domingo, 24 de marzo de 2019

LOS JIGANTES

MUCHOS pueblos de la antigüedad y algunos de la época presente se atribuyen
origen de una raza de jigantes, aunque esto no lo comprueba la ciencia y solo
lo consigna la fábula ó la tradición, que abulta las cosas mucho más que la historia
misma, por la sencilla razón de que los que mienten en la historia son un número
limitado de personas, mientras que en la tradición el que narra lo que ha oído se cree
siempre obligado á agregar algo de su cosecha, ya sea por impresionar mejor ó
simplemente por redondear el cuento ó finalizarlo produciendo el efecto agradable
que se desea, etc. (Sirva esto de disculpa al autor en algún caso, y vamos á la
leyenda).
Cuando llegaron los españoles, que conquistaron el Perú, tenían los indios una
cantidad de tradiciones que decían ser verídicas por haberlas oído á sus antepasados;
una de las más curiosas era la que consigna el historiador D. Pedro de Cieça, que dice
haber estado en la misma punta de Sta. Elena, términos de Puerto Viejo, donde
aparecieron los jigantes.
En tiempos muy remotos vinieron de la mar en unos barcos de junco, construidos
á manera de grandes casas, unos hombres tan grandes, que media más cada uno de
ellos de la rodilla abajo que el más alto de los hombres comunes en todo su cuerpo;
sus brazos conformaban tan bien con la grandeza de sus cuerpos, que era cosa
admirable ver sus enormes cabezas y los largos cabellos que les llegaban á la espalda.
Los ojos eran del tamaño de platos y no tenían barbas; venían vestidos de pieles de
animales cosidas entre sí y otros desnudos; no trajeron mujeres y después de haber
hecho sus chozas á manera de pueblo y en el referido paraje, cavaron grandes pozos
buscando el agua que les faltaba. Fué esa obra digna de memoria, como ejecutada por
hombres tan extraordinarios, que los hicieron en medio de la roca viva, siendo el agua
tan clara, fresca y agradable, que era gran contento beberla.
Habiendo hecho su instalación los tales jigantes, se apoderaron de cuanta cacería
encontraron por la tierra inmediata y todo cuanto había en la comarca que ellos
podían ollar lo destruían.
Comían tanto, que uno solo de ellos consumía más carne que cincuenta naturales.
No fue bastante la comida que hallaron en tierra y tomaron de la mar, con sus
formidables redes, muchísimo pescado.
Vivían en gran aborrecimiento de los naturales pues pretendían quitarles las
mujeres y trataban de matarlos para lograr mejor su intento.
Los indios hicieron grandes juntas para exterminar á los invasores que ocupaban y
se enseñoreaban de su tierra, pero nunca se resolvieron á acometer la empresa.
Las mujeres indias huían de los jigantes por no cuadrarles su grandeza extremada,
y ellos, para entretener sus ocios, se entregaban á muy reprochables vicios; tendencia
que no se habría sospechado el lector, si no la hubiésemos consignado.
Vino entonces un castigo muy grande enviado por Pachacamac para exterminarlos
y se desató en el cielo y en el mar una borrasca formidable con lluvia de fuego y
rayos que los consumió sin dejar uno, lo que puede atestiguarse viendo las calaveras
y los huesos enormes que hay por aquel paraje.
«Esto dicen de los jigantes lo cual creemos que pasó» escribe candorosamente
Don Pedro de Cieça, «porqué he oído á españoles que en esta parte se han encontrado
y se hallan pedazos de muela que juzgan, á estar entera, pesara más de media libra
carnicera y también porqué se ha visto otro pedazo de hueso de una canilla, tomado
en donde estuvieron los pozos y cisternas y también porqué he oído antes de ahora
que en un antiguo sepulcro de la ciudad de México, ó en otra parte de aquel reino se
encontraron ciertos huesos de jigantes y aún podrían ser todos unos.»
En ese paraje vése una cosa verdaderamente interesante; hay actualmente unos
ojos ó manantiales de alquitrán caliente, que podrían abastecer para calafatear todos
los buques del globo.
En cuanto á los jigantes diremos nuestra opinión.
Creemos que en realidad habrá llegado á aquella costa en época remota algún
buque, después de una tempestad, y que habrán hecho provisiones en aquel paraje
siguiendo después su derrotero, pero que sus tripulantes no eran hombres
excepcionales sino simples marineros.
Los huesos de jigante deben ser esqueletos de fósiles que habrán allí, como hay en
toda nuestra América.
Á propósito del esqueleto de grandes animales, no han sido solo los indios del
Perú los que los han atribuido á jigantes, ya en el año de 1613 y según se consigna en
la obra «El mundo antes de la creación del hombre» escrita por Mr. Figuier y
M. Zimmermann; unos trabajadores escavando cerca del castillo de Chaumont en el
Delfinado, en la orilla izquierda del Ródano encontraron varios huesos algunos de los
cuales rompieron por ignorar que se trataba de los restos de un mamífero fósil cuya
existencia era entonces desconocida.
Al tener noticia de aquel hallazgo un cirujano del país llamado Mazuyer se
apoderó de los huesos y sacó de ellos un gran partido anunciando que los había
descubierto él mismo en un sepulcro de ladrillo de treinta pies de longitud por quince
de anchura, sobre el cual se veía la inscripción siguiente:
TEUTOBOCCHUS REX
Para dar más importancia al hecho Mazuyer agregaba que había encontrado en la
misma tumba cincuenta monedas con la efigie de Marius.
Teutobocchus fue un rey de los bárbaros que invadió la Galia á la cabeza de los
Cimbrios y fue al fin vencido en Agnae Sextiae por Marius, quien le condujo á Roma
en su carro triunfal y es el caso que el informe publicado por Mazuyer para acreditar
su cuento recordaba que según el testimonio de algunos autores romanos la cabeza
del rey teutónico era mucho mayor que todos los trofeos que se ponían en las lanzas.
Mazuyer viajó por todas las ciudades de Francia y de Alemania llevando consigo
el esqueleto del supuesto Teutobocchus que enseñaba haciéndose pagar muy bien y
presentó su reliquia á Luis XIII Rey de Francia quien contempló con interés aquella
extraordinaria maravilla.
El esqueleto dió lugar á una acalorada controversia y escitó la admiración del
vulgo y de los sábios, pero después se supo que un jesuita de Tournois llamado
Jacobo Tissot era el autor del falso informe publicado por Mazuyer así como también,
que las monedas de Marius eran falsas, pues tenían caractéres góticos.»
Hoy, cualquiera puede ver en los Museos, los restos del Rey Teutobocchus,
contemplando entre los esqueletos de los grandes mamíferos el que corresponde al
Mastodonte, y al mismo tiempo queda explicada la existencia de los huesos de
Jigante en la costa del Perú y en todas partes donde se encuentran fósiles.



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