sábado, 16 de marzo de 2019

LA MALDAD DEL CABALLERO RUBIO

Umagata, lugar situado a unos 65 kms. aguas arriba de Arica, en el cajón del río Azapa, era antiguamente un pueblo floreciente, con gobernador y cura. Su nombre así lo testimonia todavía, pues proviene de urna (agua) y acata (por ahí), palabras de la lengua aymará que indican que normalmente corría agua en la quebrada, lo que ya no ocurre. Hoy día sólo ocasionalmente, en veranos con grandes precipitaciones en la Cordillera Central, el líquido vivificante alcanza hasta allá, de modo que ya nadie habita la comarca, y los campos son cultivados raras veces por los vecinos de Livílcar. Las ruinas del antiguo pueblo son frecuentadas ahora únicamente por los romeros que se dirigen a principios de octubre de cada año al santuario de la Virgen de las Peñas, situado a 6 kms. más arriba, en el mismo valle.
Sabemos, afortunadamente, a qué se debe la perdición del antiguo esplendor del pueblo.
Vivía allá un campesino llamado Francisco Choque, casado con una hermosa mujer. Había llevado antes del matrimonio la misma vida modesta y sencilla de todos los vecinos, pero en seguida comenzó a enriquecerse repentinamente, lo que le permitió comprar más y más tierras en el valle.
Al mismo tiempo llevaba una vida desordenada e invitaba a sus amigos a participar en borracheras que se transformaban en verdaderas orgías. Quienes habían vendido sus tierras a Choque eran instigados por la mujer de éste a derrochar en ellas el dinero obtenido, y ella era la "reina" en aquellos bacanales.
Llegaron los días de la Semana Santa, que todo buen cristiano celebra con gran recogimiento, mas no aquellos malvados. Casi toda la villa participó en bailes y libaciones. La mujer de Choque propuso, en la culminación de la tumultuosa fiesta, que todos fueran a invitar al cura párroco del pueblo, de apellido Bayas, digno y respetable presbítero, de avanzada edad, a participar en ella. Contra su voluntad, casi empujándolo, lo llevaron al sitio de las diversiones, donde se burlaron de él. haciendo mofa de los oficios litúrgicos de aquella semana. El cura logró librarse, sin embargo, de esas vejaciones, se dirigió al templo, donde se colocó sus sagrados ornamentos y, tomando su breviario, regresó al sitio de la orgía.
Espantados, los danzantes se detuvieron repentinamente y guardaron el más absoluto silencio. El sacerdote profirió entonces una maldición sobre el pueblo y los causantes de la afrenta a Dios y al párroco, que estaban cometiendo. En seguida regresó lentamente, lleno de dignidad, al templo.
La concurrencia se disgregó silenciosamente, y todos sentían el peso de la culpa imperdonable en que habían incurrido. Atemorizados, algunos comenzaron a indagar la causa de sus desvaríos, y pronto un pastor, compadre de Choque, pudo informarles que había visto frecuentemente bajar por una quebradilla desde el norte del valle, ya entrada la noche, un caballero rubio que montaba un hermoso corcel y que se juntaba en un matorral de yaros con su esposa.
Choque se enteró de esta manera, de inmediato, del origen del dinero que le entregaba su mujer y que constituía la causa de su riqueza. Lleno de ira y dispuesto a vengarse del ultraje que le hacía aquel caballero rubio, siguió al anochecer los pasos de su esposa, ocultándose entre los arbustos. Todavía no estaba completamente convencido de la realidad de la afrenta que lo deshonraba; pero, efectivamente, poco más tarde, ya caída la noche, bajó el caballero rubio por la quebrada, y pronto pudo ver cómo abrazaba a su mujer. Saltó entonces de su escondite y se precipitó sobre la pareja, gritando: —Jesús, ¡era cierto!
Al invocar al Salvador, el malvado desapareció como por encanto, y su esposa reventó, esparciendo una insoportable fetidez. Para ocultar su deshonra, juntó leña y quemó los restos de la infeliz. No se atrevió a dar cuenta de lo sucedido al cura Bayas, sino que se dirigió al de Codpa, a quien confesó lo ocurrido. Pero aun así, debido a que evidentemente Satanás había ocasionado toda esa desgracia, tampoco aquel sacerdote permitió que la mala mujer fuera inhumada en tierra sagrada. Choque se vio en la necesidad de enterrarla cerca de la entrada del templo de Umagata, dedicado al apóstol Santiago.
Desde entonces comenzó a realizarse la maldición del cura Bayas: el río dejó de correr hasta los campos del pueblo, y éstos se fueron secando, como también los árboles frutales: los pastales crecieron cada vez más ralos y mustios, de modo que ya no era posible mantener el ganado; los vecinos abandonaron el desdichado lugar; las casas se transformaron pronto en ruinas, y también el templo quedó asolado: sólo la estatua del apóstol Santiago permaneció de pie en él, y los peregrinos que se dirigen al santuario de la Virgen de las Peñas rezan allá hasta el día de hoy una oración y dejan una dádiva, recordando la maldad de quienes ocasionaron esta ruina. A corto plazo murieron todos quienes habían ofendido tan gravemente al Señor.
El maleficio seguía produciendo sus estragos durante largo tiempo, pues todos los días amanecía abierta la tumba de la mala mujer frente a la Iglesia, y hubo que echarle tierra para cubrirla. Finalmente, sin embargo, bajó por la quebrada en un verano lluvioso un gran aluvión que completó la devastación del pueblo, pues pasó por encima de él, arrastrando consigo, al parecer, los despojos de la desgraciada mujer, pues desde entonces su tumba no ha vuelto a abrirse.
Cabe agregar que la aparición del diablo en forma de un caballero rubio ocurrió en Cachamica, a escasa distancia aguas abajo de Umagata. Había allá un tambo en que el chasqui (correo) que recorría el valle en tiempo de los incas se refrescaba, pues el topónimo proviene de la lengua aymará, en que chaca equivale a chasqui, ami a provisión y ca, a chuño.

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