miércoles, 27 de marzo de 2019

Las flotas infernales

Hace años que he adquirido y leído el libro de Harry Cobdan y Cabell, Los hijos
de Satán, pero ignoro por qué razón había dejado una parte de los apéndices sin leer y
sin siquiera meter la plegadora en los folios. Tiene que haber alguna razón, ya que en
estos libros que tratan de demonios es muy difícil que algo pase por casualidad. Y
ahora releo todo el libro, con todos los apéndices, y encuentro que uno de ellos trata
de la potencia marítima de Satanás y de su flota mercante, la cual tuvo su máximo
momento de esplendor en los grandes días de la trata en el siglo XVIII. Era jefe de las
naves militares y mercantes de Satán un demonio que se hacía pasar por holandés y
llegó a tener relaciones con los grandes jefes de la revolución americana,
especialmente con Jefferson, al que más de una vez parece haber sacado de apuros
económicos. Jefferson lo conocía como marino holandés, que no como demonio, e
ignoraba que aquel pequeño, gordo y rubicundo capitán Lutfson era un príncipe muy
importante en el Infierno, domador de ballenas y práctico en artillería como si
hubiera leído el tratado de pirotecnia del Biringucho, llamado Babel. La flota militar
que mandaba el almirante Babel estaba compuesta por una nave capitana, «construida
como el Arca de Noé, pero de menor tamaño», y por setenta bestias marinas capaces
de transportar en su lomo cada una setenta demonios desde Lisboa, o de las costas del
África negra, a las costas de América del Norte o del Brasil en una sola noche.
Según Cabell, las flotas demoníacas solamente navegan en la noche. Cabell
insiste en las numerosas historias recogidas de la boca de esclavos negros, ya en el
Brasil, ya en los estados sudistas norteamericanos, en la que éstos contaban que ellos
mismos, o sus padres, «habían hecho el viaje solamente en una noche, atados sobre
una piel azul, resbaladiza, húmeda». Estos esclavos habían hecho el viaje en las
bestias marinas de Babel y no en las calas de los negreros.
Es sabida la enemistad de los poderes demoníacos con Napoleón Bonaparte, con
quien, en ningún momento, quisieron trato alguno, aunque se cree que personalidades
infernales conocieron y conversaron en alguna ocasión con el ministro de la Policía,
M. Fouché. Dada la cierta enemistad con el francés, Harry Cobdan supone que lord
Nelson puede haber conocido a Babel por medio de lady Hamilton, a la que un
demonio, Barotto, habría enseñado baile y posturas de estatuaria griega y trucos
amatorios, y que la flota de Babel podía haber tomado parte en las batallas navales
del inglés, y a su favor. Así, pues, Babel pudo haber estado en nuestro triste día de
Trafalgar. ¿Con naves visibles o invisibles? ¿Con la nave almirante en forma de arca
de Noé o con las bestias marinas, en la ocasión disfrazadas?


Según Cobdan y Cabell, aparece desposeído de su mando naval hacia 1820 y,
desde entonces, no ha sido señalada en los mares la aparición de ninguna flota
infernal.
Cobdan y Cabell son los que afirman la gran calidad de artillero de Baliel. Se ha
sostenido siempre que la artillería la usaron antes los demonios que los hombres, y
que no necesitaban pólvora para sus cañones, ya que utilizaban los rayos y centellas
de las grandes tormentas. (La tesis que José María Castroviejo y servidor sostuvimos
siempre de que hubo en Compostela, en la víspera del Apóstol, fuegos artificiales aun
antes de la invención de la pólvora, fuegos a base de aparato eléctrico como en
tormenta, que por algo a Santiago se le conoce como Hijo del Trueno). Cobdan ha
analizado ciertos documentos, en virtud de los cuales está en condiciones de afirmar
que los cañones de los demoníacos se colocaban, o colocan, con la culata de espaldas
a la batalla y, al salir la bomba por la boca, describía una curva hacia atrás e iba
infalible a caer entre el enemigo.
Ahora que se habla tanto de la educación de los delfines, de su inteligencia y de
su posible utilización en los mares como servidores del hombre, habrá que
preguntarse si las bestias marinas de la flota de Baliel no estarían formadas por
alguna especie desconocida del delfín. El problema de saber qué bestias eran las
naves babélicas es complejo. En el Báltico, allá por el siglo XV, fueron capturados
una especie de delfines menores, que se alegraban y coleaban cuando delante de ellos
se nombraba a los príncipes cristianos, y lloraban y amustiaban si escuchaban los
nombres de los príncipes paganos. ¿Dónde habrían aprendido unos y otros? Gomara
cuenta que, en una isla del Caribe, los delfines se acercaban a la playa si estaban en
ella los españoles, a los que distinguían porque usaban barba, y se alejaban si estaban
los indios, que no la tenían, y además los comían. Habrá que buscar, pues, en estas
tribus delfínicas aquellos que tengan una inclinación natural por los satánidas, por el
olor a azufre del demonio, por la caprichosidad de su talante, o sepan obedecer a
voces secretas y cabalísticas. O también pueden suceder que esas bestias fueron
creadas por el demonio como el sabio hebreo es capaz de construir el Golem, el ser
vivo hecho con el juego de las palabras y el Nombre.

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