Empezamos por intentar resumir la mitología más barroca de América del
Norte, la azteca, centrándonos solamente en la descripción de los grandes dioses
de su panteón, dada la gran variedad de divinidades menores, incluso de otras
muchas importadas desde religiones que fueron asimiladas juntamente con las
victorias territoriales. En principio, según el mito general de Mesoamérica,y en
particular el azteca, la creación del Universo se debe al sacrificio de un dios ya
sea Ometeotl ("dios doble"), o Nanahuatzin, quien, en esa constante
sacralización del sacrificio, se transforma (Nanahuatzin se arroja al fuego) para
darnos la construcción de nuestro mundo. Un mundo que también se construye,
por voluntad de Ometeotl, a partir de su sacrificio, engendrando en su
desaparición a los cuatro Tezcatlipocas. Con ellos se van sucediendo las cuatro
edades. La primera, cuando el primer Tezcatlipoca se convierte en el Sol y hace
nacer a la humanidad; pero ese mundo termina, por el enfrentamiento entre los
cuatro Tezcatlipoca, con la destrucción del Universo por Quetzalcóatl, a través
del diluvio, con una humanidad transformada en los peces que habitaron las
aguas venidas del cielo. Luego se establece la edad de los gigantes, pero esta era
termina con la caída del cielo; en la tercera edad, el fuego celestial arrasó la
superficie del mundo; en la cuarta y última edad, el viento asola la superficie
terrestre de nuevo y los humanos se transforman en simios. Tras esa cuarta edad,
en el mito nauatl, nacen de nuevo los hombres en una tierra renovada también, al
tiempo que los dioses salen de nuestro mundo para irse al de los muertos y
dejarnos que vivamos sin el peligro de sus rivalidades enfrentadas.
Naturalmente, hay diversas versiones del mito de la creación, alguna de ellas
con tres edades (los hombres de arcilla, los de madera y los de maíz) y otra con
cinco edades, pero todas ellas coinciden en señalar que nuestro mundo ha
conocido muchas mutaciones y que otras nos esperan en cada final del tiempo,
bajo la mirada atenta del dios principal, Huitzilopochtl.
UN POCO DE HISTORIA
Para mejor situar el contexto histórico de la cultura Azteca, digamos que
los aztecas, un pueblo nahua, habían llegado al valle de México desde el norte,
pero sin que se pueda precisar su origen, fundan México en 1324, su capital,
siendo, pues, la última de las grandes civilizaciones que se instalan en la zona,
así como posteriores a los toltecas, a quienes desalojan en el poder, y los
milenarios mayas, aunque su imperio se desmorona completamente en 1521,
mientras que los mayas seguirían en pie durante otros ciento ochenta años,
después de haber existido durante más de dos mil quinientos años. La sociedad
Azteca estaba estratificada en clases, desde las dos superiores de los sacerdotes
y de los guerreros, a las intermedias de los comerciantes, de los campesinos y
pueblo llano, y la inferior de los esclavos. La tierra era propiedad de todos,
aunque los teocalli o templos tenían sus propias tierras, las teotlalpan (tierras de
los dioses) y los clanes eran la forma única de transmitir y mantener el poder,
aunque el máximo residía en la legión inmensa de sacerdotes (un millón, según
los cronistas) que se ocupaban de los cuarenta mil templos abiertos en todo el
imperio Azteca, y a los que había que pagar tributo, entregar las primicias de la
tierra, y prestar trabajo obligatorio. Además de servir a las necesidades de tan
crecida iglesia, los productos guardados en los graneros y en los silos servían
también para acudir en ayuda del pueblo en épocas de escasez. Por su parte, los
reyes aztecas procuraban que la mayor parte de estas obligaciones para con la
religión y para con su propia corte, fuera a cargo de los pueblos conquistados,
descargando así a su gente, a la vez que se favorecería el militarismo de la casta
guerrera, presentado como una ventea para el pueblo la permanente conquista de
territorios y la alianza con los pueblos fronterizos
LA MUERTE, EN EL CENTRO DE LA VIDA
El mito Azteca, como todos los mitos de la América Central, giraba
alrededor de la muerte; su religión exigía sacrificios de sangre y se movía
alrededor de una pléyade de divinidades de la muerte y de otras muchas
entidades menores y terribles. Sobre todas esas criaturas del tenebroso mito
infernal regían, desde el círculo noveno, el más recóndito del universo oscuro de
Chicnaujmichtla, los esposos Mictlantecuhli y Mictecacihualtl. El Universo
estaba compuesto por una serie de planos paralelos, que iban desde los nueve, o
trece, exteriores, en donde tenían su morada los dioses (en los planos superiores)
hasta los de planetas y astros que se ven en el firmamento, pasando por los
cielos de colores. Bajo el plano de nuestro mundo, debajo de ese disco que está
en el centro mismo del Universo, rodeado de agua en toda su periferia, se
sucedían los planos paralelos, que aquí sumaban nueve, terminando en ese
infierno al que iban las almas de los seres anónimos, tras su camino de cuatro
años a través de muchas y duras pruebas a las que eran sometidas aquellas
ánimas que no habían sido elegidas por Huitzilopochtl, el gran dios supremo y
divinidad del Sol, quien se preocupaba sólo de la muerte de sus elegidos, los
guerreros, o por Tlaloc, el dios de las lluvias y el agua, a quien correspondía los
que habían muerto por las aguas exteriores del cielo y de la tierra, por las
tormentas y los rayos, y por causa de enfermedades relacionadas con las "aguas"
interiores del cuerpo humano, en una extraña asimilación de la gota y la
hidropesía al agua de las nubes, de los mares y de los ríos. Nuestro mundo,
como los cielos situados bajo los dioses, tiene cuatro colores que sitúan sus
cuatro partes componentes: frente al negro del país de la muerte, situado al
Norte, está el azul, que corresponde al país del Sur; frente al levante de color
blanco, está el poniente de color rojo.
HUITZILOPOCHTL, DIOS SUPREMO
Como es natural, el dios más importante del panteón azteca, Huitzilopochtl,
era también el dios de la guerra, ya que éste era el oficio por excelencia de la
casta superior, fuera de la pareja y rival actividad sacerdotal que le rendía culto a
él, sin descuidar la rígida y completa administración de la vida pública y la
ordenación de la privada. Huitzilopochtl, hijo de la virgen Coatlicue, y hermano
de una única mujer y de los cuatrocientos del Sur, era la divinidad primera, a
quien se atribuía la guía del pueblo azteca desde Aztlán, en el norte (la tierra de
las grullas), hasta la orilla del lago Texcoco, en donde asentaron la capitalidad de
su imperio. El dios supremo era, naturalmente, hijo de una virgen, como suele
hacerse en todas las mitología con los dioses primeros, y se dice, para centrar la
razón de esa virginidad, que Coatlicue fue encinta por obra del cielo, ya que
puso en su seno una guirnalda de plumas de colibrí, de la que nacería la
divinidad suma. Pero no se creyó que fuera posible tal embarazo, y los
cuatrocientos del Sur, guiados por una de las hijas, trataron de evitarse la
pretendida deshonra de su madre, asesinándola antes de que pudiera dar a luz a
aquella criatura. Coatlicue logró evadirse del ataque de sus anteriores hijos
(lógicamente también hijos de virgen), dando a luz a su hijo en forma de un
hombre adulto y completamente armado, como corresponde al dios que ha de
personificar la guerra y que ha de habérselas con sus cuatrocientos hermanos,
todos aquellos que dudaron de la virginidad de su madre y quisieron darle
muerte. Pero también Huitzilopochtl es quien, además, sería más tarde el mismo
Sol y nada menos que el águila, el astro por excelencia y el animal más poderoso
de la heráldica azteca. Huitzilopochtl, señor de Sol y del Sur, con su vestido de
plumas y armado con el escudo en la siniestra y la lanza en la diestra, recibía el
sacrificio ritual de los corazones, aún palpitantes, arrancados del pecho de sus
víctimas propiciatorias,
LOS TEZCATLIPOCA
También Tezcatlipoca era una divinidad solar y lunar, el sol cálido del estío
y la divinidad nocturna invisible. Ahora hablamos de un dios singular, uno de los
rivales Tezcatlipoca, puesto que cuatro fueron los hijos de Ometeotl, cada uno
con uno de los cuatro colores simbólicos: blanco, rojo, negro y azul. Para mayor
complicación de la figura divina de Tezcatlipoca, muchas veces aparece su
oponente Quetzalcóatl con la misma caracterización que él. Tezcatlipoca andaba
en la noche, aterrando a los infelices, o contribuyendo a cimentar la fama de los
valerosos que sostenían su coraje ante la terrible presencia del dios, que era tan
temido como respetado, ya que a él también se le ofrendaban sacrificios
abundantes, sacrificios humanos. Una de esas festividades dedicadas a
Tezcatlipoca era la del Toxcatl, para la que se preparaba a un prisionero, siempre
un hombre joven y apuesto, durante todo un año. Tres semanas antes de su
sacrificio ritual, el engalanado prisionero, considerado como la personificación
misma del dios, era unido en matrimonio a cuatro vírgenes elegidas, y con ellas
estaba hasta que llegaba el día de la ceremonia. Entonces, acompañado por la
nobleza en pleno, era llevado hasta el templo del sacrificio; allí, ya en solitario,
ascendía la larga escalinata con toda la majestuosidad del dios encarnado. En la
cumbre, le esperaban los sacerdotes y el cuchillo de obsidiana que habría de
abrirle el pecho de un solo golpe, para que su corazón pudiera ser levantado al
cielo y arrojado luego, con el cuerpo, gradas abajo, de manera similar a como se
hacía para complacer a Quetzalcóatl y al gran Huitzilopoctl.
QUETZALCOATL, EL DIOS DEL VIENTO
La figura de Quetzalcóatl aparece también muy destacada en el mito
Azteca, porque se trata del dios que se sacrifica por los humanos para
devolverles la tierra, entregándose él y su doble, su nahual, al reino de los
muertos. Quetzalcóatl gozaba de la simpatía de sus fieles, puesto que él era el
creador de las artes y las industrias, la divinidad encargada de hacer llegar todo
lo que el ser humano tenía a su favor, aunque también se le trataba como a una
divinidad temible, puesto que se le debía sacrificar un hermoso esclavo,
comprado cuarenta días antes de la fiesta del dios; de su cuerpo se apoderaban
los más ricos comerciantes, puesto que esa carne santificada también era manjar
ritual. Pero, aparte de los sacrificios de sangre, tan íntimamente unidos a la
religión azteca, el buen dios Quetzalcóatl enfrentado a Tezcatlipoca, quien había
introducido entre los habitantes de la ciudad de Tula la maldad y el vicio,
termina por tener que abandonar su propia tierra, en la que los pobladores habían
ya sufrido el castigo a su desobediencia, para salir al mar, no sin antes prometer
regresar algún día glorioso, día que se esperaba activamente, con una centinela
constante de las costas por las que se sabía que, en ese día grande, Quetzalcóatl
regresaría a traer sólo el bien a su pueblo. Tal fue el mito, y Hernán Cortés,
enterado de su existencia, aprovechó la firme creencia del pueblo azteca para
presentarse, en su esplendor de caballero conquistador, armado y engalanado,
como el navegante mitológico que regresaba a sus dominios, venciendo con
astucia toda la posible resistencia que el imponente imperio podía haberle
presentado.
OTROS DIOSES
Tlaloc, continuador de una de las divinidades preclásicas de la lluvia, el
dios de la serpiente y, muy especialmente, del dios Chac de los mayas, es una de
las divinidades más antiguas del panteón azteca. Tlaloc, como antes habían
hecho Cocijo o Tzahui, es el ser que se ocupa de la tutela del agua, el dios que
puede hacer que los campos florezcan y la vida pueda continuar eternamente. A
Tlaloc, como antes Chac, se le asociaba con los cuatro puntos cardinales y con
los cuatro colores que los representaban, moraba en las alturas de las montañas,
velando por las nubes que en ellas se formaban y, en los templos, estaba al
mismo nivel que el gran Huitzilopochtl. Como es natural, el ritual religioso de
Tlaloc exigía el sacrificio de víctimas humanas, pero, tal vez por la tremenda
necesidad que el pueblo tenía de acceder a ese agua tan necesaria, la exigencia
se multiplicaba, ya que eran los niños recién nacidos los que debían servir de
vehículo de satisfacción para el dios de la lluvia. Al lado de Tlaloc estaba
Chalchihuitlicue, la diosa del jade y la turquesa, colores que toma el agua que
los humanos vemos sobre la tierra, era generalmente considerada su esposa, y
ella velaba por los ríos y arroyos, por los pozos y las lagunas, siendo —en
definitiva— otra divinidad agrícola de la fertilidad. Chicomecoalt, la hermana de
Tlaloc, otra divinidad de los campos, amparaba el maíz, teniendo una especial
personificación como diosa del maíz que florece, bajo la denominación de
Xílonen. Pero no era la única divinidad del maíz, el más importante alimento de
los aztecas, ya que junto a ella está el matrimonio formado por Cinteotl y su
esposa Xochiquetzal, con los cuales velaba, por extensión, por el buen fin de
todos los cultivos. Finalmente,la diosa Tlazolteotl, por haber sido esposa de
Tlaloc en un principio, y luego del temible Tezcatlipoca, era la compleja
divinidad que presidía el amor entre los humanos, la diosa del amor carnal, por
una parte, y quien luego se encargaba de escuchar las confesiones que los fieles
hacían de sus faltas, para después vigilar el cumplimiento de las
correspondientes expiaciones marcadas para esas faltas.
AL NORTE DEL CONTINENTE
Los esquimales se convirtieron en un grupo individualizado por dos causas,
primero por su origen europeo, frente al asiático y minoritariamente polinésico
del resto de los pobladores de América, y después, por su total aislamiento
geográfico. La mitología esquimal, estancada en su inmóvil entorno físico,
guarda ciertos lazos de unión con el mito lapón, tanto por su común origen,
como por tener que servir a un pueblo enfrentado a la misma y hostil naturaleza.
Dado que se trata de una civilización sumamente primitiva, andada en el
nomadismo por los imperativos geográficos, ya que la subsistencia proviene
exclusivamente de la captura de presas vivas, de la pesca y la caza, es
completamente lógico que su panteón sólo haga referencias a divinidades que
viven entre las aguas semiheladas, o que habitan en el cielo, aquellas que pueden
intervenir en los fenómenos celestiales. Las fuerzas celestiales a las que hay que
cuidar, o de las que hay que protegerse, empiezan en la pareja de hermanos
compuesta por la diosa del Sol y el poderoso dios de la Luna, que tienen la
misma personificación sexual que los dos dioses de la mitología germánica,
aunque gozan de una mayor importancia y de mayor poder que sus homónimos
nórdicos. Según el mito, los dos hermanos sintieron desde el principio de los
tiempos la necesidad de amarse, y así lo hicieron más de una vez en la oscuridad
de la larga noche polar, pero el miedo a que su amor culpable fuera descubierto
los inquietaba constantemente, haciéndoles huir y buscarse al mismo tiempo, en
una carrera alrededor del firmamento que sólo cesa cuando, rara vez, se unen en
un eclipse, pero también mantenía el mito que tampoco era posible el encuentro
entre los dos hermanos, puesto que la diosa del Sol está a mucha más altura, en
una esfera del cielo que el impotente dios de la Luna no puede alcanzar jamás,
por mucho que corra tras ella.
DIVINIDADES DEL MAR
Sedna, una de las encarnaciones de la diosa eterna del mar, es el otro de los
grandes mitos esquimales, el mito sobre la superficie del mundo donde viven. Se
trata de la leyenda de una virgen que tutela las aguas del mar y a todos los seres
que en ellas viven Sedna oyó desde la orilla la dulce voz de un muy atractivo y
desconocido joven, que la llamaba desde su embarcación. Sedna se prendó
inmediatamente de él, arrojándose al mar enloquecida por su encanto; pero el
joven no lo era, sólo era un espíritu turbador que quería apoderarse, bajo esa
supuesta forma humana, del amor y de la voluntad de la ingenua doncella. Al
conocer Sedna el engaño trató de zafarse de aquel espíritu que ella pensaba
malvado, puesto que había torcido su deseo de permanecer toda su vida sin
desposarse con varón alguno; también el padre de la doncella trató de liberarla
de aquella posesión y se lanzó en su búsqueda a través del mar, hasta dar con
ella y conseguir su rescate; pero el raptor también luchó por prevalecer sobre la
voluntad de padre e hija, alanzándoles en medio de un mar que se levantaba
tempestuoso. Tan perdido se encontraba el padre, que prefirió morir junto a su
Sedna querida bajo las aguas para salvar el honor familiar, pero la hija se negaba
a morir y trataba desesperadamente de asirse a la barca, mientras que el padre
forcejeaba con la pobre Sedna, cortándola una y otra vez los dedos de la mano
que intentaba aferrarse a la vida, hasta conseguir hundir a su desafortunada y
querida Sedna, para liberarla —con la muerte— del engaño de aquel espíritu. De
esos dedos sacrificados para preservar la virginidad de Sedna, cuentan los
esquimales que nacieron las especies marinas que les suministran la carne y la
grasa para su alimento, la piel para su vestido y los tendones para armar sus
construcciones; también se dice que en el fondo de ese mar viven para siempre
padre e hija, velando por el mar y por todos los animales que en él se
multiplican para dar vida a su pueblo.
MITOLOGIA DE LAS TRIBUS DEL NORTE
Al sur de los territorios esquimales, pero en el extremo norte de América,
entre las tribus de la nación Atapascan, en lugar de teogonía grandiosa, bien
definida, se contaban leyendas fragmentarias, como la de una raza de seres
sobrenaturales, nacidos entre los mortales y que todavía vivían entre ellos, pero
que sólo se expresaban a través de los brujos. Esta raza se originó de un modo
mágico, en la niebla de las montañas, entre un grupo de diez hermanos
purificados a través del fuego que les llevó a la Tierra de las Almas, al que se
unió una mujer, la hermana sobrenatural, quemada accidentalmente por el fuego,
para aumentar la especie de los seres semidivinos que favorecían a los que se
merecían su auxilio. El mismo pueblo indio contaba que el dios del cielo, Siñ,
había nacido de una pequeña concha arrojada por el mar a la playa; que allí fue
recogido y criado por una buena mujer y que, en premio a su bondad y cariño, la
madre adoptiva se convirtió, cuando tuvo lugar la transfiguración de su hijo, en
diosa de los vientos favorables. Naturalmente, en tales latitudes, los vientos fríos
del Norte eran a su vez espíritus malignos y, en contraposición, el dios Siñ, azul
como el cielo despejado de los días bonancibles y su buena madre adoptiva, eran
los amigables espíritus que ayudaban a los humanos en su vida diaria. La tribu
de los chinook contaba las historias del irónico Grajo azul, un ave totémica, y su
hermana Ioi. Al Grajo azul le complica en extremo interpretar maliciosamente
todo cuanto su hermana Ioi le aconsejaba hacer, y a ella le gustaba sobremanera
contar mentiras; de lo que se contaba sobre este par de grajos, en sus andanzas
con los sobrenaturales, y en sus aventuras en el país de los muertos, en el de las
sombras, de sus errores, de sus osadías y de sus continuos tropiezos con otros
animales totémicos, como el castor, el oso negro, la urraca, el pato, la foca, etc.,
emanaba la correspondiente serie de fábulas morales.
LA RIQUEZA MITOLOGICA DE LOS ALGONQUINOS
Frente a los excesivamente escuetos Atapascan, la nación Algoquina exhibe
una mitología mucho más rica y extensa, empezando por la curiosa figura dual
de Gluskap, el astuto dios (su nombre significa "mentiroso") hermano gemelo
Malsum el lobo. Mientras que Gluskap empezó a demostrar su bondad creando
el sol y la luna, dando forma y vida a los animales de la tierra, a los peces de las
aguas, poniendo finalmente en ese mundo fértil y próspero a los seres humanos
para que disfrutaran de todo ello; por el contrario, el perverso Malsum creaba al
mismo tiempo una geografía difícil para el hombre, llena de elevadas montañas
y profundos valles, ponía a las serpientes y a las alimañas en la tierra, para que
atacasen a los hombres y a sus animales y no cesaba de hacer todo lo que
pudiera ser un obstáculo en la felicidad humana. Y el perverso Malsum conoció
de su buen hermano cual era el único modo de darle muerte: ser tocado por la
pluma de una lechuza, o por el brote de un junco. Aprovechando su sueño,
Malsum dio muerte a Gluskap, pero sólo por un momento, porque el buen
Gluskap volvió inmediatamente a la vida. Después Malsum volvió a intentar el
asesinato del hermano, esta vez con un brote de junco, pero Gluskap renació de
nuevo y, así, una y otra vez, hasta que el buen hermano se hartó de la maldad del
lobo y lo atacó con la raíz de un helecho, la manera mágica de acabar con
Malsum, terminando de este modo con su incesante y nociva maldad.
LAS LEYENDAS DE LOS ALGONQUINOS
Para completar el mito de Gluskap, mencionaremos que él es también el
protagonista de una serie de relatos ejemplares que van desde las fábulas sobre
la evidencia, como el relato de los cuatro indios que le hicieron sus más
anheladas peticiones, o la lección sobre la paciencia y la humildad que le dio el
pequeño Wasis, hasta los mitos de Gluskap y el nacimiento del verano, por su
astuta victoria sobre el invierno. Otro personaje de primera fila es Nutria
Sagrada, el cazador, quien hizo el primer "tipi", o tienda de piel y ramas, y
enseñó a los hombres cómo decorarla con los debidos colores y las exactas
formas mágicas. También merece ser destacada la leyenda del cazador Algon y
de su amor por la Virgen de las Estrellas, una hija de los cielos que él amó desde
el primer momento, cuando la vio, recién llegada desde lo alto en su mágica
cesta de mimbre, jugando y cantando con sus compañeras celestiales. Algon
consiguió acercarse a ella y capturarla para hacerla su esposa. Pero la Virgen de
las Estrellas, aunque amaba al dulce Algon, al que le había ya dado un hijo, no
podía soportar la lejanía de los suyos y, un día lejano, emprendió, con su hijo en
los brazos, el vuelo de regreso a las estrellas, para pesar del enamorado cazador;
pero, cuando el niño creció y se hizo adulto, la Virgen de las Estrellas bajó a la
tierra para buscar a Algon y llevarlo con ellos a su mundo, en donde ser
convirtieron en pájaros y, desde aquel día, vuelan sobre las praderas
interminables en las que Algon cazaba en su juventud. Y así, se pueden citar
docenas de bellos mitos, como los del dios Sol, o la versión de la Mujer de las
Plumas, o la sagaz lucha de Kutoyis y la Mujer Luchadora. Cada tribu de la
nación algonquina tiene, además, sus propias historias y un sinfín de relatos
cosmogónicos, casi siempre relacionados con bravos guerreros, o intrépidos
cazadores.
DIOSES Y HEROES DE LOS IROQUESES
Los temibles y sobrios iroqueses, entre los que se encuentran las famosas
tribus guerreras Mohawk, Cherokee, Hurones y Senecas, aparte de ese caudal
común de leyendas de animales y espíritus benignos y malignos, se distinguen
por sus leyendas de héroes semihistóricos, comenzando con los más imaginarios
Hi'nun, dios del Trueno y su hermano Viento del Oeste, los vencedores de los
gigantes de piedra, y llegando hasta los plausiblemente reales Atotarho, el
sanguinario y astuto jefe y poderoso mago, y el primer jefe Hiawatha (Ha¡), de
la tribu de los Mohawk por adopción, y de la tribu de los Onondaga por
nacimiento, posible precursor, a inicios del siglo XVI, de la Kayanerenh Kowa
(gran alianza) de las Cinco Naciones. Pero Atotarho, el victorioso y fuerte jefe
Onondaga, también era tan cruel que había conseguido atemorizar no sólo a las
tribus vecinas, sino a muchos de sus guerreros, como fue el caso del propio
Hiawatha, quien aborrecía tanto dolor y tanto odio y buscaba sin cesar la salida
pacífica a aquella situación, hasta pergeñar una confederación que supusiera la
paz para sus pueblos y un arma de disuasión frente a los enemigos. Hiawatha
prosiguió sus esfuerzos a pesar de la oposición de Atotarho, quien presionaba en
contra suya, pero Hiawatha salió de su pueblo y buscó refugio entre los
Mohawk, encontrando en su jefe Dekanewidah el apoyo necesario para iniciar la
Kayanerenh Kowa, ofreciendo luego al peligroso rival, el vanidoso Atotarho, la
jefatura de la coalición, contando con que su soberbia le llevaría a aceptar el
mandato de paz, venciendo su resistencia a abandonar para siempre la lucha con
las demás tribus, como así se cuenta que fue.
MITOS Y LEYENDAS DE SIOUX Y CADDOAN
Cuentan las leyendas sioux que Ictinike, hijo del dios del Sol, había
ofendido a su padre y por ello fue expulsado de las regiones celestiales; era un
joven tan tramposo y tan sin palabra, que fue él quien enseñó a los hombres toda
la maldad, hasta el punto que se le llamó Padre de la Mentira. Para la tribu
omaha, Ictinike también había enseñado la guerra a los humanos y, por eso
mismo, se le tenía por dios de los hombres en armas. De él se contaban fábulas a
favor y en contra de su astucia, se le asociaba con los correspondientes animales
totémicos, como el conejo, el castor, el buitre, el águila, la rata almizclera, el
martín pescador, la ardilla, etc., y de esas fábulas se extraían las
correspondientes lecciones morales. También los sioux tenían sus leyendas de
héroes, como la venganza de Wabaskaha, la historia de Pluma Blanca, el
matador de gigantes, la historia del Conejo y las muy abundantes de espíritus—
serpientes, como los veinte hombres—serpiente, la del ogro—serpiente, la de la
esposa—serpiente, etc., pero su cosmogonía se limita a un relato ancestral de un
pueblo subterráneo, que trepó por las raíces de unas viñas hasta ver el
maravilloso mundo exterior. Al conocerse la noticia, todos trataron de
alcanzarlo, pero la raíz cedió y sólo la mitad llegó al mundo de fuera. Tras la
muerte, los buenos podrán llegar hasta aquel pueblo sumergido y los malos se
quedarán en el camino.
Tampoco es muy rico el acervo mitológico de los caddoans, un grupo en el
que está la muy famosa tribu de los Pawnee. Destaca la figura de Atius Tiráwa,
el gran espíritu creador y jefe de los astros y las estrellas, y se cuentan historias
de animales simbólicos, como la del cazador desposado con la mujer—búfalo
para convertirse en el héroe que aseguró abundante alimento para siempre a los
Pawnee, o la del sabio y buen hombre—oso, un joven que admiraba a los osos
desde su infancia, pero que ya adulto, fue muerto en una emboscada de sus
enemigos sioux, pero que fue resucitado y cuidado por una osa que reconoció a
aquella criatura amiga; después, una vez curado, el joven regresó a su tribu, no
sin hacer que sus hermanos aprendiesen la sabiduría del oso y pudieran seguir su
ejemplo de gran guerrero. Ese don es el que la nación Pawnee recuerda con su
danza ritual del oso.
ANIMISMO Y TOTEMISMO. EL RASGO COMUN
En conjunto, los pieles rojas, los indios del Norte, tienen una muy pobre
mitología, circunscrita a historias míticas y a relatos tradicionales de cada tribu o
nación, a los que bastó el paso de dos o tres generaciones para confundirlos con
la leyenda, como es la regla en las culturas que se transmiten oralmente. Aparte
del Gran Espíritu, de Michabo, la gran liebre, del Amo del aliento, la dualidad
Coyote y Kodoyanpe, el Padre Cuervo y de algunos otros relatos de la creación,
la mayor parte de la leyenda se construye en piezas únicas, en las que se reflejan
la consecución de unas virtudes sorprendentes para nosotros, como son la
venganza, el engaño artero, la necesaria búsqueda de un enemigo a quien
derrotar, etc., pero que son parte integrante de su realidad cotidiana. Junto a
estos relatos, aparece siempre el fetichismo, como una forma de entender
aquellas cosas que no se alcanzan a comprender en su conjunto, y un modo de
explicar, con el animismo, los fenómenos que sólo se ven aisladamente, como
hechos separados que ocurren por la sola voluntad de unos espíritus
individualizados que lo animan todo, desde las cosas a los animales, pasando por
las fuerzas de la naturaleza y la conducta de los seres humanos. Para los indios,
la naturaleza no es sino un caos de efectos sin causas, un juego sin sentido de los
espíritus caprichosos. Para los indios, como señaló el profesor Brinton, no existe
la duda y todos los hechos son milagrosos; como en casi en todas las
civilizaciones incipientes, divididas en multitud de grupos menores y limitadas a
un entorno reducido y familiar, el bien se identifica automáticamente con lo que
es favorable y el mal sólo está en lo que le daña o molesta, porque la religión es
tan sólo una parte más de la difícil vida diaria.
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