De acuerdo con la narración de Hesíodo, como hemos visto, las Musas (Mousai) eran hijas de Zeus y Mnemósine, la personificación de la Memoria,[1] sin embargo, otra genealogía, que debe haber sido originada por un poema cosmológico de Alcmán (siglo VII a.C.), afirmaba que habían nacido en el principio de los tiempos como hijas de Urano y Gea.[2] Algunos autores funden las dos versiones sugiriendo que había dos generaciones distintas de Musas: las antiguas Musas, hijas del Cielo y la Tierra y sus compañeras posteriores que eran hijas de Zeus.[3]
Las Musas aparecen por vez primera en Homero y en Hesíodo como las diosas en las que el poeta épico confía su inspiración, su memoria y otros aspectos de su conocimiento. En la sección introductoria de la Teogonía, Hesíodo cuenta cómo las Musas del monte Helicón se le acercaron una vez mientras pastoreaba sus rebaños bajo la montaña y le obsequiaron con el don del canto, inspirándole una voz divina que le permitía celebrar las cosas que vendrían en el futuro y las que habían sido en tiempos pasados.[4] Los estudiosos no han sido capaces de ponerse de acuerdo en si el poeta estaba realmente describiendo una visión genuina o un sueño o si seguía un tópico o convención literaria. Hesíodo continúa diciendo que las Musas deleitaban el corazón de su padre Zeus en el Olimpo cantándole el pasado, el presente y el futuro, así como celebrando en su canto a la raza de los dioses, los mortales y los Gigantes.[5] En contraste con los poetas de épocas más recientes, que han tenido la costumbre de apelar a las Musas como una suerte de aliento poético, los antiguos ponían su énfasis en la sabiduría y en el conocimiento que éstas otorgaban, como diosas que sabían todo lo que era valioso contar y que podían otorgar al poeta la habilidad de contarlo, así como también recordárselo, un punto que era especialmente importante para los poetas orales arcaicos. Homero no sólo invoca a la Musa como una diosa sin nombre al comienzo de la Ilíada, sino que lleva a cabo una larga llamada a las Musas en el segundo libro del poema épico antes de emprender su largo catálogo de comandantes griegos y de los contingentes sobre los que mandaban.[6] Aunque esto pueda parecer que no es precisamente la parte más poética del poema, está lleno de detalles y de información muy precisa e irremplazable sobre el pasado heroico que necesitaba sin duda alguna de un recordatorio tal para que pudiera pasar a generaciones futuras. Su valor para el estudioso contemporáneo de mitología es aún incalculable. Homero invoca a las Musas y les dice que necesita su ayuda en este punto ya que son diosas que conocen todo, mientras que los humanos no escuchan más que rumores y no poseen conocimiento firme.[7] Con el paso del tiempo, estas diosas sabias y solícitas se convirtieron en patronas de otras formas de literatura y, por extensión natural, de otras artes y actividades intelectuales, como la filosofía y la astronomía.
De acuerdo con la tradición más común, la establecida por Hesíodo, eran nueve y sus nombres eran Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania y Calíope.[8] En los cultos y las tradiciones locales, sin embargo, tenían un número menor y diferentes nombres (cf. infra). En un pasaje de la Odisea se dice que son nueve, pero esa parte del poema puede ser un añadido de época posterior a Homero.[9] Sus bellos nombres parlantes, que probablemente fueran un invento del propio Hesíodo, determinan aspectos de su naturaleza común y de sus actividades compartidas; dado que, por ejemplo, les gusta bailar y cantar «deleitándose en su bella voz (opi kalei)»,[10] cuatro de ellas tienen por nombre Calíope (Bella voz), Polimnia (Muchas canciones), Melpómene (Cantora) y Terpsícore (la que se deleita en la danza). No fue hasta un período muy posterior que los autores intentaron asignarles funciones individuales a cada una de ellas, de acuerdo con el sentido específico de su nombre. Calíope, la de la bella voz, podía ser considerada entonces la musa específica de la poesía épica; Polimnia, como la musa de los himnos a los dioses, y después como la musa de las pantomimas; Terpsícore, como la musa de la lírica coral y de la danza; Clío resulta aún célebre en nuestros tiempos como la musa de la historia, una función que recibe de su nombre, entendido como la que celebra (kleiei) los hechos gloriosos (kleia) de los héroes y heroínas del pasado; Talía (Alegría) podía ser pertinentemente clasificada como musa de la comedia; Urania (Divina) como la musa de la astronomía; Erato (Amorosa), como la musa de la poesía lírica, que a menudo es de contenido erótico; Euterpe (Buen deleite) como la musa de la música interpretada con flauta; Melpómene, finalmente, es la que preside la tragedia. Éstos son ejemplos sencillos, dado que las Musas individualmente tienen diferentes funciones según las fuentes.[11] No hay que tomarse demasiado en serio esta división de tareas, ya que en el mejor de los casos se trata de un juego y, en el peor, de una pedantería.
A pesar de que, en apariencia, el nombre de «Musas» es de origen indoeuropeo, su etimología continúa siendo un asunto abierto a conjeturas. Los centros culturales principales en época arcaica eran las áreas que rodeaban el monte Olimpo en el noreste, incluido Pieria, y el monte Helicón en Beocia, pero tenían otros centros de culto, aunque menos importantes, a lo largo de toda Grecia. Homero se refiere a ellas como las Musas olímpicas y señala que tenían su residencia en el monte Olimpo, mientras que Hesíodo, un beocio, recibió su llamada en territorios más sureños y cuenta cómo cantaban y bailaban en el Helicón después de tomar un baño en un arroyo de ese monte.[12] Al comienzo de Trabajos y días, sin embargo, Hesíodo las llama «Musas de Pieria» y, en correspondencia, en la Teogonía dice que ése es su lugar de nacimiento.[13] En relación a la diversidad de sus lugares, podían ser llamadas Musas heliconias u olímpicas (ambas expresiones aparecen en Hesíodo) y también pierias, expresión que encontramos documentada por vez primera en Solón y en el poema Escudo, atribuido a Hesíodo.[14] No obstante, el empleo de esos epítetos no implica que hubiera más grupos de Musas y desde los más antiguos testimonios aparecen como diosas del canto y la danza. Aunque a menudo se ha sugerido que en origen fueran espíritus acuáticos o ninfas de río, la idea es indemostrable y no hay ningún apoyo en la tradición que la fundamente. Los romanos las identificaron con algunas divinidades locales propias, las Camenas, que tenían una cueva sagrada y un arroyo fuera de la puerta Capena en Roma.
El nombre y número de las Musas muestra variaciones en los cultos locales y en las diversas tradiciones. En Sición, por ejemplo, se honraba a tres Musas y hay incluso narraciones en las que eran cinco, siete y hasta ocho en número. Pausanias afirma que las Musas del Helicón eran tres, pero los nombres que les confiere, Melete, Mneme y Aoide —es decir, Estudio, Memoria y Canción— tienen una forma que hace inviable que se trate de una tradición genuinamente antigua.[15]
Al igual que otras divinidades las Musas eran bastante celosas de su honor. Los únicos mitos importantes relacionados con ellas cuentan cómo castigaron a mortales que se atrevieron a retarlas como cantantes. El bardo tracio Támiris (o Támiras), que era hijo del músico mítico Filamón (cf. p. 565), se volvió tan hábil en el canto con la lira (kithara) que proclamó que podía cantar mejor que las propias Musas. La historia, en la versión de Homero, cuenta que se encontraron en Dóride, un pueblo en el reino de Néstor, al oeste del Peloponeso, y se enojaron tanto con su presunción que «lo dejaron lisiado, y el canto portentoso le quitaron e hicieron que olvidase tañer la cítara».[16] Fuentes posteriores especifican que le dejaron ciego, al igual que hace realmente Homero, aunque sea más vago en el lenguaje. El siguiente relato completo lo da el mitógrafo helenístico Asclepíades, que seguramente lo tomó de la tragedia. Ahí se dice que Támiris compitió en un certamen con las musas en Tracia, su lugar de origen: el pacto era que se acostaría con todas ellas si resultaba vencedor, de acuerdo con las costumbres polígamas propias de esa tierra, por el contrario, ellas harían lo que quisieran con él si perdía la competición. Resultó derrotado, no podía ser de otro modo, y le arrancaron los ojos.[17] Apolodoro da una versión bastante parecida y dice que le quitaron los ojos y también le arrebataron su habilidad como trovador.[18] Su máscara trágica tenía el ojo derecho negro y el izquierdo blanco,[19] presumiblemente para ilustrar su estado antes y después de su derrota. Sófocles compuso una tragedia sobre él, como quizá también hizo Esquilo.
En una historia tardía semejante a ésta, seguramente creada en época helenística, las Musas se encontraron con que las Piérides, o Emátides, las hijas de Píero, rey de Ematia o de Pela en Macedonia, las habían retado. En la versión atribuida a Nicandro, Píero, un rey nacido de la tierra en Ematia, había engendrado una familia de nueve hijas en más o menos la misma época en la que Zeus había engendrado a las Musas. Éstas, las Emátides, habían formado un coro que rivalizaba con el de las Musas, y los dos grupos enfrentaron su arte en un certamen que tuvo lugar en el monte Helicón. Cuando las Emátides alzaron sus voces, la naturaleza entera se oscureció y nada en ella les prestó atención; sin embargo, cuando lo hicieron las Musas, el cielo, las estrellas, el mar y los ríos detuvieron sus cursos y el monte Helicón quedó henchido de placer, alzándose hasta el cielo hasta que Pegaso, por orden de Poseidón, lo detuvo al darle una coz en la cima. Para castigar a las Emátides por haberse atrevido a retarlas, las Musas las convirtieron en diferentes clases de pájaros.[20] Según Ovidio, el certamen tuvo como jurado a las Ninfas, que votaron unánimemente a las Musas, y cuando las Piérides reaccionaron ante su derrota insultando a las Musas, éstas las convirtieron en cotorras, pájaros de voz áspera que pueden imitar la voz humana.[21] Dado que Piérides era un epíteto que podía ser aplicado a las Musas a causa del culto que recibían en Pieria, no es difícil pensar que podría haber surgido una disputa entre ellas y las hijas del héroe epónimo de Pieria. Hay otra leyenda parecida y algo extraña que cuenta cómo Hera persuadió a las Sirenas a competir en voz con las Musas, pero estas últimas resultaron vencedoras y arrancaron las plumas de las alas de las Sirenas, que tenían cuerpo de pájaro (cf. p. 638), para hacerse coronas con ellas.[22]
Hay poco que añadir a la presencia de las Musas en la mitología. Se supone que cantarían y bailarían en las reuniones de los dioses, quizá en compañía de Apolo, el otro gran patrón de la música, como compañero y director —de donde le viene el epíteto de Mousagetes, conductor de las Musas—; y en ocasiones especiales, cantarían en presencia de mortales en la tierra, como cuando realizaron su intervención musical en las bodas de Cadmo y Harmonía y Peleo y Tetis (cf. pp. 95 y 391), o cuando llegaron con Tetis y las Nereidas para levantar el canto fúnebre por Aquiles muerto (cf. p. 605). Aunque cabe imaginarlas como un grupo de diosas vírgenes, se les atribuyen hijos a algunas de ellas, sobre todo porque resultaban madres perfectas para músicos míticos. Cantantes o bailarines como Orfeo, Lino, las Sirenas y los Coribantes son a menudo nombrados como hijos de una musa.[23]
De acuerdo con una curiosa narración que tan sólo da Ovidio, Pireneo, rey de Dáulide, en la Grecia central, dio una vez refugio a las Musas cuando quedaron atrapadas por una tormenta durante un viaje a su templo en el monte Parnaso. Aunque se dio cuenta de quiénes eran y asumió un tono humilde y reverente al invitarlas a su palacio, atrancó las puertas para que no se escaparan e intentó violarlas. Ellas, con toda facilidad, se marcharon volando y cuando Pireneo intentó salir en su persecución arrojándose desde las almenas de la muralla, se precipitó al suelo y murió. Este Pireneo no vuelve a aparecer en ninguna otra fuente, quizá hay que suponer que la historia sufrió alteraciones en su transmisión.[24
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