo. Santos patrones de barrios o de ermitas,
canonizaron a los puentes de San Marcos, San Dimas, Santiaguito y Santo Tomás, y
el culto a la Divinidad perduró en el Puente del Santísimo.
En la vieja ciudad de Tenochtitlán, hasta el siglo XVII, subsistió el Puente de
Cozotlan, posteriormente llamado de la Leña, y nosotros alcanzamos todavía el
Puente de Tezontlale y el Puente de Tepito.
Sólo el nombre del Puente de Chirivitos es enigma que dejamos a los ingeniosos
etimologistas que, cuando no aciertan, adivinan.
Pero antes de hacer historia de los canales o acequias que atravesaban los puentes
mencionados y fijar la ubicación de ellos en la ciudad colonial, recordaremos la
tradición del Puente del Clérigo y la crónica del Puente de las Guerras, que la
leyenda del Puente de Alvarado ya la hemos desvanecido en el volumen anterior de
Las Calles de México.
No se sabe qué nombre tendría el puente en el siglo XVI, pues sólo cuenta la
tradición popular que, hacia el primer tercio del siglo XVII[30] vivía por aquellos
tiempos un hombre de la clase humilde del pueblo, que era muy celoso, aunque no
estaba seguro de la infidelidad de su mujer; pero como los celos le tenían de continuo
desazonado, resolvió salir de dudas y vengarse si de sus averiguaciones resultaba
engañado.
Pretextando cierto día ir a ver a un amigo que estaba gravemente enfermo, le dijo
a su mujer que lo acompañase, pero que antes pasarían por la parroquia de Santa
Catarina, con el fin de llevar un clérigo para que confesara a su amigo, pues la
dolencia de éste era mortal y tenía necesidad urgente de los auxilios espirituales.
Todo se verificó a gusto del celoso, y el clérigo, marido y mujer, encamináronse
rumbo al puente, que entonces estaba en sitio despoblado, pues no existía la calle que
llevó después el nombre conque se le conoció; apenas una casa solitaria por la parte
oriental podía verse en aquel barrio triste y árido.
Bajando el puente, que a la sazón era de bastante altura, detuvo el marido celoso
al clérigo y a su mujer, y sin rodeos ni disculpas les manifestó airado y amenazante la
duda que tenía y la venganza que pensaba realizar.
Obligó al clérigo a confesar, como en efecto lo hizo, a la presunta infiel, y
concluido el acto, con un puñal desnudo y empuñándolo con la diestra mano, quiso
obligar al clérigo a que le revelase lo que en la confesión le había dicho la mujer, y de
no hacerlo así, le aseguró indignado, que lo mataría con aquel agudo puñal.
Vaciló el clérigo entre el deber y la muerte y entre el temor de no poder salvar a la
mujer amenazada y así salvarse él abandonándola, pues la noche se venía encima, y
en aquel sitio despoblado nadie acudiría a los gritos de socorro.
Cuenta la tradición popular, que tuvo el clérigo un soplo de inspiración divina y
comenzó por decir al criminal marido que a los ministros del altar les estaba vedado
revelar lo que oían en las confesiones; pero que le ocurría un medio de satisfacer sus
deseos sin quebrantar el sigilo a que estaba obligado, y para ello le rogaba lo oyese en
confesión.
Ardía el marido en ansias de saber la verdad y nada objetó al sacerdote. Suplicóle
éste se sentase en el antepecho del puente, e hincándose de rodillas el clérigo, en
actitud de humilde penitente, cuando el celoso estaba más descuidado y lleno de
ansiedad, tomóle violentamente de los pies y lo arrojó de espaldas a la acequia; y
luego, cogiendo de la mano a la mujer, huyó a todo correr rumbo a la ciudad.
Y cuenta la tradición que, divulgando el suceso, el pueblo llamó desde entonces a
ese lugar Puente del Clérigo.
Sobre la misma acequia de Tezontlale en que estuvo el Puente del Clérigo, existió
también el Puente de las Guerras, cuya historia se remonta hasta antes de la venida
de los españoles.
Sabido es el odio que tuvieron los llamados reinos de México y Tlatelolco, que a
la postre terminó con la conquista de éste, por aquél; pero los odios no concluyeron
sino pasados siglos, y los dos barrios, de cuando en cuando, eran teatro de reñidas
contiendas a pedradas, principalmente entre los muchachos, el día de San Juan de
cada año, hasta que las autoridades decretaron penas de cárceles y azotes, los cuales
dieron fin a los antiguos odios y a los juegos de fingidos combates que dieron nombre
al Puente de las Guerras.
II
Veamos ahora sobre qué acequias o canales estuvieron los puentes enumerados, pues
como ya no existen en la ciudad moderna, es bueno conservar su recuerdo en este
libro consagrado a la historia de las calles de México.
Las acequias que quedaron como restos de los antiguos canales o acalotes de los
indios, fueron muchas, pues las había cercando como fosos a los templos, a los
palacios, a las casas, a los huertos y jardines paralelas a las calzadas y como límites
del recinto amurallado.
Pero las principales acequias que permanecieron más de dos siglos, sirviendo para
el desagüe de la ciudad colonial, fueron siete, cuyos nombres conque eran conocidas,
sus longitudes diversas, puentes que servían para atravesarlas y puntos de origen y
término, se consignan en seguida.
Los nombres de las acequias y sus longitudes en 1637 eran:
Acequia Real, con 3,000 varas de extensión,
” de la Merced, con 2,139 varas.
” del Carmen, con 1,095 varas.
” del Chapitel, con 2,046 varas.
” de Tezontlale, con 1,646 varas.
” de Santa Ana, con 3,840 varas.
” de Mexicaltzingo, con 2,850 varas.
Todas siete tenían su desagüe hacia el lago de Tetzcoco, donde había siete compuertas
que era costumbre abrir por las mañanas para efectuar el desagüe de la ciudad, e
impedir por las tardes que en ésta metiesen el agua de la laguna los vientos nortes que
solían soplar.[31]
El número y nombre de las citadas acequias subsistían hasta 1748, pero no así su
extensión, pues de 16,616 varas que tenían en su totalidad el año de 1637, aumentó a
22,363 en la mitad del siglo XVIII.
Hacia esta época las aguas del lago de Chalco y sus manantiales corrían por las
acequias llamadas Mexicaltzingo; y las de los ríos de Sanctorum y los Morales, por
las conocidas con los nombres de Real de la Merced, del Carmen, del Chapitel, de
Tetzontlale y de Santa Ana.[32]
La Acequia Real tenía su origen hacia el rumbo S.O. de la ciudad en el crucero
del Calvario; pasaba después de O. a E. por las calles antiguas de la Providencia,
Alconedo, Nuevo México, Rebeldes, hasta la bocacalle del Hospital Real; recorría
una extensión de 1,598 varas, y desde aquí hasta el Puente de la Leña, donde
terminaba, 1,800, que hacían un total de 3,398 varas.[33] La acequia pasaba primero
por parte de la extremidad poniente de la calle de Zuleta, atravesaba por la acera
norte de ésta, una calleja que entonces había entre el Colegio de Niñas y el extinto
convento de San Francisco, en dirección de S. a E.; salía al Callejón de Dolores,
extremidad oriental de la actual Calle del 16 de Septiembre y continuaba de O. a E.
por las calles del Coliseo Viejo, Refugio, Tlapaleros, frente al Palacio Municipal,
Portal de las Flores, costado S. del Palacio Nacional, calles de Meleros, y acequia.
Los puentes que servían para atravesarla de S. a N. o viceversa, eran de O. a E. los
conocidos con los siguientes nombres: Puente del Coliseo, Puente del Espíritu Santo,
Puente de la Palma, Puente de los Pregoneros. (Bocacalle de la Monterilla), Puente de
los Marquesotes (tal vez bocacalle de la Callejuela), Puente de Palacio, Puente del
Correo Mayor, Puente de Jesús María y Puente de la Leña.[34] En 21 de mayo de
1654 se mandó construir de uno a otro lado de esta acequia un pretil de vara y media
de alto, de cal y canto, desde el Puente de la Merced hasta el Colegio de Niñas.[35]
Durante los años de 1753 y 1754, gobernando el virrey don Juan Francisco de
Güemes y Horcasitas, primer Conde de Revilla Gigedo, se cubrió esta acequia de
bóveda desde la esquina de la calle del Coliseo hasta frente a la Diputación; siendo
virrey don Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla, segundo Conde de Revilla
Gigedo, por el mes de septiembre de 1791, se acabó de tapar y cegar hasta frente al
Colegio de Santos, acera sur de la antigua calle de la Acequia. Más antes, en 1788,
bajo el virreinato de don Manuel Flores, se había cegado y cubierto el tramo
comprendido desde el Puente del Hospital Real, pasando por Zuleta, espalda del
convento de San Francisco, Callejón de Dolores, hasta el Coliseo.[36]
Tan principal como la anterior, por su gran tráfico de canoas y por su extensión,
fue la acequia de la Merced, igualmente conocida con el nombre de Regina, que tenía
su origen en el puente del Hospital Real, seguía hacia el O. y SO. para el E., hasta
incorporarse en uno de sus tramos con la de Mexicaltzingo, de que se hablará
después. La acequia que nos ocupa se internaba subterráneamente bajo los edificios
que sobre ella estaban construidos, aunque en algunos puntos se hallaba descubierta,
hasta desembocar a espaldas del extinguido convento de la Merced, recorriendo una
longitud de 2,005 varas.[37] Esta acequia atravesaba la manzana N. de la Calle de
Zuleta, entre las casas números 6 y 7, el ancho de la calle de Ortega y la manzana N.
de ésta, y continuaba en dirección de los rumbos marcados por las manzanas y calles
esquinas de Mesones, Regina, Puente de Monzón, Puente Quebrado, Puente de
Balvanera, hasta llegar a la Puerta Falsa de la Merced. Esta acequia se cegó e
inutilizó en 1788.[38] Para atravesarla, en diversas direcciones, además de los puentes
mencionados, tuvo los situados en las bocacalles del Puente de la Aduana Vieja,
Puente de Jesús o de San Dimas y Puente del Fierro.
La acequia del Carmen tenía su origen en la llamada del Salto de Alvarado, que
venía del rumbo SO. de la ciudad, seguía hacia el N., daba vuelta hacia el O. en el
Puente del Zacate, continuando en dirección O. a E. por las calles de la Cerca de San
Lorenzo, Estampa de la Misericordia, Puerta Falsa de Santo Domingo, Pulquería de
Celaya, hasta la compuerta del Carmen, y de aquí a la ex-garita del Consulado, más
conocida por barrio de Tepito. En su primer tramo medía 1,532 varas y en el segundo
2,377, o sean en total 3,909 varas, desde el Puente de Alvarado hasta la compuerta de
San Sebastián, donde desaguaba.[39]
Los puentes que servían para atravesarla de S. a N., o viceversa, quedaban en las
bocacalles del Puente del Zacate, Puente de la Misericordia, Puente de Amaya,
Puente de Santo Domingo y Puente del Carmen. En 1794 se tapó el tramo
comprendido entre los puentes del Zacate y del Carmen, parte siendo todavía virrey
el segundo Conde de Revilla Gigedo y parte a principios del gobierno del Marqués de
Branciforte.[40] En 1886 se cegó el resto.
La acequia conocida con el nombre del Chapitel, tenía principio en el Puente del
Santísimo, seguía hacia el S. por el Puente de Peredo hasta el Salto del Agua,
recorriendo en este tramo 2,024 varas; y desde aquí 1,493 hacia el E., por Monserrate,
Necatitlán, hasta San Antonio Abad; así es que su longitud total alcanzaba 3,517
varas.[41] Ignoro cuándo se cegó esta acequia.
La acequia de Tetzontlale tenía su origen en el Puente de las Guerras, y seguía de
O. a E. hasta la compuerta de Chapingo, recorriendo una longitud de 1,907 varas. Sus
puentes para atravesarla de S. a N. o viceversa, se llamaban Puente de las Guerras, sin
designación en antiguos planos, Puente del Clérigo, Puente de Tetzontlale y Puente
Blanco.
La acequia llamada de Santa Ana se dividía en dos tramos: el primero, desde su
origen, que era el Puente del Hospital Real, de S. a N., basta el Puente de Santiaguito,
medía 2,188 varas; el segundo desde aquí, y de O. a E., hasta la compuerta de Tepito,
tenía 1,216 varas, los cuales tramos daban una longitud total de 3,404 varas.[42]
Los puentes que servían para atravesarla de E. a O., o viceversa, eran los del
Puente del Hospital Real, Puente de San Francisco, Puente de la Mariscala, Puente de
los Gallos, Puente de Juan Carbonero, Puente de Villamil y Puente del Zacate, pues
en este primer tramo seguía la acequia de S. a N., por las calles de San Juan de
Letrán, Santa Isabel, Puente de la Mariscala, Rejas de la Concepción, Puente del
Zacate, Calzada de Santa María y calle de Miguel López. Para atravesarla de S. a N.,
o viceversa, le servían el Puente de Santiaguito, Puente de los Tecolotes, Puente de
Santa Ana y Puente de Chirivitos; de aquí hasta la compuerta de los Cuartos, del
citado barrio de Tepito, no había puentes. En los años de 1792 y 1793 se tapó el
tramo de esta acequia, que corría de S. a N., y se derribaron los puentes, entre ellos el
de la Mariscala, que estuvo junto a la caja del agua del acueducto de San Cosme,
situado frente a la bocacalle de San Andrés.[43] El otro tramo, de O. a E., cegóse en
1882.
La séptima y última acequia fue conocida en la época colonial con el nombre de
Mexicaltzingo, y en nuestros días con el de canal de la Merced, que se dividía en
cuatro tramos, midiendo el primero desde su origen hasta el Puente de la Leña, 1,072
varas, y 1,323 hasta la compuerta de San Lázaro, o sean 2,395 en su longitud total.[44]
El punto inicial de esta acequia estaba en el Puente de Santo Tomás, al S. de la ciudad
de México, y en su confluencia con el canal de la Viga; seguía hacia el E. por las
calles del Embarcadero, Puente de Roldán y la Alhóndiga, y aquí se desviaba hacia el
NE., prosiguiendo por las calles del Puente de Solano, Soledad, Escobillería y San
Lázaro, hasta desembocar en el lago de Tetzcoco. Los puentes de esta acequia para
atravesarla de E. a O. o viceversa, fueron: Puente de Santo Tomás, Puente de San
Pablo, Puente de Curtidores, Puente del Blanquillo, Puente Colorado, Puente de
Santiaguito, Puente de la Merced, Puente de Roldán, Puente de la Leña, Puente de la
Alhóndiga, y de S. a N., o viceversa, Puente de Solano, Puente de la Soledad y
Puente de la Leña. Esta acequia fue cegada en 1902 desde la segunda calle del
Embarcadero, hasta la Escobillería. Los tres ramales que corrían hacia el E.,
introduciéndose por los tulares y tierras de Pacheco, hoy Segunda Calle de Ampudia,
medían, respectivamente 960i varas, 840½ y 297, y tenían tres puentes.[45]
Además de estas siete acequias principales, había otras menores en diversos sitios
de la ciudad, y de una de ellas queda recuerdo en un plano antiguo formado por el P.
Alzate,[46] y en los nombres de calles que aún subsisten. Esta acequia corría desde la
esquina de San Pedro y San Pablo, de S. a N., penetraba desviándose de O. a E. por
este edificio, y seguía por las calles de Girón y del Perro, de E. a N., hasta
desembocar en la acequia de Tetzontlale, atravesando la del Carmen. Los nombres de
los puentes de San Pedro y San Pablo, Puente del Cuervo y Puente de San Sebastián,
quedaban hasta hace poco tiempo como testimonio perdurable de la existencia de esta
acequia.
No es inoportuno mencionar la acequia de Nuestra Señora de Guadalupe,
comenzada en 23 de marzo de 1780 y concluida en 12 de septiembre de 1781,[47] ni
las que formaban la zanja cuadrada, proyectada en el siglo XVIII, y posteriormente
llevada a cabo para evitar los contrabandos, y que sirvió de defensa a la ciudad
cuando se temía fuera invadida por los insurgentes en tiempo de la guerra de
independencia.
De todas las siete acequias mencionadas, la de Mexicaltzingo y la Real fueron las
más concurridas por el tráfico de las canoas, y por ellas el comercio de los pueblos
indígenas del sur era activísimo. ¡Contraste singular! Mientras el canal de la Viga,
conectado con estas acequias, corría desde los pueblecitos pintorescos de Iztacalco,
Chalco y Xochimilco, alegre, gozoso en medio de hermosos campos sembrados de
flores y legumbres, cuajado de canoas y chalupas henchidas de mercancías e
impulsadas por los remos de los indios, al penetrar a la ciudad por las citadas
acequias todas aquellas pequeñas embarcaciones, tripuladas por sus dueños, que
ensordecían con sus gritos al pregonar sus efectos, ocultaban las aguas pesadas,
negras y cenagosas, que hacían difícil la navegación y envenenaban el aire con sus
pestilentes miasmas.
Y sin embargo, por esas aguas recibieron nuestros abuelos las legumbres que se
vendían en el Mercado de la Merced, las flores que dieron nombre al Portal situado
en la Plaza, y las frutas que también lo dieron al que existió en la Calle del Coliseo.
Al pie de las escalinatas de estos portales, que bajaban a las acequias, nuestros
abuelos compraban las rosas aromáticas y las dulces frutas, productos de los jardines
y chinampas de los pueblecillos meridionales del valle. Todavía nuestros padres, en el
Puente de Roldán, modelo de las calles de tierra y agua de la antigua ciudad
indígena, celebraron con las primeras luces de la aurora el bellísimo paseo del
Viernes de Dolores, trasladado después al canal de la Viga; y todavía a mediados del
siglo XVIII el virrey, la virreina, sus pajes y sus damas, se embarcaban en el costado
sur de Palacio para ir a las representaciones del Coliseo.
Este tráfico bullicioso y constante; los residuos de los caños de las habitaciones
grandes y pequeñas, que había de uno y otro lado de las acequias, entre las que se
contaban muchas casas de vecindad; la multitud de desperdicios, hojas, cáscaras de
fruta, etc., procedentes de los tripulantes de las canoas trajineras; las basuras y
animales muertos, perros y gatos, que los vecinos arrojaban desde los balcones y
ventanas, contribuían al continuo azolve de las acequias, que fuera de las horas en
que se veían cubiertas por las canoas, presentaban el aspecto más asqueroso y
repugnante y el foco más propicio de enfermedades endémicas y de epidemias que
reinaron en la Nueva España.


[29] Noviliario de conquistadores de Indias, pág. 206. <<
[30] El doctor Marroquí fija esta tradición en el siglo XVIII; pero en la Loa de las
Calles, escrita en 1635 por Pedro Marmolejo, menciona ya el Puente del Clérigo.
Esta Loa se publica en el apéndice. <<
[31] Relación del desagüe, por Cepeda y Carrillo, México, 1637. <<
[32] Cuevas Aguirre, Extracto de los autos del desagüe, etc., pág. 36. <<
[33] Cuevas Aguirre, Extracto de los autos del desagüe, etc., pág. 38. <<
[34] Para señalar la dirección de esta acequia y las siguientes, se han tenido a la vista
antiguos planos de la ciudad, entre otros el de Alonso de Santa Cruz, de mediados del
siglo XVI; el de N. Fer., de principios del siglo XVIII. Véase también el plano de don
José Damián Ortiz. <<
[35] Diario de Guijo, pág. 285. <<
[36] Sedano, Noticias de México, pág. 6. <<
[37] Cuevas Aguirre, Extracto de los autos del desagüe, pág. 39. <<
[38] Sedano, Op. cit., pág. 6. <<
[39] Cuevas Aguirre, Extracto de los autos del desagüe, pág. 39. <<
[40] Sedano, Op. cit., pág. 6. <<
[41] Cuevas Aguirre, Extracto de los autos del desagüe, etc., pág. 39. <<
[42] Cuevas Aguirre, Op. cit., pág. 40. <<
[43] Sedano, Op. cit., págs. 6 y 7. <<
[44] Cuevas Aguirre, Extracto de los autos, etc., pág. 37. <<
[45] Cuevas Aguirre, Extracto de los autos, etc., págs. 38 y 39. <<
[46] Chappe D’Auteroche, Voyage en California, París MDCCLXXII, entre las
páginas 32 y 33. <<
[47] Sedano, Op. cit., pág. 6. <<

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