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uestro tema central en el presente capítulo será la mitología de Zeus, el gran rey de los dioses. Tal como hemos visto, no siempre ocupó dicha posición pero ascendió al poder en la tercera generación al desplazar a su padre Crono, que había conseguido el poder para sí y sus compañeros los Titanes al derrocar a su propio padre Urano (Cielo). La primera parte del capítulo estará dedicada a un examen del «mito de sucesión» (cf. p. 68) que relata los conflictos familiares que provocaron la caída de los anteriores dioses gobernantes. Algunos asuntos tangenciales se considerarán también en relación a esto, entre los que se incluyen otros aspectos de la mitología de Crono y su esposa Rea. Una vez que Zeus se estableció como el nuevo soberano del universo con la ayuda de sus hermanos y hermanas así como con la de otros aliados, el orden olímpico necesitaba completarse. Todas las jóvenes deidades olímpicas fueron engendradas por el propio Zeus (con la posible excepción de Hefesto, en caso de que hubiera nacido sólo de Hera, cf. p. 125).[1] También Zeus fue padre de algunas diosas menores que representaban otros aspectos del nuevo orden. Aunque se consideraba normalmente a Hera como su única esposa, la Teogonía formaliza sus principales uniones con otras diosas clasificándolas como una serie de primeros matrimonios que antecedieron a su unión final con Hera. Consideraremos estas uniones y su descendencia en el orden en el que son descritas en la Teogonía, antes de concluir con un repaso general de los orígenes de los dioses olímpicos. Como soberano que había establecido su propio mandato tras la revuelta contra los poderes que gobernaban anteriormente, Zeus tuvo que sofocar por su parte varias insurrecciones a fin de evitar que se repitiera el ciclo. El principal asunto en la última parte del capítulo serán las tres grandes rebeliones que fueron emprendidas contra Zeus y el orden olímpico por el temible monstruo Tifón, por la raza de Gigantes nacida de la tierra y finalmente por los dos hermanos gigantes, los Alóadas. Terminaremos examinando el conflicto de carácter totalmente distinto que surgió entre Zeus y un primo suyo, Prometeo, y que provocó la ira de aquél al erigirse como defensor de los intereses de la raza humana.
El mito griego de sucesión
En la versión común del mito de la sucesión, tal como es relatada por Hesíodo, los Titanes fueron los primeros hijos de la pareja primigenia Gea (Tierra) y Urano (Cielo), que luego generaron dos grupos de monstruos, los Cíclopes y los Hecatonquiros (Centimanos).[2] Los Titanes ya han sido considerados en el capítulo anterior, y aunque Hesíodo asigna un nombre a cada uno (cf. pp. 72-73) y los incluye dentro de su esquema genealógico, dos de ellos permanecen fuera del cuerpo colectivo de los Titanes en el mito de descendencia: Crono, el segundo gobernador del universo y su esposa Rea. Antes de seguir relatando cómo Crono entró en conflicto con su padre, se debe hacer mención de los hijos monstruosos de Urano y Gea, que desempeñarán su propio papel en el mito de descendencia.
Los tres Cíclopes (Ojos redondos), gigantes con un único ojo en el centro de la frente, ayudaron a Zeus a ganar la guerra contra los Titanes al proporcionarle su arma: el trueno (cf. p. 118). Su conexión con el trueno y el relámpago como fabricantes del rayo se refleja en los nombres que Hesíodo les asigna: Brontes (el hombre del trueno), Estéropes (el hombre del relámpago) y Arges (Intensamente brillante, epíteto aplicado al rayo de Zeus en la épica primitiva).[3] Dado que eran, evidentemente, artesanos fuertes y hábiles, era posible imaginarse dentro de la tradición helenística que fueran ayudantes del dios herrero Hefesto, trabajando duramente a su lado en una inmensa forja bajo el monte Etna o en algún otro lugar (cf. p. 227).[4] Aunque, a la vista de su ascendencia divina, podría esperarse que los Cíclopes fueran inmortales, se dice que Apolo los mató por haber fabricado el rayo que acabó con la vida de su hijo Asclepio[5] (cf. p. 211); o según un fragmento de Píndaro, Zeus los mató para asegurarse de que en el futuro nadie pudiera adquirir armas hechas por ellos.[6]
En un mito astral de origen helenístico, se decía que los Cíclopes construyeron el altar en el que Zeus y sus aliados juraron lealtad antes de declarar la guerra a los Titanes, y que este altar fue más tarde transportado a los cielos, supuestamente por el mismo Zeus, convirtiéndose así en la constelación de Altar (Ara) en el hemisferio sur.[7] Pausanias menciona sacrificios ofrecidos a los Cíclopes en un antiguo altar en el Istmo de Corinto,[8] aunque no hay ninguna otra indicación acerca de su culto.
Como ya señalaban los antiguos mitógrafos,[9] estos Cíclopes primigenios deben ser diferenciados de algunos gigantes míticos pertenecientes a otros dos grupos que se llamaban del mismo modo: los Cíclopes homéricos y los maestros constructores de la tradición popular. Los Cíclopes de la Odisea vivieron una vida pastoral primitiva sin gobierno ni ley en una isla mítica, allá en los más lejanos confines del mar. En caso de que todos fueran como Polifemo, el ogro que capturó a Odiseo (cf. p. 635), se trataba de hijos salvajes de Poseidón, que tenían un solo ojo.[10] Los Cíclopes de la otra raza eran gigantes del folclore que se suponía que habían erigido los muros de Micenas y Tirinto (cf. pp. 315 y 322) así como otras estructuras micénicas cuya construcción «ciclópea» parecía sobrepasar la capacidad humana.[11] Pueden ser comparados con los gigantes del folclore moderno a los que se atribuye la erección de megalitos o de los que se dice que lanzaban piedras gigantes cuando jugaban al tejo.
El segundo grupo de hijos monstruosos de Urano y Gea consistía en tres seres gigantes que tenían cincuenta manos y cien brazos cada uno; aunque Hesíodo los llama por sus nombres propios, Coto, Briareo y Giges, los mitógrafos posteriores crearon un nombre adecuado para ellos, y pasaron a denominarlos Hecatonquiros o Centimanos[12] (el adjetivo correspondiente ya había sido aplicado a Briareo en la Ilíada).[13] Como gigantes de irresistible fuerza dotados de cien manos, se convertirían en aliados de inestimable valor para Zeus en su lucha contra los Titanes. Dado que fueron enviados a las profundidades del Tártaro más tarde como guardas de los Titanes vencidos, no vuelven a aparecer en el mito, al menos en grupo.
Uno de los hermanos, Briareo (el Poderoso, también llamado Ombriareo), aparece, sin embargo, en historias independientes que tienen lugar durante el período del dominio olímpico. Se le destaca respecto a sus hermanos incluso en la Teogonía, puesto que se afirma que Poseidón lo convirtió en su yerno en cierto momento tras la caída de los Titanes al ofrecerle a su hija Cimopolea (Caminante de las olas, desconocida aparte de este hecho) como esposa.[14] La Ilíada recoge que fue convocado en una ocasión por Tetis al Olimpo para salvar a Zeus de una amenazante rebelión llevada a cabo por Hera, Poseidón y Atenea[15] (cf. p. 129). Dado que Tetis era una ninfa marina, podría deducirse que él vivía en el mar, cómo podría también inferirse de su relación con Poseidón en la Teogonía. Homero también señala que fue llamado Briareo por los dioses pero fue conocido para los mortales como Egeón.[16] En la Titanomaquia, una narración épica arcaica hoy perdida, Egeón era descrito en principio como un hijo de Gea y Ponto (Mar) que vivía en el mar y luchó como aliado de los Titanes.[17] En caso de que este Egeón pueda ser identificado con Briareo, como parece posible, este relato sobre él difiere claramente en aspectos cruciales del que aparece en la Teogonía. Una tradición corintia sugería que Briareo había actuado como árbitro cuando Helios y Poseidón compitieron por la posesión de la tierra en tiempos remotos (cf. p. 153).[18] Se le rindió culto en la isla de Eubea bajo dos nombres distintos: como Briareo en Caristo y como Egeón en Calcis.[19] En definitiva, se trata de una figura enormemente fascinante, de la que se quisiera saber más de lo que se ha podido recopilar a partir de los testimonios que han llegado hasta hoy.
Pronto comenzaron los problemas dentro de la familia recién formada de Urano, puesto que odiaba a sus retoños y evitaba que vieran la luz. Aunque Hesíodo se muestra vago sobre la causa de su rechazo, parecería que empezaron a disgustarle puesto que eran terribles a la vista, especialmente los monstruos que fueron los primeros en nacer. Los escondió en lo más profundo de la tierra según fueron llegando al mundo, y parece que bloqueaba su salida al mantener un constante acto sexual con su consorte (aunque Hesíodo es vago también en este aspecto) y que estaba encantado con sus tareas perversas. Gea se quejaba de agotamiento e ideó un ingenioso plan. Tras crear el adamantio (un metal mítico de dureza extrema), lo utilizó para hacer una gran hoz dentada e intentó convencer entonces a sus hijos para que se levantaran contra su padre. Todos se mostraron temerosos excepto Crono, el más joven y terrible de los Titanes, que cogió la hoz de manos de su madre y esperó oculto a su padre, siguiendo sus instrucciones. Mientras Urano estaba por la noche ocupado en el acto sexual con su esposa, Crono cortó sus genitales con la hoz y los arrojó al mar. Afrodita, la diosa del amor, surgió de la espuma que se acumuló en torno a ellos en las aguas (cf. p. 261); y otros tres grupos de hijos, los Gigantes, las Melias y las Erinias surgieron de la tierra tras ser fertilizada por las gotas de sangre caídas (cf. p. 74). Los Titanes pudieron entonces emerger a la luz y asumir el poder como señores del universo bajo la soberanía de Crono. Podría parecer, sin embargo, que en la versión de Hesíodo (a diferencia de la de Apolodoro, cf. infra) los Cíclopes y los Centimanos habían permanecido en prisión bajo tierra hasta que fueron rescatados posteriormente por Zeus.[20]
Tras la subida al poder, Crono se casó con su hermana Rea, quien le dio seis hermosos hijos: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus. Pero dado que había sido avisado por sus padres que estaba destinado a ser destronado por su propio hijo, devoraba cada uno de ellos al nacer, con lo que causaba un dolor constante a su esposa.[21] Cuando Zeus iba a nacer, Rea decidió por fin consultar a Urano y a Gea por su cuenta y les pidió que ingeniaran un plan para permitirle salvar al hijo que estaba en camino y a la vez dar el tributo correspondiente a Crono. Siguiendo su consejo, confió a Gea al recién nacido Zeus, al que ocultó en Creta (cf. pp. 118-119) y, en lugar de su hijo, dio a Crono una gran roca envuelta en pañales que, tal como solía hacer, engulló.[22] Hesíodo apenas ofrece detalles sobre lo que pasó a continuación y únicamente afirma que Zeus creció rápidamente en su escondrijo cretense y que luego obligó a Crono a vomitar a sus hijos según el plan que había sido propuesto por Gea a su madre. Tras escupir la piedra, que Zeus depositó en Delfos como señal y maravilla para los mortales (cf. p. 204), Crono vomitó los cinco hermanos de Zeus en el orden inverso del que los había tragado. Zeus también liberó a los Cíclopes, que en principio seguían prisioneros bajo la tierra desde que habían sido encerrados por su padre Urano; éstos mostraron su gratitud equipando a Zeus con su todopoderosa arma, el rayo.[23]
En ese momento Zeus, junto con sus hermanos, se dispuso a luchar por el control del universo ante Crono y los Titanes, enfrentándose a ellos en la mayor batalla que existió nunca, la Titanomaquia (Titanomachia). Los Titanes eligieron el monte Otris, al sur de Tesalia, como su fortaleza mientras que Zeus y sus aliados luchaban desde el monte Olimpo, en los límites septentrionales de la provincia. La batalla se prolongó durante diez largos años sin que ninguna de las partes obtuviera una clara ventaja, hasta que Gea reveló a Zeus y a los olímpicos que obtendrían la victoria si reclutaban a los Centimanos como aliados suyos. De este modo Zeus liberó a los monstruos de su encierro (puesto que ellos habían permanecido prisioneros bajo la tierra al igual que los Cíclopes) y recuperaron su fuerza y energía con néctar y ambrosía. Estaban muy satisfechos de responder a la llamada de ayuda de Zeus. La lucha alcanzó entonces una fase decisiva en cuanto Zeus liberó toda su furia contra los Titanes, aturdiéndolos con sus rayos, mientras que los Centimanos les arrojaban continuamente enormes piedras. La batalla retumbaba en todo el universo, desde los altos cielos hasta el lóbrego Tártaro. Crono y los Titanes fueron finalmente destronados por los monstruos de las cien manos, que los arrojaron a la profundidad del Tártaro donde quedaron confinados para siempre. Para asegurarse de que no escaparan, Zeus convirtió a los Centimanos en sus guardianes. Tras su dura victoria, Zeus y los jóvenes dioses asumieron el poder como los nuevos soberanos del universo en la tercera generación.[24]
Éste es el relato habitual del mito de descendencia tal como ha sido transmitido por Hesíodo. Apolodoro ofrece un relato de origen desconocido (quizá derivado de la perdida Titanomaquia, o de la literatura órfica) que difiere de la versión de Hesíodo en algunos aspectos importantes. En esta narración, los Centimanos y los Cíclopes nacen tras los Titanes, y son arrojados a Tártaro por su padre mientras que, en principio, los Titanes quedan indemnes. Molesta por la pérdida de sus hijos arrojados a las profundidades, Gea animó a los Titanes a atacar a su padre, y le dio para ello a Crono una hoz de adamantio. Todos ellos tomaron parte en el ataque con la única excepción de Océano (cf. p. 73 para su significación). Crono dio el golpe definitivo, al igual que en la versión de Hesíodo, cuando arrancó los genitales de Urano. Tras el derrocamiento de Urano, los Titanes rescataron a sus hermanos de Tártaro y confiaron la soberanía a Crono, pero éste metió de nuevo en prisión a los dos grupos de monstruos, y después devoró a sus propios hijos con la excepción de Zeus, como en la versión más común. Cuando Zeus creció, buscó la ayuda de Metis (la personificación de la sabiduría astuta, cf. p. 123) que engañó a Crono haciéndole tragar una droga emética a fin de obligarle a vomitar a los hijos devorados. Con la ayuda de sus hermanos, Zeus luchó contra Crono y los Titanes durante diez años, pero fue incapaz de vencerlos hasta que Gea profetizó que lograría hacerlo si requería la ayuda de los monstruos que habían sido arrojados a Tártaro por Crono. De modo que mató a su guardián, llamado Campe, y los liberó. Los Cíclopes lo armaron con su rayo, como es habitual; también dieron a Poseidón su tridente y a Hades un gorro que lo hacía invisible. Con la ayuda de esos instrumentos, y posiblemente también con la cooperación de los Centimanos, Zeus y sus aliados vencieron entonces a los Titanes y los confinaron en Tártaro con los Centimanos como guardianes.[25]
Por muy apropiado que pudiera ser que Crono y los Titanes, como raza de «dioses antiguos», fueran desterrados del mundo superior definitivamente, no siempre es así en los relatos posteriores a Hesíodo. Por ejemplo, Píndaro afirma de forma explícita en una de sus odas que los Titanes fueron finalmente liberados por Zeus; y en el Prometeo desencadenado, una tragedia perdida de Esquilo, aparecen en el escenario como coro junto a Prometeo una vez que éste salía libre de Tártaro (cf. p. 145), lo cual implicaría que habían sido liberados por Zeus.[26] Como ya ha sido señalado, algunos seres que reciben el nombre de Titanes en la lista de Hesíodo en ningún caso han podido ser eliminados del mundo superior en este período tan temprano. Ni Océano podría haber abandonado sus torrentes (cf. p. 73) ni quizá Tetys el mar. Se decía que Themis y Mnemósina habían tenido relaciones con Zeus incluso en la Teogonía, y fueron fuerzas permanentes en el mundo como personificaciones de la memoria y del orden justo; del mismo modo se considera que Crono y Rea siguieron activos en el mundo en la medida en la que fueron venerados en el culto.
La mitología posterior de Crono y Rea
La leyenda griega ofrece visiones diferentes de Crono y su gobierno. Si el mito de descendencia lo presenta como un tirano brutal que devoraba a sus propios hijos, otra tradición, que también se encuentra en Hesíodo, presenta su reino como un tiempo de inocente felicidad en la que los mortales vivían largas y virtuosas vidas bajo su benévolo dominio. Según esta visión, sus súbditos mortales vivían existencias de dichosa tranquilidad, de manera parecida a las de los habitantes de las Islas de los Bienaventurados (cf. p. 170), sin esfuerzos ni discordias, ni necesidad de una ley. Poseían todas las cosas en común y disfrutaban de la abundancia de frutas y cosechas que eran dispensadas por la tierra de forma natural. Cuando finalmente morían, era como si les sobreviniera un delicado sueño. En pocas palabras, se trataba de la Edad Dorada, ho epi Kronou bios, Saturnia regna.[27] Esta ensoñación campesina de un período perdido de felicidad estaba, evidentemente, enraizada en el folclore; y de ningún modo resulta difícil de entender la razón por la que podía ser identificada con la edad de Crono. Puesto que todo en esa época era completamente opuesto a las duras condiciones presentes bajo el dominio de Zeus, podía concluirse que ésa debía ser la narración de la situación que había prevalecido bajo el dominio de Crono, y no porque fuera presentado como mito de forma benévola, sino sencillamente porque había presidido el orden divino previo antes de que las cosas llegaran a ser tal como son ahora.
En el famoso mito de la decadencia en Trabajos y días de Hesíodo,[28] este pueblo afortunado que vivió bajo el dominio de Crono se presenta como el primero de cinco razas sucesivas, cuatro de las cuales se nombran según metales de decreciente valor: oro, plata, bronce y hierro. Los humanos pertenecemos a la quinta y más devaluada raza, la de hierro. Primero, los dioses crearon una raza dorada de mortales, que vivieron una vida ideal bajo Crono, según la leyenda conocida, y cuando este primer pueblo llegó a desaparecer se convirtieron en espíritus benefactores (daimones) que vagan por la tierra librando a los mortales del daño y atendiendo sus acciones. Los dioses los reemplazaron por una raza de plata, inferior tanto en cuerpo como en espíritu. El pueblo perteneciente a esta raza necesitó cien años para alcanzar la madurez; todo este tiempo permanecían al lado de su madre pero vivían una vida breve y llena de tribulaciones una vez que se hacían adultos, ya que eran seres estúpidos incapaces de evitar las equivocaciones y la violencia, y así dejaron de venerar a los dioses inmortales. Su impiedad hizo crecer la cólera de Zeus que finalmente los expulsó de la tierra y los convirtió en espíritus bienaventurados en el mundo subterráneo.[29] Zeus hizo surgir entonces la raza de bronce, gentes que surgieron de los fresnos (melias, que podría ser también interpretado como «ninfas de los fresnos»). Sus armaduras, sus armas e incluso sus casas estaban hechas de bronce. Poderosos, agresivos y con corazón de pedernal, se dedicaban a la guerra y a la matanza hasta que todos ellos fueron destruidos como resultado de su propia violencia y terminaron en la oscura casa de Hades sin dejar un nombre tras de sí.[30]
Antes de pasar a la última de las razas «metálicas» a la que él mismo pertenece, Hesíodo interpone la «raza de héroes, semejantes a dioses» que lucharon con honor en las guerras de Tebas y Troya y demostraron ser más nobles y justos que sus predecesores de la raza de bronce. Dado que se consideraba que los grandes héroes épicos habían vivido justo antes de los comienzos de la historia humana ordinaria, el poeta se sintió claramente obligado a incluirlos en este punto y de este modo interrumpe su esquema de la decadencia. El texto de Hesíodo es ambiguo sobre la cuestión de su destino final, y no termina de dejar claro si todos fueron enviados a las Islas de los Bienaventurados o a algún otro lado, mientras que otros fueron consignados al Hades.[31] En cuanto a la época presente, Hesíodo lamenta haber nacido en ella, puesto que la gente de la raza de hierro no tiene respiro del duro trabajo y de las penas durante el día o del deterioro o la muerte durante la noche. Aunque no son del todo malos, cada vez serán peores hasta el momento en el que Zeus los termine destruyendo.[32] Debe señalarse que Hesíodo no hace mención de edades, ya sea dorada u otras, aunque autores modernos consideran adecuado a menudo el uso de esos términos al referirse a su mito; la «edad de oro» es una expresión de origen latino (proviene de saeculum aureum, término ambiguo que puede significar tanto la raza como la edad dorada).
Aunque Crono no ha sido especialmente venerado en el culto, tiene una de las fiestas más interesantes, las Cronias, que tenían lugar en Atenas y otras ciudades jonias, así como en Tebas donde también se convocaba un certamen musical. El día de la fiesta, las habituales distinciones sociales se invertían, los esclavos podían ser servidos por sus señores y se les permitía alborotar por toda la ciudad creando tanto ruido como quisieran. Esto podía ser considerado como una vuelta temporal a la vida sin duro trabajo o sin la subordinación que habría prevalecido durante el reino de Crono. Aunque las Cronias han sido vistas a menudo como una fiesta de la cosecha, esto es discutible. Se celebraba por todo lo alto tras el período de cosecha en Atenas (aunque no en todos los lugares), en el mes de Hecatombeon, del que se dice que fue conocido como Cronión en tiempos remotos; y la hoz de Cronos, su habitual atributo, no tiene necesariamente connotaciones agrícolas puesto que se la asocia con él por su ataque al padre en el mito de sucesión. Además las hoces son utilizadas para fines similares por otras figuras míticas que no tienen nada que ver con la agricultura (como es el caso de Perseo contra las Gorgonas cf. p. 319, o por Heracles contra la hidra, cf. p. 340). Las escasas representaciones de Crono en el arte lo muestran como un hombre viejo, majestuoso pero afligido, que sostiene una hoz. Los griegos lo identifican con frecuencia con deidades extranjeras poco amistosas como Moloc, dios semita al que se le ofrecían sacrificios humanos. Los romanos lo identificaban con Saturno, una antigua deidad italiana cuyas funciones no estaban claras. Las Saturnales, fiesta anual de Saturno, en la que se les daba a los esclavos libertades excepcionales, se asemejaban a las Cronias en algunos aspectos relevantes, tal como fue reconocido en la Antigüedad.
Autores posteriores tienen mucho que contar acerca de Cronos tras su derrota. Obviamente, y dado que las condiciones en las Islas de los Bienaventurados (cf. pp. 168 y ss.) se asemejaban a aquellas que se suponen que habían prevalecido bajo el dominio de Crono, algunos autores lo convirtieron en el señor de esas islas. Píndaro ya lo presenta en este papel, con Radamantis como su ayudante.[33] Algunos versos que se atribuyen a Trabajos y días de Hesíodo, pero son con casi toda seguridad una interpolación posterior, cuentan que Zeus lo liberó de su destierro para permitirle asumir esta función.[34] Plutarco recopila un pintoresco relato en el que duerme para siempre en una isla más allá de Gran Bretaña (esto es, en los confines del mundo conocido) con muchos seguidores junto a él y con Briareo como su guardián.[35] En las versiones racionalistas de naturaleza evemerística que representan a Crono y a Zeus como reyes primigenios, se dice a menudo que Crono buscó refugio en Italia tras ser depuesto, y se escondió de Zeus en el Lacio (Latium), y de ahí su nombre (como si se hubiera derivado del verbo latino latere, esconderse). Virgilio alude a esta tradición en la Eneida y dice que Saturno (Crono) había gobernado durante su exilio en el lugar de la futura ubicación de Roma, donde había reunido a las gentes del lugar y les había llevado a una edad dorada.[36]
Rea, o Reia, la esposa consorte de Crono, es una figura grandiosa aunque de algún modo desdibujada que ocupa un pequeño lugar en el culto griego (sin contar su identificación con Cibeles, cf. infra). Sin embargo, fue objeto de cierto culto junto a su esposo, tal como ocurrió en Atenas, donde compartió un templo con él en el recinto del Zeus Olímpico y en Olimpia, donde uno de los seis altares de los Doce Dioses (cf. p. 129) estaba dedicado a los dos.[37] También poseía una cueva sagrada en el monte Taumasión en Arcadia, cerrada a todo el mundo excepto a sus sacerdotisas.[38] Dado que normalmente se creía que Zeus había nacido en Creta, es comprensible que haya sido a veces considerado como el hogar de Rea en la tradición posterior;[39] pero no hay evidencias tempranas que sugieran que en realidad fuera una diosa de origen cretense. Como madre de los dioses (es decir, los dioses olímpicos de la primera generación), Rea pudo ser fácilmente identificada con ese poder muy antiguo y ampliamente adorado, la Madre, que fue venerada bajo todo tipo de nombres en Grecia, las islas del Egeo y en Asia continental, algunas veces junto a un compañero masculino, y a veces sola. Aunque profundamente enraizado en la tradición nativa, el culto griego de la Gran Madre (Meter) llegó a estar fuertemente influido por el culto de la madre-diosa frigia Cibeles, que entró en el mundo griego desde Asia Menor. La Gran Madre se identificó tanto con Rea como con Deméter, y Rea se equiparó a menudo con Deméter, cuyo culto se extendió finalmente por gran parte del Imperio Romano. Esto tuvo consecuencias para el mito, sobre todo porque las Curetes cretenses, asociadas con Rea en conexión con la crianza de Zeus (cf. infra), llegaron a confundirse o equipararse a las Coribantes, asistentes de Cibeles en Asia Menor (cf. p. 292)
Gran parte de la mitología de Rea, tanto ortodoxa como no ortodoxa, tiene que ver con su relación con Crono y el rescate del recién nacido Zeus. Puesto que algunas leyendas afirman que Zeus nació y se crió en otras partes distintas de Creta, algunas versiones locales de la historia posterior llevan a Rea a muchos lugares distantes dentro del mundo griego (especialmente en el Peloponeso, cf. p. 121) y de Asia Menor. Para una leyenda arcadia comparable en la que se dice que escondió al recién nacido Poseidón en Arcadia, y dio a Crono un potro para que lo devorara en su lugar, cf. p. 152. En el Himno homérico a Deméter, Zeus envía a Rea como su mensajera cuando quiere informar a Deméter de su decisión sobre el destino de Perséfone;[40] y en una versión bastante temprana de la historia del asesinato y vuelta a la vida de Pélope (cf. p. 648) es Rea quien le devuelve la vida tras haber servido de comida para los dioses.[41]
Rea no fue la única pareja de Crono, aunque sólo a ella se la considera su esposa, ya que una antigua tradición afirmaba que él engendró al centauro Quirón con la ninfa oceánica llamada Fílira. Para dar cuenta de la naturaleza semiequina de su retoño, en una versión de la historia se cuenta que Crono se transformó en un semental para aparearse con ella después de que tratara de escaparse de él convirtiéndose en yegua.[42] En la versión recopilada por Apolonio, fue pillado in fraganti por Rea durante su relación sexual con Fílira en una isla del mismo nombre en el mar Negro, y dio un salto elevándose en forma de caballo (seguramente como manera de ocultarse), mientras que Fílira huyó avergonzada del lugar y se estableció en Tesalia, la patria tradicional de Quirón.[43] Según Higino, Crono consumó su relación sexual con Fílira en forma de semental mientras que ella vagaba por el mundo en busca del niño Zeus, y Fílira se quedó tan asustada por la apariencia híbrida de su hijo que rogó a Zeus que la transformara y así fue convertida en un tilo (philyra en griego).[44] Esta transformación adicional fue claramente una fantasía posterior inspirada por la etimología. Aunque al final de la Teogonía ya se le llama Filírida, Quirón es descrito desde el primer momento como hijo de Crono y Fílira en las odas de Píndaro.[45] Según su origen divino, era un ser sabio y noble, en marcado contraste con la mayoría de los Centauros (que tuvieron un nacimiento muy diferente, cf. p. 711).
La juventud de Zeus
El intento de hacer algo más que un brevísimo acercamiento a Zeus es obviamente imposible. Muchos pueblos indoeuropeos tienen una figura divina que más o menos corresponde con él, como Dyaus en India, Júpiter (esto es, Dyaus pita, el añadido significa «padre») en Italia, o Tiwaz entre los pueblos germánicos. El significado originario de este nombre parece ser «brillante» y se trata del dios del cielo, o más bien de los fenómenos celestes o, más específicamente, los atmosféricos. Sus funciones primarias parecen estar conectadas con la lluvia y la vuelta del buen tiempo así como, de forma muy característica, con el trueno y el relámpago. Está, por tanto, asociado también con lo que depende en tan gran medida del clima, la fertilidad de la tierra, aunque esto no es un aspecto muy prominente de su culto o naturaleza. De todo esto, dan constancia una gran serie de títulos, como Ombrios y Hyettios (dador de lluvia), Ourios (el que envía vientos favorables), Astrapeos (el que envía el relámpago), Bronton (el que provoca el trueno), Epikarpios (el productor de frutas) Georgos (Agricultor) y muchos otros. Con tan amplia veneración, apenas hay un ámbito de la naturaleza o de la actividad humana con la que de un modo u otro no esté relacionado. Él es protector del núcleo familiar y del orden social, y toda soberanía y ley procede de él. Se le representa con preocupaciones morales ya desde una época temprana, especialmente como guardián de suplicantes y extraños y como supervisor de juramentos y justicia. Desde Homero en adelante, estaba tan firmemente establecido como dios supremo, por lo que no nos sorprende encontrar su nombre utilizado por pensadores de tendencia monoteísta como prácticamente equivalente a «Dios». Aunque sus mitos incluyen muchos que son primitivos y grotescos, o tardíos y frívolos, difícilmente pierde su majestuosidad y es sólidamente representado en arte como una figura imponente, un hombre vigoroso en la flor de la vida, ya sea de pie o sentado en una actitud de dignidad, normalmente cubierto con un manto de la cintura para abajo, sosteniendo un cetro, un rayo, o ambos y acompañado por su inseparable águila.
A Zeus se le representa a menudo, tanto en arte como en literatura, asociado con el roble, árbol señalado como apropiado no sólo por su belleza, majestuosidad y longevidad sino también por dos hechos llamativos, por un lado era muy abundante en la antigua Grecia y por otro que muy frecuentemente era alcanzado por los rayos (tal y como los antiguos relataban y como la moderna silvicultura ha demostrado estadísticamente).
El rayo y la égida son dos importantes atributos de Zeus. Del primero sólo es necesario decir que antes de que llegara a ser entendido su auténtico carácter como fenómeno eléctrico, el poder destructivo del relámpago alentó la idea de que algún proyectil pesado y dirigido caía del cielo junto a la luz del rayo; ¿qué podría ser más natural que asumir que se trataba del arma especial del dios de los cielos? En el arte griego, el rayo de Zeus era mostrado como un objeto bicónico al que a menudo se unían fogonazos de relámpagos ya establecidos y en algunos casos también alas. Como ya hemos visto, lo crearon los Cíclopes.
Se describe la égida (o aegis en su forma latina), desde Homero en adelante, como una prenda adicional o pieza de armadura exterior que puede ser utilizada como corselete o como una especie de escudo. Cuando un dios la vestía o la sostenía, no sólo era una potente defensa sino también una poderosa arma mágica que podía inspirar terror al enemigo si se mantenía en la mano y se agitaba. Aigiochos, el portador de la égida, es un título común de Zeus. Según la Ilíada, Hefesto se la dio como objeto temible que podría causar terror en los hombres y era brillante a la vista, con flecos enmarañados y cien borlas doradas.[46] Aunque Zeus la agita en un momento a fin de infundir pánico en los griegos, y se sugiere que lo vuelve a hacer en Troya el día que cae la ciudad,[47] es su hija favorita Atenea quien la utiliza con más frecuencia (y también Apolo en dos ocasiones).[48] En la tradición posterior es en principio un atributo de Atenea, a la que se puede ver con ella puesta en las pinturas de los vasos de cerámica. En tales imágenes suele aparecer con cabezas de serpiente. Según un fragmento de Hesíodo, Metis la fabricó para Atenea.[49] Como elemento que era llevado o blandido por el dios del trueno, se afirmó en una ocasión que podría ser interpretada como una nube del trueno, aunque el significado más sencillo de la palabra descarta esto: égida simplemente significa piel de cabra, así como nebris significa piel de cervatillo. En su origen, este objeto misterioso no es más que la piel de una cabra con su pelo. Precisamente ese atuendo ha sido conservado hasta tiempos modernos por los campesinos griegos, y, sin duda, cubrió muchos objetos antiguos de culto hechos de madera o piedra que representaban a Zeus, puesto que era bastante habitual en Grecia vestir las estatuas. Dado que era una piel tosca, podía servir a su portador como defensa, no sólo contra las inclemencias del tiempo sino también contra un golpe del enemigo. La égida divina, utilizada como vestimenta o blandida por una deidad inmensamente poderosa, podría ser imaginada como una protección excelente y objeto que inspiraba admiración.
Ya se ha dicho algo sobre las circunstancias del nacimiento de Zeus en relación al mito de sucesión (cf. p. 111), según el que Rea lo ocultó en Creta para librarlo de ser devorado por Crono y engañó a su marido al darle a comer una roca en vez de su hijo. Según Hesíodo, ella marchó a la ciudad cretense de Licto (al oeste de Cnosos) y allí le llegó el momento de dar a luz a Zeus. Después lo confió a su madre Gea para que lo alimentara y lo criara; de este modo Gea lo ocultó dentro de sí misma, en una cueva remota en el monte Egeo (por otro lado desconocido, pero que posiblemente puede ser identificado como una de las numerosas montañas cerca de Licto en las que se encuentran grutas sagradas minoicas).[50] Esta versión es específica de la Teogonía puesto que en la tradición posterior la cueva se localiza en el monte Ida, en el centro de Creta o, más raramente, en el monte Dicte, en el este.[51]
Zeus fue criado durante su infancia por una ninfa o ninfas locales. En lo que quizá fue la tradición más aceptada, le atendió la ninfa Amaltea, que lo alimentó con la leche de la cabra que poseía.[52] En otra versión, que aparece por primera vez en Calímaco, Amaltea era el nombre de la misma cabra y la ninfa Adrastea alimentó a Zeus con su leche junto con la miel de un panal. Otra fuente señala que sus cuidadoras fueron Adrastea e Ida y las ninfas Hélice y Cinosura, u otras figuras semejantes.[53] Había también relatos pintorescos en los que se decía que había sido alimentado por abejas o amamantado por una hembra de cerdo o algo parecido.[54] Para evitar que Crono pudiera oír los gritos de la criatura, unas divinidades cretenses menores, los Curetes (cf. p. 292) danzaban un ruidoso baile de guerra cerca de la entrada de la cueva, golpeando sus lanzas contra sus escudos.[55] En una versión ligeramente diferente, Amaltea colgó al niño en una cuna instalada en un árbol de manera que no pudiera ser encontrado ni en la tierra, ni en el cielo ni en el mar, y los Curetes bailaban alrededor del árbol.[56] Gran parte de este hecho está asociado con prácticas rituales, y en concreto con el ritual cretense: las excavaciones han mostrado que un gran número de santuarios en cuevas de Creta eran lugares sagrados muy antiguos, del período minoico. Las danzas de los Curetes pueden relacionarse con bailes similares representados por jóvenes cretenses en rituales de iniciación o similares (cf. p. 292). Además, parece que un niño divino que nacía (y probablemente moría) cada año era un importante objeto de adoración entre los cretenses.
Antonino Liberal recoge un curioso relato sobre la cueva de Zeus en su antología de los mitos de transformación. La cueva (en una localización indeterminada) estaba habitada por abejas sagradas que habían cuidado al niño Zeus, pero que por otro lado era una tierra prohibida tanto para dioses como para mortales. En una ocasión cuatro ladrones entraron en la cueva para robar algo de miel, llevando puestas armaduras de cuerpo entero (a fin de protegerse contra las abejas, y posiblemente contando también con su valor como protector contra los malos espíritus). Sin embargo, cuando vieron los pañales de Zeus y la sangre que había sido derramada al nacer, su armadura se quebró y cayó de sus cuerpos. Zeus pudo haberlos matado con un rayo como castigo por su sacrilegio si las Moiras (Hados) y Themis (como guardiana de la ley divina) no le hubieran frenado al recordarle que nadie tenía permitido morir en lugar tan sagrado. De modo que los transformó en varios pájaros con sus mismos nombres (Layo, Céleo, Cerbero y Egolio). El autor señala que la sangre dentro de la cueva solía hervir en un determinado momento cada año, supuestamente en el aniversario del nacimiento de Zeus, dando lugar a una gran llamarada que salía de la cueva.[57]
La literatura astronómica también ofrece algunos relatos curiosos sobre la infancia de Zeus. En una de esas historias, se dice que la cabra nodriza que tuvo a su cargo al niño Zeus fue una maravillosa hija del dios solar Helios, cuyo brillo cegador asustaba tanto a los Titanes que pidieron a la Tierra que la ocultara de su vista en una de las cuevas de Creta. Cuando Zeus creció y se preparaba para su guerra contra los Titanes, supo que obtendría la victoria si utilizada la piel de la cabra como escudo (esto es, como su égida). Una vez que obtuvo la victoria, cubrió los huesos de la cabra con otra piel, la revivió y la hizo inmortal, colocándola en los cielos como Capella (la Cabra), una estrella brillante en la constelación de Auriga.[58] En otro relato de este tipo, Crono se puso en camino a la búsqueda de Zeus y llegó a Creta, pero su hijo lo engañó y se ocultó transformándose en una serpiente y a sus dos cuidadoras en osos. Más tarde Zeus conmemoró el incidente colocando imágenes de los tres animales en el cielo como las constelaciones de Dragón y las Osas Mayor y Menor.[59] Algunos dicen que se lo llevaron a la isla de Naxos cuando su padre salió en su busca y fue criado allí a partir de ese momento.[60]
Había gran número de tradiciones locales en las que se afirmaba que Zeus había sido criado en la Grecia continental (especialmente en el Peloponeso) o en Asia Menor. Según la tradición arcadia, por ejemplo, Rea lo dio a luz en el monte Liceo (importante centro de culto, cf. p. 693) y tres ninfas locales, Neda, Tísoa y Hagno, lo criaron en una zona de la montaña conocida como Cretea. Neda era la ninfa del río Neda que brotaba en el Liceo y corría hacia el oeste en dirección a Mesenia. Se decía que la Tierra lo había hecho surgir a petición de Rea a fin de poder lavar al recién nacido Zeus. Las otras dos ninfas eran epónimas de manantiales de montaña.[61] Los mesenios afirman, por su parte, que los Curetes habían llevado al niño Zeus a su propio territorio donde había sido criado por Neda e Itome (el epónimo de la montaña mesenia del mismo nombre). Al dar cuenta del relato mesenio, Pausanias señala que sería imposible, incluso si se hubiese querido, enumerar todos los pueblos que insisten en afirmar que Zeus había nacido y sido criado en su tierra.[62]
Cuando Zeus se hizo adulto, volvió para enfrentarse a Crono y a los Titanes tal y como se ha contado. Tras la derrota de los Titanes, tuvo dos importantes asuntos que resolver, la división del universo conquistado entre él y sus hermanos y la búsqueda de consorte; además de sofocar varias rebeliones contra el nuevo orden divino.
Según una conocida narración relatada por Homero, pero no por Hesíodo, el primero de estos tres asuntos fue solucionado breve y amistosamente: Zeus, Poseidón y Hades, los tres hijos varones de Crono, echaron a suertes las tres principales divisiones del dominio ancestral: el cielo, el mar y el mundo subterráneo. Acordaron mantener la tierra y el alto Olimpo en común. Como resultado del reparto, Zeus ganó el amplio cielo, Poseidón el mar que sería su casa para siempre y Hades las oscuras regiones inferiores.[63] Tras descender a su dominio infernal, Hades vivió una vida apartada y tuvo poco contacto con los dioses del Olimpo.
Las amantes de Zeus y los orígenes de los dioses olímpicos
Al menos en la versión de Hesíodo, los escarceos matrimoniales de Zeus fueron un asunto enormemente complicado; puesto que, aunque Hera es la única diosa con la que se dice que Zeus tuvo una relación marital en sentido estricto, Hesíodo presenta sus uniones con otras diosas como una serie de matrimonios previos. Como todo el mundo sabe, Zeus era un dios prodigioso en el amor que se relacionó con muchas otras grandes mujeres, mortales y divinas, y se le atribuyen numerosos hijos. En un pasaje enormemente humorístico de la Ilíada,[64] recita una lista de sus conquistas a su esposa cuando está a punto de hacer el amor con ella, y le dice que nunca sintió tal deseo por ninguna de las otras como siente por ella en ese momento, ni siquiera por la esposa de Ixión, o por Dánae, Europa, Sémele o Alcmena o, entre las diosas, por Deméter o Leto (y podría haber citado muchas más). Por supuesto, había buenas razones, religiosas y mitológicas para que se le haya llegado a atribuir tantas amantes e hijos. En el caso de sus hijos divinos, se pensaba que era el único padre apropiado para las grandes deidades olímpicas que no fueran sus hermanos y hermanas; y deidades menores que también contribuyeron de algún modo al establecimiento del orden divino podrían encajar como hijos suyos. En cuanto a sus aventuras amorosas con diosas, llegó a estar vinculado, evidentemente, con alguna de ellas por razones culturales y religiosas. Dado que era el dios varón del cielo es comprensible, por ejemplo, que se hubiera unido a las diosas de la tierra como Deméter y Sémele, originariamente una diosa tracia, aunque más tarde fuera clasificada como una heroína mortal (cf. p. 233). Sin embargo, una vez que se había unido con varias de dichas diosas en las leyendas de diferentes zonas, o se vinculaba con algunas de las diosas como el padre de varios hijos, los problemas surgieron tan pronto como se hicieron intentos de poner en correlación todas las diferentes leyendas (y tales intentos tuvieron lugar muy pronto). Por todo ello, se le tiene que representar o bien como polígamo, o bien como un marido infiel a su legítima reina. La primera solución era imposible puesto que los mismos griegos eran monógamos y concebían a sus dioses según sus mismas prácticas; lo segundo está más de acuerdo con sus propias ideas, ya que toleraban tales situaciones y, si surgían de ellas hijos, éstos tenían un lugar subordinado, aunque reconocido, dentro de la familia. Así se aceptó que Zeus tuviera una única esposa, Hera, pero que engendrara a muchos hijos ilegítimos, que, con algunas excepciones, adquirían un estatus divino, si sus madres eran diosas, o uno mortal, si habían nacido de madres humanas. Sin embargo, en la Teogonía, sus principales amantes divinas son seis esposas que él había desposado antes de su último y definitivo matrimonio con Hera; y aunque este esquema parece haber dejado poca huella en la tradición posterior, sería conveniente considerar las diferentes uniones en el orden en el que son presentadas en dicho poema.
Zeus tomó a la oceánide Metis, personificación de la sabiduría y la astucia, como primera esposa, pero ésta fue una unión peligrosa porque ella estaba destinada a tener dos hijos excepcionales: primero una hija, Atenea, que sería tan sabia y fuerte como su padre, y después un hijo que lo derrocaría como soberano de dioses y mortales. Al ser alertado de este peligro por Gea y Urano, engulló a Metis cuando quedó embarazada de su primer hijo. De este modo Atenea nació del cuerpo de su padre, ya que salió de su cabeza (cf. infra p. 244), y el amenazante hijo profetizado nunca fue concebido.[65] En una versión bastante diferente recogida en otro poema del corpus hesiódico (posiblemente de la Melampodia), Zeus estaba tan furioso porque Hera había dado a luz a Hefesto sin necesidad de la intervención de un padre (cf. p. 125) que partió para llevar a cabo una acción equivalente. Lo logró, en cierto sentido, al tener relaciones con Metis y luego tragársela, de modo que el retoño concebido por ambos nació finalmente de él.[66]
Los diferentes elementos en este mito se pueden desentrañar sin gran dificultad. La acción salvaje de engullir a Metis está evidentemente tomada del mito de la descendencia. Una vez que supo del peligro de que uno de sus hijos lo destronara (del mismo modo que él había derrocado a su propio padre), Crono se tragó a sus hijos al nacer, pero fracasó porque Zeus quedó a salvo. Dado que el ciclo de derrocamiento llega a su fin con Zeus, ¿es raro imaginar una historia en la que Zeus se entera de que un hijo suyo podría destronarlo, pero en la que se elimina el peligro con una treta similar que la que había intentado su padre? Aquí, además, Zeus devora a la futura madre del niño en vez de al propio niño. En segundo lugar, el hecho de que engullera a Metis puede entenderse como una especie de alegoría: al ingerirla, Zeus toma posesión de la sabia astucia que ella representa, que corresponde al dios supremo. Con toda probabilidad, la historia del nacimiento de Atenea de la cabeza de Zeus surgió en tiempos muy remotos como mito independiente, pero terminó vinculado a esta historia. Como Atenea mantiene una clara afinidad con Metis, como diosa que destaca por su sabiduría práctica (metis) y que preside todas las tareas manuales, y si se asume que Metis estaba embarazada de esta hija cuando fue tragada, se puede explicar cómo el mismo Zeus pudo quedarse «embarazado» de Atenea.
Después de devorar a su primera esposa, Zeus desposó a la titán Themis, que representa otro aspecto de su soberanía como personificación de la ley y el orden. Ella le dio dos grupos de hijos que contribuyeron en sus diferentes modos al ordenamiento del mundo, las Horas (las Estaciones, cf. infra p. 279) y las Moiras, que ya han aparecido como hijas de la Noche junto con otros poderes siniestros (cf. p. 60) pero que son reclasificadas ahora en la medida en la que asignan el bien y el mal a los mortales según la autoridad de Zeus.[67]
Un fragmento de Píndaro describe a Themis como la primera mujer de Zeus. Cuenta que las Moiras la condujeron hasta el Olimpo para convertirla en esposa de Zeus y que éste engendró con ella a las Horas. En esta versión, queda claro que las Moiras no son sus hijas.[68] Normalmente se la presenta como acompañante de Zeus y no como consorte, una consejera que le advierte de no cortejar a Tetis (cf. p. 93) y lo ayuda en la planificación del comienzo de la guerra de Troya en una antigua versión de la narración. En uno de los últimos Himnos homéricos, ella se sienta junto a él como confidente y se inclina hacia él para escuchar sus revelaciones.[69] Está dotada de poderes proféticos como su madre Gea, a quien en ocasiones se dice que sucedió como deidad presidente en Delfos antes de la llegada de Apolo.[70] Los relatos épicos homéricos le atribuyen un papel especial como divinidad que preside las reuniones de dioses y mortales.[71]
La tercera esposa de Zeus, Eurínome, era una oceánide igual que la primera. Le dio un único grupo de hijas, las Cárites o Gracias (cf. infra p. 278).[72] Bastante más importante fue su unión con la diosa del cereal Deméter, que dio lugar al nacimiento de Core (la Doncella), conocida también como Perséfone (cf. pp. 181 y ss.).[73] Su siguiente consorte, tras Deméter, fue la titán Mnemósine, personificación de la Memoria, que le dio un grupo de nueve hijas, las Musas, de las que se hablará en el capítulo VI (cf. p. 273).[74] Dado que las Musas fueron originariamente diosas de la música y de la poesía, Mnemósine era la madre lógica para ellas, no sólo porque la poesía preserva la memoria del pasado sino también porque el mismo poeta tenía que confiar especialmente en la memoria antes de la invención de la escritura. La sexta y última de estas esposas preliminares de Zeus, fue su prima Leto, hija de los titanes Ceo y Febe. Con ella engendró a dos de los grandes dioses del Olimpo, Ártemis y Apolo.[75] Dado que las versiones posteriores del nacimiento de éstos presentan a su madre como víctima de los celos de Hera (cf. p. 233), se asumía comúnmente que Zeus ya estaba casado con Hera cuando fueron concebidos. Los gemelos divinos nacieron en la isla sagrada de Delos.
Como séptima y última esposa en la versión de Hesíodo, o como su única esposa en la tradición habitual, Zeus se casó con su hermana Hera.[76] De manera bastante directa, en la Ilíada se indica que ella fue su primera elección y no la última, e incluso en un pasaje se deja ver que la pareja había tenido relaciones por primera vez antes del destierro de Crono.[77] Como gran diosa de Argos desde tiempo inmemorial, Hera era la más augusta de todas las diosas griegas, y es por tanto comprensible que acabara unida a Zeus como su legítima esposa, aunque en origen estuviera vinculada a él. En cuestiones de culto, de hecho, ella se mantuvo durante largo tiempo independiente de Zeus. Fue en un principio la diosa del matrimonio y de las mujeres casadas. Su naturaleza, funciones y mitos serán examinados en el capítulo IV
Hera tuvo tres hijos con Zeus, fruto de su matrimonio, llamados Hebe, Ares e Ilitía. En paralelo al nacimiento de Atenea, salida de la cabeza de Zeus, dio a luz a Hefesto, hijo únicamente de ella, no fruto de una relación sexual.[78] Tal es la versión al menos en la Teogonía, aunque en otras fuentes, incluida la épica homérica, Hefesto normalmente es un hijo más de Zeus y Hera.[79] El carácter y mitos de este dios del fuego y la forja se considerarán en el capítulo V, al igual que los de su sanguinario hermano o hermanastro, Ares, el dios de la guerra. Hebe e Ilitía, dos deidades relativamente menores, son hijas adecuadas para una diosa que estaba íntimamente asociada con la vida de las mujeres. Representan respectivamente la diosa que personifica el florecimiento de la juventud, y la diosa del nacimiento de los hijos. Ambas diosas aparecen en el culto, aunque de manera muy limitada en el caso de Hebe, pero ninguna de ellas tiene un papel principal en el mito. Sólo se ha recopilado una única historia destacable de Hebe, en concreto la que cuenta su boda con Heracles, después de que él fuera elevado al Olimpo como dios, compartiendo así la juventud eterna de los inmortales (cf. p. 376). Por otro lado, estuvo dispuesta a realizar trabajos menores para sus compañeros del Olimpo, como el de copera,[80] y según un relato de Eurípides, una vez ella rejuveneció a Yolao, sobrino de Heracles, a fin de permitirle matar a un odiado enemigo de su familia (cf. p. 378). Aunque se presenta muchas veces a Ilitía como diosa propiciadora del parto, sus apariciones más significativas en el mito son dos historias en las que Hera pretende dificultar el nacimiento de hijos ilegítimos de Zeus, ya que se ha dicho que Hera detuvo a Ilitía en el Olimpo cuando Leto iba a dar a luz a Apolo y Ártemis (cf. pp. 253-254) y que dio órdenes a ella o a las Ilitías de retrasar el nacimiento de Heracles (cf. p. 327).
En Olimpia, en la región de Élide, Ilitía era honrada junto con un niño divino llamado Sosípolis. El origen de este culto se explicaba por la siguiente leyenda. En cierta ocasión, hace mucho tiempo, cuando los habitantes de la Élide esperaban un ataque del ejército invasor arcadio, una mujer del pueblo se aproximó a los comandantes acompañada por un niño. Les dijo que era su propio hijo y que un sueño le había ordenado entregarlo a la lucha en defensa de la Élide. Tomándola la palabra, las autoridades lo dejaron desnudo en la vanguardia del ejército y cuando los arcadios avanzaron, se convirtió en una serpiente que causó entre ellos tal alarma que dieron la vuelta y huyeron. Tras su victoria, los habitantes de la Élide construyeron un templo para el niño en el lugar donde pensaban que la serpiente había desaparecido bajo la tierra. Llamaron al nuevo dios niño Sosípolis (Salvador de la ciudad) y decidieron venerar a Ilitía junto con él, porque «lo había traído al mundo» (razón poco convincente a todas luces).[81] Apenas hay duda de que Ilitía, con su nombre no griego y de origen cretense, aparezca aquí como madre divina de un niño divino, a la manera del modelo cretense.
Homero y autores posteriores se refieren en algunas ocasiones a Ilitía en plural.[82] El nombre Ilitía se le da también como título a Hera y Ártemis, dos diosas principales vinculadas con el nacimiento de los niños. Los romanos equiparaban a Ilitía con Lucina o Juno Lucina, su diosa del nacimiento.
Hay una consorte de Zeus, posiblemente la más anciana de todas, que no se encuentra en la lista de Hesíodo, llamada Dione. Aunque aparece dos veces en la Teogonía, primero entre las deidades de advocación en los cantos procesionales de las Musas (lo cual podría implicar que ella era una diosa de cierta eminencia), y luego entre las hijas de Océano,[83] no se sugiere en ningún lugar que tenga una vinculación especial con Zeus. Sin embargo, Homero se refiere a ella como la madre de Afrodita, que en sus poemas, sin ninguna duda, es hija de Zeus, y por tanto, tuvo que haber sabido de la unión entre Zeus y Dione. Ella anima y consuela a Afrodita en la Ilíada cuando llega al Olimpo después de que Diomedes la hiera en la batalla (cf. p. 596).[84] Hay varias indicaciones que sugieren que alguna vez tuvo más importancia de la que cabe pensar a partir de las escasas menciones que se hace de ella en las obras de los principales poetas. El Himno homérico a Apolo la incluye, por ejemplo, entre las primeras diosas que atendieron el parto de Leto,[85] y es ya significativo que su nombre parezca ser el equivalente femenino del de Zeus (cuyo genitivo es Dios). En época clásica, era una diosa principal sólo en Dodona (Epiro), lugar del antiguo oráculo de Zeus, donde se la veneraba como esposa de Zeus Naios (del agua que fluye).[86] Ferécides describe a Dione como una ninfa originaria de Dodona, por razones comprensibles, mientras que Apolodoro la convierte en una figura mucho más importante al incluirla junto a los Titanes.[87] La versión de Hesíodo sobre el origen de Afrodita (cf. p. 110) suplantó en gran medida el relato de la Ilíada que la hacía hija de Dione. Esta relación nunca se ha reflejado en el culto, aunque poetas de tradiciones posteriores algunas veces se refieran a Afrodita como Dionaie (hija de Dione) o incluso la llamen Dione.
En este punto, puede ser útil hacer una relación de los orígenes de los principales dioses del Olimpo. Tal como se señaló anteriormente, éstos eran tanto hermanos de Zeus como sus hijos, con la posible excepción de Afrodita, en caso de que hubiera nacido de la espuma del mar que rodeaba los genitales seccionados de Urano (como figura en la versión de Hesíodo cf. p. 110) y Hefesto, si se considera que era hijo sólo de Hera. Dejando aparte a Afrodita, por ahora, los principales dioses olímpicos pueden dividirse en tres grupos. Aquellos que pertenecían a la primera generación como hijos de Crono y Rea eran Zeus, Hera, Poseidón y Hestia. Aunque Hades también pertenecía a esta generación, vivía muy lejos del Olimpo en su reino subterráneo. Cuatro dioses principales nacieron como hijos de Zeus en la siguiente generación, éstos son Atenea, que nació de su cabeza, Apolo y Ártemis, sus dos hijos con Leto, y Ares, hijo de Zeus y Hera. Hefesto también pertenece a esta generación, tanto si era hijo de Zeus y Hera, como si lo era sólo de Hera. Finalmente, durante la edad heroica, Zeus engendró a Dioniso y Hermes de dos mujeres mortales, Sémele, hija de Cadmo, y Maya, hija de Atlas, respectivamente. En cuanto a Afrodita, ella fue la primogénita de los dioses olímpicos en caso de haber nacido en la forma anteriormente descrita, tal como normalmente se asume. También puede pertenecer a la segunda generación en caso de ser la hija de Zeus y Dione como en la versión homérica. Las genealogías de los dioses olímpicos están resumidas en la Tabla 1.
Desde el período clásico en adelante, comúnmente se creía que había doce dioses principales, una idea que se derivó de consideraciones de culto, más que puramente mitológicas. El culto a los Doce Dioses surgió en Asia Menor durante el período arcaico y se estableció de forma permanente en la Grecia continental durante el siglo V a.C. Píndaro hace mención del culto de los Doce Dioses en Olimpia, donde se los veneraba en seis altares. Tanto Heródoto como Tucídides dan testimonio de la existencia de un altar erigido por el joven Pisístrato en su honor en el ágora ateniense.[88] La lista canónica de los Doce, tal como se estableció en Atenas y fue posteriormente transmitida a Roma es la siguiente: Zeus, Hera, Poseidón, Deméter, Apolo, Ártemis, Ares, Afrodita, Hermes, Atenea, Hefesto y Hestia.[89] Debe mencionarse que Hestia, que disfrutó de cierta preferencia en el culto, pero que no es importante para el mito (cf. p. 197), está incluida en la lista mientras que Dioniso está ausente. Sin embargo todos los que aparecen nombrados son, de todos modos, las deidades a las que cabe considerar las principales del Olimpo desde un punto de vista mitológico. Otros dioses terminaron incluidos en el grupo de los Doce en otros lugares de culto. Éstos son los dioses venerados, por ejemplo, en los seis altares de Olimpia: Zeus Olímpico, Poseidón, Hera, Atenea, Hermes, Apolo, las Gracias, Dioniso, Alfeo (el dios-río de la región, cf. p. 80), Crono y Rea.[90]
Los grandes dioses de los griegos eran completamente antropomórficos, por más que algunas divinidades menores y espíritus de la naturaleza tuvieran características animales (así como algunos monstruos de pies a cabeza que se incluyen en las genealogías divinas, en su mayoría descendientes de Ponto). Al igual que sus contrapartidas en el Oriente Próximo, con la excepción de Egipto, se los imaginaban como seres humanos magníficos en su apariencia exterior y comparables a los humanos en emociones y deseos, así como en su configuración familiar y su vida social. Sin embargo, diferían de los mortales principalmente en dos aspectos: sus cuerpos eran inmortales y sin edad (aunque no inmunes al daño temporal), y disfrutaban de una forma de existencia corpórea que imponía muchísimas menos limitaciones que la nuestra. Nacían como resultado de la relación sexual y tenían que crecer (incluso aunque a veces fueran maravillosamente precoces, cf. pp. 203-223), pero su desarrollo y crecimiento se frenaba en cuanto alcanzaban la madurez. Algunos eran como jóvenes en apariencia, otros más maduros y majestuosos. La imagen de un dios no era siempre fija. Dioniso se hizo más joven según evolucionó la tradición, y un dios menor, Eros, incluso volvió a la infancia. Aunque necesitaban comida para dar sustento a sus cuerpos, se alimentaban con un manjar divino especial, néctar y ambrosía, que podría representarse como miel e hidromiel, respectivamente. Un fluido divino, el icor, corría por sus venas en vez de la vulgar sangre humana y eran inmunes a la decadencia propia de la edad. Homero relata este aspecto de su psicología en relación con una herida recibida por Afrodita, que hizo que saliera al exterior «la inmortal sangre de la diosa, el icor, que es lo que fluye por dentro de los felices dioses; pues no comen pan ni beben rutilante vino, y por eso no tienen sangre y se llaman inmortales».[91] Ya que eran inmortales, no podía concebirse que murieran si se les privaba de su alimento. Según Hesíodo, un dios podría caer en coma si se le privaba de ello durante un año tras romper su solemne juramento (cf. p. 89) y así perdía su vitalidad y fuerza para hablar. Tampoco podían morir por heridas recibidas en luchas o batallas, pero podían sentir dolor y beneficiarse de la atención de un sanador (como hace Ares en una ocasión en la Ilíada) o podían presentarse insensibles al dolor. De modo más general, sus poderes, aunque finitos y corpóreos, estaban mucho menos limitados que los de los mortales: podían trasladarse a una inmensa distancia en muy poco tiempo, se transformaban a voluntad y alteraban la apariencia de personas u objetos, veían cosas desde muy lejos, escuchaban en el cielo plegarias dichas en la tierra e incluso ayudaban o perjudicaban sin estar realmente presentes.
La rebelión de Tifón
Tras obtener el poder en su revuelta contra Crono, Zeus tuvo que reprimir algunos levantamientos contra su propia soberanía. Dado que era mucho más fuerte que otros dioses del Olimpo, las amenazas eran suficientes para evitar que se opusieran a su voluntad y, por supuesto, a su ley. En un pasaje confuso de la Ilíada, se jacta de que si todos los otros dioses y diosas agarraran un cabo de una cuerda dorada y él el otro, todos ellos serían incapaces de expulsarle del Olimpo, mientras que él, si se pusiera a ello, podría izarlos a todos junto con la tierra y el mar; luego ataría la cuerda alrededor de la cima del Olimpo, dejando todo suspendido por los aires.[92] Sin embargo, Homero relata que Hera, Atenea y Poseidón una vez planearon destronar a Zeus y atarlo, pero sus planes quedaron desbaratados gracias a la rápida acción de Tetis, que convocó al centimano Briareo (cf. p. 109) y lo hizo salir del mar para que los intimidara.[93] No es posible afirmar si el poeta extrajo esta historia de la tradición anterior o sencillamente la inventó. Puesto que las divinidades en cuestión fueron ardientes defensoras de la causa de los griegos en la guerra de Troya, y a menudo, en la Ilíada, chocan con Zeus a causa de ello, es ciertamente posible que haya existido un relato antiguo en el que intentaran hacer prevalecer su voluntad sobre Zeus en algún momento del conflicto. Sin embargo, generalmente se acepta que todas las rebeliones graves contra Zeus vinieron desde el exterior del mundo olímpico, y se dirigieron contra el dominio del Olimpo en conjunto. En primer lugar, Gea trajo al mundo seres de tamaño y fuerza enorme en dos ocasiones sucesivas, el monstruoso Tifón y la raza de los Gigantes para que hicieran la guerra contra Zeus y los nuevos dioses gobernantes. Posteriormente, los Alóadas, unos hijos gigantes de Poseidón organizaron una rebelión para asaltar el Olimpo.
El mito de Tifón tuvo con casi toda certeza un origen anterior al de la guerra entre los dioses y los Gigantes, no mencionada en la Teogonía de Hesíodo. Tifón (o Tifeo) fue el más terrible de estos adversarios de Zeus, ya que era tan inmensamente fuerte que pudo amenazar el poder divino por sí solo. Según Hesíodo (que utiliza las dos formas de su nombre), Gea lo engendró de Tártaro como el último de sus hijos primigenios, y fue un monstruo tan formidable que bien podía haber vencido si Zeus no hubiera respondido rápidamente a la amenaza.
Sus manos realizaban obras de fuerza e incansables eran los pies del valeroso dios. De sus hombros nacían cien cabezas de serpiente, dragón terrible, aguijoneando con sus oscuras lenguas. De los ojos existentes en sus inefables cabezas, bajo las cejas, resplandecía el fuego. De todas sus cabezas brotaba el fuego cuando miraban. En todas ellas había voces que lanzaban un variado rumor indecible; unas veces, en efecto, emitían articulaciones, como para entenderse con los dioses; otras, sonidos como potentes mugidos de un toro fuerte y arrogante; otras, de un león de despiadado ánimo; otras semejantes a perritos, admirables de oír, y otras silbaba y las enormes montañas le hacían eco.[94]
Aunque sea elocuente en sus formas, esta primera descripción de Tifón no es completa ni precisa. En el siguiente retrato literario, en un resumen en prosa de un poema de Nicandro (siglo II a.C.), tiene armas mucho más importantes, además de sus muchas cabezas, y está dotado también de alas y enormes colas de dragón que salen de sus muslos.[95] Las alas pueden encontrarse desde épocas anteriores en dibujos de vasos, que por lo general representan a Tifón como un ser compuesto por una cabeza y torso humanos junto con una parte inferior formada por dos o más colas de serpiente. Puesto que las serpientes son seres ctónicos que emergen de las grietas en el suelo, se concebía a menudo a los hombres o monstruos nacidos de la tierra con cola de serpiente (como en el caso de Cécrope, cf. p. 476, o los Gigantes en los retratos posteriores). En la descripción de Tifón que hace Apolodoro, completa y memorable aunque farragosa en algunos pasajes, parece que hay cierta confusión entre estas colas de serpiente, tal como se encuentra en imágenes artísticas, y las cabezas de serpiente que surgen de los hombros de Tifón en la Teogonía; ya que se señala que salían cien cabezas de dragón de sus hombros, que las colas de serpiente que surgían bajo sus muslos llegaban hasta su cabeza cuando estaban totalmente extendidas y que emitía silbidos violentos. Era de unas dimensiones tan monstruosas (tal como afirma el mitógrafo) que se elevaba por encima de cualquier montaña y podría alcanzar tanto el este como el oeste con sus brazos extendidos. Tenía alas por todo su cuerpo; el pelo, horrible, salía de su cabeza y mejillas y el fuego salía despedido de sus ojos.[96]
En la antigua versión de Hesíodo, el asunto se dirime en un combate singular entre Zeus y Tifón. Zeus, en todo su poder, lo ataca disparándole poderosamente con su rayo, mientras Tifón lanza sus llamas, hasta que la tierra, el mar y el cielo empiezan a bullir y el mundo a convulsionarse, haciendo que incluso Hades tiemble en las tierras subterráneas de los muertos, y también los Titanes, más abajo, en el Tártaro. Zeus sale del Olimpo, tras estos intercambios iniciales de disparos, golpea a Tifón y quema sus muchas cabezas, forzándolo a caer en tierra como un deshecho mutilado e indefenso. Completa su victoria arrojándolo al Tártaro.[97] Nada queda de él en el mundo superior aparte de su progenie, concretamente los hijos tenidos con Equidna (cf. p. 104) y los violentos y dañinos vientos que traían peligro a los marineros y daños a las cosechas.[98] Estos vientos nocivos nacidos de Tifón se distinguen de los vientos divinos y beneficiosos creados por Eos (cf. p. 88). Hesíodo no explica por qué Gea, que en otros casos tenía una buena disposición hacia Zeus, pudo desear dar a luz a este monstruo tan amenazador, ni afirma que hiciera eso con intención hostil. Según Apolodoro, Gea engendra a los Gigantes en primer lugar encolerizada por el destino de los Titanes y da a luz a Tifón como amenaza posterior para los dioses una vez que éstos vencen a los Gigantes (cf. infra p. 138).[99]
El Himno homérico a Apolo ofrece una versión diferente del origen de Tifón en la que se dice que Hera lo concibió como hijo sin padre, porque estaba furiosa de que su marido pudiera haber dado a luz a Atenea sin su participación. En su furia, golpeó el suelo con su mano y rogó a la tierra, al cielo y a los Titanes tener un hijo por ella misma que pudiera ser mucho más fuerte que Zeus, del mismo modo que Zeus era más fuerte que Crono. En su momento, dio a luz a Tifón, un ser que no se parecía ni a los dioses ni a los hombres mortales y lo confió a la serpiente de Delfos para que lo criara. El poeta narra muy poco acerca de la vida posterior del monstruo y únicamente en un par de ocasiones observa que era un peligro para los mortales.[100] Según un relato extraño rescatado de los escolios homéricos, Gea se quejó ante Hera por la matanza de los Gigantes, y ésta le sugirió que se acercara a Crono, que le dio dos huevos untados con su propio semen y le dijo que los enterrara en la tierra; que generarían un ser que privaría a Zeus de su poder. Hera los enterró tal como le indicó, en Cilicia, en Asia Menor, y el monstruoso Tifón nació de ellos; pero después lo pensó mejor e informó a Zeus, que atacó a Tifón con un rayo.[101]
En relatos posteriores a Hesíodo sobre la carrera de Tifón, principalmente en los procedentes del Este, se introducen nuevos elementos en la historia. Ya que Apolodoro proporciona una versión compuesta que incluye la mayor parte de estos nuevos elementos, será conveniente resumir su historia antes de considerar ciertos detalles de modo más pormenorizado. Cuando Tifón emprendió un ataque contra el mismo cielo arrojando rocas en llamas y emitiendo temibles silbidos y chillidos, los dioses se aterrorizaron tanto que huyeron a Egipto, donde se escondieron transformándose en diversos animales, por lo que Zeus se vio forzado a enfrentarse a Tifón solo, acribillándolo primero con sus rayos desde cierta distancia y después golpeándolo con una hoz adamantina (harpe). Tras perseguir al monstruo herido hasta el monte Casio en Siria, luchó cuerpo a cuerpo contra él pero Tifón envolvió a Zeus en sus colas, agarró su hoz y la usó para cortar los tendones de sus manos y pies. Luego lo llevó a través de los mares hasta Cilicia y allí lo depositó en una cueva (la cueva Coricia), y escondió los tendones cortados dentro de una piel de oso; y escogió a otro monstruo como su guardián: al dragón hembra Delfine, que tenía medio cuerpo con forma de serpiente y la otra mitad era una hermosa doncella. Sin embargo, Hermes y Egipán (Pan cabra) consiguieron robar los tendones, y se los colocaron y ajustaron de nuevo a Zeus, que pronto recuperó su vigor y volvió a la batalla. Según descendía del cielo en un carro, arrojaba rayos a Tifón y lo persiguió hasta el monte Nisa (de ubicación incierta cf. p. 234) donde las Moiras (Hades) lo engañaron haciendo que comiera las «frutas efímeras» (por otro lado desconocidas), que le sustrajeron parte de su fuerza. Siguió la persecución hasta Hemo, una cadena montañosa en Tracia (la actual Bulgaria), y Tifón aún era lo suficientemente fuerte como para arrojar montañas enteras a Zeus, pero éste se las devolvió por medio de un rayo, haciéndole derramar tanta sangre (haima) que la cordillera bajo él fue conocida como Hemo desde ese momento. Después huyó al extranjero, a Sicilia, donde Zeus completó su victoria enterrándolo bajo el Etna.[102]
El relato ignominioso de la huida y transformación de los dioses tenía un origen más primitivo de lo que se podría suponer dado que Píndaro ya lo había recogido en una de sus odas procesionales.[103] Se basa en un mito egipcio en el que se decía que el dios Seth y sus seguidores se habían transformado en animales cuando los persiguió Horus. Puesto que los griegos identificaban a Tifón con Seth y no con el perseguidor Horus y no tenían ningún interés en la significación original de las transformaciones, el mito se vio enormemente alterado cuando lo adaptaron a sus propios fines, ya que proporcionaba una explicación mítica a la naturaleza teriomórfica de los dioses egipcios. En la versión más antigua que ha llegado a nosotros, atribuida a Nicandro, todos los dioses huyeron presa del pánico excepto Zeus, y se convirtieron en animales a su llegada a Egipto: Apolo en un halcón, Hermes en un ibis, Ártemis en un gato, Hefesto en un buey y así el resto.[104] El esquema básico es bastante claro: los dioses griegos se identifican con dioses egipcios concretos según la tradición aceptada, y se dice que adoptaron la forma animal asociada con ese dios egipcio. Si el animal en cuestión tiene alguna relación con el correspondiente dios griego en el mito o culto nativo, mucho mejor, aunque eso no sea lo esencial. De este modo Apolo, por ejemplo, al que se le compara con un halcón en la Ilíada y en otros lugares,[105] se convierte en halcón en este mito, puesto que fue identificado con el dios egipcio Horas,[106] representado por un halcón o por su cabeza. Ovidio niega este aspecto en su versión posterior y afirma que Apolo se convirtió en un cuervo, el pájaro que más se aproxima a él en el mito griego.[107]
Se añadió un detalle posterior a la historia en la mitología astral a fin de dar una explicación mítica al origen de Capricornio, una constelación que representa un «pez-cabra», un monstruo mesopotámico que no tiene equivalencia en el mito griego. Tras la huida a Egipto junto con los otros dioses, Pan, el de los pies de cabra, se arrojó al Nilo; sus cuartos traseros se convirtieron en la cola de un pez y los delanteros en los de cabra. Zeus estaba tan admirado con su ingenioso disfraz que colocó una imagen del pez cabra resultante entre las estrellas.[108]
Aunque el relato de Apolodoro lleva a Tifón además a otras zonas, este autor estaba más vinculado con Asia Menor, especialmente con la provincia sudoriental de Cilicia, que posiblemente habría sido su patria original. En una breve referencia en la Ilíada, Homero menciona que permanecía en la tierra de los árimos (ein Arimois, expresión que también fue interpretada en relación con unas montañas llamadas las Arima),[109] y Hesíodo afirma que Equidna, monstruo que dio hijos a Tifón (cf. p. 104) vivió en una cueva bajo la tierra ein Arimoisin.[110] La mayor parte de los estudiosos de las épocas helenísticas y posteriores creían que los árimos eran un pueblo que vivía en algún lugar de Asia Menor,[111] pero incluso en el caso de que hubiera sido cierto, como así parece, sus ideas en principio se habían basado más en conjeturas que en la evidencia directa de la tradición anterior. En cualquier caso, parece que quedó firmemente establecido en tiempo de Píndaro que Cilicia era la patria de Tifón, puesto que el poeta se refiere a él como «Tifón cilicio» y señala que se crio en la «célebre cueva cilicia» que desempeña un importante papel en el relato de Apolodoro.[112] La historia de Apolodoro acerca de los tendones robados seguramente fue tomada de la mitología de Oriente Próximo. Se ha observado que hay un paralelo entre el cuento hitita de la lucha entre el dios de la tormenta y el dragón Illuyanka. En ese mito, el dios de la tormenta, fue en un principio vencido por Illuyanka, que le robó su corazón y sus ojos. Pero engendró un hijo que se casó con la hija del dragón y recuperó el corazón y los ojos robados con la ayuda de su esposa. Cuando el dios de la tormenta recuperó su condición original, salió contra el dragón por segunda vez y lo mató.[113]
La relación entre Tifón y el Etna fue bastante temprana aunque no formó parte de su leyenda desde el principio. Píndaro y el Prometeo encadenado ya mencionan que está enterrado bajo el volcán y es él quien origina sus erupciones al exhalar llamaradas.[114] Apolodoro es el único que relaciona las erupciones con los rayos que arrojó contra él Zeus. Según una tradición alternativa recogida por primera vez por Ferécides, Zeus enterró a Tifón bajo la isla de Pitecusas (Isquia, frente a Nápoles, en la que hay fuentes de agua caliente y un volcán que en la Antigüedad estaba todavía activo).[115] También se ofrecieron otras explicaciones míticas para justificar las llamas y el humo del Etna, puesto que algunos afirmaban que el gigante Encélado había sido enterrado allí (cf. p. 134) o que la forja de Hefesto estaba situada allí dentro (cf. p. 228).
La rebelión de los Gigantes
La otra revuelta más importante contra Zeus y el orden olímpico fue emprendida por los Gigantes, que fueron vencidos por los dioses con la ayuda de Heracles en el poderoso conflicto conocido como la Gigantomaquia. Los Gigantes habían nacido de la tierra, tal como implica su nombre griego. Según la Teogonía, Gea los concibió en los tiempos más remotos a partir de las gotas de sangre que manaron de los genitales cortados de Urano y cayeron en la tierra.[116] Hesíodo los describe como guerreros poderosos que vestían armaduras brillantes y portaban largas lanzas en la mano, una versión que se corresponde con su imagen más conocida en las obras de arte arcaicas. No está claro si el poeta quiso sugerir que surgieron de la tierra totalmente armados (como los espartanos en Tebas, cf. p. 389). Claudiano, un poeta romano del siglo IV d.C., es el primer autor que afirma esto de forma explícita.[117] Incluso aunque los Gigantes aparecen como seres hechos para la guerra, no hay indicación en la Teogonía de que se hubieran rebelado en algún momento contra los dioses (excepto quizá en una sección del poema posiblemente añadida en época posterior a Hesíodo, y que parece referirse a la contribución que, al parecer, hizo Heracles para ayudar a derrotar a los Gigantes).[118] De hecho, no hay una referencia concreta a la rebelión hasta que aparecen las primeras representaciones artísticas en la segunda mitad del siglo VI a.C.
Homero menciona a los Gigantes en tres ocasiones dentro de la Odisea. Los Lestrígones, adversarios de Odiseo en los mares remotos que parecen haber sido muy grandes y con seguridad muy violentos (cf. p. 637), son «no como hombres sino como Gigantes». En otro pasaje, «las tribus salvajes de los Gigantes» son agrupadas junto con los feacios y los Cíclopes como seres semejantes a los dioses. En tercer lugar, se nos dice que cierto Eurimedonte una vez gobernó a los imponentes Gigantes, pero dio lugar a la destrucción de sí mismo y su pueblo (en circunstancias no aclaradas).[119] No hay razón para suponer que esta última historia tenga algo que ver con una rebelión contra los dioses. Tampoco podemos concluir que estos Gigantes, que parece que vivieron en un lugar remoto sobre el mar, no fueran necesariamente los mismos que los de Hesíodo (como así ocurría en el caso de los Cíclopes cf. p. 108). Según un relato atribuido al poeta helenístico Euforión, Hera fue violada por el gigante Eurimedonte mientras ésta todavía vivía junto a sus padres y, fruto de ello, nació Prometeo. Cuando Zeus se enteró de esto, tras la boda, arrojó a Eurimedonte a la profundidad del Tártaro y ordenó que Prometeo fuera encadenado, utilizando como pretexto el robo del fuego.[120] La confusa referencia a Eurimedonte de la Odisea tiene que haber inspirado la invención de este mito revisionista.
Parece probable que los principales aspectos de la historia de la rebelión de los Gigantes se hayan establecido en un relato épico primitivo ampliamente conocido durante el siglo VI a.C. y que llegaran a ser aceptados como canónicos. De otro modo sería difícil de explicar la riqueza y coherencia de los restos artísticos de los siglos VI y V. La popularidad de la historia en este período está también indicada en una anotación reprobatoria de Jenófanes (nacido aproximadamente en 570 a.C.), quien afirma que la Gigantomaquia y la Titanomaquia son temas violentos que es mejor evitar en los recitales de banquetes.[121] Las primeras alusiones literarias no revelan más que el contenido de la leyenda, aparte de la ubicación de la batalla, y su aspecto más sorprendente: el hecho de que los dioses tuvieran que pedir la ayuda de Heracles (durante su juventud, cuando no era más que un héroe mortal). Píndaro recoge que hizo caer a los Gigantes con sus flechas, incluido su rey, Porfirión, cuando se enfrentaron a los dioses en la llanura de Flegras. Asimismo, el Catálogo atribuido a Hesíodo da cuenta de que llevó a la destrucción a los Gigantes en Flegras a su vuelta de la campaña contra Troya.[122] En los mapas del Egeo, la característica más llamativa de la costa norte es la Calcídica con sus tres «dientes», las penínsulas de Palene, Sitonia y Atos. Flegra o Flegras, tradicionalmente considerado como país de los Gigantes, se identificaba normalmente con la península más occidental, Palene (aunque también se pensaba que la península adyacente de Sitonia y otras zonas del interior de la Calcídica formaban parte de él). Aunque se cree que en el relato original los Gigantes se enfrentaron a los dioses en su tierra natal de Flegras, se desarrollaron versiones en las que la batalla pasó a territorio enemigo cuando intentaron asaltar el Olimpo. Se dice que algunos duelos específicos se extendieron hasta tierras extranjeras, como veremos, hasta el sur del Egeo y Sicilia. Algunas versiones helenísticas y otras posteriores trasladan todo el conflicto a otras regiones, como Arcadia o en la llanura de Flegras (Llameante), cerca del monte Vesubio en Italia.[123]
Apolodoro es el primer autor conservado que da cuenta de la progresión del conflicto. Si los motivos individuales de su narración contrastan con las primeras muestras artísticas y literarias, pronto se hace evidente que se trata de una versión compuesta, elaborada principalmente a partir de material arcaico pero también de historias (o variantes) de la tradición posterior. La implicación de Heracles es, sin duda, un elemento antiguo. Los dioses sabían por un oráculo que no podían matar a ninguno de los Gigantes a menos que un mortal estuviera en sus filas. De ese modo, Atenea pidió ayuda al más grande de los héroes mortales, Heracles, que en ese momento se encontraba en la isla de Cos, tras haber sido arrastrado por una tormenta cuando volvía de Troya (cf. p. 364). Gea supo también de ese oráculo e intentó burlarlo a través de una hierba que evitaría que sus hijos murieran con el concurso de este ayudante mortal. Pero Zeus desbarató su plan al ordenar a Aurora, el Sol y la Luna que no brillaran hasta que él mismo hubiera cogido la hierba. En ese momento, la suerte de los Gigantes quedó echada.[124] Este tema del ayudante necesario y de que los dioses (o reyes) dependan de un inferior para lograr sus victorias se puede encontrar en los mitos y el folclore de muchos países. Ya hemos visto que Zeus tuvo que confiar en los Centimanos para vencer a los Titanes. En una versión alternativa de origen helenístico, los dioses tuvieron que buscar la ayuda de dos «semidioses» y convocaron a Heracles y a Dioniso,[125] ambos engendrados por Zeus con madres mortales (y pudo entonces afirmarse que ganaron su estatus divino gracias a sus servicios a los dioses).
El Gigante más peligroso era Porfirión (ya mencionado en Píndaro y Aristófanes),[126] y también Alcioneo, que era inmortal mientras luchara en su tierra de origen. En el relato de Apolodoro, Alcioneo es la primera víctima de Heracles, que lo mata sin ayuda divina al comienzo de la batalla. Ya que el gigante recuperaba su fuerza cada vez que caía al suelo de su Palene natal atravesado por las flechas del héroe, Heracles lo arrastró más allá de las fronteras de su territorio por consejo de Atenea, y allí le dio muerte.[127]
Había una tradición que afirmaba que Alcioneo provocó todo el conflicto al haber robado el ganado del dios del sol, Helios.[128] El encuentro de Heracles con él se presenta en ocasiones como un incidente separado que no tiene nada que ver con la Gigantomaquia. Según Píndaro, Alcioneo se enfrentó con Heracles en Flegras cuando el héroe volvía de su campaña troyana con Telamón y otros aliados. Heracles lo hizo caer con sus disparos, aunque no antes de que él hubiera arrojado una enorme roca que aplastó doce carros. Puesto que el episodio se sitúa en la tierra natal de los Gigantes y se asocia, como es normal, con la expedición de Heracles a Troya, ésta es posiblemente una versión secundaria en la que el incidente se separó del conflicto general. Píndaro describe a Alcioneo como un pastor enorme como una montaña, sin especificar que era un Gigas.[129] Los escolios del pasaje recogen otra versión en la que Alcioneo ataca a Heracles y sus compañeros en el Istmo de Corinto, cuando el héroe llevaba el ganado de Gerión a Argos.[130] En una tradición que se conoce por la pintura en vasos, Heracles sorprende a Alcioneo mientras éste duerme en el suelo, y se arrastra por su cuerpo con su maza o su espada en la mano.
Debemos ahora llevar la historia a su final tal y como se cuenta en la versión de Apolodoro. Tras la muerte de Alcioneo, Porfirión lanzó un ataque contra Heracles y Hera, pero Zeus lo distrajo inspirándole un deseo concupiscente por Hera y luego lo golpeó con un rayo mientras rasgaba las vestiduras de la diosa. Aunque esto podría haber bastado para matar al gigante en circunstancias normales, Heracles, en su papel como asistente especial de los dioses, acabó con él mediante una de sus flechas. De este mismo modo, en los enfrentamientos siguientes los dioses hacen caer de distintas formas a los Gigantes y dejan para las flechas de Heracles el golpe de gracia. Puesto que Apolo era tan buen arquero como Heracles, ambos atacan al gigante Efialtes: Apolo le dispara al ojo izquierdo y Heracles al derecho. Dioniso y Hécate utilizan sus atributos de culto, el tirso y las antorchas encendidas respectivamente, contra otros dos gigantes, Éurito y Clitios. Hefesto, el herrero divino, acribilla con proyectiles de hierro al rojo vivo a Mimante. Atena mata a Encélado mientras huía, arrojando sobre él la isla de Sicilia, y desuella a otro gigante, Palante, cuya piel utiliza como armadura. Mientras persigue al gigante Polipotes por el Egeo, Poseidón arranca una parte de la isla de Cos y la arroja sobre él, creando así la pequeña isla de Nísiros, no muy lejos de allí hacia el sur. Hades, que llevaba la gorra que lo hacía invisible (cf. p. 318) para ocultarse de la vista de otros, derriba a otro gigante, al igual que Ártemis. Las Moiras (Hados) hacen caer a dos oponentes con unas mazas de bronce y Zeus ataca a otros con sus rayos, mientras que Heracles remata a los que caen y quedan moribundos en el suelo.[131] Aunque Ares no aparece en este relato, sí lo hace como adversario de los Gigantes, especialmente de Mimante, en la decoración de vasos de cerámica y en otras fuentes literarias.[132] De las dos historias en las que los Gigantes acaban enterrados bajo islas, la de Polipotes, sepultado bajo Nísiros, probablemente se generó en la épica puesto que se encontraba en la decoración de vasos de cerámica, mientras que la de Encélado, con su localización más distante al occidente, tiene aparentemente un origen helenístico.[133]
La representación de los Gigantes fue cambiando a lo largo de las épocas. En las imágenes más primitivas, del siglo VI a.C., normalmente son hermosos guerreros hoplitas con armadura y casco y luchan con una lanza o espada (en algunas ocasiones con rocas cuando la necesidad apremia, tal como hacen los guerreros homéricos). Aunque, obviamente debían de ser muy grandes y poderosos, para poder mantener una lucha contra los dioses, no se les imaginaba originalmente como gigantes en el sentido moderno de la palabra. En este sentido, es significativo que cuando un vulgar mortal se denomina gigas en la literatura griega primitiva, como es el caso del brutal Capaneo (cf. p. 419), en los Siete contra Tebas de Esquilo, la palabra sugiere violencia temeraria o impía más que una estatura excepcional.[134] En el siglo V a.C. surge una representación alternativa en la que los Gigantes son descritos como seres salvajes y primitivos que visten pieles de animal o simples túnicas (o incluso van desnudos) y utilizan rocas y cantos rodados como sus armas habituales. Finalmente, a partir del período helenístico, los Gigantes tienen colas de serpientes en vez de piernas, tal como sería lo apropiado para seres nacidos de la tierra, y son enormes de estatura.[135]
En la narración de Apolodoro sobre el origen del mundo, se dice que Tierra dio a luz a los Gigantes porque estaba enfurecida por el destino de los Titanes (que eran hijos suyos). Cuando Zeus y los dioses olímpicos vencieron a los Gigantes, al igual que a los Titanes antes que ellos, la cólera de Tierra fue tan grande que alumbró a Tifón para generar otra amenaza contra el dominio del Olimpo.[136] Aunque este relato ordena los diferentes conflictos en un esquema claro, presenta ciertas dificultades porque, en primer lugar, Tierra había ayudado previamente a Zeus contra Crono y los Titanes (a través de sus consejos en más de una ocasión, hecho que aparece tanto en la versión de Apolodoro como en la de Hesíodo) y, en segundo lugar, porque la presencia de Heracles en la Gigantomaquia implica que tuvo lugar en la era heroica, poco antes de la guerra de Troya y no en los tiempos primitivos poco después de la Titanomaquia.
La Teogonía que, por supuesto, no hace referencia a la rebelión de los Gigantes, data la revuelta de Tifón en el período inmediatamente posterior a la Titanomaquia, después del destierro de los Titanes del mundo superior, pero antes de que los dioses hubieran invitado formalmente a Zeus a convertirse en el nuevo soberano. Aunque se podría inferir de la narración de Hesíodo que Gea dio a luz a Tifón encolerizada ante el destino de los Titanes (lo mismo que Apolodoro dice de los Gigantes), no se puede asegurar nada al respecto.[137]
Los Alóadas y su rebelión
Dos hijos gigantes de Poseidón llamados los Alóadas fueron los últimos seres que organizaron una gran rebelión contra el orden olímpico, o al menos, lo amenazaron. Aunque recibieron este nombre a partir de su padre putativo Aloeo, héroe tesalio de ascendencia eolia (cf. p. 533), eran realmente el fruto de una relación extramarital entre su esposa Ifimedea y el gran dios de los mares.[138] Según Apolodoro, cuyo relato pudo perfectamente haber sido extraído de la tradición primitiva, Ifimedea se enamoró de Poseidón y acudía frecuentemente a la costa, donde recogía agua del mar con sus manos y la derramaba en su regazo, hasta que un día el dios del mar emergió de su reino y mantuvo una relación sexual con ella.[139] Probablemente en la historia original ella quedó embarazada al simple contacto con el agua del mar. Existe también una tradición alternativa de origen helenístico en la que los Alóadas nacen de la tierra, al igual que los Gigantes y Tifón antes que ellos.[140] Sus nombres eran Oto y Efialtes.
Se puede conocer mejor su leyenda a través del relato más antiguo en la Odisea, que cuenta cómo Odiseo encontró la sombra de Ifimedea en los Infiernos y cuenta: «Aseguraba haber tenido amores con Poseidón, y que parió dos hijos, que tuvieron breves vidas: Oto, rival de los dioses, y el ampliamente famoso Efialtes. A éstos los crio muy enormes la tierra productora de vida y los hizo los más hermosos después del famoso Orión. A los nueve años éstos medían nueve codos de ancho y nueve brazas de alto. Incluso a los inmortales les amenazaron con llevar al Olimpo el tumulto de una guerra estrepitosa. Estaban ansiosos por colocar el Osa sobre el Olimpo y luego sobre el Osa el Pelión de frondoso boscaje, para poder escalar el cielo. Pero el hijo de Zeus, el que diera a luz Leto de hermosos cabellos [Apolo], los mató a los dos, antes de que les floreciera la primera barba en sus mejillas y su mentón se cubriera del vello juvenil».[141]
Pelión y Osa eran las montañas más altas de Magnesia, la región costera del norte de Tesalia, y Olimpo era la siguiente gran montaña al norte. En narraciones posteriores se sugería que los Alóadas realmente habían apilado las montañas antes de ser detenidos.[142]
El relato de Homero nos cuenta menos de lo que querríamos saber. Por ejemplo, ¿cómo mató Apolo a los Alóadas? ¿Hizo eso para evitar que asaltaran el cielo? Autores posteriores vinculan su muerte con ciertas acciones descarriadas en la esfera erótica. Según la historia más habitual, Efialtes pretendió sin éxito a Hera y Oto a Ártemis, lo que hizo que ésta provocara su muerte en Naxos por medio de un engaño. La diosa se transformó en un ciervo, corrió entre ellos mientras cazaban e hizo que se mataran el uno al otro con sus jabalinas al intentar darle caza.[143] Al menos en su forma esta historia podría ser muy antigua, ya que el mismo Píndaro menciona que encontraron su muerte en Naxos.[144] Higino da una versión bastante diferente, aunque con el mismo final y relata que Apolo puso un ciervo entre ellos dos para distraerlos cuando pretendían violar a Ártemis. Se añade aquí un detalle interesante, puesto que se les castigó en el Hades por su mala acción y los ataron con serpientes, espalda contra espalda, a una columna sobre la que se sentaba una lechuza.[145] En este relato tardío resulta interesante el hecho de que Oto comparta su nombre con una especie de búho típica de Grecia; quizá el castigo de los hermanos consistía en escuchar continuamente el chillido de una lechuza.
Otro fragmento de la leyenda de los Alóadas se remonta a la Ilíada y cuenta cómo en una ocasión ataron a Ares, el dios de la guerra, y lo recluyeron durante trece meses en una vasija de bronce: «Y acaso entonces habría perecido Ares, insaciable de combate, si no hubiera sido porque su madrastra, la muy bella Eribea, se lo comunicó a Hermes, que libró furtivamente a Ares, ya abrumado, porque la severa ligadura lo iba doblegando».[146] Sería interesante saber si los Alóadas emprendieron esta acción para quitarse de en medio al dios de la guerra antes de lanzar su ataque contra el cielo, o si, por el contrario, se trata de un incidente totalmente independiente. Lo que sí es de interés son las explicaciones de los antiguos comentaristas de Homero que cuentan que Ares había enfurecido a los Alóadas al matar al joven Adonis (cf. p. 268) después de que Afrodita les hubiera pedido que lo cuidaran,[147] aunque parece poco probable que esto tuviera algo que ver con la historia original de la reclusión de Ares.
Se conoce también a los Alóadas por acciones más constructivas. Se dice que fundaron Ascra, la ciudad natal de Hesíodo en Beocia e inauguraron el culto de las musas en el monte Helicón.[148] Después de que su madre y su hermana Páncratis hubieran sido secuestradas y llevadas a Naxos, navegaron en su busca por orden de su padre y tomaron control de la isla. Sin embargo, terminaron peleando entre sí y se mataron uno al otro en una batalla que tuvo lugar en su reino insular.[149] Se afirmaba en esta narración que su tumba estaba en Naxos, donde se los veneraba como héroes en tiempos históricos. Sin embargo, sus tumbas podían verse en Antedón en la costa beocia y Oto tenía incluso otra tumba en Creta.[150] Ifimedea, por su parte, fue venerada en Milasa, en la región de Caria.[151]
Zeus y Prometeo
Prometeo, hijo del titán Jápeto (cf. p. 90), se rebeló contra la autoridad de su primo Zeus, no con la esperanza de conseguir el poder para sí mismo, a la manera de Tifón y los Gigantes, sino para conceder beneficios y justicia a la raza humana. Al utilizar la estrategia en vez de la fuerza, tuvo un éxito considerable en su empresa, aunque después pagó un alto precio por ello. El mito de Prometeo se alteró y desarrolló significativamente con el paso del tiempo. En los poemas de Hesíodo, antepuso los intereses de los mortales en dos puntos específicos y sufrió por ello para siempre, mientras que en la tradición posterior, a partir de Esquilo, fue un benefactor general (y a veces el creador y salvador) de la raza humana. Finalmente fue liberado de su castigo y se reconcilió con Zeus. Comenzaremos con el relato de esta historia tal como aparece en la Teogonía de Hesíodo.
Cuando los dioses y los mortales dejaron de tener un contacto directo y de comer juntos, se estableció una nueva relación en la que los mortales sacrificaban animales a los dioses y compartían a la víctima con ellos sin encontrarse cara a cara. Según la costumbre griega, la carne y los despojos de las víctimas servían de comida después del sacrificio, mientras que los huesos se envolvían en grasa y se quemaban en el altar para los dioses. Para explicar este acuerdo, que parece ir en desventaja para los dioses, Hesíodo presenta la siguiente historia. Cuando los dioses y los mortales discutieron en Mecone (posteriormente Sición) sobre este asunto en los tiempos más remotos, Prometeo, por alguna inexplicable razón, hizo que los mortales ganaran la disputa por medio de un engaño preparado para Zeus. Mató un buey, lo despiezó y separó la carne y las entrañas de los huesos. Después cubrió la carne y las entrañas con el estómago del buey para hacer que esa porción fuera poco apetitosa, y luego ocultó los huesos bajo una capa de grasa brillante. Aunque el poeta intenta salvaguardar la sabiduría de Zeus y señala que no lo engañó por completo, se nos dice que Zeus, en todo caso, eligió la parte más vistosa, condenando a los dioses a recibir la peor parte en los sacrificios de animales a partir de entonces.[152]
Zeus estaba tan enfadado por el engaño que retiró el don del fuego a la raza de los mortales, pero Prometeo volvió de nuevo en su ayuda al robar fuego del cielo que llevó en el seco y correoso tallo de un hinojo (nartex, esto es, férula communis, de la familia del perejil cuyos tallos contienen una savia blanca de combustión lenta). Zeus respondió a esta segunda provocación imponiendo un segundo castigo a los hombres mortales (puesto que no había mujeres como tales) y condenando a Prometeo a un tormento eterno. Como castigo a los hombres por el fuego robado, Zeus dispuso la creación de un «hermoso mal» (kalon kakon): la primera mujer. Hefesto la formó de tierra húmeda por mandato de Zeus y Atenea la cubrió con vestimentas plateadas y un velo bordado. La adornó con guirnaldas y una corona dorada del taller de Hefesto. Fue entonces llevada a un lugar en el que se encontraban reunidos hombres y dioses que, maravillados ante ella, se dieron cuenta de que sería una trampa irresistible para los hombres. En esta versión de la Teogonía, en la que se deja a la primera mujer sin nombre, Hesíodo no dice nada sobre su vida posterior, sólo se extiende con cierto celo sobre las desgracias que las mujeres y el matrimonio han traído al hombre desde entonces. Evitar el matrimonio tampoco trae ningún beneficio, puesto que Zeus también se aseguró de que en ese caso los humanos se enfrentaran a una desgraciada vejez.[153] En cuanto a Prometeo, lo ató a un pilar con cadenas imposibles de romper y envió un águila para que cada día picoteara su hígado, que volvía a regenerarse por la noche. Aunque finalmente quedó libre de este particular tormento cuando Heracles disparó al águila (cf. p. 357), una hazaña autorizada por Zeus para la gloria de su hijo, no se sugiere que Prometeo fuera liberado de sus cadenas como en la mayoría de las versiones posteriores.[154]
Hesíodo ofrece un relato más detallado del mito de la primera mujer en Trabajos y días. El foco de interés en esta versión es bastante diferente, puesto que el poeta se centra en la explicación acerca de la razón por la que los hombres llevan una vida de duro trabajo tras una existencia de asueto, que se supone que habían disfrutado en los tiempos más remotos (cf. p. 113), cuando un día de trabajo bastaba para disponer de recursos suficientes durante todo el año. Prometeo y sus acciones benefactoras fueron las culpables, como en la Teogonía, puesto que enfureció a Zeus al engañarlo (supuestamente por los sacrificios, aunque esto no se afirma), y el dios hizo esconder el fuego. Cuando más tarde Prometeo robó el fuego para beneficiar a los mortales, Zeus envió a la primera mujer para que generara problemas a los hombres.[155] Por mandato de Zeus, Hefesto mezcló tierra con agua para modelar a una mujer joven tan hermosa como las diosas inmortales. Atenea la vistió y la adornó y le enseñó a coser y a tejer. Afrodita le concedió gracia y seducción. Las Gracias y Peito (la personificación de la persuasión amorosa) la engalanaron con joyas. Las Horas (Estaciones) la coronaron con flores de primavera y por último Hermes le enseñó todas las formas de astucia y engaño y le concedió el don de la palabra. La llamó Pandora (pan, todo, dora, dones) porque todos los dioses del Olimpo la presentaron a los hombres como regalo y sufrimiento.[156] Zeus ordenó entonces a Hermes llevarla a Epimeteo (Ocurrencia a destiempo), el hermano tonto de Prometeo que la aceptó como esposa a pesar de que Prometeo le había avisado de que no debía aceptar ningún regalo de Zeus, puesto que daría lugar a sufrimiento para los hombres. Sólo después, cuando ya era demasiado tarde, entendió qué había hecho.[157] De forma muy extraña, dado que Epimeteo tiene estatus divino, este matrimonio era el medio por el que Pandora se introdujo en la raza humana. La Teogonía afirma de forma similar que Epimeteo trajo el sufrimiento a los hombres al aceptar a la mujer concedida por Zeus.[158] Se afirma en la tradición posterior que Pandora le dio una hija, Pirra, la primera mujer que nació en un proceso natural y que se casó con su primo Deucalión (cf. p. 524).
Tras su llegada al mundo mortal, Pandora abrió la tapa de una gran jarra que traía con ella, dando lugar a una gran cantidad de males y enfermedades que se extendieron por primera vez entre los mortales, ya que hasta ese momento los hombres habían vivido en la tierra libres del duro trabajo, enfermedades y otros males. Hesíodo no dice nada sobre el origen de la vasija, supuestamente se la habían dado los dioses. Por voluntad de Zeus, puso en su sitio la tapa de la vasija antes de que Elpis (Esperanza) pudiera salir. Aunque el relato no sea totalmente lógico en este momento (puesto que particularmente la Esperanza debería haber salido junto con todos los males si iba a acabar viviendo entre los mortales), sin duda significa que la Esperanza tiene que reservarse a los mortales como paliativo.[159] El motivo de la jarra de los males fue seguramente un préstamo tomado de fábulas o el folclore. Se puede encontrar una idea parecida en la Ilíada, en donde se afirma que Zeus posee dos urnas de las que puede dispensar males o bendiciones a los mortales.[160]
Para desarrollos significativos en la mitología de Prometeo, tenemos que esperar hasta el Prometeo encadenado, tragedia del siglo V a.C. atribuida a Esquilo (aunque puede ser de diferente autoría, parcial o total). El drama comienza cuando Crato y Bía (Poder y Fuerza) dos brutales agentes de Zeus, llevan a Prometeo a una roca en un lugar no determinado en el lejano norte (aparentemente no el Cáucaso) y lo encadenan allí. Hefesto los ha acompañado para proporcionar sus servicios como herrero, aunque no se muestra nada entusiasta sobre la tarea o el modo de gobernar de Zeus.[161] La causa inmediata del castigo de Prometeo es su robo del fuego, como en la versión de Hesíodo,[162] pero nos enteramos a lo largo de la obra (que apenas tiene acción) que también ha concedido muchos otros beneficios a los mortales, y que en una ocasión incluso los había salvado de la destrucción por un Zeus tirano que veía con malos ojos su misma existencia. Dado que, aunque Prometeo (aquí descrito como hijo de Gea) había ayudado a Zeus a llegar al poder al avisarlo sobre cómo vencer a los Titanes, más tarde discutió con él cuando Zeus no sólo ignoró los intereses de los seres humanos tras su subida al poder, sino que quiso eliminarlos y reemplazarlos por una nueva raza.[163] Al atreverse a oponerse a su intento y defender los intereses de los mortales, Prometeo se ganó la hostilidad constante de Zeus y posteriormente agravó la ofensa al conceder todo tipo de beneficios a los humanos. Les enseñó a hacer casas de ladrillos y madera, a someter a los animales a la yunta y a la brida, a cruzar los mares en barcos y a leer los cielos, de modo que pudieran ser capaces de recolectar y sembrar en las estaciones adecuadas. Inventó el arte de la numeración para ellos, además de la escritura y la medicina, la interpretación de los sueños y los presagios, así como las técnicas de minería para extraer los tesoros de la tierra. En definitiva, introdujo o inventó todas las artes que hacen que el hombre se eleve por encima del estado natural.[164] La historia del engaño en los sacrificios que cuenta Hesíodo está notablemente ausente en esta versión del mito. Aunque Zeus podía imponer por la fuerza una cruel venganza, Prometeo tuvo ventaja sobre Zeus en un aspecto crucial, puesto que su madre le había revelado que si Zeus tenía un hijo con cierta madre (Tetis cf. p. 93), éste sería más poderoso que su padre.[165] Como sabía que Prometeo estaba en posesión de tal secreto, Zeus le envió a Hermes una vez encadenado para obligarle a revelarlo; pero Prometeo permaneció desafiante frente a todas las amenazas, y el Prometeo encadenado termina cuando es arrojado a las profundidades del Tártaro.[166]
Esta tragedia fue, posiblemente, la primera de una trilogía en la que la segunda y la tercera parte se titulaban Prometeo liberado y Prometeo el dador del fuego (aunque pudiera ser que la última fuera la primera de la serie). La acción del Prometeo liberado tiene lugar en las montañas del Cáucaso donde Prometeo aparecía entonces encadenado y sufría las dolorosas visitas de la ya mencionada águila. Puesto que el coro estaba formado por sus compañeros titanes (a los que se menciona en el Prometeo encadenado como habitantes del Tártaro) podría parecer que habían sido liberados del Tártaro junto con el mismo Prometeo. Heracles llega en algún momento y dispara al águila, como en el relato antiguo de Hesíodo, y entonces procede a liberar a Prometeo de sus cadenas, como se indica en el título de la obra. Prometeo debía apaciguar a Zeus en algún momento de la obra al revelarle que Tetis era la diosa de la que se había profetizado que tendría un hijo que superaría a su padre, pero dado que se había mostrado tan obstinado al rechazar revelar tal secreto en la obra anterior, su cambio de actitud posiblemente estaba motivado por algo más que un interés personal. Bien pudo haber sido que Zeus, un tirano brutal en el Prometeo encadenado, hubiera estado de acuerdo en cambiar sus maneras.[167] Por lo general la tradición posterior acepta que Prometeo fue liberado por Heracles y también que el Cáucaso fue el lugar donde tuvo lugar su castigo.[168]
A menudo se afirmaba que Prometeo no era simplemente el benefactor de la raza humana, sino el ancestro de parte o de toda ella, incluso su creador. Según una genealogía que aparece por primera vez en el Catálogo atribuido a Hesíodo, él y su hermano Epimeteo engendraron a Deucalión y a Pirra respectivamente, la primera pareja en la tradición de la Grecia central (cf. p. 524).[169] Dado que las dos fuentes relevantes están mal conservadas, no podemos decir quién fue nombrada como la madre de Deucalión en el Catálogo. El Prometeo encadenado y el logógrafo Acusilao de Argos coinciden en el hecho de que Prometeo se casó con una oceánide llamada Hesíone (aunque Heródoto identifica a su mujer como Asia, su madre en la Teogonía; otros nombres se sugieren en fuentes posteriores).[170] La idea de que Prometeo creó a los primeros seres humanos moldeándolos con barro aparece por primera vez en época helenística.[171] Esto podría explicar al menos la razón por la que pudo haber deseado actuar como su adalid. Según una tradición local de Panopeo en Fócide, dos rocas de barro coloreadas que había en el lugar estaban formadas con el barro que le había sobrado a Prometeo después de crear la raza humana, de ahí su olor particular, parecido al de la carne humana.[172]
Se ha sugerido la idea de que Prometeo surgió como una figura tramposa con un carácter un tanto inmoral al que le gustaba oponer sus saberes a los de Zeus, y puesto que en algunos momentos se le representó engañando a Zeus para conseguir ventajas para los seres humanos, llegó a adquirir un nuevo y distintivo rol moral como su benefactor y defensor.
Prometeo recibió culto en Atenas, como patrón de las artes del fuego, tan importantes para esa ciudad. Presidía la elaboración de la cerámica, mientras que Hefesto (otro dios especialmente venerado en Atenas, cf. p. 226) presidía la forja. Se celebraron carreras de antorchas en su honor dentro de su festividad ateniense de las Prometeas, y había un altar dedicado a él como dador de fuego (Piróforo) en la Academia.[173]
Mucho texto. Jpg
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