El pueblecito vasco-francés de St. Jean Pied Port, se llama en vascuence Garazi. Donibane-Garazi está situado al pie de unas altas montañas, estribaciones de los Pirineos, y muchos pastores suben encima de los bosques, a la tierra libre, para apacentar sus rebaños.
Una noche, ya amaneciendo, los pastores que tenían sus rebaños cerca de la iglesia del Salvador, que está situada al terminar un frondoso bosque, vieron una inquietante luz en el interior de la iglesia, que estaba cerrada hacía años.
Quedaron atemorizados ante aquella misteriosa luz, y su horror aumentó al ver que, noche tras noche, durante una semana, se repetía el fenómeno en la vacía iglesia.
Pensaron que aquello era cosa del diablo y decidieron abandonar aquellos lugares, no fuera a ocurrirles algo malo a sus ovejas. Pero, por otra parte, los pastizales eran tan hermosos que les daba pena abandonarlos.
Entonces se reunieron todos los pastores, y uno de ellos dijo que, antes de marcharse, había que ver qué era aquella luz.
Y todos juntos, después de signarse con agua bendita, teniendo en la mano un fuerte palo y en la otra un rosario, rezando en voz alta echaron a andar. Era ya la madrugada cuando se acercaron a la solitaria iglesia, y al momento divisaron la misteriosa luz que salía por todas las rendijas.
En cuanto vieron la luz sus perros mastines, se pusieron a ladrar como locos y se volvieron para atrás.
Los pastores estuvieron a punto de echar a correr, pero dándose la mano, siguieron avanzando, temblándoles las piernas a más y mejor.
Cuando llegaron a la puerta, vieron que estaba cerrada. El más decidido se atrevió a mirar por el ojo de la cerradura y quedó mudo de miedo. Los otros pastores, uno a uno, fueron mirando y también quedaron espantados ante el espectáculo.
Todas las velas del altar estaban encendidas y, con los ornamentos sagrados puestos, estaba inmóvil, a los pies del altar, un sacerdote desconocido para ellos.
Al pegar con sus palos en la puerta produjeron cierto ruido, que fue oído por el cura, quien volvió la cabeza y, al momento, y como ahogándose, dio comienzo a la Misa:
—Introibo ad altare Dei.
Uno de los pastores, casi sin darse cuenta de lo que hacía, contestó en voz alta.
Y así fue desarrollándose la Misa. El sacerdote dentro de la iglesia cerrada, y los pastores fuera, ayudándole en las contestaciones.
La Misa fue larguísima para los amedrentados pastores, y cuando terminó esta, oyeron que el cura se volvía hacia ellos, y con alta y jubilosa voz les decía:
—¡Oh, mil gracias, ánimas benditas, quienquiera que seáis! Llevo muchos años esperando la oportunidad de poder decir esta Misa para entrar en el cielo. Nunca había nadie que me respondiera. Mil gracias nuevamente. No os olvidaré desde el cielo.
Y al terminar de decir esto desapareció el sacerdote, se apagaron las luces de la iglesia y los pastores quedaron atónitos, sin saber si aquello había sido soñado o sucedido en realidad.
Pero, por si acaso, se llevaron los rebaños a otros pastizales. Y aquel año todos los pastores tuvieron abundantes y sanos corderos. Seguramente sería la intercesión del misterioso sacerdote.
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