sábado, 16 de marzo de 2019

LA TETERA DE LA FORTUNA

Una mañana de los días en que el monte Fuji era adorado como un dios y como el
más divino de todos los hijos de la naturaleza, un joven tejón, lleno de la alegría y del
calor del primer sol de primavera, brincaba a sus anchas por un lejano brezal.
Empezó a hacer piruetas, a dar saltos mortales, a brincar por encima de los matorrales
silvestres y a gritar de placer al revolcarse por la alta yerba. A ratos se paraba para
golpearse el estómago con sus dos patas delanteras como si fuese un tambor, un juego
que los tejones gustan de practicar cuando están contentos. Tiene el alegre sonido del
«pon-poko-pon-pon» y si hay niños alrededor éstos van a divertirse con el juego de
los grotescos tejones.
El tejón de nuestra historia no se preocupaba de otra cosa sino de su propia
felicidad, por lo que saltando una de las veces sobre un montón de mullida hierba, no
vio que de una rama de bambú colgaba una cuerda de paja en cuyo extremo inferior
había un lazo corredizo. El lazo se deslizó por los hombros del animal y éste se sintió
atrapado fuertemente. Aterrorizado intentó escaparse, pero con ello lo único que
consiguió fue que el lazo se le apretase más y cuanto más luchaba más fuerte se
sentía cogido.
—¡Ay, ay! —gritaba—. ¡Ay, ay!
Sus chillidos llegaron a oídos de un calderero remendón que en aquel momento
regresaba a su casa atravesando el brezal. Rápidamente se deshizo de su gran cesta de
bambú y fue corriendo a ver qué pasaba.
—¡Ahí va! —exclamó el calderero sorprendido—. ¡Un pobre tejón cogido en una
trampa! —enseguida se dispuso a liberar al pequeño animal.
—Ahora, tejón Chan, vete rápidamente a tu casa antes de que caigas en otra
trampa maligna —le advirtió bondadosa pero firmemente el calderero.
Después alisó la piel del tejón herida por el lazo, le dio unas afectuosas
palmaditas, y le dijo otra vez:
—¡Hala, ya te puedes ir!
El tejón se sentía tan emocionado por la bondad del calderero que, rompiendo a
llorar agradecido, dijo:
—¿Cómo voy a poder pagarte lo que has hecho?
—Regresando sano y salvo en seguida a tu casa —replicó el calderero y
acariciando de nuevo al tejón, reemprendió su camino.
El tejón permaneció un rato viéndole marchar y preguntándose qué podría hacer
él para favorecer a su salvador. De repente se le ocurrió una idea, y poniendo en
práctica su poder mágico, empezó a transformarse en una bella y ornamentada tetera.
Su cuerpo creció de volumen y se hizo más redondo, y su pelo se alisó hasta
convertirse en el rico y lustroso color bronceado de una vieja tetera. Su rabo se curvó
como un mango y sus cuatro peludas pezuñas se transformaron en las cuatro patas de
la tetera. Y precisamente su puntiaguda nariz se proyectó adonde debía estar el caño
de desagüe.
Luego, aprovechando una pausa que había hecho el calderero, quien se había
detenido para ajustarse la cesta en la espalda, el tejón-tetera brincó vivamente dentro
de ella y el confiado calderero continuó su marcha.
—Esposa, ya he regresado —gritó el calderero cuando llegó a su casa.
Su mujer vino corriendo y se inclinó para saludarle mientras que él ponía la cesta
de bambú en la galería de madera que había delante de su pequeña cabaña. Cuando el
marido se quitaba las sandalias ella se dio cuenta de la presencia de la tetera.
—¡Ahí va, ahí va! ¿Qué es eso?
Y ambos miraron asombrados la tetera.
La llevaron a su habitación y la pusieron en el suelo, donde su lánguido
resplandor resaltaba contra la pobre y raída estera de paja. Se arrodillaron junto al
objeto y lo miraron fijamente con silenciosa admiración.
—¡Es verdaderamente un milagro, un milagro! —murmuró el calderero.
—No existe una tetera más hermosa en todo el Japón —respondió su esposa—.
¿Dónde la has encontrado?
—No tengo ni idea de donde procede —contestó el calderero—. Antes de ahora
nunca había visto este objeto.
Volvieron a callarse con los ojos extraños para todo menos para la deliciosa forma
de la pequeña tetera.
—Es lo suficientemente exquisita como para ofrendarla al templo de Morin —
pensó el calderero.
Y luego dijo en voz alta:
—¿Qué dices tú, mujer? ¿Debemos ofrecerla al templo de Morin?
—Es demasiado buena para nosotros y sé que el sacerdote se pondrá muy
contento de recibir tal tesoro —replicó su esposa.
El calderero cogió con cuidado la tetera, la envolvió en un trozo de tela, y partió
para el templo. Cuando el sacerdote vio la tetera quedó gratamente sorprendido
porque a primera vista podía notar que era un valiosísimo tesoro y no podía imaginar
cómo un hombre tan pobre como el calderero la había conseguido. Todavía le
sorprendió más la historia que le contó el calderero, y como por lo visto no había
manera de encontrar a su dueño, la aceptó prestamente para el servicio de la vieja
Ceremonia del Té que se celebraba en el templo.
Cuando el calderero se hubo marchado, el sacerdote examinó la tetera con más
detenimiento y pensó para sí:
—Realmente es una tetera de exquisita rareza. Invitaré a algunos amigos y
cambiaremos impresiones sobre ella.
Llenos de curiosidad por lo que pudiera ser el nuevo tesoro del templo, los
amigos llegaron. Se sentaron sobre un círculo de grandes cojines que había en el
suelo. Las puertas y persianas de papel fueron bajadas y cerradas por completo y la
habitación se convirtió en seguida en parte del jardín con sus cuidadas escaleras de
piedra, su enorme lámpara de piedra y sus diminutos pinos. Era un día perfecto para
tratar asuntos como aquél.
Después de tomar las primeras tazas de verde té que les había servido, el
sacerdote trajo un delicado trozo de tela que extendió en el suelo. Sobre él colocó la
tetera para que los invitados pudieran examinarla y alabar su simplicidad de líneas, su
simetría y el lustre de su metal. Todos sintieron una grandísima curiosidad por saber
dónde la había adquirido el sacerdote y escucharon alelados la historia que les contó
del calderero.
—Una tetera verdaderamente bella y digna de ser usada en el templo para la
Ceremonia del Té —dijeron los invitados.
—En efecto, en efecto —contestó el sacerdote—. Esta tarde celebraremos la
Ceremonia del Té y la utilizaré por primera vez. Contribuirá a la pureza y al
refinamiento de nuestro ritual. Venid esta tarde, amigos míos, dos horas antes de que
se ponga el sol, y celebraremos la Ceremonia del Té.
Aquella tarde, dos horas antes de la puesta del sol, los amigos se congregaron en
la pequeña choza exterior de los invitados que había en el jardín. El sacerdote llenó la
tetera de agua y la colocó en el brasero de carbón. Iba ya a colocar los utensilios de la
Ceremonia del Té en el orden prescrito cuando oyó un agudo chillido que decía:
—¡Demasiado caliente, demasiado caliente!
Y para asombro de todos cuantos estaban allí, la tetera salió zumbando del fuego
y saltó al suelo. De ella estaba surgiendo la puntiaguda nariz, el suave rabo y las
velludas pezuñas del tejón. Brincaba y saltaba por toda la sala dejando tras sí un
rastro de vapor mientras seguía gritando:
—¡Demasiado caliente, demasiado caliente!
El sacerdote retrocedió atemorizado y farfullando:
—¡Es un fantasma! ¡Está hechizada!
Y apretó a correr fuera de la habitación seguido muy de cerca por sus invitados.
Sus jóvenes monaguillos, al oír los gritos, vinieron corriendo en seguida provistos de
las escobas y plumeros y con la intención de defenderlo mientras decían:
—¿Dónde está el fantasma? ¿Qué le han hecho a usted, padre?
Temblando de miedo, el sacerdote y sus invitados se asomaron al quicio de la
puerta y miraron temerosos a la tetera que ahora había recuperado su forma y estaba
reposando inocentemente en un rincón. Señalándola con el dedo, el sacerdote dijo:
—Puse esa tetera en el fuego para que se calentara el agua y de repente empezó a
saltar y a gritar: «¡demasiado caliente, demasiado caliente!», y se lió a dar vueltas por
la sala.
Los monaguillos cuchichearon entre ellos sobre este milagroso suceso y
cautelosamente pincharon a la tetera con sus escobas y plumeros de largo mango.
Uno de ellos se agenció una mano de almirez de piedra y con ella pinchó las
redondeces de la tetera diciendo:
—¡Vamos, fantasma! ¡Enséñanos tus cuernos y tus pezuñas!
Pero nada pasó y la tetera siguió tan inmóvil y tan ¡nocente como antes.
El sacerdote empero había sufrido tan bruta! conmoción que decidió devolver la
tetera al calderero. Y uniendo la acción al pensamiento, mandó llamar al calderero, le
explicó todo lo que había pasado y le rogó que cogiera la tetera y que se la llevara.
—Bueno, bueno, ésta sí que es una tetera notable —dijo el calderero.
La envolvió cuidadosamente en la tela y se la llevó a su casa.
Aquella noche, después de que su esposa extendiera en el suelo sus esteras de
dormir, el calderero colocó la tetera junto a su almohada y se retiró a descansar.
Durante la noche, el calderero oyó una voz que le despertó:
—Calderero San, calderero San, ¡despiértate!
Todavía medio dormido, se frotó los ojos y cuando los abrió vio con gran sorpresa
que de la tetera había surgido la aguda y peluda cara de su pequeño amigo el tejón,
así como su blando rabo y sus velludas pezuñas.
—Estaba tan agradecido por tu desinteresada salvación —dijo la pequeña criatura
— que decidí ayudarte de alguna forma. Por eso me transformé en tetera y me
escondí en tu cesta. Yo pensaba que probablemente tú me venderías y al menos por
una temporada dejarías de ser pobre. Pero tu naturaleza ha demostrado ser más
generosa de lo que yo incluso había soñado y tú y tu mujer lo único que pensasteis
fue en entregarme al sacerdote del templo. Pero mi único interés erais vosotros. Por
eso inventé aquel truco con el fin de que el sacerdote me devolviera a vosotros.
El pequeño y peludo tejón sonrió para continuar:
—Algún día espero terminar mi existencia en la segura protección de un templo;
pero mientras tanto yo os aseguro que juntos podemos hacer muchísimo. Ahora os
pido que abráis un espectáculo público y yo actuaré para vosotros con el fin de que os
hagáis ricos. ¡Os aseguro que soy un actor muy bueno!
Diciendo esto el tejón-tetera se lió a ejecutar tan asombrosas danzas y saltos
acrobáticos que el calderero quedó encantado y comprobó que realmente había
grandes posibilidades en lo que había dicho el tejón.
Al día siguiente compuso una barraca para espectáculos públicos y colocó
carteles por todas partes que decían: «¡La tetera viviente!». «¡La única tetera viva que
baila y anda por la cuerda floja!».
Las noticias se extendieron con la velocidad del viento a través de toda la
comarca, y enormes multitudes acudieron de cerca y de lejos para fijarse en los
llamativos carteles y en las brillantes y coloristas cortinas del tabladillo. El calderero
se sentó en un alto escabel a la entrada y gritaba:
—¡Bienvenidos, bienvenidos honorables señoras y caballeros! Es vuestra única
oportunidad de ver a una tetera viviente que baila con la gracia de una temblorosa
hoja de bambú. ¡Bienvenidos, bienvenidos honorables señoras y caballeros!
Y ni él ni su esposa daban abasto casi a vender las entradas que la gente les pedía
para entrar.
Dentro de la barraca la atmósfera estaba tensa de expectación. Las jovencitas iban
vestidas con sus brillantes y coloristas quimonos, y las jóvenes damas con el pelo
peinado en moños que resplandecían de ornamentos parecían bandadas de estorninos.
Las madres con sus hijos atados a las espaldas cuchicheaban incesantemente con
cualquiera que estuviese dispuesto a escucharlas. Y los campesinos con sus cónicos
sombreros de paja de arroz no charlaban menos que sus esposas. Era un océano de
colores y murmullos y el único tema de las charlas era el milagro de la tetera viviente.
«¡Kachi-kachi-kachi!». El timbrado sonido de los golpes que anunciaban el
comienzo del espectáculo silenció el excitado parloteo. La audiencia se hallaba tensa
de anticipaciones cuando se corrió el telón que mostraba al calderero arrodillado en el
centro del pequeño escenario. Estaba vestido con un delicioso quimono nuevo para la
ocasión, y se inclinó saludando a la audiencia. En ese momento el tejón-tetera llegó
corriendo hasta el escenario, se colocó junto al calderero y saludó profundamente con
la gracia y los modales de una dama. Un susurro parecido al ruido que hacen los
tallos secos de arroz corrió entre los espectadores.
—¡Mirad, mirad! ¡La tetera nos está saludando!
Con un gesto, el calderero pidió silencio a sus complacidos parroquianos, y con la
voz altisonante y digna de un presentador, anunció:
—¡Honorable pueblo! ¡Esta rara, maravillosa y única tetera viviente va a danzar
para ustedes!
Inmediatamente el tejón-tetera abrió un pequeño abanico y ejecutó una antigua
danza infantil japonesa para deleite de los espectadores. Cuando terminó de bailar, el
calderero tuvo que elevar la voz hasta el máximo para anunciar por encima de los
aplausos:
—¡Y ahora, honorable pueblo, la principal atracción de la noche! ¡La única tetera
viviente del mundo que camina por la cuerda floja!
El tejón-tetera se ató entonces una banda de algodón alrededor de la cabeza como
señal de que iba a ejecutar algo realmente importante y peligroso. El calderero lo izó
hasta una cuerda que cruzaba a través de todo el escenario y le entregó un quitasol y
un abanico. El tejón-tetera realizaba tales travesuras y saltos espectaculares sobre la
cuerda floja, que la multitud rugía de placer y aprobación, al mismo tiempo que
pateaban y juntaban sus manos en un explosivo aplauso.
La tetera se hizo famosa y todos los días se reunía una multitud procedente de las
ciudades y los pueblos, de las montañas y las costas, para verla actuar. Y el calderero
y su esposa se hicieron pronto más ricos de lo que jamás hubieran podido imaginar.
Un día, el calderero, que cada vez apreciaba más a su pequeño amigo, le dijo:
—Mi querido y pequeño colega, ya has hecho demasiado por nosotros y me temo
que te estés cansando o que trabajes demasiado por nuestra causa. Puedes estar
seguro de que ahora tenemos más de lo que necesitamos para vivir, y aunque nos
apenará muchísimo separarnos de ti, deseamos que vuelvas a tu forma primitiva,
cualquiera que fuese, y que regreses a tu casa con los tuyos.
Desde aquel día se cerró la barraca y no dieron más espectáculos. El tejón-tetera,
que realmente se hallaba muy cansado, estaba contentísimo porque su plan de ayuda
al calderero había resultado ser un completo éxito y ahora no deseaba otra cosa sino
acabar sus días en la callada quietud del templo. Así que, con muchas reverencias y
saludos, se despidió de sus amigos humanos y adoptó definitivamente la forma de
tetera.
Con mucho cuidado el calderero transportó a su querido y pequeño compañero al
templo de Morin, y allí narró al sacerdote con todo detalle todo cuanto le había
acontecido desde su última visita.
El buen sacerdote estaba lleno de remordimientos por haber juzgado tan a la
ligera al tejón-tetera, pero se alegró muchísimo de la buena fortuna que había traído
sobre el bondadoso calderero.
—Ciertamente esta tetera es muy rara y valiosa —dijo el sacerdote— y nunca
jamás la volveré a poner sobre el carbón ardiente del brasero.
Al contrario, la colocó en un sitio de honor en el templo donde permaneció
durante muchísimos años. Y por lo que yo sé, es posible que aún continúe allí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario