L
as grandes divinidades olímpicas que quedan por abordar nacieron después de Zeus y los otros hijos de Crono, con la excepción posible de Afrodita. Zeus fue padre de tres hijos divinos poco después de su ascensión al poder: Ares y Hefesto con su esposa Hera (a menos que se considere que ella tuvo a Hefesto sin su participación cf. p. 125) y Apolo, hermano gemelo de Ártemis, con su prima Leto. Durante la edad heroica completó la familia del Olimpo al engendrar a Hermes y Dioniso a través de uniones con mujeres mortales. Como rutilante dios de la profecía, la música y la curación, Apolo fue el más reverenciado de todos los dioses del Olimpo, y, por tanto, comenzaremos con él antes de pasar a los hijos nacidos del matrimonio de Zeus. Las divinidades que forman el grupo de hijos de Zeus y Hera tuvieron diverso origen y no necesariamente el estatus más elevado. Por ejemplo, hijas como Hebe e Ilitía ni siquiera pueden ser incluidas en el presente grupo como deidades olímpicas de primera magnitud. Entre sus hijos, Hefesto era un marginal entre los dioses del Olimpo, no sólo porque ejerciera un trabajo manual en su función como herrero divino sino porque era parcialmente deforme; aunque la guerra, especial función de su hermano Ares, no fuera en sí misma innoble, Ares era un dios vicioso y sanguinario que disfrutaba con la mutilación y el asesinato por puro placer, y por lo tanto no era considerado con mucho respeto por parte de dioses ni mortales. Los dos dioses olímpicos posteriores, Hermes y Dioniso, tenían un carácter idiosincrásico: Hermes, embustero divino y mensajero vinculado con los límites y su trasgresión, y Dioniso, dios del vino y del éxtasis.
Zeus dio a luz a su retoño más querido, Atenea, de su propia cabeza tras haber devorado a su madre Metis. También engendró a Ártemis, hermana gemela de Apolo, con la diosa Leto. Ambas eran diosas vírgenes que desempeñaban ocupaciones activas, Atenea como diosa de la guerra y de la ciudad, patrona de las artes y las actividades manuales, y Ártemis, como divina cazadora a la que no le gustaban los ejércitos ni las ciudades; prefería sin embargo rondar por el entorno agreste del campo junto con sus ninfas asistentes. Si se considera que Afrodita nació de la espuma del mar que rodeaba los genitales seccionados de Urano, tal como se menciona en la versión más común procedente de Hesíodo (cf. p. 261), ella era la primogénita de los dioses del Olimpo. En caso de que su nacimiento hubiera sido más convencional, como hija de Zeus y Dione, tal y como sugiere Homero, pertenecería a la misma generación de Atenea y Ártemis. Sin embargo, no supone ninguna diferencia sustancial el hecho de que tuviera un origen más remoto o más reciente, puesto que se la imaginaba como joven e insuperablemente hermosa, como diosa del amor y de la atracción sexual.
Apolo
Sea cual sea su origen, Apolo es el dios más propiamente griego de todos en su forma desarrollada, y a causa de la pintoresca belleza con la que el arte y la literatura helenística le dotaron, todavía hoy es ampliamente conocido, quizá más que cualquier otra deidad del Olimpo, como encarnación del espíritu helénico. Representa los valores helénicos de la razón, la armonía, la lucidez y la moderación. Es el profeta infalible que conoce la verdad, el derecho y la voluntad de su padre Zeus y la revela a los mortales, aunque a menudo de manera enigmática, a través de sus muchos oráculos. Es un dios de purificación y curación, aunque también el dios arquero que dispara desde lejos e inflige plagas y muerte con sus flechas. Es el corifeo de las Musas (Mousagetes) y patrono de la poesía y la música, especialmente de la interpretada con la lira. Aunque la agricultura no es una de sus principales ocupaciones, actúa como protector del ganado ovino y bovino y protege el cereal y las cosechas del mal tiempo, plagas y animales dañinos. Su forma desarrollada en el arte es muy conocida. Encarna la figura ideal masculina que ha llegado a la plenitud física pero que todavía conserva toda la flexibilidad y vigor de la juventud. Cuando se le veneraba en toda Grecia y las referencias a él eran tan numerosas como las del mismo Zeus, sus más famosos centros de culto en Grecia eran el santuario de Delfos en el continente y la isla sagrada de Delos. Muchos santuarios en Asia Menor fueron dedicados a su culto, siendo los de Claros, Bránquidas y Pátara los más conocidos. Su culto entró en Roma en época remota a través de Etruria y las colonias griegas de la Magna Grecia; y el primer templo en su honor fue erigido en 432 a.C. Allí se le veneró con su nombre griego, sin que se desarrollara ningún equivalente o paralelo específicamente italiano.
No hay acuerdo general sobre el origen del nombre de Apolo. La etimología más interesante de las varias que han sido propuestas es la que vincula su nombre, su forma doria arcaica Apellon con la palabra apella, expresión doria que se refiere a la majada o redil y, siguiendo esto, a las asambleas anuales que eran convocadas por los pueblos dorios. Se ha sugerido que Apolo pudo haber sido venerado por los dorios desde tiempos remotos como dios que cuidaba del ganado bovino y ovino. Pudo asimismo haber sido el dios que presidía el apellai, y especialmente los rituales de iniciación de los hombres jóvenes que tendrían lugar en ellos (puesto que Apolo representa el ideal del ephebos, el adolescente que llega a la edad viril). Ninguna otra etimología griega resulta muy convincente. La sugerencia apropiada, por ejemplo, de que Apolo pudiera significar «el que aleja» (la plaga, la enfermedad) se basa en la dudosa asunción de que había una palabra en griego que correspondía a pellere en latín. Es también posible que su nombre no fuera de origen griego.
Desde el tiempo de Homero en adelante, Apolo recibe a menudo el nombre de Febo Apolo o Febo (Phoibos). Este título se interpreta con frecuencia con el significado «brillante» o «radiante», pero en ningún caso se conoce con certeza su etimología. Como dios que sin duda estaba asociado con la idea de la luminosidad y el brillo, se identificó a Apolo a menudo con el dios del sol Helios desde el siglo V a.C. en adelante (cf. p. 81). Otro título destacable de Apolo de origen muy antiguo es el de Licio o Liceo (Lykos, Lykeios), que recibió tres interpretaciones distintas en el pasado y significaba tanto «de Licia» como «dios lobo» (lykos significa lobo en griego) o, menos probable, dios de la luz (cf. lux en latín). Si es correcto el segundo significado, se referiría a las actividades del dios protegiendo el ganado de los lobos. Esta propuesta ha tenido sus defensores, especialmente entre los que abogan por la asociación de Apolo con el mundo dorio. Sin embargo, la primera interpretación parece la más atractiva a la vista de los primeros contactos de Apolo con Asia Menor y especialmente con Licia, en el suroeste. La evidencia homérica tiene una importancia particular. En la Ilíada, que presenta a Apolo apoyando a los troyanos de Asia Menor contra los griegos, Atenea insta a Pándaro, un licio aliado de los troyanos, a que ofrezca un sacrificio a Apolo Lykegenes (que probablemente significa «nacido en Licia») para volver sano y salvo a casa.[1] Todos los santuarios de Apolo mencionados por Homero están erigidos en Asia Menor, y muchos de sus oráculos más destacados se localizaban en varios lugares de su costa (incluida Pátara en Licia). Licia está también relacionada de diversos modos con el centro de culto a Apolo en Delos. Se contaba que el misterioso poeta Olén, por ejemplo, del que se supone que escribió algunos himnos antiguos que fueron cantados en Delos, era licio.
A partir de las muchas vinculaciones de Apolo con Asia Menor, en algún momento fue ampliamente admitido que su culto se había importado a Grecia desde esa zona. Posteriormente, para apoyar esta teoría, se sugirió (por ejemplo) que su madre Leto podría ser identificada con la diosa licia Lada, y por eso es relevante que los griegos se refirieran a menudo a él como Letoides, «hijo de Leto», puesto que con ello se sigue la costumbre licia, que atestigua Heródoto,[2] de utilizar el matronímico (en vez del patronímico, como era normal en Grecia). La principal teoría contrapuesta a esto y que tuvo una larga pervivencia pero que fue bastante eclipsada por la teoría asiática, proponía por su parte que Apolo había sido importado de Grecia desde el norte. Sus asociaciones dorias podrían favorecer dicha interpretación y sus defensores también apuntan ciertas características de su culto, en especial las ofrendas, que se solían enviar a su santuario de Delos cada año por una ruta sinuosa que partía del norte, supuestamente desde el territorio de los hiperbóreos (cf. p. 208), así como la gran procesión de las Estepterias que iba hacia el norte desde Delfos (cf. p. 204), quizá siguiendo la dirección contraria en la ruta por la que el dios había llegado por primera vez a su santuario de Delfos. Si en los últimos tiempos estas teorías sobre el origen del dios han caído en el descrédito, es sólo en parte porque los argumentos específicos avanzados en uno o en otro sentido se consideran insatisfactorios. Por ejemplo, es dudoso que las características de su culto citadas a favor de la «teoría del norte» puedan tener el peso que se les ha conferido o, por otro lado, que el epíteto de Apolo como Letoides tenga en realidad tal significación, puesto que otros hijos de Zeus son también llamados por el matronímico (por ejemplo, Hermes como hijo de Maya). Sin embargo, incluso en el caso de que pudiera aceptarse que Apolo tenía una relación antigua y concreta con Asia Menor, como así era, o con los dorios y el norte, no tiene ningún sentido buscar un único «origen» a un dios tan complejo como el Apolo clásico, como si simplemente hubiera sido importado del extranjero con su nombre, culto y principales aspectos de su mitología. Más bien parece que se tratara de una figura polifacética que absorbió aspectos de una gran cantidad de divinidades, de cultos y mitos de áreas diferentes. Si algunas características lo asocian con la costa oeste de Asia Menor o con los dorios y el norte, también hay aspectos que lo vinculan con otras zonas. En la medida en la que se trata de un dios de las plagas, que genera pestes y destrucción con sus flechas, parece que hubiera tomado el modelo del dios de las plagas semítico Reshep, que producía las enfermedades cuando disparaba teas ardiendo. Reshep era venerado por los fenicios en Chipre, donde se le equiparó a Apolo. Características esenciales de la religión apolínea tales como la profecía extática y la purificación también lo relacionan con Oriente Próximo, mientras que parece que su himno de culto, el peán, se originó en Creta.
Apolo establece su oráculo en Delfos. El ónfalo y el trípode
Apolo era hijo de Zeus y Leto, y hermano gemelo de Ártemis.[3] Tras ser rechazada de muchos lugares debido a los celos de Hera, Leto dio a luz a su hijo en la isla sagrada de Delos, en las circunstancias que se contarán más adelante en relación con Ártemis (cf. p. 253). Como el niño extraordinario que era, Apolo comenzó inmediatamente sus aventuras, y su primera acción, si puede llamarse así, fue el establecimiento de su santuario oracular en Delfos. Según el Himno homérico a Apolo, que por primera vez da cuenta de sus precoces aventuras, nunca fue amamantado por su madre, sino que recibió néctar y ambrosía de Themis y se quitó los pañales tan pronto como se los puso. Tras afirmar que siempre apreciaría la lira y que anunciaría la voluntad infalible de Zeus a los mortales, emprendió viaje en busca de un lugar para su oráculo.[4] Tras haber recorrido gran parte de la Grecia septentrional y central, se detuvo en un atractivo lugar junto a la fuente de Telfusa cerca de Haliarto, en el oeste de Beocia; pero Telfusa, la ninfa de la fuente, se resistía a compartir el lugar con una divinidad que la eclipsaría y le urgió a seguir hasta el monte Parnaso con la excusa de que, de otro modo, el ruido de los caballos y mulas que bebían en las fuentes lo molestarían constantemente.[5] Aunque descubrió que el enclave para su santuario en Delfos bajo el monte Parnaso era ideal, se dio cuenta de que Telfusa tenía otros motivos para recomendárselo, al encontrar que su guardián era un temible dragón. Aunque este monstruo ya había acabado con todos los que se le habían aproximado, Apolo lo mató con una de sus flechas, y luego volvió para ajustar cuentas con Telfusa. La castigó escondiendo sus arroyos bajo un acantilado (puesto que anteriormente estaban en campo abierto) y subordinó el culto de la ninfa al suyo propio al erigirse un altar en una arboleda cercana, donde fue venerado desde ese momento como Apolo Telphousios.[6] La fuente de Telfusa aparece también en el mito a partir de su asociación con el vidente tebano Tiresias, del que se contaba que había muerto mientras bebía de sus aguas (cf. p. 434) y había sido enterrado en los alrededores.
Apolo tenía en ese momento que pensar en encontrar sacerdotes adecuados para su santuario oracular. Mientras consideraba el asunto, vio pasar por el mar un hermoso barco proveniente de Creta en dirección a Pilos, en la costa oeste del Peloponeso, donde iba a establecer contactos comerciales. Lo interceptó en mar abierto y se subió a cubierta en forma de un enorme y temible delfín. Mientras la tripulación temblaba, hizo que el barco fuera empujado rápidamente por el viento a lo largo de la costa occidental del Peloponeso hasta el golfo de Corinto. Tras llevarlo hasta Crisa, en la costa meridional de la Grecia continental cerca de Delfos, se manifestó en su auténtica forma divina y reveló su nombre. Ordenó a los cretenses establecer un culto dedicado a él como Apolo Delphinios y acompañarlo a Delfos, donde ellos y sus descendientes le servirían como guardianes de su templo, recibiendo una parte de los sacrificios. Con su llegada a Delfos, el himno homérico llega a su fin.[7]
Se afirma en el Himno a Apolo que la región de Delfos adquirió su antiguo nombre de Pito, y Apolo su correspondiente título de Apolo Pythios, por el cadáver del dragón que se había «descompuesto» allí (como si el nombre de Pitón derivara del pythein, descomponer).[8] El dragón es hembra en esta versión (cf. p. 132 para la historia de su origen). Sin embargo, en relatos posteriores y helenísticos, el dragón de Delfos normalmente es una criatura masculina llamada Pitón, y es en sí misma el epónimo de la región (aunque hay también versiones en las que la bestia se llama Delphyne o Delphynes a partir de Delfos).[9] Hay quien dice que el joven Apolo fue llevado a Delfos por su madre y disparó al dragón desde los brazos de ésta, ya fuera por sí mismo o con la ayuda de su hermana.[10] Tal como se va a ver más adelante (cf. p. 254), un relato de Higino afirma que Pitón había intentado matar a Leto durante su embarazo para así evitar que diera a luz a los dos gemelos divinos: en ese caso, Apolo viajó al enclave de Delfos cuatro días después de su nacimiento para matar al dragón como venganza.[11] Se consideraba que la diosa de la tierra Gea era la dueña originaria del oráculo. Esquilo habla de un pacífico traspaso de poder en el que Gea lo transfiere a su hija Themis, ésta a la abuela de Apolo, Febe (una titán cf. p. 73), y ésta, a su vez, a Apolo.[12]
Puesto que el oráculo se presentó en la tradición délfica como anterior propiedad de la Tierra, y puesto que las serpientes son criaturas ctónicas, podemos asociar la muerte del dragón, cualesquiera sean los detalles exactos de la historia, con la toma de poder sobre el santuario. Cierto es que Pitón estaba estrechamente relacionado con las tradiciones y rituales del lugar en tiempos históricos. En la gran fiesta de las Estepterias, (Festividad de las guirnaldas) la figura central, un joven de alta cuna era conducido a una casa construida con materiales ligeros y conocida como el «Palacio de Pitón» que terminaba consumida en llamas. El joven que parecía encarnar a Apolo, representaba la marcha al exilio, y realmente emprendía un largo viaje con asistentes y gran ceremonia. Pasaba por el camino sagrado Pitio hacia el norte, a través de Tesalia, hasta el valle del Tempe donde era purificado. Volvía de nuevo coronado con laurel, la planta específica de Apolo. Cualquiera que sea el auténtico significado de este curioso ritual, no hay duda de que los antiguos lo asociaron con la muerte de Pitón, asumiendo en la versión habitual que Apolo había viajado al Tempe para purificarse antes de tomar posesión del oráculo. También podría ser que el dragón hubiera huido malherido hacia el norte, con el joven dios pisándole los talones, hasta que al final expiró.[13] En los juegos Pitios, los segundos en importancia tras los de Olimpia, uno de los principales eventos era un concurso de flauta en el que el tema era una pieza descriptiva que representaba el combate entre el dios y el monstruo.[14]
Las otras grandes características de Delfos, aparte de muchas de menor importancia, eran el ónfalo y el trípode. Se suponía que el ónfalo, o piedra-ombligo, marcaba el punto medio de la superficie de la tierra. Era de forma cónica, formada como una antigua colmena y estaba cubierto con cintas de lana. En una sorprendente copia antigua que aún puede ser contemplada en Delfos, la malla de lana está esculpida sobre la superficie de la piedra. Se dice que Zeus descubrió la posición central de Delfos cuando envió dos águilas desde lugares opuestos de la tierra al mismo tiempo y luego esperó a ver el lugar en el que se encontraban.[15] Se erigieron junto al ónfalo imágenes doradas de los pájaros, que permanecieron allí hasta que fueron trasladadas por Filomelo, general focio que saqueó Delfos en 356 a.C. Algunos afirman, sin embargo, que los pájaros de la leyenda no eran en ningún caso águilas (las aves de Zeus) sino cisnes o cuervos (las aves de Apolo).[16] En las artes visuales se conservan numerosas representaciones del ónfalo, en las que a menudo también aparecen las águilas, y frecuentemente se hace referencia a él como el asiento de Apolo. En algunas ocasiones encontramos a Pitón enroscado alrededor de él
En la práctica, el trípode era el asiento de la profecía. Estaba en un área excavada bajo el templo de Apolo. Su sacerdotisa, la Pitia, se sentaba en él mientras pronunciaba los oráculos en un estado similar al trance. La idea parece haber sido que la influencia sagrada del dios podría venir desde las profundidades y entraba dentro de ella cuando se elevaba sobre el nivel del suelo. Autores helenísticos sugieren que su éxtasis era inducido por vapores que surgían de una grieta en el suelo, pero esta noción semirracionalista no encuentra apoyo en las evidencias arqueológicas o geológicas.[17] La Pitia era una virgen nacida en Delfos que entraba al servicio del dios de por vida, y siempre vestía como una muchacha. Los sacerdotes de Apolo transformaban las respuestas en versos (hexámetros) antes de que fueran llevadas al interrogador.
Se decía que la Sibila, supuesta fuente de muchos oráculos que circulaban en forma escrita, daba sus profecías en un estado de arrebato inspirado igual que en el caso de la Pitia,[18] y en algunos casos se asociaba con Delfos. En la forma más antigua de su leyenda, había en principio una única mujer profetisa llamada Sibila que daba sus profecías en algún lugar de Asia Menor. El pueblo de Marpeso, en el monte Ida, situado en la Tróade, un incierto lugar del que no se recuerda nada más, consideraba a la Sibila como propia, al igual que la ciudad más importante de Eritrea en la costa lidia; había una gran controversia en la Antigüedad sobre este asunto. La Sibila asiática ganó el favor de Apolo, a cuyo servicio se dedicó totalmente y él la inspiró profecías maravillosas e infalibles aunque enigmáticas. Algunos decían que había vagado hasta llegar a Delfos (entre otros lugares) en algún momento y manifestaba allí sus profecías.[19] El significado de su nombre, que puede ser de origen oriental, es confuso. Estos oráculos, de los que se hacía público un número cada vez mayor, eran muy populares. Existían en muchos lugares y por consiguiente muchas ciudades afirmaban ser su lugar de origen. Al final, en la medida en la que Sibila llegó a ser considerada como un término genérico, surgieron toda una serie de sibilas, algunas con nombres propios como Herófila o Fito, de modo que la tradición se hizo desconcertantemente compleja. Aunque varían las estimaciones sobre su número, y hay una gran confusión puesto que las mismas figuras reaparecen a menudo bajo nombres diferentes, podríamos hablar de una oportuna lista compilada por el anticuario romano Varrón, que distingue entre diez Sibilas:[20] la persa, la libia, la délfica (que en algunos casos es descrita como hermana o hija de Apolo, o incluso su esposa), la cimeria (que al estar localizada en Italia, parece ser la misma que la de Cumas), la eritrea (Herófila), la de Samos (Femónoe), la de Cumas (Amaltea, autora de los famosos oráculos sibilinos de Roma), la del Helesponto (de nuevo la de Eritrea o de Marpesia), la frigia (de nuevo la de Marpesia) y finalmente la tiburtina (resultado del intento de encontrar un equivalente griego a la diosa local Albunea; de aquí el nombre de «Templo de la Sibila» que se ha dado de forma bastante injustificada a una de las más famosas ruinas en el Tívoli). Sobre la Sibila de Cumas, cf. p. 179. Debe hacerse también mención de la Sibila judía y babilonia, normalmente identificada con la de Marpesia-Eritrea, que en cierta medida es la más famosa, puesto que son suyos los oráculos sibilinos de la colección que ha llegado hasta hoy (obviamente con una gran parte falsificada, puesto que aparece propaganda judía y cristiana disfrazada como revelaciones de la Antigüedad). Tras esas figuras ensombrecidas ronda, con toda probabilidad, cierto número de mujeres reales. Los siglos que transcurrieron entre la invasión doria y el apogeo de la civilización clásica fueron tiempos de grandes levantamientos religiosos. Desde esa época sobrevive un gran número de nombres, no sólo de profetisas como Sibila, sino también de profetas como Bacis, cuyos oráculos fueron muy populares durante la guerra del Peloponeso, y Epiménides de Creta.
No hay razón por la que podamos suponer que tanto la Sibila como las profetisas de Delfos hubieran sido un fraude. La práctica moderna de la espiritualidad ha acercado a todos al hecho de que ciertas personas puedan de manera voluntaria o por otros medios trasladarse a una condición fuera de lo normal en la que pueden hablar o incluso escribir de forma más o menos inteligible, sin ser conscientes de ello en el momento o posteriormente cuando lo recuerdan. Apolo, al igual que muchas divinidades africanas que hablan a través de profetas o «médiums», encontró sin duda a muchos seres excepcionales para que le sirvieran sinceramente, a pesar de que los sacerdotes de Delfos pudieron en más de una ocasión alterar o desarrollar las respuestas de la Pitia en mayor o menor medida mientras preparaban el documento oficial editado, que era, por lo general, trasladado en hexámetros regulares y redactado en su mayor parte en un lenguaje muy enigmático y confuso, de modo que en caso de que se demostrara que el sentido de la profecía era falso, el dios quedaba siempre libre de culpa tras otra interpretación.
El asesinato de Ticio: la asociación de Apolo con los hiperbóreos
En otra de las primeras aventuras de Apolo, aparece su enfrentamiento con Ticio, un gigante que intentó violar a Leto poco después del nacimiento de sus hijos. Ticio es descrito como hijo de Gea (Tierra) en la Odisea, o como hijo de Elara (heroína beocia, hija de Minias u Orcómeno en un fragmento de Hesíodo).[21] En la versión de Ferécides, que se escribió como forma de reconciliar las tradiciones anteriores, Ticio era hijo de Zeus con Elara, pero también había nacido de la Tierra, por así decirlo, puesto que su madre le dio a luz bajo tierra después de que Zeus la hubiera arrojado allí por miedo a los celos de Hera.[22] Homero hace una breve referencia al crimen de Ticio para explicar la razón del eterno tormento al que estaba sometido en el Hades (cf. p. 171), al afirmar que había atacado a Leto cuando pasaba a través de Panopeo de camino a Pito (Delfos). Panopeo se encuentra al este de Delfos, en la misma provincia de Focia. Un gran túmulo en las cercanías se identificó como el lugar de enterramiento de Ticio.[23] Autores posteriores añadieron que los dos hijos de Leto (o sólo uno de ellos) llegó rápidamente al lugar para salvar a su madre de él y lo mató de un disparo.[24] En versiones menos ortodoxas, Ticio fue castigado en el Hades porque había intentado poner sus manos sobre Ártemis, o fue atravesado por un rayo de Zeus cuando intentó atacar a Leto por orden de Hera.[25]
Apolo estaba íntimamente asociado tanto en el mito como en el culto con los hiperbóreos, pueblo mítico que vivía en los confines de la tierra, en las tierras más remotas del norte. Su nombre fue interpretado, correcta o incorrectamente, como los que vivían «más allá del viento del norte» (dado que Bóreas era el nombre de ese viento en Grecia, cf. p. 88). Como veremos en este capítulo, su conexión con Apolo se estableció incluso antes de su nacimiento puesto que enviaron mensajeros a Delos con ofrendas que habían prometido para asegurar a Leto un parto fácil. Como es habitual en el caso de los habitantes de los reinos míticos en los confines de la tierra, eran un pueblo equitativo y compasivo que vivía una vida libre de todo esfuerzo y conflictos, que pasaban el tiempo con cantos, danzas y fiestas. Su presencia era, por tanto, muy apreciada por Apolo, que se decía que abandonaba Delfos durante el invierno para pasar más tiempo en su tierra. Según el poeta lírico primitivo Alceo, visitó por primera vez su país poco después de su nacimiento, y viajó en un carro tirado por los cisnes que Zeus le había dado para su viaje a Delfos. Sin embargo, tras ordenar a los cisnes que volaran hacia el norte, permaneció todo un año con los hiperbóreos, para los que creó leyes, hasta que finalmente partió hacia Delfos en el verano del año siguiente.[26] Según una historia posterior, se refugió más tarde con los hiperbóreos durante un tiempo para escapar de la furia de Zeus tras haber matado a los Cíclopes (como se verá más adelante), y una sustancia preciosa venida del norte, el ámbar, se formó de las lágrimas que derramó durante su exilio.[27] Para ver una versión diferente sobre el origen del ámbar, cf. p. 84. Aunque la tierra de los hiperbóreos era apenas accesible a los viajeros humanos ordinarios, Píndaro relata que en días remotos Perseo encontró el camino para llegar y vio a los hiperbóreos sacrificando hecatombes de asnos a Apolo, que apreciaba especialmente sus fiestas y alabanzas.[28]
En tiempos históricos, las ofrendas sagradas que se suponían que procedían de los hiperbóreos, solían llegar al santuario de Apolo en Delos. Envueltas en paja de trigo y de naturaleza no específica, se enviaban a través de relevos desde un lugar desconocido en el norte. Heródoto proporciona una relación de su ruta, hasta donde podía ser conocida, y relataba que se enviaban primero a Escitia y luego iban por una ruta sinuosa a tierras griegas por Dodona (en Epiro, al noroeste). Desde allí se relevaban y tomaban rumbo al sureste hacia el golfo de Malia, cruzando Eubea, y de allí bajaban hasta el extremo sur de la isla donde iban por mar hasta Tenos y Delos. Sin embargo, no se puede seguir la ruta más allá de Escintia y su verdadero origen sigue siendo un misterio. Según una leyenda, los hiperbóreos habían adoptado un procedimiento más convencional la primera vez, enviando dos mensajeros a Delos con las ofrendas, pero cuando los enviados (Hipéroque y Laódice, cf. p. 255) no encontraron el camino de vuelta, decidieron que en el futuro sería más seguro enviar las ofrendas por medio de relevos.[29]
Apolo, Corónide y su hijo, el gran sanador Asclepio
Apolo, que es él mismo un sanador, fue el padre del principal dios de la curación y la medicina, Asclepio (cuyo nombre se corrompió en latín y dio lugar a Esculapio). Aunque Asclepio fue venerado como dios y como héroe en el culto, parece probable que surgiera como héroe y ascendiera a un estatus divino en un estadio posterior. Según la tradición más común, Apolo lo engendró de Corónide, hija de Flegias, una heroína tesalia de origen lapita (cf. p. 719). Se dice que Apolo se enamoró de ella tras verla mientras lavaba sus pies en el lago Boibias, en el noreste de Tesalia.[30] Ella se convirtió en su amante y concibió a un hijo, aunque accedió a casarse con un mortal, Isquis, hijo de Elato, durante el período de su embarazo. También es posible que se hubiera comprometido secretamente con Isquis, que era un lapita como ella. Se cuenta en una narración que consintió en casarse porque temía que Apolo no quisiera seguir con ella puesto que era una simple mortal[31] (muy parecido a la leyenda de Marpesa). Aunque en el Himno homérico a Apolo ya se hace referencia al antagonismo entre Apolo e Isquis, Píndaro proporciona el primer relato de los hechos que siguieron después. Cuando Corónide se acostó con Isquis a espaldas de su padre, Apolo se enteró por su poder de profecía, y envió a Ártemis al pueblo de Corónide para ejecutar la venganza en su nombre. A su tiempo, Ártemis la mató junto con muchos otros desafortunados vecinos, pero cuando la llama se extendía alrededor de su cadáver en la pira funeraria, Apolo no pudo soportar que ardiera en la pira el hijo suyo que ella llevaba dentro y se adelantó para extraerlo de su vientre. En otras versiones, él pidió a Hermes recuperar el niño o disparar a la misma Corónide.[32] Se dice que Apolo había sido informado de su infidelidad por el cuervo, su fiel mensajero.[33] Podría entonces explicarse el plumaje negro de los cuervos dado que Apolo volvió negro a su mensajero (a partir de su blanco original) en su ataque de ira tras las malas noticias. Aunque este detalle no aparece en la literatura hasta el período helenístico, es un comentario popular y puede que sea bastante antiguo puesto que se remonta hasta mediados del siglo V a.C. en las artes visuales.[34]
Se ha recogido en fuentes posteriores que el amante mortal de Corónide murió por un disparo de Apolo o atravesado por un rayo de Zeus.[35] Una tradición alternativa del Peloponeso sugería que la madre de Asclepio era una princesa mesenia, Arsínoe, hija de Leucipo (cf. p. 550).[36] Según la tradición local de Epidauro, en la costa este de la Argólide, centro más importante del culto de Asclepio, Corónide lo trajo al mundo en esa región del Peloponeso en las siguientes circunstancias. Cuando su padre Flegias, famoso bandolero (cf. p. 718), visitó una vez el Peloponeso para inspeccionar el terreno, la llevó con él sin darse cuenta de que ella estaba embarazada, y abandonó al recién nacido Asclepio en una montaña cerca de Epidauro tras haber dado a luz durante el viaje.[37]
Apolo confió a su hijo recién nacido al sabio centauro Quirón, que lo crió en su cueva del monte Pelión en Tesalia. Bajo la eficaz tutela de Quirón, Asclepio aprendió gran cantidad de conocimientos valiosos, incluido el arte de la medicina que desarrolló hasta el más alto estadio de perfección.[38] No aparece en la saga heroica (excepto en una o dos referencias tardías que sugieren que viajó con los Argonautas o se unió a la caza del jabalí de Calidón).[39] Junto con su mujer, llamada de diversos modos aunque siempre denominada Epíone en relación con su culto, tuvo una familia de naturaleza dual al igual que él mismo como antiguo héroe y dios sanador. Como ya establece Homero, fue padre de dos enérgicos héroes épicos, Podalirio y Macaón, que viajaron a Troya como líderes aliados de un contingente del noroeste de Tesalia. Puesto que habían heredado las habilidades médicas de su padre, fueron capaces de ayudar a sus camaradas como curadores y cirujanos al tiempo que tomaban parte en la batalla.[40] La curación de Filoctetes, en concreto (cf. p. 607), corresponde a uno de ellos.[41] A Asclepio se le atribuyen algunos hijos de otro tipo asociados a su culto como sanador, una serie de figuras pálidas y sombrías sin mito que personifican varios conceptos asociados con el arte de la curación. Entre ellos encontramos a Higia (Salud personificada) que a menudo aparece en obras de arte ya sea sola o de pie junto a su padre sentado; Yaso (Curación), Panacea (Cura todo, panacea en latín y en español), y Telesforo, el pequeño niño dios con caperuza (el que ejecuta).[42]
El celo de Asclepio como curador lo llevó demasiado lejos cuando se propuso hacer revivir a los muertos. Según varios relatos, resucitó a Hipólito a petición de Ártemis (cf. p. 470); a Licurgo, hijo de Prónax, y a Capaneo, dos argivos que murieron durante la primera guerra de Tebas; a Tindáreo y Glauco, hijo de Minos. En algunas versiones posteriores, llegó a resucitar a tantos mortales que Hades se vio obligado a protestar. En cualquier caso, esta interferencia con el orden establecido de la naturaleza era demasiado para Zeus, que rápidamente envió a Asclepio a los Infiernos tras alcanzarlo con un rayo.[43]
Servidumbre de Apolo a Admeto y la historia de Alcestis
Apolo estaba furioso por la muerte de su hijo, pero apenas podía vengarse de su poderoso padre incluso aunque se hubiera atrevido a hacerlo, y por tanto se consoló matando a los Cíclopes, creadores del rayo. Al ser culpable de derramamiento de sangre dentro de su propio clan divino, Zeus ordenó que expiara su crimen poniéndose al servicio de un maestro mortal como siervo durante un año.[44] Se afirma en un relato que Zeus incluso lo habría llegado a arrojar al Tártaro si su madre Leto no hubiera intervenido para salvarlo.[45] En una versión alternativa, puesto que lo esperable es que los Cíclopes fueran inmortales como hermanos de los Titanes, se dice que Apolo mató a los hijos de los Cíclopes y no a los propios Cíclopes.[46]
Al haber sido enviado a servir a un amo eminentemente justo y considerado, Admeto, hijo de Fere, rey de Feras en Tesalia (cf. p. 552), se comprobó que su sentencia era menos humillante de lo que podría haber sido, y Apolo recompensó a Admeto por su amabilidad a través de varios servicios que realizó para él. Mientras cuidaba su ganado, hizo que creciera enormemente su número al provocar el nacimiento de gemelos en cada parto.[47] También lo ayudó a conseguir a la mujer que había elegido, Alcestis, hija de Pelias. El padre de ella había anunciado que la entregaría al pretendiente que pudiera poner bajo el yugo a un león y a un jabalí para tirar de un carro. Apolo presentó a Admeto el carro con el yugo en los animales, y montado en él se dirigió a Yolcos para entregárselo a Pelias.[48] Aunque el rey dio a su hija de acuerdo con su promesa, al poco tiempo Admeto tuvo que llamar de nuevo a Apolo en su auxilio, puesto que había olvidado honrar a Ártemis mientras ofrecía los sacrificios de boda, y había enfurecido tanto a la diosa que ésta le había llenado su cámara nupcial con colas de serpiente como presagio de una muerte temprana. Apolo no sólo explicó la causa del problema y avisó a Admeto acerca del modo de aplacar a la diosa, sino que también visitó a las Moiras (Hados), y las persuadió para indultar a Admeto si otra persona consentía morir en su lugar. Según Esquilo, obtuvo el favor de estas deidades inexorables suavizando sus corazones con vino.[49]
Pasados unos años, cuando le llegó a Admeto el tiempo de morir, buscó a alguien que lo hiciera en su lugar, pero nadie, ni siquiera sus ancianos padres dieron su consentimiento, hasta que finalmente se ofreció su mujer. De modo que cuando llegó el día fatal, fue Alcestis la convocada a las tinieblas. Aunque la aceptación de Admeto del sacrificio personal de Alcestis podría parecernos algo innoble y cobarde, pocos sintieron malestar sobre el asunto cuando la leyenda se desarrolló, puesto que la vida de la mujer no era considerada de un valor igual a la del hombre. Según esto, Alcestis se convirtió en ejemplo de devoción marital. Sin embargo, cuesta realmente aceptar el hecho de que tuviera que llevar a cabo su ofrecimiento y la tradición aseguró su rescate de un modo u otro. En la versión más antigua que se conserva, fue Heracles su salvador, tal como veremos; pero hubo también otra versión, mencionada por primera vez por Platón aunque muy posiblemente de origen antiguo, en la que los dioses infernales (en concreto Perséfone) la enviaron a casa por lo mucho que admiraban su inmolación.[50]
En la Alcestis de Eurípides, Heracles fue a visitar a Admeto en su viaje al norte para buscar a las yeguas de Diomedes de Tracia (cf. p. 345) y llegó a su casa en mal momento, ya que Admeto y su familia estaban comenzando su duelo. Sin embargo, incluso en este caso extremo, no se pueden ignorar los deberes de hospitalidad, de modo que discretamente finge que no hay ningún miembro de su familia muerto, sólo un extranjero que había estado bajo su techo, y da la bienvenida al héroe como invitado, ordenando a sus siervos que hagan que se sienta cómodo.[51] Sin embargo, Heracles pronto descubre el auténtico estado de las cosas por un siervo y toma medidas para solucionarlo todo. Según una creencia popular, se pensaba que Tánato, la Muerte personificada (cf. pp. 63-64), se llevaba a los muertos, al igual que se representa a Caro en el folclore griego moderno. De modo que Heracles fue a la tumba de Alcestis a la espera del mensajero del mundo subterráneo, luchó con él cuerpo a cuerpo a su llegada y le pidió que dejara libre a su presa.[52] Alcestis recobró la vida y fue devuelta a casa sin daño. Esta obra es muy interesante por la forma en la que Admeto reacciona cuando Heracles llega, en la que se pueden apreciar todas las implicaciones de su comportamiento tras la marcha de la esposa. Llega a sentir que su vida apenas merece ser vivida en el momento en el que compra su supervivencia a costa de ella; pero en ningún lugar se sugiere que él estuviera equivocado al aceptar la inmolación de ella. Eurípides no fue el primer autor que introduce a Tánato en la historia, puesto que es conocido que Tánato llegó a buscar a Alcestis en una obra teatral de un trágico anterior, Frínico.[53] Esta historia, con una forma primitiva de relato moral, en el que las Moiras se emborrachan y la Muerte es tan física y material que un hombre valiente puede superarla con la fuerza de sus músculos, está llena de elementos folclóricos.
Apolo, Cirene y su hijo, el dios campestre Aristeo
Apolo engendró al dios campestre Aristeo con Cirene, hija del rey lapita Hipseo, a su vez hijo del dios río tesalio Peneo. Cirene no tenía ningún gusto por los trabajos manuales o la compañía de doncellas de su edad, sino que prefería rondar por las tierras altas de Tesalia a la caza de bestias, una especie de Ártemis local. Píndaro cuenta cómo Apolo la vio mientras estaba peleando con un poderoso león, ella sola, sin armas. La admiración por su valentía se convirtió en amor apasionado y fue a consultar al sabio Quirón, que le advirtió que la llevara por el mar hasta Libia, y establecerla como reina de una ciudad floreciente (dado que ella era el epónimo de Cirene, la colonia griega más importante en el norte de África). De modo que la raptó en los valles del monte Pelión azotados por los vientos, la llevó en su carro dorado y la sedujo en su nuevo hogar, donde concibió un hijo excepcional, Aristeo. Hermes llevó al recién nacido a Grecia y lo confió al cuidado de las Horas (Estaciones) y la Tierra, que lo criaron con néctar y ambrosía, la comida de los dioses.[54] También es posible que Apolo lo confiara a Quirón para que lo criara en su cueva del monte Pelión; cuando creció, las musas le enseñaron las artes de la curación y la profecía e hicieron que cuidara sus rebaños en Tesalia.[55] Otra versión dice que fue criado por las ninfas, que le enseñaron las artes rurales que posteriormente transmitió a los mortales.[56]
Aristeo fue un modesto dios rústico del que se dice que inventó muchas de las artes manuales, actividades y pasatiempos del campo, tales como la apicultura, el cuidado de los olivos, la preparación de la lana y la caza en general o algunas de sus variantes.[57] Se casó con Autónoe, hija de Cadmo, rey de Tebas, y fue padre con ella de un único hijo, el gran cazador Acteón, que encontró la muerte prematuramente en circunstancias trágicas (cf. p. 393). Según la breve y concisa biografía de Diodoro, abandonó la Grecia continental para siempre tras esta desgracia, y primero viajó a la isla de Ceos por orden de su padre, donde fundó ritos para aliviar a Grecia del calor excesivo en verano (cf. p. 240) y después siguió vagando a otros lugares hasta Cerdeña y Sicilia, donde introdujo sus artes agrícolas en esas nuevas zonas.[58]
Virgilio y otros autores de la tradición posterior culpan a Aristeo de la muerte de Eurídice, la esposa de Orfeo (cf. p. 708). Afirman que en él nació una fuerte pasión por ella y que fue mientras ella huía de él cuando una serpiente venenosa le produjo una mordedura fatal. Puesto que Eurídice era una ninfa dríade, sus compañeras se vengaron de Aristeo haciendo que murieran todas sus abejas. Tal y como narra Virgilio en su Geórgica IV, fue a buscar el consejo de su madre Cirene, que a su vez lo remitió a Proteo, el Viejo del mar. Después de capturar a Proteo mientras dormía y manteniéndolo agarrado mientras cambiaba de forma una y otra vez, Aristeo le obligó a descubrir al causante de la situación, y transmitió la respuesta a su madre. Cirene le aconsejó que sacrificara cuatro toros y cuatro novillas para apaciguar a las ninfas, que dejara las reses muertas en una arboleda y que volviera al lugar nueve días después para ofrecer amapolas y una oveja negra a Orfeo y una ternera a Eurídice. Cuando volvió a la arboleda tras ese lapso, las abejas salían de los cadáveres descompuestos de las reses y se reunieron en un árbol cercano, proporcionándole un nuevo enjambre para sus colmenas.[59] La creencia de que las abejas surgían de la carne putrefacta parece que estaba bastante extendida, y no sólo en el ámbito griego; el hecho que subyace tras ello es la existencia de una mosca Eristalis tenax, que se asemeja enormemente a una abeja y deposita sus huevos en la carroña.
Amores frustrados de Apolo con Marpesa, Casandra y Dafne. Muerte accidental de Jacinto
Por lo general, Apolo fue bastante infeliz con sus amores. Ya hemos visto un ejemplo de esto en la historia de Corónide. En otro relato antiguo, Marpesa, bella princesa etolia hija de Eveno (cf. p. 537), prefirió casarse con Idas, un mortal hijo de Linceo, príncipe etolio (cf. p. 549) en vez de hacerlo con él. Homero hace referencia brevemente al conflicto entre los dos pretendientes y dice que Idas se atrevió a levantar su arco contra Apolo por amor a ella. A pesar de que no se ofrecen más detalles, resulta evidente que Idas venció, puesto que se nos dice que Marpesa vivió con él y le dio una hija, Cleopatra (que se convertiría en la esposa de Meleagro).[60] Según la versión posterior más conocida, que puede remontarse a Simónides, Idas secuestró a Marpesa de su casa en Etolia, haciendo uso de veloces caballos que le había entregado Poseidón. Aunque su padre Eveno emprendió la persecución, sus caballos mortales pronto quedaron exhaustos y abandonó la caza junto al río Licormas al este de Etolia. Por desesperación, mató después a sus caballos y se hundió en el río, conocido a partir de entonces como Eveno. Idas continuó su camino a Arene, en su Mesenia natal, donde se enfrentó a Apolo, que también se había encaprichado con Marpesa. Cuando el dios intentó llevársela, Idas levantó su arco y amenazó con atacarlo (incluso comenzó a luchar contra él), pero Zeus intervino para separar a los rivales y permitió a Marpesa elegir a su gusto. Temiendo que Apolo la abandonara cuando envejeciera, eligió a su pretendiente mortal.[61] En otra versión, probablemente basada en el famoso mito de Enómao e Hipodamía (cf. p. 647), Eveno obliga a los pretendientes de Marpesa a competir con él en una carrera de carros con la condición de que daría a su hija a quien no alcanzara, pero que mataría a quien alcanzara. Después de haber matado a muchos pretendientes y clavar sus cabezas en el muro de su casa, Idas escapó con Marpesa utilizando sus caballos de tiro. La historia continúa como se ha contado antes.[62]
Otra de las pasiones fatales de Apolo fue Casandra (o Alexandra), una de las hijas de Príamo, rey de Troya. Según una historia que aparece por primera vez en el Agamenón de Esquilo, el dios, herido de amor, prometió garantizarle el don de la profecía en pago por sus favores, pero después de adquirir el don, ella rompió su promesa y rechazó entregarse a él. En ese momento un dios ya no puede reclamar sus regalos, pero sin embargo Apolo tomó medidas para que sus poderes fueran antes una maldición que una bendición, al asegurarse de que no la creerían nunca por más que sus profecías siempre fueran ciertas.[63] De ese modo, cuando intentó avisar a Paris de todos los males que seguirían tras el secuestro de Helena, o cuando advirtió a los troyanos contra la entrada del Caballo de Madera en su ciudad, sus palabras cayeron en saco roto. Permaneció virgen hasta que fue capturada en la caída de Troya, para sus sufrimientos en ese momento y su destino posterior cf. pp. 615-616.
Aunque Píndaro es el primer autor literario que conservamos que menciona de forma explícita que Casandra era una vidente (y una vidente, además, cuyo «corazón inspirado por lo divino» la llevó a predecir las consecuencias del comportamiento de Paris), es probable que esto fuera una antigua característica de su leyenda, puesto que se relata que había formulado profecías a Paris en las Ciprias, una obra épica arcaica perteneciente al ciclo troyano.[64] Por supuesto, esto no tiene por qué implicar, que en la tradición más antigua se afirmara que había adquirido sus poderes al engañar a Apolo.
Según una versión alternativa, obtuvo sus poderes cuando ella y su hermano Héleno fueron abandonados una noche en el santuario de Apolo Thymbraios durante su infancia; las serpientes reptaron sobre ellos y lamieron sus oídos.[65] Se contaba que las serpientes habían conferido poderes adivinatorios de la misma manera al vidente Melampo (cf. p. 553). A diferencia de Casandra, que formulaba sus profecías en un estado de abandono inspirado, Héleno era un vidente «técnico» que trabajaba interpretando los vuelos de las aves y otros signos.
La historia relativamente tardía de Apolo y la Sibila de Cumas, tal como se relata en las Metamorfosis de Ovidio, parece haber sido elaborada en parte tomando la leyenda de Casandra y también la de Titono (cf. p. 86). Cuando Apolo conoció a la Sibila siendo ésta una hermosa joven, se enamoró de ella y le ofreció lo que quisiera con la esperanza de ganar sus favores. De modo que ella señaló una pila de polvo del suelo y le pidió que le asegurase cumplir tantos años como motas de polvo hubiera en la pila. Era demasiado tarde cuando se dio cuenta de que había olvidado pedir la juventud eterna, y puesto que ella había rechazado permitir a Apolo tomarse las libertades que esperaba, retiró este favor adicional y siguió envejeciendo y consumiéndose cada vez más. Estaba destinada a encoger y convertirse en una criatura diminuta hasta su muerte, por lo menos tras mil años (según el número de motas de polvo).[66] Petronio cuenta que finalmente la colgaron en el interior de una botella en Cumas, y cuando los niños le preguntaban: «Sibila, ¿qué quieres?», ella respondía: «Quiero morir».[67]
Según un cuento famoso, y posiblemente muy antiguo, la planta sagrada de Apolo, daphne o laurel, surgió por la transformación de una muchacha de ese nombre que suscitó la pasión del dios. En la versión más antigua que ha llegado hasta hoy de la transformación, Dafne era una hija de Amiclas (un antiguo rey de Esparta, cf. p. 643) que solía recorrer el Peloponeso como cazadora junto con un grupo de compañeras femeninas. Como fiel seguidora de Ártemis, no quería saber nada del amor, pero Leucipo, hijo de Enómao, rey de Pisa, se enamoró apasionadamente de ella y consiguió ganar su amistad disfrazándose como una joven y entrando a formar parte de su grupo de caza. Por desgracia, Apolo también estaba enamorado de ella e hizo que la treta de Leucipo quedara al descubierto, al inducir a Ártemis y a sus acompañantes a bañarse en el río Ladón. Descubrieron el engaño en el momento en el que obligaron a Leucipo a desvestirse y despedazaron al infortunado joven, pero cuando Apolo intentó agarrar a Dafne, ella huyó y pidió a Zeus ser apartada de compañía humana, por lo que la transformó en la planta que lleva su nombre.[68] En las versiones posteriores, Apolo no tiene un rival mortal. Según Ovidio, para el que Dafne es hija del río Peneo en Tesalia, ella pidió a su padre que la transformara cuando huía del molesto acoso de Apolo.[69] Posiblemente se la asoció con el Peneo porque se decía que Apolo había traído un laurel del valle del Tempe, lugar del que surgía el río. También era posible que fuera hija del río Ladón en Arcadia, y al pedir a la Madre Tierra que la salvara de la situación en que se encontraba, aquélla la tragó en una sima y envió a la superficie un laurel en su lugar como consuelo para Apolo.[70]
Apolo demostró no tener mayor fortuna cuando dirigió sus sentimientos hacia los hombres. El más celebrado de ellos fue Jacinto de Amiclas, cerca de Esparta. Aparece por primera vez como figura literaria en un fragmento mal conservado del Catálogo atribuido a Hesíodo como hijo de Amiclas, un antiguo rey de Esparta, epónimo de la ciudad del mismo nombre (cf. p. 675). Dado que se menciona un disco al final del fragmento, puede inferirse que Apolo lo mató de forma accidental, como ocurre en la tradición posterior más común. Eurípides alude a dicha historia en su Helena, y dice que los espartanos llevaban a cabo ritos nocturnos en honor a Jacinto, al que mató Apolo con un disco cuando competían. Según Ovidio, cuando Jacinto iba a coger el disco para lanzarlo, éste rebotó y lo mató.[71] En una versión más elaborada, Céfiro (el viento del este; o también Bóreas, el viento del norte) competía con Apolo por el amor de Jacinto, y estaba tan celoso de que el joven prefiriera a Apolo que hizo que el disco del dios se desviara mientras ambos entrenaban. Sin embargo esto pertenece a una versión secundaria, sugerida por un relato en el que el disco de Apolo fue apartado de su trayectoria por un golpe de viento (al igual que se dice a veces de Perseo, cuando mató a su abuelo de una manera semejante cf. p. 321).[72] Para explicar el origen del jacinto, se creó un mito de transformación en el que una flor roja marcada con las letras AI AI (que significa ¡Ay, ay!) surgió de la sangre de Jacinto (o de sus cenizas), y desde entonces lleva su nombre.[73] Evidentemente, se trataba de una planta diferente del moderno jacinto, que, por lo que parece, tenía forma de iris. El nombre de Jacinto (Hyakinthos) tiene un componente —nth— no indoeuropeo. Fue una divinidad prehelénica especialmente venerada en Amiclas y dio su nombre a la antigua fiesta doria de las Jacintias. Se discute si su mito principal pretendía dar cuenta de su subordinación al culto de Apolo. Pausanias visitó su tumba en Amiclas y relata que el trono de Amiclas lo representaba como un hombre de barba, no como un joven hermoso.[74] Para la historia de Cipariso, otro elegido de Apolo que encontró la muerte de forma prematura, cf. p. 732.
La matanza de los hijos de Níobe. La competición entre Apolo y Marsias
Si Apolo fue un ardiente amante, no fue menos enérgico en sus venganzas, aunque de ningún modo ejercía sus terribles poderes siempre por sí mismo. Como se ha descrito, mató al gigantesco Ticio, quizá con alguna ayuda de su hermana, para salvar a su madre de la violación (cf. p. 207); y junto con su hermana acabó con los numerosos hijos de Níobe, para castigarla por burlarse de Leto. Níobe, hija de Tántalo, se había casado con un gobernante tebano, Anfión (cf. p. 402) y dio a luz a muchos hijos, siete hijos y siete hijas (o seis de cada sexo, o diez, los números varían). En un momento de malicia alardeó de ser superior a Leto, quien sólo tenía dos hijos en total. Apolo y Ártemis sacaron sus arcos para vengar el insulto: él mató a todos los hijos y ella a todas las hijas. En su dolor por la pérdida, Níobe se retiró a su tierra natal en Asia Menor, donde continuó llorando por sus hijos hasta que Zeus alivió su sufrimiento convirtiéndola en piedra.[75] Podía verse en el monte Sípilo (Lidia) la roca en la que se supone que fue transformada. Según Pausanias, oriundo de aquella zona, desde la distancia parecía una mujer llorando.[76] Apolo también mató a Flegias mientras intentaba saquear su santuario en Delfos (cf. pp. 718-719), luchó contra Heracles, cuando el héroe trató de robar el trípode sagrado del oráculo de Delfos (cf. p. 360), y envió una plaga a Troya cuando su rey, Laomedonte, se negó a pagar la recompensa que les había prometido a Poseidón y a él tras construir las murallas de Troya (cf. p. 674).
Otra historia, fuera del dominio de la mitología heroica, cuenta cómo Apolo impuso un espantoso castigo al sátiro frigio Marsias por atreverse a retarle en una competición musical: Marsias encontró la flauta doble (aulos) que había sido desechada por Atenea, su inventora (cf. p. 247), y había aprendido a tocarla, llegando finalmente a ser tan virtuoso que pensó que podría rivalizar con el mismo Apolo. El dios aceptó competir con él con la condición de que el vencedor hiciera lo que quisiera con el perdedor y las Musas fueron invitadas a participar como jueces. Cuando comenzó la competición, Apolo colocó la lira en posición invertida y la tocó con consumada maestría. Luego retó a Marsias a que hiciera lo mismo; cuando el sátiro se mostró incapaz de ello (puesto que un instrumento de viento tiene que ser soplado por el extremo dispuesto para ello), Apolo fue declarado vencedor. Como castigo, colgó a Marsias de un pino y lo desolló vivo. Su enmarañada piel podía ser vista en tiempos históricos en Celenas, ciudad al sur de Frigia cerca del nacimiento del río Marsias.[77] Se decía que el río había surgido a partir de la sangre del sátiro, o de las lágrimas que habían derramado por él las ninfas locales, los sátiros y los pastores.[78]
En otro relato de este tipo, también situado en Asia Menor, Apolo participa en una competición musical con la deidad campestre Pan. Tmolo, dios de la montaña lidia del mismo nombre, actuaba como juez y los competidores tocaban por turnos, primero Pan con sus rústicas flautas de caña y luego Apolo con su lira. Cuando Tmolo dio la victoria a Apolo, su decisión fue ratificada por todos los presentes con la única excepción de Midas, rey de Frigia, que, curiosamente, se había conmovido con la salvaje música de Pan. Apolo mostró lo que pensaba acerca del gusto musical de Midas al transformar sus orejas en las de un asno. El rey se sentía terriblemente avergonzado y se ponía un turbante sobre sus orejas para ocultar la deformidad. Sin embargo, su barbero conocía su secreto y, puesto que era un parlanchín incurable (ya que incluso entonces era el vicio profesional de los barberos), aunque no se atrevía a comentarlo, estaba a punto de estallar. De modo que finalmente encontró alivió cavando un hoyo y susurrando el secreto en la tierra. Como colmo del infortunio, crecieron algunas cañas en el mismo lugar y cuando el viento susurraba en ellas, traicionaban el secreto y lo difundían a todo el mundo con un susurro. «Midas tiene orejas de asno».[79] En otra versión de la historia, Midas sufre este castigo por dar su veredicto contra Apolo cuando el dios competía contra Marsias.[80
Hermes
Hermes, el heraldo divino, era un dios antiguo que aparece mencionado en las tablillas Lineal B. Su nombre se derivó, casi con toda seguridad de la palabra griega herma, que significa montón de piedras o mojón. Dichas marcas aparecían comúnmente en los márgenes de los caminos de Grecia donde servían como marcas territoriales y delimitaciones. Al igual que en el acervo popular de otras regiones y otras épocas, se convirtieron en objeto de todo tipo de supersticiones. Parecería, entonces, que Hermes surgió de un modo relativamente humilde, como «el del montón de piedras», el poder que se suponía que residía en los mojones. Se concibió un mito etiológico para dar cuenta de esta asociación, sin duda en un momento bastante tardío: cuando los dioses lo llevaron a juicio tras haber matado a Argos Panoptes (cf. p. 305), como en el momento de la sentencia tenían que lanzar un guijarro en dirección a él para absolverlo, se formó a su alrededor un montículo formado con dichas piedras.[81] Desde el período arcaico tardío en adelante, los mojones se erigían en forma de una columna de piedra rectangular con una cabeza con barba en su extremo y un falo, normalmente erecto. Tal objeto fue conocido por los griegos como un hermes. Atenas destacaba especialmente por la cantidad de mojones que podían verse en las calles y plazas.
Al imaginarlo en una forma totalmente antropomórfica, Hermes es descrito sobre todo como un heraldo y correcaminos. Con estas condiciones, es representado de manera característica con el sombrero de ala ancha de fieltro (petasos) que los viajeros griegos usaban para protegerse del sol en los ojos y el bastón del heraldo (kerydeion, o caduceus en latín). Por supuesto, es mucho más rápido y está menos ligado a la tierra que cualquier viajero humano, tal como se indica en muchas imágenes en las que aparece con alas en sus sandalias y sombrero. Sin lugar a dudas, su función más importante es la de mensajero de los dioses, y de Zeus en especial. A veces simplemente se le envía para comunicar la voluntad de Zeus, como cuando viaja veloz sobre las olas como un pájaro hasta la isla remota de Calipso para ordenar la liberación de Odiseo (cf. p. 640). También puede actuar directamente para poner en marcha la voluntad de los dioses, como cuando guía a Príamo al campo griego por la noche para intentar recuperar el cuerpo de Héctor, haciendo dormir a los guardias mientras ambos se aproximan a la tienda de Aquiles.[82] Todo el episodio es muy característico de Hermes, que tiende a ser discreto, incluso furtivo, en sus acercamientos y acciones pero que casi siempre es benévolo con los mortales. Lleva a cabo muchas otras misiones, como veremos, tanto para Zeus como para los otros dioses, y actúa especialmente como protector de Perseo (cf. p. 318) y de Heracles durante la incursión de este último en los Infiernos. Tal y como podía esperarse de un heraldo, apenas toma la iniciativa en el curso de la acción y no ocupa un lugar muy elevado entre los olímpicos, sino que más bien encarna la situación típica del miembro más joven de la familia que le hace recados al resto. Los heraldos mortales podían invocar su protección, y también preside las artes que se necesitan para la comunicación efectiva, tales como la oratoria y el discurso persuasivo, o la traducción e interpretación en los asuntos relacionados con el extranjero. Como intérprete que era, fue por tanto conocido como un hermeneus (de ahí el término moderno de hermenéutica).
Según su naturaleza original como espíritu de la columna de piedra, la mayor parte de las funciones de Hermes se relacionan de una forma u otra con los arcenes y el paso por los caminos, así como con los límites y la trasgresión de los mismos. Bajo las denominaciones de Hodios (Dios de los caminos) y Hegemenos o Agetor (líder, guía), es el dios del camino y protector de todos los que pasan por él, ya sea de forma abierta para asuntos legítimos o de manera más escondida para propósitos inicuos. Así como es el dios patrón de los mercaderes y comerciantes, también lo es de los timadores y los ladrones, pues otorga fortuna, sea o no ganada de forma honesta. Bandolerismo y robo de ganado, especialmente el furtivo, eran formas bastante respetables de hacer fortuna en tiempos remotos, y se suponía que Hermes había comenzado su carrera robando el ganado de Apolo. Además, era el dios de la suerte, en el sentido más amplio y la fortuna venida del cielo o los golpes de suerte de cualquier tipo se hallan entre sus dones. Un encuentro afortunado, o el descubrimiento de un tesoro, se conocían por tanto como hermaion o hermaia dosis, esto es, don de Hermes. Al igual que Apolo Nomios, también era un dios cuya influencia se extendía sobre las tradicionales formas antiguas de riqueza, en concreto ganado vacuno y ovino, y su incremento. En este punto, tuvo una especial asociación con Arcadia. Asimismo, estaba involucrado en la fertilidad humana, y otro de sus más antiguos emblemas era el falo, que siempre permaneció como un prominente elemento en su culto.
Como dios asociado con los límites y su trasgresión, era capaz de atravesarlos y así ayudaba a otros a cruzar el límite más formidable de todos, el que separaba el mundo de los vivos del de los muertos. Su labor era en este aspecto excepcional entre las deidades del Olimpo, que generalmente evitaban todo contacto con la muerte y los muertos. Ningún otro dios cruzó esta frontera, aparte de, por supuesto, Perséfone (y quizá uno o dos más en circunstancias excepcionales). Por lo menos en la época clásica y tardía, se suponía que una de sus más importantes labores consistía en servir como el psychopompos o «guía de almas» que llevaba las sombras de los recién muertos a su futuro hogar en el reino sin sol. Tal como se ha señalado anteriormente en relación con la mitología de los Infiernos, parece probable que ésta no fuera una concepción muy antigua y que se le hubiera asignado esta tarea por primera vez bastante después de Homero y Hesíodo (aunque en una ocasión se le hubiera presentado realizando esta labor en el texto que conocemos de la Odisea, cf. pp. 164-166). Aunque pueda llegar a estar asociado con la muerte y el viaje hacia las profundidades, nunca ha sido descrito como un dios terrible o formidable, como es el caso de Hades y Tánato, sino cortés y amable, como corresponde a un heraldo.
En sus imágenes más tempranas provenientes del arte arcaico, Hermes aparece habitualmente con barba, también después, cuando su cabeza se representaba en los mojones. Aparece con mucha frecuencia en la cerámica ática, tanto como figura dominante en hazañas propias o como figura acompañante, normalmente vestido con las ropas de viajero descritas anteriormente. A partir de finales del siglo V a.C. en adelante, su tipo artístico cambia de acuerdo con el desarrollo de la escultura y llega a ser representado como un joven sin barba y desnudo (ephebos), no diferente de su hermanastro Apolo, aunque más joven y menos musculoso. Así se presenta en la maravillosa estatua de Praxíteles (nacido circa 390 a.C.), la principal gloria del museo de Olimpia. Tales imágenes se erigían muy a menudo en las escuelas de gimnasia y boxeo (palaistrai), por lo que fue ganando consideración como patrón especial de los jóvenes adolescentes y sus ejercicios. También se le mostraba con vestimentas rústicas como Kriophoros (el portador del carnero), con un carnero en sus brazos o sobre sus hombros.
La leyenda sobre su nacimiento se relata en el Himno homérico a Hermes, que trata el tema con el mismo humor bien intencionado que le caracteriza; dado que a pocos dioses griegos les molesta una o dos bromas inocentes y menos a Hermes. Zeus lo engendró con Maya, una ninfa o una hija de Atlas (cf. pp. 668-669), que vivía en una remota cueva en el monte Cilene al noreste de Arcadia.[83] Nació al amanecer, así cuenta el himno, al mediodía ya tocaba la lira y esa misma noche robó el ganado de Apolo.[84] Los detalles de la historia pueden resultar un tanto confusos de vez en cuando, pero el esquema se mantiene claro. Hermes saltó de la cuna al poco de nacer y salió de la cueva de su madre. Al encontrar una tortuga justo a la salida, tocado por una inspiración, la cogió y la llevó a la cueva para convertirla en un instrumento musical. Tras matarla y extraer la carne de su concha, insertó dos cuernos curvos en los agujeros para las patas en uno de los extremos de la concha, ajustó un travesaño entre ellos y colocó siete cuerdas de tripa de oveja que estiró y pasó por detrás de la concha para crear la primera lira. Tras improvisar una música y acompañarla con su voz, volvió a su principal objetivo: robar el ganado de Apolo.[85]
De camino a Pieria, al norte del monte Olimpo, un paseo muy normal para un bebé, robó cincuenta vacas de un rebaño que pertenecía a Apolo, y las llevó lejos haciéndolas caminar marcha atrás, sobre sus propios pasos, para confundir al que siguiera su rastro. Él caminaba de frente y ocultaba su rastro con unas sandalias que había improvisado con ramillas de mirto y tamarisco.[86] Autores posteriores sugieren que ocultaba las huellas del ganado atando ramas a sus colas que funcionaban como cepillos y las borraban, o que ajustó pequeñas botas a sus patas.[87] Fue rápidamente hacia el sur con el ganado a través de Tesalia y de la Grecia Central y luego cruzó el Istmo hasta el Peloponeso. En Onquesto (Beocia) un viejo que atendía su viñedo lo vio pasar y el dios le aconsejó que lo mejor que podía hacer por su propio interés era mantener silencio sobre el tema.[88] Al llegar al río Alfeo, al oeste del Peloponeso, esa misma noche, Hermes se detuvo y encendió un fuego con unas varillas de su invención. Luego mató a dos de las vacas y dividió su carne en doce porciones que ofreció en sacrificio a los Doce dioses. Al alba, volvió por fin a la cueva de su madre en Cilene, se deslizó por el agujero de la cueva y se arropó en la cuna, la pura encarnación de un inocente bebé.[89]
Maya no cayó en el engaño e hizo lo que pudo para regañarlo, pero el dios replicó que únicamente quería lo que le correspondía como hijo divino de Zeus, y que si no se lo daban, lo robaría lo mejor que pudiera.[90] Apolo se presentó en la cueva muy furioso al día siguiente, después de que lo hubiera puesto en la pista el viejo de Onquesto, y tras haber reconocido la identidad del ladrón por el presagio de un pájaro.[91] Tras desbaratar las inconsistentes palabras de Hermes, que afirmaba que era demasiado joven incluso para saber qué ganado estaba solo y podía robar, Apolo lo sacó a rastras y lo llevó ante Zeus para que respondiera por su delito. Tras escuchar al niño dios, que habló con consumada desvergüenza y juró que nunca había hecho nada malo y que era incapaz de mentir, Zeus se rió de su descaro y le ordenó que llevara a Apolo al lugar donde se encontraba el ganado robado.[92] De modo que llevó a Apolo al lugar donde estaba escondido, en la región de Pilos Trifilia, y allí lo apaciguó con una canción, acompañándose con la maravillosa música de su lira. Apolo estaba tan fascinado con el sonido del instrumento recién inventado que acordó cambiarle su ganado por la lira. Una vez que el ganado volvió a sus pastos habituales, los dos dioses fueron juntos al Olimpo.[93] Para consolarse por la pérdida de su lira, Hermes inventó un sencillo instrumento nuevo, la flauta de pastor. Tras pedir a Hermes que jurase que nunca volvería a robarle, Apolo juró convertirse en su mejor amigo y le ofreció un bastón dorado con tres ramas (que posiblemente, aunque no necesariamente, podría identificarse con el caduceo de Hermes). Aunque Hermes también quería aprender el arte de la profecía, Apolo le explicó que las formas más elevadas de arte estaban reservadas sólo para él y le recomendó consultar a tres vírgenes llamadas las Trías que podrían ser capaces de instruirle en una forma secundaria de adivinación, evidentemente el uso de trías o guijarros divinos. Zeus ordenó por su parte que Hermes tutelara el comercio, bestias y rebaños, y lo nombró su mensajero en el Hades.[94]
Puesto que las Trías aparecen en el himno como hermanas aladas que vuelan de un lado a otro, se alimentaban de panales y hablaban con palabras veraces cuando tomaban miel, parece que cabía imaginarlas como seres que eran en parte semejantes a las abejas. Vivían bajo una ladera del monte Parnaso.[95] Fuentes posteriores no añaden nada sustancial. Según Ferécides eran hijas de Zeus.[96]
El poeta lírico primitivo Alceo ofrecía una relación de las hazañas juveniles de Hermes, pero poco se ha recogido más allá del hecho de que Hermes ideó el robo del carcaj de Apolo mientras este dios intentaba atemorizarle para hacer que devolviera el ganado robado.[97] Una parte importante de los Rastreadores (Ichneutai), drama satírico basado en el mismo cuerpo de leyendas, ha sido recuperada a partir de papiros. Se trata de una obra burlesca en la que Sileno dirige un coro de sátiros que persiguen al niño ladrón del ganado en nombre de Apolo. El relato de Apolodoro de las aventuras del joven dios contradice el himno homérico en ciertos detalles. La invención de la lira por parte de Hermes se pospone hasta después del robo del ganado, cuando es capaz de utilizar las tripas de las piezas muertas para fabricar las cuerdas. Además, en esta versión, Apolo codicia el segundo invento musical, la flauta del pastor, y le ofrece la vara dorada a cambio; pero Hermes pide además recibir el arte de la adivinación y Apolo le enseña por ello el uso de los guijarros adivinatorios.[98]
El viejo que vio a Hermes pasar con el rebaño recibe a veces el nombre de Bato (Parlanchín) y se dice que fue convertido en piedra como castigo por su falta de discreción. La historia vuelve a ser contada del siguiente modo por Antonino Liberal, cuya fuente principal probablemente era el poeta helenístico Nicandro (aunque también cita a otros autores, incluido Hesíodo). Apolo estaba distraído en el momento del robo del ganado porque se había enamorado de Himeneo (cf. p. 298, aquí descrito como hijo de Magnes), que nunca estaba mucho tiempo fuera de su casa. Hermes aprovechó su ausencia para llevar lejos cien de sus vacas junto con doce novillas y un toro, después de haber hecho dormir a los perros guardianes (probablemente con su vara mágica). Bato, que vivía en un risco en Arcadia, se dio cuenta del paso del ganado y pidió un pago por su silencio. Aunque juró mantener su palabra, Hermes no confiaba en él y volvió disfrazado para ponerlo a prueba tan pronto como hubo ocultado el ganado. Bato traicionó el secreto en cuanto recibió un manto de lana. Para vengar su traición, el dios lo convirtió en piedra al tocarlo con su vara. La historia proporciona una explicación para el nombre de algunos riscos en Arcadia conocidos como los Battou Skopiai (las cumbres o miradores de Bato).[99] Ovidio ofrece una historia similar, y afirma que Bato era un viejo que atendía las yeguas de Neleo (el rey de Pilos, en Mesenia cf. p. 550). Tras recibir una vaca de Hermes como precio por su silencio, Bato traicionó el secreto cuando el dios volvió disfrazado y lo sobornó para que hablara al prometerle un toro y una vaca. En este caso, Hermes lo convirtió en un pedernal.[100]
Aunque Hermes se involucró en relaciones amorosas con algunas mujeres mortales, entre las que destacan Filónide (cf. p. 564) y Herse (cf. p. 478), y se dice que fue padre de varios hijos nacidos de dichas relaciones, nunca se casó, ni está ligado con ninguna diosa en el mito más antiguo.
Sin duda era inevitable que Hermafrodito, el dios menor bisexual, llegara a ser descrito como hijo de Hermes y Afrodita. El culto a este ser extraño derivó probablemente del culto chipriota de Afrodito, la Afrodita masculina con barba. La primera evidencia concreta de su culto en Grecia continental la proporciona una dedicatoria ática de principios del siglo IV a.C. Diodoro, el primer autor que se refiere a él como hijo de Hermes, parece considerar que fue un hermafrodita desde el momento de su nacimiento.[101] Sin embargo, Ovidio relata una leyenda que explica su forma distintiva al contar que había sido un hermoso joven que se había fundido con una amorosa ninfa de las aguas. Hermafrodito, tal como era llamado a partir de sus padres, fue criado por ninfas náyades en las cuevas del monte Ida en la Tróade, pero abandonó su casa a los quince años para recorrer Asia Menor. Cuando llegó a Caria, al suroeste, Salmacis, la ninfa de un manantial en esa zona, se enamoró apasionadamente de él cuando lo vio aproximarse a su estanque. Aunque el ignorante joven sencillamente se sintió avergonzado cuando comenzó a seducirlo, ella aprovechó la ocasión cuando él se lanzó a sus aguas para darse un baño. Lo agarró fuertemente, pidió que los dos estuvieran unidos para siempre y se fundieron en un único ser con las características de ambos sexos. Al observar el cambio que había tenido lugar, Hermafrodito rogó a sus padres divinos que el hombre que se bañara en aquel lugar quedara privado de su virilidad.[102] El manantial de Salmacis, situado en Halicarnaso, era conocido en tiempos históricos por sus poderes debilitadores. Aunque es el único mito propio de Hermafrodito, éste aparece bastante a menudo en obras de arte. Durante la época helenística, cuando los artistas griegos llegaron a estar cada vez más atraídos por temas anómalos y dramáticos, esta figura ambigua era muy apreciada, y han sobrevivido numerosas representaciones, muchas de ellas poseedoras de una belleza morbosa, en las que aparece con los genitales de un hombre pero el pecho y constitución de una mujer.
Pan ha sido normalmente clasificado como hijo de Hermes (cf. p. 287), y resulta comprensible puesto que éste se parece a Pan en determinados aspectos, como dios pastoral con conexiones particulares con Arcadia. Según un relato etiológico menor, Hermes en una ocasión agarró a Hécate mientras estaba cazando e intentó raptarla, pero fue disuadido cuando ella empezó a gritar de furia (enebrimesato), de ahí el título de Brimo que tiene la diosa.[103]
Los latinos identificaron a Hermes con Mercurio, cuyo nombre indica en latín que era un dios de comerciantes y de sus mercancías; Mercurio se representaba a menudo con atributos similares a los de Hermes y parece que se originó como un vástago romano del dios griego.
Hefesto
Se ha demostrado de manera bastante convincente que Hefesto, cuyo nombre no es griego, era un dios de origen extranjero, probablemente asiático. Aunque poco venerado en Grecia continental, a excepción de Atenas, su culto tuvo cierta importancia en Asia Menor y en las islas adyacentes, así como en las colonias griegas de las regiones volcánicas de Italia y Sicilia. En Asia Menor estaba especialmente relacionado con Licia en el suroeste y, sobre todo, con la región del Olimpo licio, que se destacaba por la presencia de grandes cantidades de gas natural. Parece haber sido el dios principal de Faselis, la más importante ciudad costera de esa región. Se ha sugerido que podría haberse originado como un dios de fuego entre los pueblos nativos de Licia y que su culto pudo extenderse a partir de su centro original, no sólo hacia otras áreas de la península anatolia, sino también a otras islas cercanas, principalmente a Lemnos, cuya montaña, Mosquilos, es de origen volcánico aunque está extinguida desde hace tiempo. La ciudad de Hefestia, en la costa norte de la isla, fue así denominada a partir de Hefesto, y un antiguo mito que era ya conocido por Homero, contaba que había caído a la tierra sobre la isla (tal como se verá después). Como divinidad asociada con el fuego, es representado como un herrero desde los primeros tiempos, y varios lugares han llegado a identificarse como la ubicación de su fragua subterránea, siempre que su presencia pudiera ser inferida a partir de una extensa emisión de fuego y humo. Cuando su culto se transfirió a las regiones volcánicas del oeste, se asociaron con él las islas Eolias (Lipari) cerca de Sicilia, y también, hasta cierto punto, la misma Sicilia y el sur de Campania. En la Grecia continental, Hefesto fue venerado con considerable celo en Ática, lugar de origen de muchos artesanos que dependían del uso del fuego en sus actividades, pero apenas en ningún otro lado, incluso a pesar de que fuera conocido universalmente como un dios mitológico.
En Homero, como hijo de Hera, está sobradamente acreditado dentro del Olimpo. Aunque ella lo engendró como hijo de su matrimonio en la narración homérica,[104] Hesíodo y autores posteriores coinciden al afirmar que lo alumbró sin contacto sexual anterior con Zeus, por obra de un milagro en respuesta airada al nacimiento de Atenea de la cabeza del gran dios.[105] Según los dos relatos contradictorios que aparecen en distintas partes de la Ilíada, fue arrojado del cielo durante su juventud, ya fuera por su madre o por Zeus. En una versión, era tullido de nacimiento y Hera lo arrojó porque se sentía avergonzada de su deformidad, y cuando aterrizó en el mar, lo rescataron Tetis y la oceánide Eurínome, que lo cobijaron en su cueva bajo el océano durante nueve años. Él las recompensó por sus cuidados y protección creando todo tipo de joyas delicadas mientras el océano rugía fuera, alrededor de él.[106] En otro relato homérico, Zeus lo expulsó cuando intentó intervenir en nombre de su madre durante una de las numerosas disputas de sus padres. En esta ocasión llegó a Lemnos tras una caída de todo un día y fue amablemente recibido por los sinties, tal como son llamados sus habitantes en la Ilíada. Aunque Homero no menciona nada concreto sobre el asunto, en esta narración muy posiblemente se lesionó por el golpe en el suelo tras la caída (así se afirma explícitamente en algunas versiones posteriores de la historia).[107] Según un relato que se remonta hasta el período arcaico, Hefesto se vengó de la acción de su madre enviándole un trono dorado en el que se quedó aprisionada sin poder soltarse una vez que ella se sentó en él. Aunque Ares y otros dioses intentaron persuadirlo de que volviera a casa para liberarla, él se negó a hacerlo hasta que Dioniso consiguió hacerlo volver en estado de embriaguez tras haberle emborrachado con vino.[108] Puede encontrarse en pintura de vasos de vuelta al Olimpo a lomos de un asno itifálico en compañía de ninfas y silenos.
Como dios tullido que trabajaba duramente en una labor fatigosa, el Hefesto del mito no era una figura de la más elevada dignidad. Incluso en Homero, es más bien una figura de mofa, de cuyas actividades los dioses se desternillan sin fin (de ahí la expresión proverbial «la risa homérica») cuando los sirve a la mesa.[109] Su taller habitual en la tradición más antigua no se hallaba ni en Lemnos ni en ningún otro lugar bajo la tierra, sino en su casa de bronce en el Olimpo donde creaba objetos maravillosos de todo tipo,[110] algunos mágicos y otros que eran intrincados y hermosos, desde los autómatas dorados que funcionaban como sus ayudantes hasta armaduras de un esplendor único para los dioses o para mortales a los que él quería favorecer especialmente. A partir del período clásico, su forja se emplazaba en varios lugares del mundo cotidiano. En algunas ocasiones se encontraba en Lemnos, donde se supone que fue el ciego Orión para recibir ayuda del dios (cf. p. 722).[111] Dado que Lemnos no tiene volcanes activos, la mayor parte de los autores preferían imaginar que la forja divina se hallaba al oeste, ya sea bajo el monte Etna en Sicilia[112] o bajo un volcán en las islas Eolias del norte,[113] de ahí las llamas y el humo que salían de ellas. A diferencia de Homero, que presenta a Hefesto como un trabajador solitario (con ayuda de sus autómatas y su fuelle semiautomático), los autores a partir de Calímaco le proporcionan asistentes como los Cíclopes, los seres primigenios que habían armado a Zeus con su rayo (cf. p. 108).[114] Esto alimentó un tema grato para poetas y artistas a los que les gustaba representar a Hefesto en su forja subterránea con sus trabajadores ennegrecidos por el hollín que flotaba a su alrededor, eternamente ocupado con tareas divinas (preparando rayos para Zeus, flechas para Ártemis o armas para algún héroe privilegiado).
Las creaciones de Hefesto entran dentro de tres clases principales. En primer lugar, él era un arquitecto, maestro de obra que creaba hogares espléndidos para él y otros dioses del Olimpo.[115] Debe recordarse que se pensaba que las construcciones divinas imperecederas eran de bronce, en parte o por completo. La Ilíada indica, asimismo, que sus habilidades abarcaban la albañilería cuando labró los pórticos de piedra pulida que erigió en el palacio de Zeus.[116] También poseía una gran capacidad para el trabajo en detalle, puesto que fabricó unas sólidas puertas para la habitación de Hera, con un cerrojo secreto, que no podían ser abiertas por ningún otro dios.[117] En la tierra, erigió un templo en bronce para Apolo en Delfos, que se supone que permaneció allí hasta que los legendarios constructores Trofonio y Agamedes (cf. p. 716) erigieron el primer templo de piedra. No hay acuerdo respecto al final del templo de bronce: si se quemó o se lo tragó una sima (lo que sería más plausible).[118]
En segundo lugar, Hefesto fue un artesano con una capacidad sobrehumana que podía crear autómatas que actuaban de forma independiente. En la Ilíada se comenta que lo atendían en su casa doncellas de oro que tenían entendimiento, habla y fuerza. Igualmente fabricaba trípodes con orejas y ruedas que iban a las reuniones de los dioses y volvían de ellas a su llamada.[119] La Odisea añade que fabricó perros de oro y plata para proteger el palacio de Alcínoo.[120] Fuentes posteriores se refieren a otros autómatas como Talo, un gigante de bronce que vigilaba la costa de Creta (cf. p. 516) y un perro dorado que custodiaba el santuario de Zeus en la isla (cf. p. 647), así como figuras canoras que podían verse en el frontón del templo de Delfos ya mencionado.
En tercer lugar, Hefesto fabricaba espléndidas armas y armaduras, joyas y otros artefactos refinados, que algunas veces siguieron en posesión de los dioses pero que por lo general ganaban en importancia al convertirse en posesión de mortales. Se mencionan en la Ilíada la armadura de Aquiles (cf. p. 600), el peto de Diomedes y el cetro de Agamenón (cf. p.516);[121] y la gargantilla de Harmonía (cf. p. 391), la corona de Ariadna (cf. p. 517) y la espada de Peleo (cf. p. 688) en fuentes posteriores. En un sentido amplio, cualquier objeto extraño o maravilloso que hace aparición en la leyenda heroica, desde la casa subterránea de Enopión (cf. p. 563) hasta el ganado de bronce de Eetes, se describían como «hechos por Hefesto» (Hephaistoteuktos).
Una creación particularmente útil de Hefesto fue la copa dorada que hizo para el dios sol Helios, que lo transportaba por las corrientes del Océano desde el lugar de su ocaso hasta el de su salida (cf. p. 82). En un relato antiguo del poeta lírico Mimnermo, esta copa de oro estaba dotada de alas y probablemente tenía algún poder de automoción.[122]
Varios mitos, todos relatados en diversos lugares, presentan a Hefesto utilizando sus poderes de artesano para diversos fines. Zeus le encargó la creación de la primera mujer, Pandora, a quien moldeó a partir de arcilla húmeda (cf. p. 143), asimismo abrió la cabeza de Zeus con un hacha para facilitar el nacimiento de Atenea (cf. p. 244). En una famosa historia de la Odisea en la que se considera que Afrodita es su mujer, la descubre en adulterio con Ares tras haber colocado una red finamente tejida cruzando su cama (cf. p. 270). En ningún otro lugar hay indicios, tanto en literatura o en arte antiguos, en donde se considere que estaba casado con Afrodita. La Teogonía señala otra estrambótica unión y afirma que estaba casado con Áglae, la más joven de las Gracias, y la Ilíada sugiere de modo similar que estaba casado con Caris (la Gracia personificada).[123] Sobre la historia de su intento de violación de Atenea, que dio lugar al nacimiento de Erictonio, cf. pp. 248-249. Sus otros hijos mortales son figuras menores identificados tanto por sus malformaciones, como en el caso de Perifetes (cf. p. 449) y el argonauta Palemón,[124] o por sus habilidades manuales, como en el caso de Árdalos, constructor y músico legendario de Trecén.[125]
En Roma, Hefesto fue identificado con Vulcano, aunque de forma no muy apropiada, puesto que Hefesto se convirtió en un dios herrero al que apenas se le recuerda ninguna otra capacidad, mientras que Vulcano era el dios del fuego destructor, que permanecía en su culto original, sin tener nada que ver con sus aplicaciones productivas.
Ares
Ares, dios de la guerra, tenía menos importancia de la que se podría esperar, fundamentalmente porque representaba los aspectos más brutales de lo bélico: la locura de la batalla, matanzas y contiendas que se entablan por el mero placer de la violencia. Parece que su nombre se originó como una antigua palabra que hacía referencia a guerra o batalla, y podía virtualmente ser considerado como la belicosidad personificada. La valentía disciplinada y la caballerosidad no eran asunto suyo. Se le representa bajo una luz poco halagüeña desde el tiempo de Homero en adelante, en tanto que lo desdeñan los otros miembros del entorno olímpico. Cuando se lamenta ante su padre en la Ilíada después de que Diomedes lo haya herido en la batalla, Zeus le dice que no se siente a sus pies ni gima, puesto que lo considera el más odioso de todos los dioses que habitan el Olimpo, ya que no le agrada otra cosa más que las disputas, la guerra y el asesinato.[126] Ares nunca evolucionó como dios de importancia social, moral o teológica, y contrasta fuertemente en este aspecto no sólo con Apolo, sino también con el Marte latino, con quien fue identificado en el culto grecorromano y la leyenda. Esto se debe al hecho de que Marte ejerce funciones en la agricultura además de la batalla, sin que se tenga claro cómo llegó a asumirlas, y, al menos en el culto a Marte Ultor en época de Augusto, era capaz de encarnar la idea de la venganza justa, mientras que su contrapartida griega no era más que un matón divino. Este dios salvaje vivía en un territorio virgen, tal como le corresponde, al norte de Tracia, que se destacaba por sus gentes belicosas y guerreras. En la Ilíada, sale de Tracia cuando se une a la batalla, y vuelve rápidamente allí en la Odisea después de ser descubierto en adulterio por Hefesto.[127] Sin embargo, no está claro que fuera realmente un dios de origen tracio, tal como se ha supuesto generalmente.
Ares es retratado como un carnicero y un demente, no como un guerrero valiente con autocontrol y por ello, sin duda, se lleva la peor parte en los encuentros bélicos. Diomedes lo hiere en la Ilíada, como se ha dicho, con alguna ayuda de Atenea, haciéndole gritar tan alto como nueve o diez mil hombres juntos en batalla y huir hacia el cielo.[128] La misma Atenea lo trata con cierto desprecio en la batalla de los dioses que tiene lugar más adelante en el poema, derribándolo de un golpe con una gran roca. Se burla de él por haber pretendido comparar su fuerza a la de ella.[129] Se ocupa de la batalla con los mortales más de lo habitual para los dioses, e incluso se le representa en una ocasión quitando la armadura de un guerrero griego caído.[130] Según el Escudo, atribuido a Hesíodo, Heracles lo venció dos veces, la primera al hacerlo caer por una herida en el muslo durante un enfrentamiento en Pilos (cf. p. 366) y después de nuevo en un combate singular, cuando Ares lo atacó tras haber matado a su hijo Cicno (cf. p. 373).[131] Los Alóadas le impusieron una humillación distinta, al hacerlo prisionero en una vasija de bronce durante trece meses, y podrían haberlo destruido si Hermes no hubiera acudido a rescatarlo (cf. p. 140). También es ésta una leyenda antigua que se menciona en la Ilíada.[132]
En la Ilíada Ares cuenta con varios camaradas que lo acompañan en la batalla, incluida Enio (saqueadora de ciudades), la deidad femenina de la guerra que en algunos casos se presenta como su madre o hija.[133] Aunque Enialio no es más que un epíteto de Ares que aparece en Homero, a veces se encuentra como un dios distinto en fuentes posteriores. Seguramente fue una figura muy antigua puesto que su nombre ya aparece en las tablillas micénicas. Fue venerado en el culto de varios lugares, de manera especial en Esparta, donde su estatua se mantenía encadenada para asegurar que nunca abandonaría a los espartanos y los niños solían sacrificar cachorros ante él antes de la lucha ritual en la festividad de las Platanistas.[134] En Roma, se le identificaba por lo general con Quirino, un antiguo dios que ejercía funciones marciales, mientras que a Enio se la identificaba con Belona. También acompañan a Ares en la Ilíada varias personificaciones: su «camarada y hermana» Eris[135] (Disputa, hija de Noche y madre de muchos hijos poco interesantes en la Teogonía, cf. pp. 64-65), Deimo y Fobo (Pánico y Miedo), Cidemo, personificación del alboroto y la confusión en la batalla,[136] y Ker (espíritu mortífero), cuyo manto está manchado de sangre humana.[137]
Según la Teogonía, Ares fue padre de tres hijos con Afrodita, los antes mencionados Deimo y Fobo, «que agitan las apretadas líneas de combate de hombres en la guerra que hiela de pavor», y una diosa de carácter muy diferente, la agraciada Harmonía, que se convirtió en la esposa de Cadmo, rey de Tebas (cf. p. 361).[138] Ares estaba asociado con Afrodita desde tiempos remotos tanto como amante como en el culto (cf. p. 270). Para la historia de Homero sobre cómo Hefesto, aquí presentado excepcionalmente como su esposo, humilló a la pareja al atraparlos juntos durante uno de sus encuentros, cf. p. 270. Simónides y otros autores posteriores sugieren que Afrodita también engendró a Eros con Ares[139] (que podría ser apropiado dado que Ares amaba a la diosa y Eros la servía; sin embargo existen muchas otras versiones sobre el origen de Eros). Tan a menudo como a Poseidón, se consideraba que Ares era un padre adecuado para héroes de naturaleza sanguinaria o belicosa, tales como Diomedes de Tracia y Cicno, dos notables adversarios de Heracles (cf. pp. 345 y 372) o Tereo de Tracia, que violó y mutiló a su cuñada (cf. p. 481), además de otros que serán mencionados posteriormente. En términos generales, cualquier héroe guerrero podría ser descrito como descendiente de Ares.
Aunque Homero tiene mucho que decir sobre Ares, especialmente en el libro V de la Ilíada, a partir de entonces rara vez aparece en los relatos míticos, ni siquiera en situación de guerra y masacres. La única historia en la que tiene un papel importante es en el mito fundacional de Tebas, puesto que su fundador, Cadmo, mata al dragón sagrado de Ares (al que incluso se describe como su hijo en algunas versiones) y tiene que apaciguarlo antes de poder fundar la ciudad (cf. pp. 388 y ss.). Una vez reconciliados, el dios ofrece a su hija Harmonía en matrimonio a Cadmo, aunque en algunas fuentes su furia es duradera (por ejemplo cf. p. 433). Por otro lado estaba estrechamente asociado con las Amazonas como su dios principal y como padre de algunas de las más destacadas (o incluso de toda la raza). Se dice que dio su nombre al alto tribunal del Areópago de Atenas después de presentarse ante él para ser juzgado por asesinato en el primer juicio que allí se celebró (cf. pp. 477-478).
Dioniso
Aunque en algún momento se asumió casi sin ningún género de duda que Dioniso, el dios del vino y el éxtasis, era una divinidad extranjera que llegó a Grecia en un período relativamente tardío, ya no se puede afirmar esto con tanta seguridad. Según la teoría tradicional, entró en Grecia desde Tracia, después quizá de que se hubiera originado en Asia Menor, y su posterior irrupción en la escena griega se refleja en algunos de sus mitos más característicos que cuentan cómo tiene que superar cierta resistencia en varios lugares de Grecia. Se consideraba además que era significativo que apenas lo mencionara Homero (aunque el poeta conociera algunos de sus ritos salvajes y sus conflictos con Licurgo de Tracia). Sin embargo, evidencias arqueológicas bastante recientes parecen apuntar en otra dirección y sugieren que el nombre y el culto de Dioniso podrían tener un origen micénico. Su nombre ha sido encontrado en las tablillas de Lineal B de Pilos (Peloponeso) y parece que fue venerado sin interrupción en el santuario de Ayia Irini en Ceos (isla egea al sureste de Ática) desde comienzos del período micénico hasta la época griega. También se ha señalado que la fiesta dionisiaca de las Antesterias debe ser anterior a la migración jonia (circa 1000 a.C.) y hay motivos para suponer que las fiestas dionisiacas de las Leneas eran también de origen muy antiguo.[140] En cuanto al nombre de Dioniso, su primera sílaba se refiere claramente al dios del cielo (Zeus, cuyo genitivo es Dios), pero el significado del resto no está claro. Se ha sugerido que podría haber habido una palabra nysos (semejante al nurus latino o al griego nyos) que significaba «niño» o «hijo», o que este componente del nombre estaba relacionado con la legendaria Nisa, en la que se decía que el dios se había criado
Zeus y Sémele. El nacimiento e infancia de su hijo Dioniso
No hay duda acerca del nombre de Sémele, la madre de Dioniso, puesto que no es más que la modificación griega del de la diosa tracio-frigia de la tierra Zemelo. En el mito griego, sin embargo, ella es mortal y una de las cuatro hijas de Cadmo, rey de Tebas (cf. pp. 392-393). Zeus se enamoró de ella y solía visitarla secretamente por la noche, lo cual levantó los celos de Hera, que planeó la destrucción de su rival. Tomando ante ella la forma de su anciana nodriza Béroe, Hera la felicitó por la grandeza de su amante, pero le advirtió de que lo pusiera a prueba, a fin de cerciorarse de que él era realmente Zeus y que la amaba sinceramente. Le propuso que lo hiciera aparecer en todo el esplendor de su divinidad, tal como lo haría con su legítima esposa divina.[141] En otra versión Hera sugería que ésta era la única manera en la que podría experimentar todo el placer de la relación con un dios.[142] De modo que Sémele persuadió a Zeus para que le concediera el deseo que ella quisiera (o tomó la palabra de una promesa que él ya había hecho en este sentido) y pidió que apareciera ante ella igual que lo hacía ante Hera. Accedió reticente, y se deslizó en su dormitorio montado en un carro con acompañamiento de truenos y relámpagos, pero la fragilidad humana de Sémele no pudo soportar esta gloría olímpica por lo que murió aterrorizada y ardió hasta quedar reducida a cenizas. Sin embargo, antes de consumirse por completo, Zeus extrajo al hijo que ella llevaba en su vientre, ya de seis o siete meses, y lo cosió en su propio muslo, por donde fue dado a luz una vez que se cumplió el tiempo normal de gestación. Algunos afirman que el niño ya se deificó por el contacto con el fuego divino. En cuanto a la desafortunada Sémele, fue más tarde rescatada de los Infiernos por su hijo y llevada al Olimpo para convertirse en la diosa Tione.[143]
Tras este extraordinario nacimiento, que podría ser comparado con el de Atenea nacida de la cabeza de Zeus, a Dioniso había que proporcionarle una o varias nodrizas. El Himno homérico a Dioniso (v. 1) apunta que había tradiciones contradictorias sobre el lugar de su nacimiento, ya que estaba localizado en la ciudad natal de su madre, Tebas, o en Naxos (isla especialmente asociada con el dios), o junto al río Alfeo en el Peloponeso, o también en otros lugares. Sin embargo, no hay certeza sobre ninguno de ellos, por lo que el poeta afirma, puesto que Zeus lo alumbró lejos de hombres y sin que lo supiera Hera, que tuvo lugar en una elevada montaña de Fenicia. El Himno homérico a Dioniso (v. 26) cuenta de forma similar que Zeus confió su hijo a las ninfas de Nisa, que lo criaron en una cueva de dulce olor en la montaña.[144] En algunas versiones, Zeus pide a Hermes que lleve al niño a las ninfas de Nisa.[145] Este lugar misterioso ya aparece mencionado en conexión con Dioniso en la Ilíada, que afirma que Licurgo «a las nodrizas del delirante Dioniso fue acosando por la muy divina región de Nisa».[146] Los estudiosos de tiempos antiguos ofrecieron todo tipo de conjeturas sobre la ubicación de esta montaña legendaria. El lexicógrafo Hesiquio afirma que «no está en un único lugar; la encontramos en Arabia, Etiopía, Egipto, Babilonia, Eritrea (¿el mar Rojo?), Tracia, Tesalia, Cilicia, India, Libia, Lidia, Macedonia, Naxos, las proximidades del monte Pangeón y en un lugar en Siria».[147] Sea cual sea el lugar en el que vivieran las ninfas de Nisa o quienesquiera que fueran, cuidaron de Dioniso fielmente y se convirtieron en sus acompañantes y seguidoras. Según Ovidio, les recompensó su amabilidad renovándoles su juventud cuando envejecieron. También pudo haberlas recompensado colocándolas en los cielos como la constelación de las Híadas.[148]
Se dice que una de las hermanas de Sémele, Ino, esposa del gobernante beocio Atamante (cf. p. 546), fue también niñera del niño Dioniso. Los mitógrafos reconciliaron las dos versiones al sugerir que las ninfas lo criaron inicialmente pero que más tarde lo llevaron a Ino por miedo a la ira de Hera, o, por el contrario, Ino lo crio en un principio hasta que Hera los volvió locos a ella y a su marido.[149] Según Apolodoro, que ofrece la última versión, Hermes llevó el recién nacido Dioniso a Ino y Atamante y los convenció para que lo criaran como una niña. Cuando la pareja enloqueció posteriormente por culpa de Hera, Zeus lo rescató de la furia de la diosa trasformándolo en un niño, y el mensajero divino lo llevó entonces a las ninfas de Nisa. En cualquier caso, la pareja pagó un alto precio por sus servicios a Dioniso, puesto que la enloquecida Ino arrojó a su hijo más pequeño en un caldero de agua hirviendo y se hundió en el mar con él, mientras que Atamante abatió a su hijo mayor al que confundió con un venado (cf. p. 547).
El pueblo de Brasias o Prasias, en la costa este de Laconia, daba su propia versión sobre el nacimiento e infancia de Dioniso. Al contrario de lo que sostenían el resto de los griegos, afirmaban que Sémele había sobrevivido para dar a luz al niño de forma natural y que el padre de ella la había encerrado con su recién nacido en un cofre que arrojó al mar. Cuando el cofre tocó tierra en Brasias, Sémele estaba muerta, pero Dioniso estaba sano y salvo. Por una afortunada casualidad, resultó que Ino pasaba por allí y pidió cuidar a su sobrino; lo crio en una gruta que se mostraba a los visitantes como el escenario de su infancia. Una parcela a nivel de tierra conocida como el jardín de Dioniso se extendía frente a ella. El abandono a la deriva de una hija descarriada y su hijo es un motivo común en el ámbito de los mitos griegos, como puede verse en la historia de Dánae y Perseo (cf. p. 317) o Reo y Anio (cf. p. 730). Un niño que sobrevive a tal ordalía está señalado para un destino especial. Este relato se aparta de otros parecidos en un aspecto significativo, y es que la madre no sobrevive. Dado que se consideraba de forma tan firme que Sémele había muerto y dejado a Dioniso huérfano, los que establecieron el mito local lo aceptaron en su historia.[150]
Mitos en los que Dioniso se venga de los mortales que rechazan su divinidad y sus ritos
Algunos de los mitos más característicos de la madurez de Dioniso son aquellos en los que sufre persecución por parte de mortales que se niegan a reconocer su divinidad e intentan suprimir sus ritos cuando se introducen en sus territorios. Apenas hace falta decir que aquellos que se aventuraron a oponerse a él acabaron mal. Uno de estos mitos lo cuenta Homero: Licurgo, hijo de Driante, persigue en una ocasión montaña abajo a las nodrizas de Dioniso en el monte sagrado de Nisa, y las golpea con una aguijada de conducir bueyes, haciendo que el mismo dios se sumerja, aterrorizado, en el mar. La diosa Tetis consuela a Dioniso y Licurgo paga un alto precio por su cruel comportamiento, ya que Zeus lo ciega «y ya no vivió mucho tiempo, porque se hizo odioso a ojos de todos los inmortales».[151] En posteriores versiones de esta historia y en otros mitos semejantes, Dioniso es bastante capaz de cuidar de sí mismo. Según Apolodoro, Dioniso se refugia bajo el mar cuando Licurgo trata de expulsarlo, y las bacantes y sátiros de su comitiva son capturados por su perseguidor, pero súbitamente sus seguidores quedan libres poco tiempo después (evidentemente debido a su intervención milagrosa) y el dios hace enloquecer a Licurgo. En pleno arrebato de locura, Licurgo, mientras piensa que está podando una viña, en realidad da muerte a su hijo Driante, y cuando su tierra es posteriormente azotada por la hambruna, su propio pueblo lo mata por orden de un oráculo: lo atan y lo abandonan en el monte Pangeo donde unos caballos lo destrozan. Se dice que ésta fue la primera vez que Dioniso fue insultado y expulsado por un mortal.[152]
Fuentes poshoméricas informan que Licurgo era rey de los edonios, en el territorio septentrional de Tracia.[153] Su historia varía considerablemente según las versiones. En la de Higino, por ejemplo, viola a su madre en plena borrachera tras haber negado la divinidad de Dioniso, y durante su locura, mata no sólo a su hijo sino también a su mujer; además se corta uno de sus pies creyendo que era una cepa. Luego encuentra la muerte de mano del propio Dioniso, que lo arroja a sus panteras en el monte Ródope, en Tracia.[154] Higino también hace mención de una versión en la que Licurgo se quita la vida en un ataque de locura.[155] En un coro de Antígona de Sófocles, por el contrario, se sugiere que simplemente fue recluido en una cueva hasta que su locura se apaciguó.[156] El poeta épico antiguo Eumelo ofrece una versión aparentemente similar a la de Homero, salvo en el hecho de que Licurgo actúa por influjo de Hera.[157] Según Estesícoro, Dioniso recibió en una ocasión una urna dorada de Hefesto tras haberlo acogido en Naxos, y cuando Tetis le dio gentil asilo bajo el mar, tras la persecución de Licurgo, él la recompensó con esta urna, que más tarde guardaría las cenizas de su hijo Aquiles.[158]
El más famoso de estos mitos de enfrentamiento al dios, y uno de los más violentos, es el relato tebano de Penteo, que conforma el tema de una de las mejores obras teatrales de Eurípides, Bacantes. Dioniso llega furioso a Tebas porque las tres hermanas de su madre Sémele han negado que él sea un auténtico hijo de Zeus, ya que afirman que Sémele se había inventado la historia para ocultar una relación amorosa con un mortal, y que Zeus la había fulminado para castigarla por su mentira.[159] A su llegada, Dioniso manifiesta sus poderes volviendo locas a las tres hermanas junto con otras mujeres de la ciudad, y hace que anden errantes por el monte Citerón como bacantes. Tebas está entonces bajo el gobierno de Penteo, hijo de Ágave, una de las princesas que da lugar al conflicto, y nieto del fundador Cadmo. Creyendo que el nuevo dios es un impostor, Penteo se opone firmemente a sus ritos, sin hacer caso a los avisos del vidente Tiresias y de Cadmo (que a su avanzada edad todavía vivía en la corte tebana). Cuando sus guardas llevan ante él a Dioniso, que por el momento finge no ser más que un devoto del dios, lo interroga y ordena su encarcelamiento en las mazmorras de palacio.[160] Sin embargo, Dioniso escapa fácilmente y provoca un terremoto como demostración de sus poderes. Después aparece de nuevo frente a su supuesto captor. Impresionado aunque todavía hostil, Penteo deja que su extraordinario visitante lo convenza para que se disfrace de mujer y parta hacia la montaña para ver con sus propios ojos lo que están haciendo las seguidoras de Dioniso.[161] Cuando está espiando a las mujeres desde lo alto de un pino, Dioniso las incita a atacarlo, ellas rodean el árbol, hacen caer a Penteo y lo descuartizan. Su madre Ágave, una de las que lideran el asalto, vuelve corriendo a palacio con su cabeza cortada afirmando que es la de un león de la montaña.[162] Más tarde, cuando se calma su locura, se da cuenta de lo que ha hecho. La tragedia finaliza con la marcha al exilio de las tres hermanas por orden de Dioniso, cuya venganza queda así cumplida.[163]
En otro relato beocio de este estilo, las Miníades, las tres hijas de Minias, rey de Orcómeno (cf. p. 716), también sufren un cruel castigo por oponerse al nuevo culto. Cuando las otras mujeres de la ciudad salen a vagar por las montañas como bacantes, las tres laboriosas princesas, llamadas Leucipe, Alcítoe (o Alcátoe) y Arsipe (o Arsinoe), no ven con buenos ojos su comportamiento disipado y prefieren quedarse en casa junto a sus telares. Aunque el mismo Dioniso se les aparece en forma de muchacha y les urge a no rechazar sus ritos y misterios, ellas desdeñan su consejo. Irritado por su obstinación, el dios demuestra sus poderes al trasformarse de forma sucesiva en un toro, un león, un leopardo y haciendo rezumar miel y néctar de los marcos de sus telares. Sobrecogidas por el terror a la vista de esos prodigios, las tres muchachas echan a suerte quién ofrecerá un sacrificio al dios; cuando la suerte cae en Leucipe, las tres se unen para descuartizar al pequeño hijo de ésta, Hípaso. Luego se apresuran a unirse con las bacantes en la montaña, donde Hermes las toca con su vara y las transforma en un murciélago y dos especies diferentes de búho.[164] En otra narración en la que Dioniso no les da un consejo de manera directa, el dios hace que sus telares queden envueltos con hiedra y enredadera, que salgan serpientes de sus cestos de lana y que gotee vino y leche del techo. Cuando el dios las enloquece, descuartizan al hijo de Leucipe como si fuera un cervatillo, y se apresuran a unirse a las otras mujeres que habían estado desde el principio bajo el influjo del dios. Sin embargo, las otras mujeres las expulsan porque están contaminadas por un crimen y son entonces transformadas en un cuervo, un murciélago y un búho.[165] Ovidio altera la historia de forma significativa, y envía a las hermanas a Tebas omitiendo el descuartizamiento de Hípaso y trasformándolas en murciélagos dentro de la casa.[166]
Se contaban también relevantes mitos en la Argólide en los que Dioniso hace pasar a un estado de locura a todas las mujeres de la zona o únicamente a las Prétides, las tres hijas de Preto, rey de Tirinto. La tradición resulta bastante complicada en este caso, puesto que se dice que las Prétides sufrieron este destino por haber ofendido a Hera. Podría parecer que se confundieron dos relatos de origen diverso referidos a las princesas y a las mujeres argivas respectivamente. Es probable que el arrebato más general se asociara con Dioniso en primer lugar. Dado que en muchas versiones se dice que tanto la locura de las mujeres argivas como la de las Prétides fue curada por el gran vidente Melampo, este mito se examinará asociado con la historia de su familia en el capítulo XII (cf. pp. 555-557).
Algunos relatos menores de resistencia son asimismo dignos de mención. Uno de ellos es una leyenda que explicaba el origen del culto de Dioniso Melanaigis (de la piel negra de cabra) en Eleuteras, en la frontera de Ática y Beocia. Cuando a las hijas de Eleuter, el fundador epónimo de la ciudad, se les concedió una visión de Dioniso con una piel negra de cabra, la recibieron con sorna, lo cual causó tal furia al dios que las enloqueció. Siguiendo las instrucciones de un oráculo, su padre fundó el culto ya mencionado para apaciguar al dios y terminar con su locura.[167] Ovidio afirma de forma somera que Acrisio, el abuelo de Perseo, no dejó entrar al dios a su ciudad de Argos y sufrió las consecuencias.[168] Se decía que Dioniso provocó que Télefo tropezara con un sarmiento cuando lo perseguía Aquiles y quedó gravemente herido (cf. p. 578), puesto que había rechazado dar al dios los honores que le eran debidos.[169]
Según una leyenda argiva muy extraña, Dioniso atacó Argos en la época de Perseo desde las islas egeas con un ejército de mujeres conocidas como las Mujeres del Mar. Perseo, sin embargo, las venció en la batalla y mató a la mayor parte de ellas, cuya tumba común se podía ver en tiempos históricos en Argos.[170] En algunas versiones, Perseo llegó a matar al mismo Dioniso durante la batalla o lo arrojó al lago sin fondo de Lerna;[171] en otro relato los argivos establecieron buenas relaciones con Dioniso tras la guerra y se le rindieron allí grandes honores.[172]
En los mitos precedentes que narran la llegada de Dioniso, normalmente el dios enloquece a los humanos, y algunos son incluso descuartizados por mujeres bajo su influencia. Era habitual imaginarse al mismo dios vagando sin rumbo al frente de una pandilla de juerguistas seguidores, algunos semidivinos y otros humanos; sátiros, silenos y ninfas, y como sus devotas humanas, las mujeres conocidas como ménades (literalmente «mujeres locas»), bacantes (Bakchai en griego, Bacchae en latín) o Thyiades (mujeres poseídas, inspiradas). Las mujeres también fueron conocidas como Bassarides, probablemente «vestidas con pieles de zorro», tomado a partir de una vestimenta ritual, siendo otra la piel de un cervatillo. Realizan con regularidad milagros curiosos y hacen que surjan fuentes de leche o vino del suelo. Son increíblemente fuertes, capaces de despedazar cabras, toros y humanos con sus manos; el fuego no las quema ni las armas las hieren. A pesar de su violencia frente a ciertos animales, mantienen una honda simpatía hacia ellos y a menudo amamantan niños y cervatillos entre otros. Todo esto, por más que resulte enloquecido, no es sino la idealización del ritual entusiasta del dios. Sus adoradores buscaban, a través de la danza extática y también quizá del vino, llegar a estar poseídos por su dios; se les llamaba entonces por uno de sus numerosos nombres[173]: Bakchai, a partir de Baco (Bakchos). Se han encontrado también relatos en los que abren y devoran una víctima animal (o incluso humana). Esos sacrificios salvajes eran fruto del deseo de asimilar al mismo dios, que en algunos casos era concebido como humano en forma, a veces como bestia y cuyas manifestaciones más comunes eran el toro y la cabra, aunque a menudo aparece como una serpiente. De hecho era un dios de la fertilidad de la naturaleza, e incluso si tendía a convertirse principalmente en un dios del vino y del éxtasis, nunca estuvo constreñido a esa esfera. En el capítulo siguiente nos detendremos en los espíritus de la naturaleza y las ninfas que pertenecían a su séquito (cf. pp. 283-284). Aunque es muy posible que los ritos de Dioniso encontraran una oposición real allá donde fueron, no sería acertado interpretar estos enfrentamientos con el dios en un sentido simplemente histórico: expresan algo esencial sobre su naturaleza permanente como dios cuya epifanía subvierte las normas de la moralidad cotidiana y la sociedad cívica.[174]
El mito de Icario y Erígone
De las historias en las que Dioniso aparece como un ser pacífico que otorga dones, la más famosa es la leyenda ática de Icario, que tiene lugar en los días de Pandión I, un rey mítico de la Atenas primitiva (cf. p. 481). Incluso aquí la llegada del dios tiene consecuencias funestas para aquellos a los que visita. Icario es un humilde granjero que vive en el campo a las afueras de Atenas con su hija soltera Erígone. Un día recibe la visita de Dioniso, que le da un esqueje de vid y le instruye en el arte de la vendimia. Tras hacer crecer algunas viñas del esqueje y preparar la primera vendimia de vino, Icario llena varios pellejos de vino en un carro y sale a difundir el don de Dioniso a la gente de Ática; en una versión más simple de la historia, el dios simplemente le da vino a Icario e inmediatamente salieron juntos.[175] Al llegar a Maratón, al noreste de la provincia (o a Himeto al sur de Atenas), Icario distribuye vino entre los campesinos locales que en un principio se muestran entusiasmados y lo beben en grandes cantidades sin pensar que tienen que diluirlo. Sin embargo, como terminan intoxicados piensan que Icario les ha envenenado o embrujado y lo golpean hasta matarlo. En otra versión, cuando algunos de ellos caen al suelo en un sopor etílico, sus compañeros sospechan lo peor y matan a Icario. Arrojan su cuerpo en una zanja, o lo entierran bajo un árbol. Mera, el perro de la familia que lo acompañaba, corre a casa atemorizado y consigue guiar a Erígone al lugar tirando de su vestido. Al descubrir que su padre está muerto, Erígone siente tanto dolor que se ahorca, y el perro encuentra su propia muerte poco más tarde, ya fuera porque se tira desesperado a un pozo, o porque muere de hambre mientras guarda el cuerpo de Erígone.[176]
Naturalmente, Dioniso, furioso con estos acontecimientos, responde de forma ya conocida al hacer que las jóvenes del Ática se vuelvan locas y empiecen a ahorcarse como Erígone. Algunas fuentes señalan que Erígone había pedido antes de su muerte que las hijas de los atenienses perecieran igual que ella hasta que los asesinos de su padre recibieran castigo. También se afirma en algunas versiones que Atenas fue sacudida por una plaga, ya sea como único desastre o además de la epidemia de suicidios. Cuando los atenienses consultaron el oráculo de Delfos, se les dijo que encontrarían alivio a su problema si capturaban y mataban a los asesinos de Icario, y fundaban una nueva festividad, las Aioras (Fiesta de los balancines, la romana Oscilla) en honor a Erígone.[177] Durante esta fiesta de mujeres, se cantaba una canción en recuerdo de Erígone con el título de Aletis (la nómada, fundamentalmente porque había vagado en busca de su padre) y las muchachas eran empujadas desde las ramas de los árboles en balancines (columpios) con tableros de madera. No es necesario decir que los ritos pudieron haber precedido el relato etiológico. Los rituales del balancín en ningún caso fueron privativos de las Aioras.
En un relato posterior que se añade a este mito, se decía que los asesinos de Icario habían huido a Ceos, una isla al sureste de Ática. Para castigar a sus habitantes por haberles dado cobijo, la perra Mera, que se había convertido en la estrella-perro (Sirio, o Canícula en latín) tras su muerte, quemó la tierra con su calor causando hambre y enfermedades. En ese momento gobernaba la isla Aristeo, hijo de Apolo (cf. p. 213), que se había establecido allí tras la muerte trágica de Acteón, y que buscó el consejo del oráculo de su padre, quien le enseñó a hacer sacrificios que expiaran la muerte de Icario, y a rogar a Zeus que enviara vientos fríos que moderaran el calor de la estrella-perro. De modo que fundó el culto de Zeus Ikmaios («de la humedad») en Ceos junto con los ritos anuales que supuestamente provocaban los vientos etesios, vientos fríos del norte que soplaban en el Egeo durante unos cuarenta días tras la aparición de la estrella-perro.[178]
Se decía que Zeus (o Dioniso) se lamentó tanto de la suerte de Icario, Erígone y la perra Mera, que los envió a los cielos como las constelaciones Boyero, Virgo y Can Mayor respectivamente[179] (eso si el perro no se convirtió en la estrella-perro)
Dioniso y los piratas. El viaje a India. Su esposa y sus amores
Uno de los mitos más atractivos de Dioniso es la historia de su encuentro con una banda de piratas. Tal como se recoge por primera vez en el Himno homérico a Dioniso (v. 7), se desarrolla de esta forma. Unos piratas tirrenos avistan al dios con la apariencia de un joven en la flor de la juventud, con hermosos bucles de pelo oscuro y con un manto púrpura sobre sus firmes hombros.[180] Ignorando las advertencias de su timonel, que reconoce que no se trata de un vulgar mortal, los piratas lo capturan y lo arrastran hasta su barco, pues imaginan que es un joven de estirpe real con el que pueden conseguir un cuantioso rescate. Ni siquiera les disuade ver cómo las ataduras caen por sí mismas cuando intentan amarrarlo. Cuando se hacen a la mar con él, empiezan a ocurrir extraños milagros. Primero del barco comienza a manar vino y de él sale una fragancia divina; luego se extiende una parra a lo largo de la parte superior de la vela y una hiedra trepa por el mástil. Aparecen guirnaldas en los toletes y finalmente, lo más temible, el dios se convierte en un león y hace que aparezca un enorme oso. Sobrecogidos por el terror cuando el león alcanza al capitán, los piratas saltan por la borda al mar, donde son trasformados en delfines. Sólo el timonel es rescatado por el dios, que le revela entonces su identidad.[181] Ovidio, que retoma la misma historia con muchas variaciones en los detalles, nombra al timonel como un tal Acetes (posiblemente Acoites en el griego original) de Meonia (Lidia) y cuenta que se convirtió en un entusiasta miembro del séquito del dios a partir de entonces.[182]
El Himno homérico no menciona el lugar en el que los piratas encontraron a Dioniso o dónde planeaban llevarlo. Se afirma en versiones posteriores que pidió a los marineros que lo llevaran a la isla de Naxos, aunque ellos, por el contrario, tenían previsto venderlo en Asia.[183] Fue capturado en Icaria, según la versión de Apolodoro o en Quíos en la de Ovidio. Normalmente los milagros se crean en estos relatos posteriores. Apolodoro sugiere, por ejemplo, que Dioniso convirtió el mástil y los remos del barco en serpientes.[184] Toda la historia es bastante diferente en una narración que proviene de la literatura astronómica. Cuando se llevan a Dioniso en el barco junto con alguno de sus compañeros, ordena a todos ellos que canten; los piratas, encantados con la música, comienzan a bailar alrededor de ellos y acaban saltando involuntariamente al mar, donde son trasformados, como en los otros casos, en delfines. El dios conmemora el incidente colocando una imagen de uno de los delfines en el cielo, de ahí el origen de la constelación del Delfín. Esta versión explicaría la razón por la que a los delfines les gusta la música (una creencia que también se refleja en la leyenda de Arión y el delfín cf. pp. 745-746).[185]
Los triunfos del dios no se limitan a un puñado de piratas. Según un conjunto de narraciones del mito bastante primitivas (Eurípides las conoció), entró como conquistador hasta el interior de Asia. Tras las conquistas reales de Alejandro, las hazañas fabulosas de Dioniso se extendieron y se le representó llegando hasta la India. Sin embargo, aquí, el mitólogo no tiene por qué seguirlo, ya que abandonamos el reino del mito genuino y la saga para entrar en un mundo extraño en el que la seudohistoria y la política se funden. Por otro lado, era obviamente deseable desde el punto de vista de Alejandro y sus sucesores, seguir los pasos de un dios, en especial uno que se identificaba inmediatamente con todas las formas de las deidades orientales. Además, Dioniso se equiparó a Osiris, y Osiris hecho dios (según las teorías de Evémero) a partir de un rey egipcio de la Antigüedad que se ocupó de expandir la cultura, por la fuerza si era necesario. De este modo, el Dioniso indio, tal como lo encontramos en el largo relato épico dionisiaco de Nono (siglo V d.C.) no es un dios griego, sino una mezcla de la mitología de varios pueblos unidos por príncipes y teorías helenísticas. El resultado no carece de interés, pero sobrepasa nuestro alcance presente.[186]
La conducta de Dioniso en la esfera amorosa es bastante excepcional para un dios olímpico. Tomó a una mortal, Ariadna, como su consorte (cf. p. 454) y apenas tuvo interés en aventuras pasajeras. A ella se le concedió la inmortalidad en algunos relatos, como en la Teogonía, que cuenta que Zeus la hizo inmortal en nombre de Dioniso.[187] A la pareja se le atribuyen varios hijos, entre los que destacan Enopión (Cara de vino) que gobernó en Quíos y fue recordado por su encuentro con Orión (cf. p. 721) y Estáfilo (Racimo), padre de Reo y abuelo de Anio, el rey vidente de Delos (cf. p. 730).[188]
Existen algunos relatos menores que hablan de otras relaciones, y ninguna implicó violencia sexual. Ampelo, mencionado por Ovidio y Nono como aquel que fue amado por Dioniso, no es más que la personificación de la vid (ampelos). Como muestra de su predilección, Dioniso se le presentó con una vid, que se extendía por un olmo. Cuando el joven murió tras una caída un día que estaba cortando algunos racimos de uva, el dios lo envió al cielo como la estrella Vendimiador (en la constelación de Virgo), cuya temprana ascensión marcaba la estrella de la cosecha de la uva. En otro caso, Dioniso lo transformó en una vid después de que se cayera de un toro.[189]
Algunos afirman que Dioniso sedujo a Altea con el consentimiento tácito de su esposo Eneo (cf. p. 538), y así se convirtió en el padre de Deyanira, la segunda esposa de Heracles (cf. p. 368).[190] Según Ovidio, sedujo a Erígone cuando introdujo la vid en Ática (cf. supra), y ganó sus favores al ofrecerle un racimo de uvas.[191] En la tradición del Helesponto, Príapo era hijo suyo en unión con Afrodita (cf. p. 296), y Nono, habla de su amor no correspondido con la amazona Nicea.[192] Las mujeres juegan un papel importante en sus mitos, aunque normalmente también aparecen en otros papeles, como nodrizas, acompañantes o como participantes en sus ritos o enemigas de su culto.
En representaciones artísticas tempranas, hasta la segunda mitad del siglo V a.C., Dioniso es un hombre maduro con barba que lleva largas vestimentas. Las pinturas sobre vasos a menudo lo muestran cubierto de hiedra o parra, sosteniendo una copa (kantharos) o un cuerno en su mano. Puede vestir una piel de pantera o de ciervo. Desde la última parte del siglo V en adelante, normalmente se le retrata como una figura joven, sin barba, si acaso ligeramente vestido. Su emblema especial, que lleva él mismo, sus ayudantes o adoradores es el tirso (tirsos), un cayado moteado con un ornamento que parece una piña, y al que se enrosca una parra o hiedra. Su himno de culto es el ditirambo (dithyrambos, probablemente una palabra de origen extranjero).
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